III- La confrontación.
Después de desayunar casi todo lo de su bandeja, Cait se dispuso a hacer un huida estratégica lejos del comedor y de Jayce. Lo amaba, pero estar tanto tiempo a su alrededor podía exasperarla a veces. Antes de que pudiera lograrlo, vio a Vi entrar al comedor, nerviosa y visiblemente molesta. Debía de haber estado trabajando en la cocina esa mañana, como parte del acuerdo que sostenían con Cordialidad. A Cait le tocaba trabajar en la lavandería.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Cait cuando Vi se sentó a su lado.
—En su entusiasmo por resolver conflictos, los cordiales parecen haber olvidado que entrometerse genera más conflicto todavía —espetó Vi, casi gruñendo—. Si nos quedamos más tiempo, acabaré pegándole un puñetazo a alguien, y no será bonito —Jayce miró a Vi con las cejas arqueadas, y unos cordiales a su derecha callaron y la miraron—. Ya me habéis oído —dijo Vi, y todos apartaron su mirada.
—Como decía —siguió Cait, tapándose la boca con la mano para ocultar su sonrisa—, ¿qué ha pasado?
—Te lo cuento después —respondió Vi, y por su tono Cait supo que tenía algo que ver con Maura. A Violeta no le gustaban las caras de sospecha de los abnegados cuando comentaba algo sobre la crueldad de Maura, y habían varios de ellos desperdigados por el comedor. Cait cruzó las manos sobre su regazo y asintió con la cabeza en entendimiento.
Más abnegados entraron y se sentaron en la misma mesa de ellos, no justo a su lado, sino a una respetuosa distancia de dos asientos. La mayoría les saludó con la cabeza, con esa disciplina practicada que los caracterizaba. Cait los miró, preguntándose cuáles eran amigos, vecinos y compañeros de trabajo de Maura. Antes, si ella se encontraba frente a abnegados, solía sentir la necesidad de presentar la misma modestia que ellos por respeto. Sin embargo, ahora le daban ganas de hablar más fuerte, de apartarse todo lo posible de ellos solo por el dolor que le habían causado y causaban a Vi.
Violeta se quedó totalmente inmóvil cuando una mano cayó sobre el hombro derecho de Cait, disparando punzadas de dolor por todo su brazo que la hicieron apretar los dientes y gruñir por lo bajo.
—Le dispararon en ese brazo —gruñó Vi sin mirar a la mujer que estaba detrás de Cait.
—Mis disculpas —respondió Maura, levantando la mano antes de sentarse a la izquierda de Cait. Ella quiso poder golpearla. No había forma en que Maura no supiera en qué brazo Cait había sido herida después de estar allí mientras Vander la curaba y luego ir con ella hacia la sede de Osadía y durante todo el viaje en el tren. Lo había hecho a propósito para molestar a Vi—. Hola.
—¿Qué quieres? —preguntó Cait de mala forma. Maura se quedó observando la rudeza en sus ojos unos instantes—. Te he hecho una pregunta —insistió, frunciendo el ceño.
—Me gustaría discutir una cosa con vosotros —dijo Maura; parecía tranquila, pero estaba enfadada, la tensión en su voz la delataba—. Los otros abnegados y yo mismo hemos decidido que no deberíamos quedarnos. Creemos que, dado que es inevitable que continúe el conflicto en nuestra ciudad, sería egoísta permanecer aquí mientras lo que queda de nuestra facción sigue al otro lado de esa valla. Nos gustaría pediros que nos escoltarais.
Cait detuvo la expresión atónita que casi se apoderó de su rostro pétreo. No se esperaba esa petición. ¿Por qué querría Maura regresar a la ciudad? ¿Era de verdad una decisión de los abnegados o era que pretendía hacer algo allí…, algo que tenía que ver con la información oculta? Considerando el suicidio masivo que regresar implicaba, Cait estaba segura que era lo segundo.
Se quedó mirando a Maura unos segundos, y después miró a Violeta, quien se había relajado un poco, aunque mantenía la mirada clavada en la mesa. Cait no sabía por qué Vi actuaba así cuando su madre estaba cerca. Nadie, ni siquiera Cassandra, era capaz de acobardarla.
—¿Qué te parece? —preguntó Cait a Vi.
—Creo que deberíamos irnos pasado mañana —respondió ella entre dientes.
—Vale, gracias —dijo Maura; después se levantó y se sentó en el otro extremo con el resto de abnegados.
Cait se acercó lentamente a Vi sin saber cómo consolarla sin empeorar las cosas. Tomó la manzana restante de su desayuno con la mano izquierda y le dio la mano derecha a Vi por debajo de la mesa. Sin embargo, aun sintiendo a Vi entrelazar sus dedos, Cait no consiguió apartar la mirada de Maura. Quería saber más sobre lo que le había dicho a Mel y, a veces, si querías la verdad, tenías que exigirla.
Luego de que Vi terminara su desayuno, Cait le dijo que iría a dar un paseo para relajar su mente, a lo que no recibió ninguna queja o duda. Aun Vi no había terminado de alejarse cuando Cait ya estaba siguiendo a Maura. Había supuesto que se dirigiría a la residencia para invitados, pero en realidad cruzó el campo que había detrás del comedor y se metió en el edificio de filtrado de agua. Cait vaciló en el primer escalón, ¿de verdad quería hacerlo? Su pie conectó con la madera y ella subió los escalones, entrando por la puerta que Maura acababa de cerrar.
El edificio de filtrado era pequeño, solo una sala con unas enormes máquinas dentro. Por lo que Cait veía, algunas recogían el agua sucia del resto del complejo, unas cuantas la depuraban, otras la examinaban y el último grupo bombeaba agua limpia de regreso al complejo. Los sistemas de tuberías estaban todos enterrados, salvo uno que iba por el suelo y enviaba agua a la central eléctrica, cerca de la valla. La central proporcionaba energía a toda la ciudad mediante una combinación de energía eólica, energía hidráulica y energía solar.
Maura estaba al lado de las máquinas que filtraban agua. Allí, las tuberías eran transparentes y se podía ver el agua teñida de marrón circulando por una hasta desaparecer dentro de la máquina y salir transparente por el otro lado. Las dos observaron el proceso de depuración, y Cait se preguntó si Maura estaba pensando lo mismo que ella: que sería agradable que la vida funcionase así, filtrando la suciedad que llevaban encima para devolverlos limpios al mundo. Sin embargo, había suciedades que nunca se iban. Cait se quedó mirando la nuca de Maura; tenía que hacerlo ya. Ahora.
—Te oí el otro día —soltó repentinamente. Maura se giró hacia ella a toda velocidad.
—¿Qué haces aquí, Caitlyn? —preguntó la mujer, atónita.
—Te he seguido —respondió Cait, cruzando los brazos sobre el pecho—. Te oí hablando con Mel sobre los motivos del ataque de Cassandra a Abnegación.
—¿Te enseñaron los osados que está bien violar la intimidad de los demás o te lo has enseñado tú sola? —cuestionó Maura con irritación palpable.
Ella tenía la frente arrugada, sobre todo entre las cejas, y se le veían unas profundas arrugas al lado de la boca. Parecía una mujer que se había pasado la vida frunciendo el ceño. Quizás fuera atractiva de joven; puede que todavía lo fuera para las personas de su edad; pero, al mirarla, Cait solo veía los ojos negros del paisaje del miedo de Violeta.
—Si me has oído hablar con Mel, sabrás que ni siquiera se lo he contado a ella. ¿Qué te hace pensar que compartiré la información contigo? —repuso Maura, adoptando ese aire de superioridad que siempre ocultaba a otros. Al principio a Cait no se le ocurrió ninguna respuesta, pero, de repente, la tuvo.
—Por mi padre —respondió sin dudar—. Y por Vander. Ambos están muertos.
Era la primera vez que lo decía desde que había hablado con Vi al respecto en el viaje en tren, que su padre había muerto por ella. En aquel momento, había sido un hecho que «había muerto», algo desprovisto de emociones. Sin embargo, entre los burbujeos y ruidos de esa habitación, que «esté muerto» hizo que Cait notara un golpe en el corazón, como el de un martillo, y el monstruo de la tristeza despertó y arañó sus ojos y garganta. Cait se obligó a continuar.
—Puede que no murieran exactamente por esa información de la que hablas, pero quiero saber si arriesgaron sus vidas por ella.
—Sí —respondió Maura con un tic en el labio—, así fue.
—Bueno —dijo Cait casi ahogada, parpadeando para espantar las lágrimas que llenaban sus ojos—, entonces, como la hija de Tobías y en nombre de Vi, que perdió a otra figura paterna y posiblemente la única persona en Abnegación que se preocupaba por ella, ¿me dices de una vez qué era? ¿Intentabais proteger algo? ¿O robarlo? ¿O qué?
—Era… —empezó Maura, pero sacudió la cabeza y calló—. No te lo voy a decir.
Pero quieres recuperarlo —respondió Cait, dando un paso hacia el frente—. Y mi madre lo tiene.
Maura sabía mentir bien o, al menos, se le daba bien ocultar secretos. No reaccionó ante la instigación de Cait. Ella deseó poder verlo como lo vería Diana, como lo vería un veraz: deseó poder descifrar su expresión. Cait pensó que, a lo mejor, Maura estaba a punto de decirle la verdad; que si, tal vez, la presionaba lo suficiente, ella se rendiría.
—Podría ayudarte —ofreció Cait. El labio superior de Maura se torció hacia arriba en una sonrisa irónica.
—No tienes idea de lo ridículo que suena eso —espetó Maura con arrogancia—. Puede que hayas logrado detener la simulación del ataque, niña, pero eso fue cuestión de suerte, no de habilidad. Si vuelves a hacer algo útil en el futuro próximo, me muero de la sorpresa.
Esa era la Maura que Violeta conocía, la que sabía dónde pegar para hacer más daño. La que disfrutaba haciéndolo.
—Violeta no se equivoca contigo —respondió Cait, temblando de rabia—: no eres más que una basura arrogante y mentirosa.
—Eso ha dicho, ¿eh? —comentó ella, arqueando las cejas.
—No, en realidad no te menciona lo suficiente para decir tanto, lo que averiguado yo solita con solo ver como tratas a aquellos a quienes llamas amigos… como tratas a tu propia hija —explicó Cait, apretando los dientes para mantener la calma—. Para ella no eres prácticamente nada, ¿sabes? Y, a medida que pasa el tiempo, cada vez eres menos. Solo espero que también estés dispuesta a morir como mi padre y Vander por ese secreto, porque, sin ayuda, Erudición conservará lo que tiene tuyo y tú morirás.
Maura no respondió a la provocación, sino que se volvió hacia la depuradora. Cait se quedó un momento para disfrutar des u triunfo, y el sonido del agua en circulación se mezcló con los latidos de su corazón en sus oídos. Después salió del edificio y, no fue hasta que ya llevaba recorrido más de medio camino, que se dio cuenta de que ella no había ganado. Había ganado Maura. Fuera cual fuera la verdad, Cait tendría que sacársela a otro, porque a ella no volvería a preguntársela.
Cuando llegó la noche, Cait se vio arrastrada por el cansancio hacia un sueño. Estaba en un campo y se encontraba con una bandada de cuervos posada en el suelo. Al espantar a unos cuentos, Cait se dio cuenta de que estaban encima de una mujer, picoteándole la ropa, que era gris abnegado. Los cuervos alzaron el vuelo todos a la vez, y Cait vio el rostro desfigurado a base de picotazos. La mujer era Leona. Entonces despertó.
El grito contenido en su garganta parecía sofocarla. Cait giró la cabeza para tapar su rostro con la almohada y, en vez del nombre de Leona, dejó escapar un sollozo que clavó su cuerpo al colchón. Volvió a sentir el monstruo de la tristeza retorciéndose en el vacío que antes ocupaba su corazón y su estómago. Ahogó otro grito, llevándose las manos al pecho. Ahora, esa cosa monstruosa rodeaba su cuello con sus garras, apretándole las vías respiratorias. Se giró y metió la cabeza entre las rodillas, respirando hasta que dejó de sentirse ahogada.
Aunque el aire era cálido, Cait se estremeció de frío. Salió de la cama y se arrastró por el pasillo, caminando hacia la habitación de Vi. Tenía las piernas tan blancas que casi brillaban en la oscuridad. La puerta de Vi crujió al abrirla, lo bastante como para despertarla; aunque Cait estaba segura de que Vi tenía un sueño ligero; la pelirrosa se le quedó mirando unos instantes.
—Ven aquí —dijo, medio dormida todavía, y se apartó para dejarle espacio en la cama, a su lado.
Cait se adentró en la habitación y cerró la puerta a sus espaldas. Solo entonces repasó la idea de que debió de haber pensado con más detenimiento las cosas antes de venir a la habitación de Vi. Cait dormía con una camiseta que le había prestado uno de los cordiales y que le llegaba justo debajo de las nalgas, pero no se le había ocurrido ponerse unos pantalones cortos antes de salir. Los ojos de Vi recorrieron las piernas desnudas de Cait, causando que se ruborizara. La peliazul prefirió no pensarlo y se tumbó en la cama a su lado, de cara a ella.
—¿Pesadilla? —preguntó Vi en un susurro, y Cait asintió—. ¿Qué ha pasado?
Sintiendo el nudo crecer en su garganta, Cait sacudió la cabeza; no podía decirle que tenía pesadillas por Leona si no quería tener que explicarle a Vi el porqué. ¿Qué pensaría Violeta de ella si supiera lo que había hecho? ¿Cómo la miraría? Una mano callosa acarició la mejilla de Cait y Vi la dejó allí descansando, su pulgar bailando suavemente sobre el anguloso pómulo.
—Estamos bien, ¿sabes? —dijo Vi suavemente—. Las dos. ¿Vale? —Cait asintió, aunque le dolía el pecho al escuchar a Violeta hablar—. Lo demás está mal —susurró Vi, y su aliento le hizo cosquillas a Cait en el rostro—, pero nosotras, no.
—Violeta —murmuró Cait, alzando la mirada para intentar reunir coraje y confesar.
Sus ojos se encontraron con aquella mirada cristalina que la había paralizado desde el primer momento y Cait perdió el hilo de sus pensamientos. Su mano se alzó hasta alcanzar el cuello de Vi, allí donde la tinta creaba una rueda dentada, y sus labios se encontraron con los de la pelirrosa. La besó con dulzura, porque sus energías estaban mermadas; la besó con pasión, porque su cuerpo clamaba el de Vi; la besó, porque sabía que besándola, ningún pensamiento llegaría a ella más allá del cuerpo de Vi cerca del suyo.
Vi le devolvió el beso con la misma intensidad. Su mano, que antes descansaba con suavidad en la mejilla de Cait, descendió en una caricia lenta y firme por el costado de aquel cuerpo marcado por la guerra y el deseo, amoldándose a la curva de su cintura, ahuecándose sobre el giro de las caderas, deslizándose hasta su pierna desnuda e hizo estremecer a Cait. La sensación eléctrica envió una respuesta incomparable, y Cait se pegó a Vi con desesperación, pasando su pierna por encima del cuerpo de ella y aferrándose con esta a las caderas de Vi.
Cait estaba tan nerviosa que oía un zumbido en su cabeza, pero el resto de su cuerpo parecía saber exactamente lo que hacía. Todo latía al mismo ritmo, todo su cuerpo quería lo mismo: escapar de sí misma y convertirse en parte de Vi. El calor abraso su interior, un temblor placentero recorrió su columna y sus caderas cobraron vida propia, moviéndose contra las de Vi. Un gemido retumbó en su garganta, que fue acompañado de dedos letales que se aferraron con mayor fuerza a su piel. Probablemente dejarían hematomas. Cait espera que sí.
Vi movió su boca contra la de Cait con un hambre voraz y deslizó la mano parsimoniosamente bajo la camiseta; y Cait no la detuvo, aunque una parte de ella sabía que debería de hacerlo. En cambio, dejó escapar un débil suspiro suplicante y sus mejillas ardieron en rojo por la vergüenza y la excitación.
O Vi no la había oído, o no le importaba, porque sus dedos recorrieron las curvas de piel hasta que sus palmas presionaron en la parte baja de la espalda de Cait, empujándola más contra sí misma. Cait gimió ahogadamente y sus dedos se enredaron en el cabello corto, tirando de este hasta que Vi gruñó y sus manos bajaron hasta apretar con fuerza las nalgas de Cait, haciendo que ella moviera sus caderas con mayor profundidad contra las de Vi.
Su camiseta se subió, pero Cait no hizo nada por bajarla, ni siquiera cuando el aire fresco besó la piel de su abdomen. En lugar de aliviarla, pareció encender más las brasas en su interior. Los labios de Violeta se deslizaron por su cuello en un rastro de besos húmedos, y Cait agarró sus hombros para mantener el equilibrio mientras apretó un puño contra la camiseta roja oscuro de Vi, intentando aferrarse a algo de cordura. Ya poca le quedaba.
Las manos de Vi ascendieron por la espalda de Cait, enviando escalofríos que erizaban toda su piel y la hacían jadear contra sus labios, subiendo hasta que sus dedos rodeaban el cuello largo que exaltaba la figura elegante de Cait. Por Dios, como añoraba morder ese cuello.
Vi tenía la camiseta de Cait enrollada en sus brazos, y sus besos rallaban la desesperación lujuriosa. Con un poco de presión las piernas de Cait cayeron a cada lado del cuerpo de Vi, y Caitlyn se vio a sí misma encima de ella a horcajadas, moviendo sus caderas con ansias, buscando en la fricción un placer desconocido que antes la aterraba, y al cual ahora se aferraba. Le temblaban las manos de tanta energía nerviosa, así que se sujetó con más fuerza de los hombros de Vi con la esperanza de que ella no lo notara. Sabía que Vi lo había notado por el gruñido hambriento que resonó en su pecho.
Entonces sus dedos rozaron la venda del hombro de Cait y un relámpago de dolor la atravesó. No era insoportable como al inicio de estar herida y Cait ciertamente había tolerado dolores peores, pero esto la devolvió a la realidad: no podía estar con Vi de esa forma si una de sus razones para desearla… si la principal razón para desearla era olvidarse de su tristeza por un momento. Lentamente, todavía sintiendo una parte de ella quejarse, Cait se apartó, bajando el borde de su camiseta y retirándose de encima de Vi para volver a acostarse a su lado.
Durante un segundo ambas se quedaron mirándose, tumbadas en la cama, y sus respiraciones alteradas mezclándose. Cait no pretendía llorar. «Ahora no es un buen momento para llorar; no, para ya». Sin embargo, fue incapaz de apartar las lágrimas por mucho que parpadeó.
—Lo siento —murmuró por lo bajo.
—No te disculpes —respondió Vi, casi como si la regañara, y secó con sus dedos las lágrimas de las mejillas de Cait con dulzura.
Cait era consciente que tenía un cuerpo llamativo, aunque no por motivos que le gustasen. Con curvas marcadas, busto grande, cintura estrecha; parecía frágil y voluble. Agradecía al entrenamiento osado el haber desarrollado masa muscular que la hiciera parecer más fuerte, pero, más a menudo de lo adecuado, no se sentía cómoda consigo misma. Excepto en esos momentos, cuando Vi la tocaba así, como si no soportara la idea de apartar su mano y romper el contacto de sus pieles; solo entonces Cait se veía deseando no ser de ninguna otra manera.
—No quiero estar hecha un desastre —comentó entre dientes, aunque su voz se rompió pese a sus intentos de simular firmeza—. Es que me siento tan… —empezó a decir, y las palabras le fallaron.
—Está mal —intervino Vi con suavidad—. Da igual que tu padre esté en un lugar mejor, si crees en eso…, el caso es que no está contigo, y eso está mal, Cait. No debería de haber pasado. No debería de haberte pasado a ti. Y cualquiera que te diga que no pasa nada, miente.
Un sollozo escapó de la garganta de Cait y la estremeció. Violeta la abrazó con fuerza entre sus brazos, tan fuerte que Cait sintió dificultades para respirar, pero prefería eso al frío atormentador que la azotaba cuando Vi no estaba cerca. Sus dignos llantos erráticos dieron paso a un horror total de lágrimas en cascada, con la boca abierta y la cara contraída, produciendo sonido similares a los de un animal moribundo. Si seguía así, se rompería, y quizás eso fuera lo mejor, puede que hacerse añicos a sí misma fuera la única forma de soportar el dolor.
Vi guardó silencio durante un buen rato, hasta que Cait se tranquilizó. Entonces, el pensamiento vino como una ráfaga: «Vi ha pasado por esto antes. Vi también perdió a alguien el mismo día que yo».
—Lo lamento, no he considerado tu propio dolor —farfulló Cait, restregándose el rostro con las manos para intentar limpiar el rastro de lágrimas.
—Shhh, duerme —indicó Vi en voz baja, pasando sus manos en una caricia consoladora por la espala de Cait, evitando conscientemente su herida—. Si las pesadillas vienen a por ti, yo lucharé contra ellas.
—¿Con qué? —preguntó Cait en voz baja, tanto que Vi no la hubiera podido oír de no ser por la cercanía.
—Con mis propias manos, obviamente —respondió Vi con seguridad.
Cait, más aliviada, le rodeó la cintura con el brazo y respiró hondo, con la cara enterrada entre el cuello y el hombro de Vi. Olía a sudor, aire fresco y menta, del ungüento que a veces usaba para relajar los músculos doloridos. También olía a seguridad, como los paseos al sol por el huerto y los desayunos en el silencio del comedor. Y, justo antes de quedarse dormida, Cait estuvo a punto de olvidarse de Piltover desgarrado por la guerra y de todos los problemas que pronto irían a su encuentro, si ellas mismas no los encontraban antes. Con sus ojos ya cerrados, el sueño casi venciéndola del todo, Cait escuchó a Vi susurrar:
—Te amo, Pastelito.
Y puede que hubiera respondido con las mismas palabras de no estar apenas ya consciente.
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Juro que el bait no fue mío. En el libro esto pasa así, jajaja. Lamento que hayan venido aquí en busca de fuego y la llama se haya quedado corta, pero ya llegará, no se impacienten.
Por el momento, díganme si les ha gustado lo que han leído.
Besitos Pequepinkypitufibolas, y Feliz año nuevo, en caso de que no lean más nada mío.
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