II- La espía.
Era de noche cuando Cait regresó a su cuarto, y lo primero que hizo fue meter la mano bajo el colchón para asegurarse de que la pistola seguía allí. Rozó el gatillo con los dedos, y su garganta se contrajo, como si sufriera una reacción alérgica. Cait retiró la mano tan rápido que parecía que el arma quemara, y se arrodilló junto a la cama, respirando profundamente hasta que la sensación absorbente del pánico remitió.
«¿Qué me pasa? —se preguntó mentalmente, sacudiendo la cabeza—. Contente, Caitlyn».
Se sentía como una presa ante el severo acecho de su depredador, conteniendo sus distintos fragmentos para que no se desbordaran y ella muriera. Aunque se asfixiaba, al menos se sentía fuerte.
Por el rabillo del ojo Cait captó un movimiento y miró por la ventana que daba al manzanal. Mel Medarda y Maura Lane caminaban juntas, deteniéndose en el herbario para arrancar hojas de menta de sus tallos.
Sutil, como había aprendido a ser, Cait salió de su cuarto antes de poder evaluar con cabeza fría por qué quería seguirlas. Corrió por el edificio para no perderlas y, una vez fuera, redobló las precauciones. Rodeó el otro lateral del invernadero y, después de ver que Mel y Maura desaparecían detrás de una fila de árboles, avanzó con sigilo hacia la siguiente fila, con la esperanza de que las ramas la escondieran si alguna de ellas volvía la mirada atrás.
—…me confunde es el momento del ataque —dijo Mel, pensativa—. ¿Es solo porque Cassandra terminó de planearlo o hubo algún tipo de incidente que lo instigara?
Cait observó la cara de Maura a través de un árbol con el tronco dividido.
—Hmmm —respondió ella, apretando los labios.
—Supongo que nunca lo sabremos —comentó Mel, arqueando una de sus cejas—. ¿Lo sabremos? —cuestionó, mirando significativamente hacia Maura.
—No, puede que no —contestó la mujer mayor.
Mel le uso una mano en el brazo y se giró hacia ella. Cait se puso rígida, por un momento temió que la viera, pero Mel solo miraba a Maura. Cait se agachó y caminó así hacia uno de los árboles, de modo que el tronco la escondiera. La corteza le rozó la espalda, pero ella no se movió.
—Pero tú sí lo sabes —dijo Mel con seguridad—. Sabes por qué atacó cuando lo hizo. Puede que sea de Cordialidad ahora, y que haya crecido en Osadía, pero mi prueba de aptitud me mostró que pertenecía a Verdad, y poder ver a través de las mentiras y glamures de las personas es parte de mí. Sé percibir cuando alguien no es sincero.
—La curiosidad es interesada, Mel —repuso Maura. Cait apretó las manos en puños. De ella haber estado en el lugar de Mel, habría saltado ante un comentario así, pero Mel solo respondió con amabilidad:
—Mi facción depende de mí para obtener consejo, y, si conoces información crucial, es importante que yo también la sepa para compartirla con ellos. Seguro que lo entiendes, Maura.
—Hay una razón para que no sepas todo lo que yo sé —respondió Maura después de un suspiro—. Hace mucho tiempo, a los abnegados se nos confió una información muy delicada. Cassandra nos atacó para robarla y, si no tengo cuidado, la destruirá, así que esto es lo único que puedo decirte.
—Pero, sin duda… —inició Mel.
—No —interrumpió Maura, más alterada de lo que se había mostrado el resto de la noche—. Esta información es mucho más importante de lo que te imaginas. La mayoría de los líderes de esta ciudad arriesgaron sus vidas para protegerla de Cassandra y murieron en el intento, y no lo pondré todo en peligro por saciar tu egoísta curiosidad.
Mel guardó silencio durante algunos segundos. La oscuridad era tan completa que Cait apenas veía sus propias manos. El aire olía a tierra mojada y a manzanas, y ella intentaba no hacer demasiado ruido al respirar en el espeso silencio nocturno.
—Lo siento —dijo Mel, dejando salir un suspiro bajo—. Debo de haber hecho algo que te haga pensar que no soy digna de confianza.
—La última vez que confié esta información a un representante, asesinaron a todos mis amigos —contestó Maura con frialdad—. Ya no confío en nadie.
Cait no pudo evitarlo: se echó hacia delante para ver lo que había al otro lado del tronco del árbol. Tanto Maura como Mel estaban demasiado absortas en su conversación como para notar el movimiento. Ellas estaban cerca la una de la otra, aunque no se tocaban, y Cait nunca había visto a Maura tan cansada ni a Mel tan enfadada. Sin embargo, la expresión de la cordial se ablandó al paso de los segundos y volvió a tocar el brazo de Maura, esta vez con una caricia ligera.
—Para ganar la paz, primero hay que ganar la confianza —dijo Mel, una sonrisa liviana adornando sus labios—, así que espero que cambies de idea. Recuerda que siempre me he contado entre tus amigas, Maura. Incluso cuando no tenía muchos.
Mel se inclinó y le dio un beso en la mejilla; después caminó hasta el final del huerto, y Maura se quedó quieta unos segundos, al parecer pasmada, antes de dirigirse de vuelta al complejo. Las revelaciones de la última media hora zumbaron en la cabeza de Cait. Ella creyó que Cassandra había atacado Abnegación para hacerse con el poder, pero lo había hecho para robar información, información que solo sabían los abnegados.
Solo entonces recordó otra de las cosas que había dicho Maura, y el zumbido paró: «La mayoría de los líderes de esta ciudad arriesgaron sus vida para protegerla». ¿Era su padre uno de esos líderes? ¿Lo era Vander? ¿Siquiera lo había valido? Tenía que saberlo. Tenía que averiguar por qué estaban dispuestos a morir los abnegados y su padre… por qué estaban dispuestos a matar los eruditos.
Con el mayor sigilo posible, Cait se desplazó por el complejo de Cordialidad en media noche, respirando suave, ignorando el dolor punzante en su hombro y caminando lento. Se detuvo un momento antes de llamar a la puerta de Vi y prestó atención a las voces del interior, ignorando la voz en su cabeza que le gritaba que nadie debía de estar con Vi a esa hora de la noche.
—No, así no —dijo Vi, entre risas.
—¿Qué quieres decir con «así no»? Te he imitado a la perfección —protestó una segunda voz, la de Jayce.
—No, que va —rebatió Vi, conteniendo otra risa.
—Bueno, pues hazlo otra vez —demandó Jayce, y Cait reconoció el tono irritado que usaba al frustrarse.
Sin contenerse, abrió la puerta justo cuando Vi, que estaba sentada en el suelo con una pierna extendida, lanzó un cuchillo de untar mantequilla a la pared de enfrente. El cuchillo se clavó por la punta en un gran trozo de queso que habían colocado encima del tocador. Jayce, de pie a su lado, miró primero el queso y después miró a Cait, sin poder creérselo.
—Dime que es una especie de prodigio osado —pidió Jayce en tono suplicante—. ¿Tú también puedes hacerlo?
Cait notó que Jayce tenía mejor aspecto que en la tarde; sus ojeras ya no eran tan profundas y en sus ojos ella vio una pizca de la antigua chispa de curiosidad que tanto la fascinaba de niña, como si Jayce volviera a interesarse por el mundo. Llevaba el cabello revuelto y los botones de la camisa en los ojales equivocados. Su amigo, su hermano, era atractivo sin esforzarse, como si la mayor parte del tiempo no tuviera ni idea del aspecto que tenía.
—Puede que con la derecha, pero sí, Vi es una especie de prodigio osado —respondió Cait, poniendo énfasis en la palabra «Vi»—. ¿Puedo preguntar por qué estáis lanzando cuchillos a un trozo de queso?
Violeta miró a Cait a los ojos al oírla decir «Vi». Jayce no sabía que Violeta llevaba la excelencia pintada en el apodo.
—Jayce ha venido para hablar una cosa —dijo Vi, apoyando la cabeza en la pared de atrás mientras miraba a Cait—. Y el lanzamiento de cuchillos surgió, sin más.
—Como suele ocurrir siempre con el lanzamiento de cuchillos —respondió Cait, y una sonrisita se abrió camino poco a poco en su cara. Vi parecía tan relajada con la cabeza hacia tras y el brazo apoyado en la rodilla… Se quedaron mirando la una a la otra unos segundos más de lo socialmente aceptable, y Jayce notó su presencia estorbando en la habitación, así que se aclaró la garganta.
—En fin, debería volver a mi cuarto —dijo, mirando primero a Vi, después a Cait, y de vuelta a Vi—. Estoy leyendo un libro sobre los sistemas de filtrad de agua. El chico que me lo dio me miró como si me tomase por loco por querer leerlo. Creo que se supone que es un manual de reparación, pero resulta fascinante —Hizo una pausa—. Lo siento, seguramente ustedes también pensáis que estoy loco.
—En absoluto —respondió Vi, fingiendo sinceridad—. A lo mejor deberías leer ese manual de reparación, Cait. Es la clase de cosas que te gustan.
—Te lo puedo prestar —se ofreció Jayce, ilusionado como un niño.
—Puede que después —contestó Cait con una sonrisa suave. Cuando Jayce se marchó y ella cerró la puerta, no se contuvo de lanzarle una mirada asesina a Violeta—. Muy amable. Ahora va a estar dándome la lata con el filtrado de agua y su funcionamiento. Aunque supongo que lo prefiero al tema del que quiere hablar.
—¿Sí? ¿Y qué tema es ese? —preguntó Vi, arqueando las cejas—. ¿Acuoponia?
—¿Acua… qué? —espetó Cait, confundida.
—Es una de las formas de agricultura que tienen aquí. Mejor que no sepas —explicó Vi, sonriendo con arrogancia.
—Tienes razón, mejor —concedió Cait, acercándose a Vi—. ¿De qué quería hablar contigo Jayce?
—De ti —confesó Vi, acomodándose mejor contra la cama como espaldar desde su asiento en el suelo—. Creo que era la charla de hermano mayor que se sentía obligado a dar. Lo de «no juegues con mi hermana» y eso —añadió, levantándose.
—¿Y qué le has dicho? —preguntó Cait, ligeramente insegura al tener a Vi de pie delante de ella.
—Le he contado cómo acabamos juntas —explicó Vi, acercándose a Cait hasta que sus pechos casi se rozaban—, de allí que surgiera lo de los cuchillos, y le he dicho que no jugaba.
Una ola de calor envolvió a Cait ante las palabras de Vi. Violeta la rodeó con sus manos por las caderas y la apretó con cuidado contra la puerta. El calor corporal de una invadió al de la otra, mezclándose, bullendo. Sus labios encontraron el camino juntos y Cait olvidó por qué había ido allí en primer lugar. No se acordaba. Y no le importaba.
Rodeando a Vi con su brazo bueno, Cait la acercó más a sí misma mientras sus labios se fundían con gracia en un baile acompasado. Sus dedos dieron con el borde de la camiseta de Vi y se deslizaron debajo de este, extendiéndose por la parte baja de su espalda, trazando arabescos sobre su piel bañada en tinta. «Es tan fuerte…», pensó Cait con el poco razonamiento que le quedaba al sentir como Vi la besó con más insistencia, su lengua recorriendo cada parte de su boca y enredándose con la suya propia. Vi la apretó por la cintura contra sí misma.
Sus alientos marcaban un ritmo jadeante y errático, sus cuerpos se friccionaban en busca de fundirse y no dejar margen de separación. Estaban tan cerca que no había diferencia, apenas una masa de extremidades, calor y pasión. Un gruñido escapó de Cait cuando Vi separó sus labios, jadeante y un brillo de sudor que empezaba a perlar su frente.
—No has venido aquí para esto —dijo, su voz ronca y entrecortada.
—No —admitió Cait en una queja lastimera.
—¿A qué has venido? —preguntó Vi, aferrando sus dedos con más fuerza a la cintura de Cait.
—¿Qué importa ya? —protestó Cait, enredando sus dedos entre el pelo rosa y empujando la boca de Vi contra la suya de nuevo. Violeta no se resistió, gimiendo roncamente al sentir la suavidad de los labios de Cait desesperados contra ella, pero, al cabo de unos segundos masculló el nombre de Cait contra su mejilla y presionó con más fuerza sus dedos contra las caderas de la otra, buscando contenerla—. Vale, vale —gruñó Cait, rindiéndose y cerrando los ojos.
Había ido hasta allí para contarle algo importante: la conversación que había espiado. Ambas se separan con cierta reticencia y se sientan juntas en la cama, así que Cait empieza por el principio. Le contó que había seguido a Maura y a Mel hasta el huerto; le contó la pregunta de Mel y la respuesta de Maura; y le contó la discusión posterior. Mientras lo hacía, Cait se fijó en la expresión de Vi. No parecía ni perpleja ni curiosa, sino que frunció los labios, como hacía siempre que se mencionaba a Maura.
—Bueno, ¿tú qué crees? —preguntó Cait al terminar.
—Creo que Maura solo intenta parecer más importante de lo que es —respondió, hablando con precaución. Cait sintió algo pesado en su estómago. No era la respuesta que esperaba.
—Entonces… ¿qué? ¿Crees que solo dice tonterías? —cuestionó ella.
—Creo que seguramente los abnegados sepan algo que Cassandra quiera saber, pero también creo que Maura exagera su importancia, que intenta alimentar su propio ego haciendo que Mel piense que ella tiene algo que ella quiere, pero que no se lo va a dar —explicó Vi entre dientes.
—Creo que… —empezó Cait, y frunció el ceño—. Creo que te equivocas. No parecía que mintiera.
—No la conoces tan bien como yo. Es una experta mentirosa —espetó Vi.
Tenía razón, Cait no conocía a Maura y, por supuesto, no la conocía tan bien como ella, pero su instinto le decía que le creyera, y normalmente Cait hacía caso a su instinto.
—Puede que sea eso —respondió, cautelosa—, pero ¿no deberíamos averiguar qué está pasando? Por asegurarnos.
—Es más importante solucionar lo que tenemos entre manos —rebatió Vi, apoyando la espalda en la pared detrás de la cama—. Volver a la ciudad, descubrir lo que está pasando allí y encontrar la forma de acabar con Erudición. Después puede que podamos investigar lo que ha dicho Maura, cuando todo lo demás esté resuelto, ¿vale?
Cait asintió con la cabeza. Parecía un plan inteligente. Sin embargo, Cait no se lo creía, no creía que fuera más importante avanzar que descubrir la verdad. Cuando le dieron que era divergente…, cuando descubrió que Erudición atacaría Abnegación…, esas revelaciones cambiaron todo. La verdad acababa interfiriendo en los planes, quisieras o no. Pero era difícil convencer a Violeta para que hiciera algo que no quería hacer y más difícil todavía justificar sus sensaciones sin más pruebas que su intuición, así que Cait aceptó. Aunque no cambió de idea mientras regresaba a su habitación esa noche.
—La biotecnología lleva existiendo mucho tiempo, aunque no siempre fue tan eficaz —dijo Jayce mientras empezaba a comerse el borde de la tostada; antes se había comido el centro, como Caitlyn hacía cuando era pequeña.
Estaba sentado frente a ella en la cafetería, en la mesa más cercana a la ventana. En la madera, a lo largo del borde de la mesa, Cait vio grabadas las letras D y T unidas por un corazón, tan pequeñas que casi ni las veía. Las recorrió con los dedos mientras Jayce seguía hablando cosas que a ella no le interesaban.
—Pero, hace un tiempo, los científicos eruditos desarrollaron una solución mineral muy efectiva. Era mejor para las plantas que la tierra. Es una versión inicial de ese ungüento que te pones en el hombro; acelera el crecimiento de nuevas células —explicó Jayce emocionado, como si hubiera descubierto el secreto tras la existencia misma.
Tanta información lo tenía descontrolado. No todos los eruditos estaban hambrientos de poder y faltos de conciencia, como su líder, Cassandra Kiramman. Algunos eran como Jayce: personas a las que todo les fascinaba, que no se sentían satisfechas hasta saber cómo funcionaban las cosas y qué podían hacer para mejorarlas. Cait apoyó la barbilla sobre su mano y sonrió hacia Jayce, apenas lo suficiente para que fuera visible para su amigo. Esa mañana parecía muy animado, y ella se alegraba de que él hubiera encontrado algo que lo distrajera. Ojalá ella también lo encontrara.
—Entonces, Erudición y Cordialidad trabajan juntos, ¿no? —preguntó ella, buscando que Jayce siquiera disfrutando de “enseñarle”.
—Su vínculo es más estrecho que el de Erudición con las otras facciones —aseguró Jayce, apoyando ambas manos en la mesa con energía—. ¿No recuerdas lo que decía el libro de Historia de las Facciones? Las llamaban «Las facciones esenciales». Sin ellas, no sobreviviríamos. Algunos de los textos eruditos las llamaban «Las facciones enriquecedoras». Y una de las misiones de Erudición era sr las dos cosas: esencial y enriquecedora.
Cait frunció el ceño mientras Jayce hablaba. Si bien había crecido en Erudición, no le gustaba saber cuánto Piltover la necesitaba y dependía de ella. No le sentaba bien la realización de que su sociedad la necesitaba para funcionar. Sin embargo, sí que eran esenciales: sin ellos la agricultura sería poco eficaz, les faltarían tratamientos médicos y no contarían con avances tecnológicos. Cait relajó el rostro y le dio un mordisco a la manzana.
—¿No te comes la tostada? —preguntó Jayce.
—El pan sabe raro. Quédatela, si quieres —ofreció ella, negando con la cabeza.
—Me sorprende cómo viven aquí —comentó Jayce mientras le quitaba la tostada del plato—. Son completamente autónomos. Tienen su propia fuente de energía, sus propias bombas de agua, su propio sistema de filtrado de agua, sus propias fuentes de alimentos… Son independientes.
—Independientes e imparciales —murmuró Cait, mirando en derredor—. Debe de estar bien.
Y lo estaba, si Cait se guiaba por lo que ella veía. Las grandes ventanas que estaban junto a la mesa de Jayce y ella dejaban entrar tanta luz que era como estar sentada afuera. En las otras mesas habían grupitos de cordiales. El amarillo brillaba sobre sus pieles bronceadas, mientras que en Cait resultaba pálido.
—Entonces, supongo que Cordialidad no era una de las facciones para las que tenías aptitudes —comentó Jayce, sonriendo.
—No —El grupo de cordiales que tenían a pocos asientos se echó a reír apenas Cait contestó; ni siquiera los habían mirado desde que se habían sentado a comer, pero a Cait eso no le importaba, estaba tensa igual—. No hables tan alto, ¿vale? No quiero que lo sepa todo el mundo.
—Lo siento —respondió Jayce, inclinándose sobre la mesa para hablar más bajo—. ¿Cuáles eran?
—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó Cait, tensándose, poniéndose rígida.
—Cait, soy como tu hermano, puedes contarme lo que sea —dijo Jayce, frunciendo ligeramente el ceño mientras la miraba con confianza.
Sus ojos no vacilaron al mirarla. Había dejado de ponerse las inútiles gafas que llevaba en Erudición, y ahora llevaba una camiseta roja de Cordialidad y su cabello corto. Se parecía más al Jayce que ella había conocido. Tenía el mismo aspecto que hacía algunos años, cuando apenas llegaba a Erudición y era un niño hambriento de demostrar sus conocimientos y valía. Los años los habían ido apartando, y Cait se había cerrado a Jayce hasta que se vio sola. No confiar en él lo suficiente había sido un error que no quería repetir.
—Abnegación, Osadía y Erudición —respondió en un murmullo.
—¿Tres facciones? —preguntó Jayce, atónito, arqueando las cejas.
—Sí, ¿por qué? —cuestionó Cait, confundida de su espanto.
—Es que son muchas, Cait —afirmó Jayce, inclinándose más cerca—. Sabes que en la iniciación erudita tienes que elegir un tema de investigación para presentar y que luego se convertirá en tu rama de estudio. Así que fue como terminé trabajando con tu madre, porque escogí la simulación como mi tema de investigación, por eso sabía tanto de su diseño y composición y Cassandra misma fue mi oponente en mi presentación. Es muy difícil que alguien obtenga dos resultados; de hecho, el programa diseñado por tu madre no lo permite. Pero obtener tres… Ni siquiera sé cómo es posible.
—Bueno, la administradora de la prueba tuvo que modificarla. La forzó a pasar a la situación del autobús para poder descartar Erudición…, salvo que no la descartó —explicó Cait, intentando que no se notara el escalofrío que la recorrió cuando Jayce se refirió a Cassandra como su madre.
—Una modificación del programa —comentó Jayce, apoyando la barbilla en uno de sus puños—. Me pregunto cómo sabía hacerlo. No es algo que se enseñe. Yo pasé dos años sin saber hacerlas.
Cait frunció el ceño ante ese comentario. Grayson era una tatuadora y voluntaria para las pruebas de aptitud…, ¿cómo sabía alterar el programa de la prueba? Si se le daban bien los ordenadores, era solo por hobby, y Cait dudaba que ese nivel de conocimientos sirviera para jugar con una simulación erudita. Fue entonces que recordó algo que Grayson había dicho en una de sus conversaciones juntas: «Mi hermano y yo nos trasladamos desde Erudición»
—Era erudita —dijo Cait—. Una trasladada. Puede que fuera por eso.
—Puede —respondió Jayce, dándose golpecitos en la mejilla, de izquierda a derecha, con los dedos—. ¿Qué nos dice eso sobre la química de tu cerebro? ¿O sobre su anatomía?
—No lo sé, Jayce —repuso Cait, riéndose un poco de forma incómoda—. Solo sé que siempre estoy consciente durante las simulaciones, a veces, puedo desertarme de ellas. Y otras veces ni siquiera funcionan conmigo, como en la simulación del ataque.
—¿Cómo te despiertas de ellas? ¿Qué haces?
—Pues… —dijo Cait, intentando recordarlo; era como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última, aunque solo habían sido algunas semanas—. Cuesta explicarlo porque se suponía que las simulaciones de Osadía se acababan cuando nos calmábamos. Sin embargo, en una de las mías…, la que sirvió a Vi para averiguar mi secreto…, hice algo imposible: rompí un cristal con tan solo tocarlo.
La expresión de Jayce se volvió distante, como si observara a un lugar lejano. A él no le había pasado nada semejante durante su prueba de aptitud, ni en cualquier otra simulación que hubiera participado en Erudición. Cait sintió como sus mejillas se calentaban ante la idea de que Jayce estaba analizando su cerebro como analizaría un ordenador o una máquina.
—Eh, vuelve —llamó ella, chasqueando los dedos frente a Jayce.
—Lo siento —respondió Jayce, centrándose de nuevo en Cait—. Es solo que es…
—Fascinante, sí, lo sé. Cuando algo te fascina, es como si alguien te chupase la vida —bromeó Cait, notando las personas a su alrededor y bajando el tono—. ¿Podemos hablar de otra cosa? Puede que no haya traidores de Erudición u Osadía por aquí, pero me sigue resultando raro hablar de esto en público.
—Vale —accedió Jayce, y de esa forma Cait se relajó un poco, centrándose en su desayuno. Le gustaba recuperar el vínculo con quien siempre había considerado su hermano. La única familia que le quedaba. El último nexo con su vida pasada.
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Cait teniendo una relación sana con Jayce de cierta forma ne da añoranza de la Caut chiquita y Jayce en el estudio que Powder hizo explotar sin querer...en fin, seguimos.
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