Memorias de un náufrago
Yo era un hombre corpulento que por obras del destino había llegado al Concordia; un barco pesquero que trazaba rutas marítimas por el Caribe
Al terminar la tercera semana de navegación desembarcamos en el puerto de Cuba. Allí recibimos un nuevo integrante a la tripulación. Su nombre era Rafael. Era un chiquillo delgado, de pariencia famélica y tez morena que en ocasiones me recordaba mis años de juventud.
El chico era trabajador, no se quejaba y tenía una gran pasión por el mar.
"Este es mi sueño" dijo el joven una vez mientras disfrutabamos de la cena.
Los días y las noches se volvían pesados y extenuantes para mí, aún no lograba acostumbrarme por completo a mi estadía en el océano.
Un día de Octubre cuando regresabamos de vender el pescado en uno de los puertos de Nicaragua, el patrón propusó una merecida celebración.
La música, los chistes y los tragos se hicieron presentes. En medio de toda esta algarabía ninguno de los tripulantes nos percatamos de que el barco iba directo hacia la boca de una tormenta.
El viento tempestuoso azotó contra los mástiles del barco. Una ola gigante derribó el barco, provocando con su fuerza un inminente naufragio.
No recuerdo con exactitud lo sucedido en ese momento, el miedo cegó mis sentidos dejándome a la deriva.
Desperté malherido, flotando sobre una minúscula tabla. Con la poca fuerza que tenía nadé en busca de sobrevivientes.
Entonces visualicé la rizada cabellera de Rafael. Contamos con la suerte de encontrar un bote, logramos subir sin embargo no había forma de saber en qué posición estabámos.
Con temor, revisé las heridas de Rafael. El chico tenía las costillas rotas, no podía moverse.
"Jamás creí que mi pasión sería la causante de mi muerte" dijo Rafael, luego tosió.
No podía permitir que el chico muriera, el tenía una vida por delante.
Logré restacar una lanza de pesca y conservé la esperanza de poder pescar algo para así no morir de hambre.
Las olas seguían agitándose haciéndo que el bote se alejará de la zona del desastre.
No tenía fuerza para remar, solo deseaba dormir, yo estaba muy débil. Rafael ardía en fiebre y yo rezaba en las noches.
Pescaba en el día, algunas veces me resultaba difícil haciendo que pasaramos horas eternas de hambre.
No sabía cuánto llevabamos a la deriva, solo lograba ver agua por todos lados. Estaba enloqueciendo.
Una noche cuando la esperanza ya había abandonado mi cuerpo, una luz alumbró mi rostro. Pensé que iba a morir, pero no fue así.
Desperté semanas después en un hospital. Cuando pregunté por Rafael nadie sabía de quién hablaba. El dueño del barco que me salvó dijo que yo era el único en el bote. No les creí. Un médico me explicó que yo había sufrido de una alucinación. Un caso típico cuando te encuentras solo en medio del océano.
La reacción que tuvé fue llorar, porque muy en el fondo yo deseaba que Rafael se salvará. El problema fue, que él nunca tuvo la oportunidad.
Yo había sido el único sobreviviente del naufragio del Concordia.
Total de palabras: 513
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