Mi alma está avejentada, no por el pasar del tiempo sino por las cosas que sentí y que siento.
No puedo describir tan siquiera un poco del daño recibido, el miedo, el enojo, el dolor, la impotencia, las penas, las risas, las decepciones; pensar que solo cuento con veintiún años de vida en lugar de animarme en esperanzas provenientes de los demás, donde expresan que mi juventud es algo que debo apreciar y adorar, sólo me hace querer llorar el saber que viví tan poco tiempo y transité tanto por el camino del sufrimiento.
Yo presencié muchas cosas, escenas que quisiera olvidar pero que por desgracia se repiten en mi memoria como aviso de lo que podría pasarme si sigo viviendo así, aquí.
Pero no puedo salir de esto, es difícil cuando un lazo de sangre me une a la destrucción, cuando la obligación de quedarme es más fuerte que mi deseo de vivir.
Sólo me queda esperar que la poca luz que me queda no se apague y que mi alma a pesar de ser tan vieja, soporte más décadas. Porque cuando hablo de luz, hablo de lucidez y si la pierdo, no estoy segura de qué soy capaz de hacer.