⠀⠀⠀⠀⠀⠀━━━ : 𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐈𝐆𝐇𝐓𝐘 𝐎𝐍𝐄 𝐏𝐑𝐄𝐋𝐔𝐃𝐄
━━━ ❛ FIMBULVETR PRELUDE ❜ ━━━
⠀⠀⠀⠀⠀⠀Desde que la guerra pasó, Cyrene estaba segura de solo sentir una única cosa: una urgencia desesperada de encontrar una salida al abominable dolor que la acechaba incansablemente durante día y noche. Pero era como estar atrapada en un laberinto, presa de las paredes que se achicaban cada vez más conforme pasaban los días, recordándole así todo lo que había perdido.
Incluso aunque los tiempos difíciles habían pasado, aunque el sol comenzaba a brillar nuevamente por encima de Asgard y Olympia, no se sentía la paz. Cyrene no la sentía. Por mucho le daba la impresión de estar estancada en el interior de un reloj de arena que, tortuosamente, contaba los minutos y los segundos que transcurrían de manera dolorosa, que pasaban para todos y cambiaban el panorama. Todo había cambiado.
Y aunque los reinos se alzaban de las cenizas y volvían a fortalecerse después de una abrupta caída, Cyrene podía asegurar que esa guerra no estaba ni cerca de finalizar. Esta solo era una pausa, un intermedio ventajoso que Odín y Althea le habían puesto apresuradamente a todos sus errores. Ella podía sentir en lo más profundo de sus huesos que solo estaban siendo movidos como peones en un extenso juego, que actuaba solamente de la manera en la que ellos querían. Así había sido desde hacía mucho tiempo, pero apenas se percataba de ello.
—No te gustaba deambular tan temprano, Cyrene, ¿qué cambió?
La platinada detuvo su distraída caminata por los jardines adyacentes al palacio e insufló los pulmones con aire. Mientras se volvía, su visión periférica atisbó al menos unos cinco Einherjar distribuidos ordenadamente a tan solo pocos metros de distancia de dónde ella que había detenido. La gélida ventisca que azotaba Asgard recubrió sus armaduras con pequeños y llamativos copos de nieve, e incluso sus rostros se vieron atestados de este artístico fenómeno natural.
Cuando acabó girada por completo, se encontró de frente con un rostro que no le hacía la más mínima gracia. Cyrene tenía motivos para mostrar aversión con Althea, y el más grande de ellos era el parecido que compartía con su hermano, Cyrano. Verla a ella era recordar la desgracia; era rememorar momentos bonitos que debieron ser eternos pero que, en lugar de eso, acabaron consumidos por las llamas de un apetito violento prácticamente insaciable.
Verla era recordar la manera en la que la habían usado para ponerle fin a todo eso.
—El tiempo, supongo —contestó en un murmuro cuando se encontró mirándola a la cara.
La rubia de grandes ojos color topacio esbozó una tenue sonrisa, mínima, mientras asentía de acuerdo con ella.
—El tiempo ha cambiado mucho —concedió, envolviendo las palabras en su habitual tono cantarín. Los ojos de Althea pasaron de estar en el rostro de Cyrene a mirar por encima de su hombro, buscando algo más en la distancia, y cuando la encontró su sonrisa se ensanchó—: La prueba es ella. Mira qué grande está... ¿Ocho años, en serio? Casi una década.
La sola mención de su hija consiguió propinarle un desgarrador sentimiento de dolor a Cyrene. Su cabeza se imaginó lo peor para poder acertar, y solo le bastó con echarle un nuevo vistazo al rostro de la rubia para comprender que el motivo de su inesperada visita no era por asuntos cordiales.
Casi pudo echarse a gemir de dolor, solo casi.
—¿Qué quieres, Althea? —preguntó en un hilo de voz. Envolvió los brazos alrededor de su cuerpo y presionó, en un intento desesperado por mantener la estabilidad.
—No se trata de querer, Cyrene —respondieron por ella—. Eso lo sabes mejor que nosotros.
Un escalofrío helado le recorrió la columna y por un minuto completo, a la platinada le pareció escuchar algo derrumbarse en su interior.
Su cuerpo reaccionó involuntariamente hacia el Padre de Todo. Este se encorvó para entrever una débil reverencia, cosa que no había hecho con la Diosa de las Almas, y su gesto se torció hasta dar la impresión de encontrarse sereno —cosa que no era así en absoluto.
Los días venideros a la caída del padre de su hija habían sido difíciles. Era muy difícil formar parte de un mundo que había sido construido a base de sangre inocente, era difícil atender el llamado de unos gobernantes como ellos. Era aún más difícil pertenecer sabiendo que los días de paz eran contados.
La caída de Olympia y el destierro de Hela solo eran una brecha que ella sabía se iba a romper, y lo que más temía de verlo colapsar era el papel que jugaría en eso. Todo lo que se podría desencadenar. Irremediablemente sus ojos fueron a parar en donde se encontraba una niña de brillante cabello color cereza, esparramada en la nieve junto a un niñito rubio y uno pelinegro.
Crystal era la reacción en cadena, y su libertad era el precio.
—Ella lo está llamando —musitó Althea con sumo cuidado, apenas alzando la voz por encima del susurro del viento.
Cyrene le dedicó una expresión atormentada.
—Ella es solo una niña.
—Tú lo sabías, Cyrene —repuso Odín pausadamente—. Sabías que Crystal era la única alternativa de exiliar a Cryano, y accediste. Sabías que, en algún momento, esto iba a suceder. Ha llegado el momento de que sigamos adelante, por nuestra cuenta. Después de todo, Olympia y Asgard son dos naciones separadas con un peligro en común.
Althea alzó la barbilla.
—Tener a Crystal en Olympia o Asgard solo avivará una llama que debe permanecer apagada —le recordó—. Igual que tenerte a ti. Ella ni siquiera es consciente de lo que hace, y nosotros no podemos dejar que Cyrano regrese. Tú lo sabías cuando accediste a tenerla, y yo entiendo...
La platinada negó frenéticamente con la cabeza, tratando de detener los cuchillos afilados que le infligían dolor en su pecho.
Algo le desgarró la garganta cuando contestó:
—No puedes hacerlo, tú no puedes comprender lo que me estás pidiendo, Althea. Quieres alejarme de mi hija. Tú no tienes ninguno, ¿pero y sí los tuvieras? ¿Dejarías que te los arrebataran de tu lado? No puedes sentir el am...
—Ella no es algo de amar. Ella es un arma que Cyrano puede usar contra nosotros —la cortó Odín.
La dorada reina de Olympia volvió el rostro con tal brusquedad ante las palabras del rey de Asgard que Cyrene dio un respingo del susto.
—¡Es una niña! —vociferó de lo más indignada. Althea no podía —o no quería— creer en la elección de palabras del Padre de Todo—. Necesita protección, no una condena —añadió entre dientes.
Odín observó a Althea con la mirada helada, y de manera muy baja y lenta respondió:
—Tomé a Crystal como mi responsabilidad, así que la elección es mía, y ya elegí. Tenemos un tratado de paz con el rey Egan de Oquaheim, ellos recibirán a la niña. Todos seremos libres.
—Excepto por ella —jadeó Cyrene.
El Padre de Todo mantuvo la expresión imperturbable.
—No tienes ningún tipo de poder, Cyrene. Todos creen que eres una viuda, que estás sola. Lo único que tienes... es a ella, y también la vas a perder. Ambos sabemos que solo es cuestión de tiempo para el ajuste de cuentas, para que la encuentre. Él no va a perdonar si no la salvas ahora.
—¿Salvarla? —repitió la ojiazul, presa de un amargo sabor de boca—. Esto no es salvarla. Esto es condenarla. Es asegurar su muerte.
La mano derecha de Althea voló hasta su boca para ahogar un claro sonido de indignación cuando vio a Odín ignorar el comentario de Cyrene y salir disparado de nuevo hacia los pasillos del palacio.
El cuerpo entero le tembló a la platinada, como si de repente estuviera haciendo un proceso de combustión. En su interior se mezcló todo: la ira, el dolor, el arrepentimiento y sobretodo... la resignación. La agonía de saber que no podía hacer nada para evitar esto empezó a resquebrajarla de a poco.
Pero entonces recordó algo.
—Todo aquel que esté relacionado con ustedes está condenado, ¿no es así?
Althea solo pudo apretar los labios, sin responder concretamente ante tal suposición.
Cyrene se quedó mirando a la niña, tan ajena de todo lo que sucedía, y todo empezó a dolerle mucho más cuando estos echaron a correr hacia el interior.
Los pasillos del palacio eran inundados con las carcajadas de un pequeño Thor y una pequeña Crystal, ambos con apenas ocho años de edad. Al rubio siempre le gustaba dejar que su amiga corriera con ventaja delante de él, pues le encantaba mirar la manera en la que su cabello rojo revoloteaba a su alrededor mientras saltaba. Con mucha frecuencia le decía que tenía un cabello mágico, pues no era para nada parecido al de las demás niñas, que tenían un color anaranjadizo. El de ella era de un brillante rojo, asemejado al color de una cereza, y eso llamaba mucho la atención del heredero al trono de Asgard. Habían sido amigos desde que habían aprendido a caminar. Se la pasaban de maravilla el uno con el otro, y Thor era la razón por la que Crystal no convivía mucho con las demás niñas, como le gustaría a su madre que hiciera. Se pasaba el día explorando y corriendo en compañía de su amigo y de Loki.
—¡Mira, Thor! —exclamó la niña, señalando con su brazo la esquina del pasillo.
El pequeño rubio echó a correr hasta alcanzarla.
—¿Qué es, Crystal?
—¡Es una serpiente! A ti te encantan las serpientes. La recogeré para ti.
Crystal le sonrió ampliamente sin dejar de señalar el rincón, donde efectivamente se encontraba la serpiente enrrollada sobre sí misma. De inmediato, la niña se inclinó para tomarla. A diferencia de su amigo rubio, a ella no le gustaban mucho, en realidad les tenía un odio profundo, y le era imposible no ver una sin querer hacerle alguna malicia. Así que la tomó por la cabeza y la apretó con fuerza antes de pasársela a Thor, que medio le gruñó por haber hecho eso.
—¡Oye! —se la arrancó de las manos—. Le vas a explotar la cabeza, Crystal.
La pelirroja se encogió de hombros.
—Ese era el plan.
Thor resopló y la miró con cara de pocos amigos. Acomodó la serpiente en sus manos, admirándola con detalle. Le parecía muy bonita y para nada aterradora, como sucedía con el resto de las personas. Se preguntó qué estaría haciendo una serpiente en medio de uno de los pasillos del palacio, pero antes de que pudiera seguir analizando aquello, la serpiente se desvaneció entre sus manos. En su lugar, su hermano Loki saltó hacia él.
—¡Mwah, soy yo! —y entonces lo apuñaló.
—¡Loki! —chilló Crystal—. ¡Es la quinta vez en la semana que apuñalas a Thor!
El pelinegro sacó el puñal del costado de su hermano y se volvió hacia la niña de cabellos rojizos, sonriéndole con cordialidad.
—Hola, Crystal. Estás muy bonita hoy. Ni siquiera haré alusión al hecho de que casi me sacas la cabeza hace un instante.
La niña frunció el ceño con molestia y se acercó a levantar a Thor.
—Eres un mal hermano —farfulló el rubio.
Loki soltó una buena carcajada, bastante orgulloso de su hazaña. En ese momento, Frigga y Cyrene entraron a la habitación en busca de sus hijos. La platinada, que apenas acababa de coincidir con la reina de Asgard en el pasillo, tragó saliva con todas sus fuerzas y trató de evitar a toda costa que su rostro fuera capaz de denotar alguna nota de sufrimiento.
La reina inhaló profundamente cuando observó el estado de su hijo rubio.
—Loki, ¿apuñalaste a tu hermano de nuevo? —le preguntó, en tono cansado.
—Lo siento, madre.
La reina sacudió la cabeza, observando cómo Cyrene tomaba la pequeña Crystal en brazos.
—Hijos, despídanse de Crystal. Ya se va.
—Adiós, Crystal —repuso Loki, balanceándose sobre sus pies.
Thor, por su parte, se incorporó rápidamente y echó a andar hasta los pies de Cyrene, jalando el vestido de Crystal para llamar su atención.
—¿Vendrás mañana, Crystal?
La pelirroja asintió con mucho entusiasmo.
—¡Sí! Hasta mañana, Thor.
—Hasta mañana, Crystal.
Muy poco sabían ambos niños que esa sería la última vez que se verían en mucho, mucho tiempo.
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