22 ━━━ Asgard is a people.
━━━ ❛ RAGNAROK XXII ❜ ━━━
—Los portales están cerrados —oigo a Daven decir detrás de mí. Mantengo la vista fija en el agua, que se encuentra oscura y opaca, deshabitada, mientras que sus corrientes están inusualmente tranquilas.
No muevo ni un músculo cuando pregunto:
—¿Cómo se cierran los portales, Daven? Yo atravesé uno y casi me hace pedazos. Es ridículo. Es imposible.
—¿Y es que tú acaso no escuchaste la historia de Brunnhilde? —inquiere con un evidente tono resignado en la voz—. Cyrano no es como tu madre lo pintó, y él es el protector del océano. Los portales, las corrientes, todo lo que está aquí abajo viene de él. Estas aguas son suyas, no nuestras.
Hay una parte de mi cerebro que se niega rotundamente a lo que me dice el moreno. Allí, encima de la zozobra que se cierne sobre mi cuerpo, hay un agudo sentimiento de negación que me hace tragar con dificultad.
Aprieto las manos en puños.
—Eso no lo sabemos aún —murmuro—. Vámonos.
Salgo disparada hacia adelante y no me detengo a verificar si Daven está nadando detrás de mí, pues toda mi concentración está en un solo sitio: en Eyra.
Incluso aunque tengo todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo agarrotados y ligeramente adoloridos, por lo que tuve que pasar para atravesar los portales, el recuerdo de mi hija es suficiente como para mantenerme en movimiento. Estoy debajo del agua y aún así me siento asfixiada, mientras que el esfuerzo y el pánico son completamente extenuantes. Trato de repetir en el interior de mi cabeza que, quizás, no hay algo a lo que temer. Que lo que dijo la Valquiria es solo una mentira más, una de las tantas que ya existen, y por lo tanto todo el pavor, la desesperación y la devastación en mi corazón son innecesarios. Yo quiero decirme eso... pero sé que no tengo tanta suerte. Jamás la he tenido, esta vez no tiene por qué ser diferente a lo demás.
No soy consciente de la velocidad a la que me estoy desplazando, por lo que Daven tiene que tironearme bruscamente cuando nos acercamos a los portales. Casi entro de cabeza a uno.
Me recupero en el agua y recorro con la vista donde nos encontramos.
—¿Por qué no hay nadie aquí? —inquiero en voz muy baja. Daven menea la cabeza.
—Mejor mira detrás de ti. El portal de Asgard es el único activo.
Algo se atora en mi garganta cuando reparo en el señalamiento de Daven. Todos los inmensos y coloridos portales que rodean Azariel están oscuros, tan negros e inhabitables como el de Olympia. El único que permanece intacto, con su refulgente color dorado brillando intensamente sobre el agua, es el de Asgard. Y al mismo tiempo se encuentra inestable, con trozos de descargas del mismo color centellando en sus puntas, como si se tratara de un puñado de dagas filosas. Casi da la idea de que algo lo estuviera removiendo del otro lado.
—Tenemos que llegar al palacio —digo, y mi voz sale tan aguda que me da la impresión de que estuviera gritando—. ¡Hay que sacar a Eyra, ahora!
—¡Crystal, espera!
No tomo consciencia de su grito.
Salgo a tal velocidad que las gélidas temperaturas del fondo de las aguas empiezan a atravesar mi piel como si fueran esquirlas de hielo puro, pero ni siquiera esto es capaz de hacerme bajar la rapidez con la que me desplazo. Mi corazón está latiendo tan fuerte que por un segundo parece un tambor siendo tocado con vehemencia, irrefrenable e inestable. Y no sé cómo es posible, pero en medio de esa ola helada soy capaz de sentir mi sangre caliente.
Mis venas arden y la vista se me nubla, de la misma forma que me pasó temprano. Otra vez me siento muy violenta, y eso no es algo bueno. En una situación así no puedo dejar que mis emociones me dirijan, de ninguna manera, pero me parece que no puedo evitarlo. Todo lo que puedo apreciar es un puro y genuino sentimiento de ira retumbar con fuerza en mis huesos. Eso es lo que me hace ir tan rápido, lo que me impide mirar detrás de mi espalda y pensar con claridad.
Atravieso como una bala la burbuja de aire que rodea el palacio de Azariel. Escucho a Daven caer detrás de mí un minuto después, pero continúo sin prestarle atención. Echo a correr —aunque en tierra me desplazo muchísimo más lento que en agua, pero me esfuerzo. Le doy un rápido y fugaz vistazo a la pequeña población de Azariel, recubierta por una gigantesca burbuja de aire, y la veo tranquila. Nada se ve diferente o alarmante, lo que me sigue haciendo dudar. Algo en mi subconsciente me grita que soy idiota. Me reclama con saña que, con el historial de cosas por las que he pasado, no debo confiarme, mucho menos ahora que Eyra está en posible riesgo. Y yo sé que no debo bajar la guardia bajo ninguna circunstancia, que no debo dejarme llevar por la apariencia tranquila de todo.
Pero nuevamente la pregunta recae: ¿Y si...?
La sala de trono se encuentra desolada, al igual que todos los pasillos principales. No es como si el palacio, o Azariel en sí, fueran demasiado grandes. En realidad, es solo un pequeño pedazo si lo comparamos con Asgard u Olympia, cuyas tierras son gigantescas y doradas. Azariel es pequeño y reducido, tanto que una simple burbuja de aire alcanza a recubrirlo por completo, como una pecera brillante y llena de luces. Es por eso que no me toma demasiado tiempo recorrer toda la distancia desde la entrada hasta la habitación en la que me recibieron la primera vez que llegué aquí.
Contemplo con los labios apretados la escena que se suscita en su interior, mientras que la respiración acompasada de Daven pasa a ser gruñido basto que emerge desde lo más profundo de su pecho.
—Eres lenta —dice Cyrano con voz plana.
Ni siquiera se gira a mirarme.
Está detenido con la vista fija sobre la enrome ventana que da con el mar; allí donde de aprecia increíblemente la forma en la que brilla todo, donde el azul es intenso. Nunca lo había visto en mi vida, por eso me pilla desprevenida su apariencia. Es mucho más alto que yo, su cabello es del mismo color que el mío y su cuerpo está forrado en una resistente y brillante armadura azul, casi me recuerda a la mía, solo casi. Su rostro, sin embargo, aún me pasa desapercibido. Sigue de espaldas a mí. Y es allí cuando comienzo a detallar el resto de la habitación, aprovechándome de su falta de atención.
En el lado sur está Cyrene. Está sentada sobre la cama y contra su pecho sostiene firmemente a Eyra. Mi madre abre los ojos de sopetón cuando repara en mi presencia y articula sin decir palabra alguna: «Cuidado». Ella no lo sabía.
La realización de ese hecho hace que el antiguo sentimiento de violencia se intensifiqué hasta niveles desconocidos. La sangre bajo mis venas se vuelve más caliente que hasta entonces y empieza a ir de forma muy rápida sobre mi torrente sanguíneo, acelerándolo.
—Cuando era niña lloraba porque quería ver a papá —repongo con voz calma, moviéndome un poco hacia adelante—. Ahora que por fin te veo, ¿no me merezco una consideración, al menos?
Su postura no se altera.
—Tienes el sentimentalismo de tu madre.
—Te sorprendería lo que carezco del mismo.
Eso lo hace girar. Aunque es la primera vez que veo su rostro, eso no me genera ninguna sensación. Porque hay algo mucho más fuerte aprisionando mi pecho y porque realmente han pasado siglos desde la última vez que fui una niña que anheló tener a su padre. No quedan ni siquiera los rescoldos de esa parte de mí, poco a poco me fui deshaciendo de ellos, y por fortuna lo hice. Eso solo hace esto menos decepcionante y más hastiante. Prueba de ello es la forma tan plana en la que ni siquiera me inmuté en el pasado, ni cuando Cyrene me pidió que lo buscara. En el fondo de mi alma realmente no me importó. No sé si eso me hace una terrible hija o una persona muy fría, pero me llena de un repentino alivio serlo.
Las facciones del rostro de Cyrano me recuerdan al mío, lo que solo convierte esto en una burla para mí. Entrecierra sus ojos verdes, como los míos, pero su cuerpo continúa rígido.
—Pensé que debía encontrar un mapa para verte —añado con una pizca de pretensión en la voz—. Resulta que no eres tan trascendental como Cyrene te hizo ver. Después de todo tú viniste a mí, yo ni siquiera moví un músculo para buscarte.
Una sonrisa desdeñosa se asomó en sus labios.
—Padre —me mofo, transparentando una sonrisa en mi tono de voz.
—Eres arrogante, ¿no es así? —echa los hombros hacia atrás y me señala—. Me recuerdas a mí en mis tiempos de juventud. Creo que en ese tiempo aún me llevaba bien con mis hermanas.
Alzo las cejas.
—¿Tus hermanas? Oh, sí. De hecho me llevaba bastante bien con Althea, ya ves. No nos parecemos tanto. Incluso me ayudó a salir de Oquaheim, donde tú me pusiste.
—Mi hermana mayor no daba un paso sin conocer el camino, hija. Solo viste lo que ella quería que vieras.
—Al menos a ella sí la vi —contesto, seca.
—Pero no, no lo hiciste —Cyrano suspira. Sus ojos viajan hasta Daven, que aún se encuentra detrás de mí, y terminan cayendo en Cyrene que está petrificada a la orilla de la cama con Eyra—: Hay dos lados de cada historia, ¿no es así? Y la mía no es como te la contaron, como puedes notar. Tu madre tampoco la conocía, porque al igual que tú, fue solo un peón en el retorcido juego de una reina.
» Amethyst y yo éramos visionarios, yo más que ella. Althea era... creativa, pero ninguno está libre de pecado. En fin, Hela tenía un poder de convencimiento bastante efectivo porque todo lo resolvía con violencia, y en algún punto de todas esas conquistas, me di cuenta de una cosa: el universo está maldito. Podrido hasta el tuétano. Cuando a Odín le dio por despertar en sí la vena del arrepentimiento y Althea quiso fingir benevolencia, las cosas ya estaban dañadas por todos lados. Amethyst estaba loca por completo, aún lo está, y ni hablar de Hela. Hela es imparable. Y yo no podía olvidar lo que había aprendido.
» Destrozamos civilizaciones enteras, Crystal. Hela quería conquistar, yo quería salvar a esas personas. Ponerle fin a su miseria. Porque en un universo como éste no hay espacio para los débiles; solo los fuertes sobreviven. Se ha demostrado una y otra vez desde el principio de los tiempos. ¿O cómo crees que Asgard prosperó tanto? ¿De dónde crees que viene la reputación temida de Olympia? ¿De huelgas de paz? No. Viene de destrucción y masacres que casi no tuvieron fin de no haber sido porque a Odín y a Althea se les ocurrió jugar a los reyes buenos. Toda esa sangre derramada en nombre del Padre de Todo y la Diosa de las Almas envenenó mi océano. Me hizo lo que soy.
» Y cuando mi hermana entendió que ya no podía controlarme, hizo todo lo que estuvo al alcance de su mano para exiliarme. A mí no me consumió la culpa, fue a ella. Yo no decidí irme porque no soportara ver todo el caos que habíamos esparcido por el cosmos, fue ella la que no lo aguantó. La mente de Althea era retorcida pero su corazón siempre fue débil, y por eso no tuvo la valentía de asesinarnos, ni a mí ni a Amethyst. Yo no hubiera vacilado de estar en su posición.
Trago.
—¿Hubieras asesinado a tu propia sangre sin dudar? —inquiero con voz dura.
La expresión imperiosa de Cyrano permanece intacta cuando responde:
—Lo haría ahora si tuviera la oportunidad, pero no la tengo —niega con la cabeza—. Althea era una hipócrita y Amethyst no es más que una lunática, presa de su propia falta de cordura. Mi hermana mayor dividió Olympia de un centellazo y miles de personas murieron por eso, las que no lo hicieron quedaron atrapadas en medio de la explosión y hoy forman parte de Azariel, por eso sobrevivieron. Las personas que quedaron atrapadas en Aetas, la prisión de Amethyst, fueron esclavizadas por el Dios de la Tortura, Urian. No hubo final feliz cuando Althea decidió volverse una reina benevolente. En orden de poder desterrarme a lo más profundo del océano, necesitaba algo de mí. Althea tenía un aquelarre de brujas a su disposición, y siempre vio venir lo que sucedería si decidía apostar por la paz. Lo planeó todo minuciosamente, y no falló.
» Tu madre quedó embarazada de ti porque era la pieza clave del juego de mi hermana. Debo admitir que nunca lo imaginé y no me enteré de ello hasta que años después, Althea apareció ante mí y me lo contó pero... La razón por la que pudo exiliarme fue porque, al engendrarte, parte de mi poder fue transferido a ti. Yo no te envié a Oquaheim, Crystal. Esa fue Althea. Te envió para que te quitaran la tiara, tu fuente de poder, y así yo me mantuviera débil. Su vida era solo un seguro pero no era suficiente para mantenerme alejado, y ella lo sabía. Por eso te necesitaba a ti lejos del océano, fuera de las aguas turbias.
» Por supuesto que, de alguna manera que no comprendo, ¿se arrepintió? Te sacó de Oquaheim. Trató de hacer las cosas bien con sus hijas. Pero, Crystal, ni siquiera Althea puede borrar milenios enteros de sangre y lágrimas con un par de buenas acciones. Todos estamos malditos, es solo cuestión de tiempo. Ahora, ella está muerta, tú volviste al agua y estás cerca de mí, lo que significa que ahora mi poder viene de ti. Y en serio me hubiera gustado perdonarte a ti o a tu madre, después de todo, ninguna sabía nada, pero no puedo hacerlo. No puedo tener solo la mitad de mi poder, lo necesito entero, y no lo obtendré mientras sigas aquí.
En una fracción de segundo casi efímera, veo un destello desquiciado centellar en sus ojos. Todo pasa tan rápido que, por un momento, temo no ser capaz de reaccionar de la misma manera. Algo hace click de mi cabeza.
—¡Saca a mi madre y a Eyra de aquí! —le grito a Daven, y un instante después siento un golpazo demoledor impactar con vehemencia contra mi columna, haciéndome volar lejos de la burbuja de aire.
A duras penas consigo frenarme a tiempo, a un milímetro de atravesar como una bala el portal filoso de Asgard. Uso los brazos para impulsarme hacia arriba en el agua pero entonces lo veo: todo empieza a tambalearse de forma estrepitosa porque Cyrano está lanzando mortales descargas, no solo en mi dirección, sino que también sobre las estructuras de Azariel. Si lo sigue haciendo, no hay oportunidad alguna en la que Daven, Cyrene y Eyra puedan salir de allí.
Salgo disparada de nuevo hacia adelante y uso todo ese impulso para estrellar mis pies con fuerza contra su torso, haciéndolo perder el equilibrio por completo. ¿Debería sorprenderme que sea más fuerte que yo? Por supuesto que no. Cyrano enreda su mano alrededor de mi cuello y aprieta con fuerza, lanzándome de nuevo hacia atrás. Esta vez me estrello contra la edificación del pequeño palacio, ocasionando que el lado contra el que me he golpeado se haga pedazos de forma estruendosa. Se levanta una oleada de gritos sofocados y exclamaciones en la lejanía, puedo escucharlas a través del agua, lo que me indica que las descargas han comenzado a llegar al pueblo de Azariel. Antes de que pueda reponerme, Cyrano arremete contra mí de nuevo. Más pronto que tarde nos vemos enzarzados en una lucha nada pareja en la que el palacio se está llevando la peor parte, porque sus escombros están cayendo por todos lados. Solo está usando sus manos, al igual que yo, pero entonces se me ocurre algo.
Cyrano atesta un manotazo contra mi pecho en el momento justo que uso toda mi concentración para utilizar el agua en la que estamos nadando a mi favor. La brillante descarga que sale de mis brazos lo golpea con tanto ímpetu que no pierdo la oportunidad de seguir usando esa corriente de agua para envolverlo en ella, hacerlo girar en una espiral y luego dejarlo caer de bruces al suelo, dónde se hace una gigantesca grieta por el impacto. El alivio me dura menos que una inhalación. Cyrano se mueve más rápido que una bala en mi dirección, únicamente para tomarme del cuello de nuevo y estamparme con todas sus fuerzas en el mismo sitio que él había estado hace unos segundos.
—¿Crees que eres ingeniosa? —sisea sin soltar mi cuello—. No lo eres. No me importa lo que sea que mi hermana haya puesto en ti, no me importa tu tiara, no me importa tu madre y mucho menos me importa la bastarda que tienes por hija. Estas aguas son mías, el poder que fluye por tus venas es mío, y cuando haya terminado con todo este insignificante reino y toda su miserable gente voy a ir por tu madre y por tu hija y te voy a hacer mirar cómo les quito la vida.
Estoy segura de que puede hacer eso, y también sé que no soy su prioridad. Solo soy los medios de un fin que quiere justificar. Una vez más, mi vida es solo el resultado de las decisiones de alguien más... pero esta vez no es solo acerca de mí. No.
—¿Crees que eres diferente a mí? —me pregunta con el rostro ladeado—. La parte de mí que corre dentro de ti es la misma que desata la ola de violencia e ira sobre mi sistema. Somos iguales, Crystal, con la mínima diferencia de que yo soy más fuerte que tú.
Cyrano afianza el agarre en mi cuello y de un manotazo me manda a volar otra vez, haciéndome terminar estampada contra una superficie rocosa que se extiende hasta la superficie. El golpe que me doy en la cabeza es tan grande que me hace sentir desorientada por un largo segundo y ni siquiera el agua es capaz de hacerme enfocar bien.
A través del vértigo y el dolor trato de reponerme, aún sobre el montón de rocas, pero me cuesta. Mi cuerpo se siente pesado después de esa intensa sesión de golpes, por no mencionar el desgaste físico que me dejó atravesar el portal el día anterior. Una ráfaga de agonía se extiende desde mi cabeza hasta las puntas de mis pies, evidenciándolo con un cosquilleo febril. Vamos, Crystal, tienes que levantarte, me reprendo mentalmente. Este no es la peor clase de dolor que haz sentido, tienes que hacer esto. Eyra te necesita. Un golpe seco en la distancia me hace abrir los ojos de sopetón. Vuelvo el rostro con tanta rapidez que temo partirme el cuello, aunque eso realmente no importa. Daven ha arremetido contra Cyrano en el suelo, y un poco más lejos de ahí soy capaz de ver a Cyrene y a Eyra.
Mi mente está hecha un lío tan desastroso que mis terminaciones no responden como deberían. Quiero moverme, pero me siento paralizada. Mi cuerpo entero se siente entumecido y sé que Cyrano tiene algo que ver en eso, sé que este es su efecto en mí. Es por eso que no respondo adecuadamente cuando Cyrano arremete con demasiada fuerza contra Daven y lo noquea casi al instante. Y cuando se acerca disparado hacia Cyrene, empiezo a desesperarme.
¡Muévete, Crystal, muévete! ¡Tienes que moverte ahora mismo, no puedes paralizarte! Luchó contra la parálisis en mi cuerpo y pierdo. Me muerdo el interior de la mejilla con demasiada fuerza, tanto que estoy segura ha empezado a sangrar, cuando Cyrene trata de defenderse vagamente del ataque sin piedad de Cyrano. Empujo contra el entumecimiento, una y otra vez, y entonces veo a Cyrano acercarse a Eyra. El pánico y la desesperación chocan catastróficamente en mi sistema y suelto un grito doloroso que retumba con fuerza en todos los rincones del agua. Va a hacerle algo. Siento una descarga eléctrica chocar contra mi columna y entonces puedo moverme, puedo lanzarme hacia abajo en su dirección con todas mis fuerzas...
... pero no soy lo suficientemente rápida y no llego a tiempo.
Otro grito desgarrador emana desde lo más profundo de mi garganta cuando, a pocos centímetros de la escena, una poderosa descarga proveniente de Cyrano se estrella contra mi madre y mi hija.
—¡Crystal! —grita Daven desde algún sitio, pero no me giro a verlo.
No sé de dónde saco fuerzas, pero acabo soltando una descarga gigantesca contra el rostro de Cyrano. En mi sangre se mezclan la ira, el miedo y la devastación, creando el suplicio más horripilante que alguna vez haya experimentado en toda mi vida. No soy capaz de enfocar ni aguzar la vista, de pronto todo lo veo negro. Y cuando me apresuro a descender al suelo, al sitio en el que se supone están mi madre mi hija, una cantidad considerable de alaridos escapan de mis labios. Jadeo entrecortadamente mientras con mis manos muevo los escombros.
—¡Cuidado, ten cuidado! —vuelve a decir Daven, quitándome un enorme escombro de las manos—. Están aquí, están aqu... —su voz se apaga.
No, por favor no.
No.
No me hagan esto.
Por favor.
Por favor no me hagan esto.
No sé cómo describir eso que ahora azota mi pecho. No sé qué hacer además de gritar. No sé cómo reaccionar ahora que, frente a mis ojos, veo el cuerpo inerte de mi madre, que aún sostiene contra su pecho a mi hija. A mi hija, que está cubierta de sangre... y a mi madre, que estoy segura no está respirando. Mi desespero crece de tal manera no reparo en mi brusquedad, sino que termino sacando todos los escombros de sopetón. En cámara lenta, veo como Daven me ayuda a quitar todo lo que está encima de ellas. Veo como me ayuda a sacar a Eyra de entre los brazos inmóviles de mi madre y como me la pasa para que yo la tome.
Entonces respiro.
Respiro porque escucho el latido de su corazón, pero me asusto porque sigue herida. Y me invade una sensación de alivio tan arrolladora que, cuando me azota la realidad, me siento tan mareada que estoy segura de desvanecerme. Busco a Daven con la mirada, que está alzando el cuerpo de Cyrene en brazos.
—¿Está...? —ni siquiera soy capaz de acabar la pregunta.
Solo me basta ver a Daven negar con la cabeza una sola vez para que otro grito horrendo salga de mí.
Está muerta.
Eso no es justo. No es justo, maldita sea, claro que no es justo. Ella solo estaba tratando de salvar a Eyra, ella no se merecía eso. ¡No es justo, no es justo! ¿Por qué me tienen que hacer esto? ¿Por qué no solo me dejan ser feliz? ¿¡Por qué es tan malditamente difícil dejarme en paz!? Odio estar tan lúcida, tan consciente. Lo odio.
—Crystal —me llama Daven, con la voz rasposa. Está llorando—. Crystal no tenemos tiempo, tu padre va a volar todo esto. Todos van a morir. La única salida es el portal de Asgard, tenemos que irnos. Eyra está herida, necesita que la ayudes. Tienes que sanarla.
El llanto de mi hija me inunda los oídos con mucha agonía. Oh, no, ella está muy herida. Respira, tienes que respirar. Eyra te necesita. Respira.
Aún estamos dentro de la burbuja así que insuflo mis pulmones con aire salado. Me aferro un poquito más al cuerpo de mi hija y cierro los ojos.
—Perdóname —susurro en voz casi inaudible. Mi cuerpo entero tiembla mientras trato de usar el agua a mi alrededor para sanar las heridas de mi hija—. Perdóname. Perdóname, por favor, perdóname. Tú no te mereces esto, perdóname.
Estoy segura de estar a punto de ponerme a sollozar, pero tengo que morderme el labio inferior con fuerza. Tienes que mantener la calma. Puedes hacer esto... e incluso si no puedes, tienes que hacerlo.
—No vamos a sobrevivir si quedamos atrapados en el portal a Asgard —digo con voz temblorosa.
Daven me mira serio.
—Tenemos que sobrevivir.
Yo asiento. Inspiro profundamente otra vez. Sé que Cyrano está por volver, mi golpe no va a dejarlo fuera de combate por demasiado tiempo, así que tengo que esforzarme por idear algo coherente que consiga sacar a mi hija y a Daven de aquí. Ellos tienen que salir.
Trago saliva.
—Yo... yo creo que puedo contener la... la fuerza del portal lo suficiente para que Eyra y tú salgan —le digo con expresión atormentada.
Daven me mira sin poder creerlo.
—Crystal, pero tú...
—Por favor.
No tengo que decir nada más, él lo entiende. Él entiende lo que estoy tratando de decirle. No tenemos más opciones, es esto o nada.
—Si ustedes pasan primero, y rápido, toda la presión del portal recaerá en mí. Yo puedo soportarlo, ya lo hice una vez.
—Eso guiará a Cyrano directamente hacia Asgard —me recuerda con tono áspero. Yo asiento.
—Lo sé —murmuro—, pero al menos tenemos refuerzos en Asgard.
Porque sé que Thor me está esperando ahí. Daven asiente, de acuerdo.
—A mi señal —advierto.
Le paso a Eyra en el momento justo que siento el piso bajo nosotros tambalearse. Una descarga de color azul vuela todo el palacio de Azariel en el primer intento, así que nosotros tenemos que nadar hacia arriba con toda la velocidad que podamos. Pataleamos hacia la cima, en donde el portal de Asgard brilla con intensidad, pero soy capaz de escuchar todo debajo de nosotros derrumbarse. Escucho los gritos a lo lejos, y no soy lo suficientemente valiente como para girarme a verlo con mis propios ojos. No quiero ver a Azariel hundiéndose, no quiero llenarme la cabeza con la idea de que no fui fuerte como para salvarlos, que ni siquiera fui capaz de salvar a mi propia madre. Que no podré darle una sepultura, que no lloraré sobre su cuerpo y ya no podré pedirle perdón. No quiero atormentarme con eso ahora.
Y sin embargo, soy capaz de sentir que Cyrano viene disparado hacia donde estamos. Daven y yo tenemos que acelerar nuestro recorrido, pero casi parece imposible. Él es más rápido que ambos, de eso no cabe duda. Las gélidas temperaturas del agua chocan contra mi piel y solamente puedo pensar en lo terrible que la debe estar pasando Eyra en este camino. He hecho una burbuja de aire alrededor de ella y Daven pero no sé si eso basta para resguardarla del frío del agua, especialmente porque sigue herida. Sé que está llorando, de reojo la veo hacerlo. Eso solo hace que mi corazón duela más y más. Uso toda la fuerza y toda la determinación de mi cerebro para impulsarme más hacia adelante y darle un empujón a la burbuja de aire cuando estamos a centímetros del portal de Asgard, haciendo que Daven y Eyra salgan disparados tan velozmente que ninguna descarga de energía pueda tocarlos.
Entonces, sin detenerme, vuelvo el cuerpo para descargar un par de ataques en dirección a Cyrano que consiguen retrasarlo un segundo. Así que me precipito por el enorme portal de Asgard, y contra todo pronóstico, no hay inconvenientes. No hay descargas eléctricas ni tampoco las corrientes mortales jalando mi cuerpo en todas las direcciones... solamente paso. Y aterrizo sobre el Bifrost, doblando las rodillas.
Me consigo con un desastre monumental, pero el rostro de Eisa es lo primero que veo. Sobre el dorso de su mano izquierda reluce una brillante piedra redonda de color dorado, cuando me ve, cierra la palma y resopla.
—No sabía si iba a funcionar pero sí —pestañea, sorprendida—. ¡Levántate, Crystal! ¡Yo llevaré a Eyra a la nave con los refugiados, tú y Daven ayuden a Thor, a Loki y a la Valquiria! ¡Ahora, Cyrano está subiendo y Hela está aquí! ¡Solo tenemos minutos!
Todo lo que mi cerebro procesa es que Eyra estará en un lugar seguro y debo ayudar a Thor.
—¿Cómo...?
—Una de las piedras de Althea —señala su mano—. Esto no va a retener a Cyrano por siempre, ¡Apresúrate!
Sacudo la cabeza antes de verla sacarle a Eyra de los brazos a Daven y lanzarse hacia la enorme nave azulada que ahora mora sobre el Bifrost.
Echo un vistazo al puente y veo que las cosas están peor de lo que estaban allá abajo. El pueblo de Asgard está luchando honorablemente contra lo que me parece un ejército. Echo a correr, pasando en medio de los esqueletos al tiempo que uso el agua debajo del Bifrost para deshacerme de ellos. Esto es mucho más sencillo que enfrentarse a Cyrano, sin duda. Termino detenida junto a Loki, sacándole de encima a un par de soldados con una descarga de agua.
—¿No te parece que llegas tarde, sirena? —inquiere con socarronería, alzando una ceja.
Niego con la cabeza.
—Justo a tiempo para salvar tu mentiroso trasero.
Loki me sonríe sin mostrar los dientes, pero entonces algo más nos interrumpe.
Todo el cielo de Asgard se nubla, y acompañado a eso viene el claro sonido de un trueno. Una serie de relámpagos brillantes y mortales caen a plomo desde el cielo, y se estrellan contra el dorado palacio, iluminando todo frente a nuestros ojos. Junto a mí, Loki sonríe, y yo no puedo evitar hacer lo mismo. Ambos sabemos qué significa eso. Y cuando Thor cae también desde el cielo, envuelto en una ráfaga de relámpagos incesante, la pelea se desata de nuevo. Nos ponemos en movimiento, ninguno se queda atrás cuando nos enfrentamos al que supongo e intuyo es el ejército de Hela. Para mi propia fortuna, estamos justo encima del agua, así que eso es lo que utilizo para deshacerme de todo lo que se me acerque.
Un par de minutos después, la oleada baja. Respiro con dificultad cuando Loki me toma del brazo y me hace mover en dirección a Thor, que camina hacia nosotros.
—Llegas tarde —le dice el rubio a Loki, tomando aire. Entonces repara en mí—: ¡Sirena, por Odín...! ¿Qué te pasó?
Entonces sí me veo terrible.
Niego con la cabeza y le sonrío con desgana, tratando de hacerlo sentir tranquilo, pero no sé qué tanto sirva eso. No puedo decirle ahora lo que sucedió con Eyra y con mi madre y... ¡Oh, carajo, ha perdido un ojo!
Loki resopla.
—Perdiste un ojo —señala.
—¿¡Eso te lo hizo ella!? —exclamo, medio ahogada—. ¡Voy a...
—No hemos terminado —masculla la Valquiria, pasándonos por un lado de forma veloz. Daven está pisándole los talones de la misma manera.
El puente ha quedado casi vacío, solamente recubierto por los rescoldos del desastre. Ahora solo estamos nosotros cinco sobre él, pero más pronto que tarde se añaden dos personas más al encuentro.
No veía a Hela desde la muerte de Odín, y detesto lo familiar que me resulta. Flanqueando siniestramente detrás de ella, ahora también está Cyrano. Me sorprende la sincronía con la que caminan ambos, como si no se involucraran en sus intereses pero, aún así, trabajaran por ello. Se están reencontrando después de milenios e igual que en el pasado, están dejando una ola de caos y sangre a su paso.
Siento la mano de Thor posarse en la parte baja de mi espalda, como si inconscientemente estuviera tratando de hacerme a un lado y alejarme de esto. No, ahora no. Aún estamos respirando pesadamente y aún siento el cuerpo entumecido, pero no tenemos a dónde huir. Esto es. Aquí, la muerte y la destrucción se detienen frente a nuestros ojos. Aquí es donde termina. El universo jamás había visto a un par tan peligroso juntos, y veo de forma muy difícil que alguno de nosotros pueda contra ellos, ni siquiera unidos. Mostramos un frente fuerte, pero eso no es suficiente. Necesitamos más.
—Creo que hay que disolver los Revengadores —le dice Thor a la Valquiria.
—Los hijos de Talea mueren por su propia mano. Crystal, sácale la espada de la armadura y apuñala a tu padre con eso, bastará —ordena Loki, y entonces agrega—: Thor, dale con un relámpago a Hela.
Tanto el rubio como yo volvemos el rostro bruscamente hacia él.
—¿¡De verdad te parece que me va a dejar acercarme a él!? ¿¡Crees que no lo intenté ya!? —le siseo entre dientes.
—¡La golpeé con el relámpago más grande en la historia de los relámpagos y no le hizo nada! —chilló Thor, ofendido.
Hela y Cyrano avanzan con pasos precisos y contundentes hacia nosotros.
—Hay que retenerla hasta que todos entren —nos recuerda la Valquiria.
Daven suelta un gruñido bajo.
—Eso no hace ninguna diferencia.
—Porque no terminará aquí —Thor está de acuerdo—. Mientras más tiempo Hela esté en Asgard, más poderosa es, y ahora Cyrano volvió. Nos perseguirán a todos. Hay que detenerla aquí y ahora.
—Entonces, ¿qué hacemos? —pregunta la Valquiria.
—No haré el «ayúdame» —se apresura a responder Loki.
Una idea bastante precipitada me cruza la cabeza. Rememoro rápidamente toda la historia de Cyrano y el motivo por el que, en todas las versiones, yo terminé en Oquaheim: para mantenerme alejada del agua. Y si yo no tengo mi tiara, automáticamente estoy lejos. Si yo no tengo poderes él también se debilita, por eso Althea me tuvo con Ezio, para que Cyrano no tuviera fuerza.
Ja.
—Loki —lo llamo. Él se vuelve a verme con el ceño fruncido—, toma mi tiara. Llévatela lo más lejos de aquí que puedas.
El pelinegro pestañea.
—¿Qué?
—Crystal —alarga Thor—. Sirena, te necesito aquí, si te quedas sin tus poderes...
—Cyrano me necesita porque yo tengo el poder que le hace falta, si no tengo mi tiara él también pierde fuerza. Yo no tendré mis poderes y él será más débil —les explico.
Aguardo por un grito de histeria proveniente de Thor, espero a Loki decirme que soy una dramática... pero solo obtengo silencio. Mi loca idea no es tan loca después de todo si la están considerando. Y sé que es riesgoso. Sé que si Hela o Cyrano me atacan mientras no tenga mi tiara será algo mortal y no habrá agua en el universo capaz de sanarme. Estoy consciente de los riesgos, pero eso no me hace menos dispuesta a correrlos. Ya he perdido mucho y no quiero seguir haciéndolo. No puedo dejar que mi hija crezca sabiendo que Cyrano sigue con vida. No puedo dejar que la muerte de mi madre haya sido en vano. Simplemente no puedo dejar que más personas se sacrifiquen mientras que a mí no me pasa nada.
Mi temor más grande siempre ha sido quedarme sola, y esta vez, en esta lucha, sé que no lo estoy. No tengo nada a qué temer ahora. Thor está a mi lado, Loki también, Eyra estará a salvo... Todo va a estar bien.
Thor avanza lánguidamente hacia adelante, vuelve el rostro para ver al pueblo de Asgard aún subiendo a la nave de escape y se le escapa una exhalación profunda.
—Asgard no es un lugar, es su gente —murmura, y entonces se acelera—: Loki, esto nunca fue acerca de detener el Ragnarok. Es sobre causar el Ragnarok. La corona de Surtur, en la bóveda...
Abro los ojos como platos.
—Azariel ya se perdió —les digo, a lo que todos me miran con asombro—. ¿Quieres perder Asgard también?
—Es la única manera —contesta Thor con pesar.
Una expresión indescriptible recorre las facciones de Loki.
—Una acción tenaz, hermano. Incluso para mí.
Y así mismo se inclina hacia adelante y me arranca la tiara de la cabeza de un tirón, listo para salir corriendo lejos de ahí.
No pasa ni un segundo cuando siento las manos de Thor echarme hacia atrás.
—Ve a la nave, sirena —me indica. Yo niego con la cabeza.
—No voy a dejarte aquí.
Sé que eso no le gusta, pero tampoco es como si le estoy dejando una opción. No hay tiempo para dudar.
—¿Empezamos? —pregunta entonces.
Daven asiente, al igual que la Valquiria.
—Después de ti.
Ya sé que estoy jodida, pero aún así me precipito hacia adelante. Mientras que Thor y la Valquiria arremeten contra Hela, es Daven el primero que atesta un golpe seco contra el pecho de Cyrano. Tomo una de las espadas que han sido dejadas sobre el suelo y es lo que uso para defenderme y atacar. Trato de hacer lo más que pueda sin mi tiara, y al menos estoy resistiendo. Todavía sé cómo luchar, porque esas cosas no se olvidan.
Cyrano está a centímetros de acercarse a mí, pero Thor me lo saca de encima con un relámpago voraz. Daven y la Valquiria están dando una pelea fuerte contra Hela, pero ella ni siquiera se inmuta. Es como si nada la estuviese tocando. Si lo de Surtur no funciona, ¿qué oportunidad tenemos contra Hela y Cyrano juntos? ¿Ninguna? Escucho a Thor gritar que se vaya la nave con los refugiados y mi mente solo imagina a Eyra. Ella va a estar bien, ella va a estar bien, me repito incesantemente.
Siento algo caliente en mi costado derecho que me hace jadear, así que tomo consciencia de que Cyrano me tiene tomada por el cuello. Me pega a su pecho, quedando a espaldas de él, y empieza a presionar para dejarme sin aire. A lo lejos veo a los tres restantes demasiado ocupados con Hela como para sacármelo de encima.
—Pensé que yo era la persona más necia del universo, pero tú sin duda me has ganado —masculla en mi oído—. ¿Eso era lo que querías, Crystal? ¿Ver a todos los que te importan morir? Porque te prometo que los voy a asesinar a todos, no voy a dejar a ninguno vivo, y te prometo que te haré verlo todo. ¿Crees que quitarte la tiara hará la diferencia? Yo soy más fuerte que tú y nadie puede detenerme, ni siquiera ellos. Nadie.
Me zarandea con brusquedad y acaba alzándome en el aire. Empiezo a mover los pies cuando siento que el aire se me está acabando. Aprieto con todas mis fuerzas el orillo del antebrazo de su armadura. Tengo que arrancarlo.
—Eres débil —fanfarronea—. ¿Por qué no dejas ir toda tu ira, toda la violencia que reside en ti? Déjalo todo ir y quizás, solo quizás, seas un oponente formidable para mí. Ahora sólo eres una princesa desamparada, sin poderes y sin nadie que la salve.
No. No quiero dejar ir todos mis poderes si eso significa ser consumida por una ola interminable de ira y deseos violentos. No quiero hacerlo, me niego a hacerlo. Yo no soy él, y si para evitarlo debo retener con toda la fuerza de mi alma ese poder en mi interior, eso es lo que voy a hacer. No pienso dejarlo ganar. Afinco más mis dedos sobre la orilla de la armadura y jalo, arrancando un pedazo filoso.
Se lo clavo en el cuello.
—Hablas... demasiado —farfullo, comenzando a toser espantosamente y cayendo de bruces al suelo.
Un par de manos me ayudan a ponerme de pie, y enseguida noto que es Daven. Otro relámpago se estrella contra el cuerpo de Cyrano y entonces Hela también se acerca.
—¡Ya basta, Hela! —dice Thor—. ¿Quieres Asgard? Es tuyo.
La Diosa de la Muerte entrecierra los ojos.
—No importa a qué juegues, no funcionará.
Thor abre los brazos con aire exasperado.
—¿En serio? ¿No te detienes ni siquiera por tu compañero? —señala con la cabeza a Cyrano, que sigue aturdido por el filo en su cuello y el relámpago que le acaban de propinar.
Hela rueda los ojos.
—Es una lástima que no lo hayan asesinado aún, me dejan todo el trabajo a mí —refunfuña—. Pero ustedes tampoco pueden detenerme.
Thor se tambalea.
—No, lo sé —traga saliva—, pero él sí puede.
Y es allí cuando el palacio de Asgard estalla, y Surtur hace acto de presencia.
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