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01 ━━━ Origins.

━━━ ❛ FIMBULVETR I ❜ ━━━

⠀⠀⠀⠀⠀⠀Mis ojos recorren con cautela el espacio que separa mi mano de la puerta. Sólo basta un pequeño empujón para que ésta se abra y me revele lo que hay dentro, pero no hay necesidad de eso; yo ya estoy enterada de lo que sucede dentro de la habitación. Sin embargo, por mucho que me gustaría no interrumpir semejante momento, no puedo hacerlo. La Reina Layland de Oquaheim viene subiendo, ansiosa de ver a su hijo después de ese viaje largo que se echó hasta Xandar hace unos días. Estoy segura de que se va a morir de la impresión si encuentra a su hijo de esta manera, así que sin pensarlo más, empujo la gran puerta de oro.

Mi postura se mantiene rígida cuando los ojos de Ezio, mi prometido, me observan con asombro, y una evidente molestia destella sobre su color azul. No hago ni el mínimo esfuerzo por mostrar algún tipo de emoción en mis facciones, porque aquello no me causa nada en absoluto. Ver a mi futuro esposo en la cama con otra mujer no me afecta menos que mirar cómo me sirven el desayuno.

—Lamento interrumpir tu intento de procreación, mi amor —suelto, con el sarcasmo quemándome la punta de la lengua—. Tu madre viene subiendo, ya volvió de Vanahiem. Dudo que le agrade encontrarte en la cama de Lea. Vístete y encuéntrame en la sala de trono.

Ezio me mira con ojos desorbitados por la incredulidad y se tapa con la sábana, cosa que me parece un poco tardía. Lea, la muchacha de piel morena me mira con algo más que sólo sorpresa en sus ojos, soy capaz de percibir algo más allá; ella me tiene miedo. La realización de eso me hace gracia, y me resulta estúpida e innecesaria, si realmente me tuviera miedo no estaría en la cama con Ezio todos los días. Pero aquello no es mi problema a menos que mis futuros suegros estén cerca, así que no me importa para nada.

—L-Lady C-Crystal —balbucea Lea, con una expresión lívida en el rostro. Me cruzo de brazos e ignoro la mirada de la muchacha, clavando los ojos en Ezio.

—Ahora —mascullo, con acritud. Procedo a girar sobre mis talones y a abandonar la habitación de una buena vez.

Mientras camino en dirección a la sala de trono me doy cuenta de que esa intervención inoportuna me va a costar algo más tarde. Estoy segura de que Ezio no dejará pasar la oportunidad de recriminarme acerca de lo que acabo de hacer, y la perspectiva me da escalofrío de inmediato. Con un acceso de náuseas, me sostengo del barandal de las escaleras. De esa no me voy a librar, lo sé perfectamente, y me va a costar muchísimo. Me quedo petrificada al borde de las escaleras por más tiempo del que es recomendable. Como me sucedía con mucha frecuencia, me es imposible no quedarme pensando de más en todo lo que se ha convertido mi vida y en lo mucho que estaño ser una niña libre y feliz.

Decididamente teatral, como ven.

La primera vez que llegué a Oquaheim era tan sólo una niña indefensa y curiosa que fue arrastrada por su madre por razones desconocidas, inciertas y emocionantes. A esa edad todo parece una buena idea. No obstante, ser la pieza clave en los movimientos previamente meditados de los que me preceden me ha costado demasiado hasta el día de hoy. Mi esperada llegada al reino de los océanos, ese hermoso planeta que estaba en el linde de los Nueve Mundos de Odín, y que estaba rodeado por increíbles mares y abundante vegetación, no era más que una página escrita y dictada por el Padre de Todo, que se hallaba en proceso de establecer un tratado de paz con el Rey Egan de Oquaheim. El Rey Egan quería algo que asegurara la estabilidad entre ambos mundos, algo que fuera lo suficientemente inquebrantable como para que ninguna laguna quedara al aire. Un matrimonio que pudiera unir los dos reinos, vaya novedad. La idea les pareció apropiada, justa, pero supongo que ninguno llegó a contar con que las partes involucradas para realizar ese trabajo tuvieran una relación tan deplorable como la que teníamos el heredero al trono de Oquaheim y yo.

Odín tenía su paz, Egan su tratado justo, y Ezio tenía una futura reina consorte asgardiana y noble... ¿Pero a qué precio? Es un horrible chiste que nadie nunca se hubiera detenido a pensar en mí, pero, de nuevo, yo tampoco pensaba en ello. La imposibilidad de ser completamente libre se presenta más en forma de resignación que en una protesta descabellada. Te cansas lo suficiente como para siquiera sentir lástima de ti misma. 

—Lady Crystal, ¿se encuentra bien? —me llaman desde el inicio de las escaleras. Levanto la cabeza, encontrándome con uno de los muchachos que trabajan en el palacio. Asiento con lentitud, esforzándome por esbozar una tenue y débil sonrisa hacia él.

—Sí, Niels, no te preocupes. ¿La Reina Layland ya arribó al palacio?

—Sí, Lady Crystal —me sonríe con amabilidad, señalando con la cabeza la puerta de la sala de trono—. La Reina Layland espera por usted y por el Príncipe Ezio.

—Iré de inmediato —murmuro, terminando de bajar las escaleras y encaminándome hasta el encuentro con mi futura suegra.

Siento como si mis piernas comenzaran a temblarme, como si mis huesos se convirtieran en hule en cuanto mis ojos recorren la sala y me encuentro de frente con Ezio y su madre. Layland me sonríe con amenidad, con gentileza, con ese brillo maternal destellando en sus bonitos ojos castaños. Su hijo, por otro lado, me mira sin ningún tipo de expresión en el rostro, y ese es el momento en el que sé que estoy jodida. Pero realmente no me sorprendo, no me asombro, pues yo sé que este es el resultado. No esperé ninguno diferente, tampoco esperé una salvación mágica. Como siempre, aguantaría el diluvio que se me iba a venir encima, y caminaría tranquila al final del mismo, como si nada hubiese pasado.

—¡Crystal, querida! —exclama Layland con entusiasmo, acercándose hasta donde estoy y abrazándome con dulzura—. Volví volando de Vanahiem para que por fin podamos concluir los preparativos de la boda. No quiero que siga pasando más tiempo —dice, alejándose un poco y estirando la mano para acariciar la mejilla de su hijo—. No me hago más joven, y me muero por verlos casados de una buena vez.

—Lo haremos, madre —responde Ezio, clavándome la vista. De pronto siento que me cuesta respirar bien, así que muevo la cabeza en otra dirección, rehuyéndole a su mirada—. Crystal está tan emocionada como yo por la boda, ¿no es así, mi amor?

Trago saliva, presa de un vértigo repentino.

—Por supuesto —musito, sin mucho ánimo en mi voz. Layland suelta un suspiro.

—¿Cómo te encuentras hoy, mi niña?

Asustada, medio asfixiada...

—Bien.

Los ojos de Layland me escrutan con disimulo, dulces pero severos. No soy capaz de sostenerle la mirada, prefiero clavar la vista en el suelo o en la pared, y es lo que hago. No pasa mucho tiempo en el que nos encontrábamos con ella, más pronto de lo que espero se despide diciendo que quiere descansar. El momento que temo llega, y me es imposible no querer gritar. La sala se vacía en un santiamén ante la orden de Ezio, y el príncipe me observa en silencio por un minuto que se me hace un año. Sus ojos azules me perforan, me acorralan, y en esta ocasión no soy lo suficientemente valiente como para girar la atención a otro lado. Me quedo pasmada ante la desesperación que me causa su mirada, y él lo nota de inmediato. Acorta la distancia entre nosotros, camina con lentitud, como un animal que caza a su presa. Tan pronto como llega frente a mí, se detiene. Alza una mano hasta mi mejilla derecha y la acaricia, una y otra vez. Entonces, acerca su rostro al mío y deposita un casto beso sobre mis labios, pero no se separa por completo, se queda a una mínima distancia de mí. Tan mínima que soy capaz de sentir su aliento contra mi rostro, y la sensación me da escalofríos.

—Mi amor —comienza, en voz baja. De inmediato me estremezco—. ¿Qué te he dicho acerca de interrumpirme cuando estoy con Lea?

—Tu madre venía subiendo, ¿qué opción tenía? —respondo, fingiendo desinterés.

—Siempre hay una opción, Crystal —murmura, negando con la cabeza—. ¿Por qué siempre escoges la que termina mal para ti?

Insuflo los pulmones de aire antes de contestar.

—Siempre termina de la misma manera, no importa que opción tome. Lo que yo haga no alterará el hecho de que estás al borde de la locura. No tienes ningún tipo de raciocino en esa malcriada cabeza tuya.

Tan pronto como las palabras dejan mi boca, lo próximo que siento es un golpe demoledor que se estrella contra mi rostro, haciéndome tambalear. El impacto me duele, me arde, pero soy incapaz de tocarme el área afectada o siquiera reaccionar ante eso. La rutina hace acto de presencia una vez más.

—¿Ya lo ves? —mascullo, con un inevitable tono irónico en mis palabras. Ezio me mira con ojos desorbitados por la ira y da una zancada hacia mí.

—Yo voy a ser tu esposo, Crystal —repone entre dientes, tomándome del brazo y apretando con muchísima fuerza. Siento sus uñas clavarse sobre mi piel, y estoy segura de que he comenzado a sangrar—. Estamos atados hasta el final de los tiempos, y no hay nada, ni nadie, que pueda cambiar eso. Estamos destinados, querida mía. Hay que disfrutar los días mientras aún tengamos vida.

Mi expresión se acera.

—Te tengo noticias, querido: nunca los he disfrutado.

Otro golpazo contra mi rostro, y esta vez jadeo, pues ha sido mucho más fuerte que el primero. No me suelta el brazo tampoco, aprieta con más fuerza sobre él y tengo que morderme el labio para no aullar de dolor.

Deja que los dioses decidan, es lo que te dicen desde que naces hasta que pereces. Desde antes de que seas consciente te arrebatan la posibilidad de elegir, y antes de que te des cuenta estás demasiado hundida en el vitriolo de alguien más como para siquiera intentar protestar.


👩🏻‍🦰  👩🏻‍🦰  👩🏻‍🦰


Cuando cae la noche mi cabeza divaga.

El deseo de volver a Asgard me quema el pecho, pero es imposible e improbable que pueda hacerlo. Sé que Heimdall me está viendo, sé que puede verme sufrir, sé que siempre ha podido hacerlo, y si aún con eso nadie ha venido a ayudarme, entonces no debo guardar ninguna esperanza de que algo pueda cambiar. Condenada a cargar con una responsabilidad que ni siquiera es mía...

Levanto las piernas, sentada en la orilla de una de las rocas que estaba cerca de la cascada del palacio, y se me escapa un suspiro al hacerlo. La herida de mi brazo aún no se cicatriza, los golpes de mi cara me duelen con furia y mi espíritu está altamente aplastado. Me siento como un blando fideo mojado y desgastado, y esa no es una manera agradable de sentirse. Yo no debería estar pensando en Asgard, o en su vigilante, o en nada en realidad. Ni siquiera en mi abnegada progenitora. Yo no debería estar pensando en absoluto. Porque la parte desagradable de ponerte a pensar es que la mayoría del tiempo no termina bien. Nunca acabas aliviado por el tornado de posibilidades que tejen las Nornas para nosotros, la perspectiva de morar entre las ramas del Yggdrasil no te hace sentir. Siempre termina mal, peor.

Siempre te sientes más miserable de lo que ya eres. 

—¿Llorando desde ya? Dale un poco más de tiempo a tu futuro esposo —suspiran detrás de mí—. Crystal, ¿qué haces apoltronada en una piedra? Eres una princesa, ten algo de clase. O al menos pretende que la tienes.

Me entumezco de inmediato, sin poder evitarlo, pero cuando reparo en el propietario de tan pintoresco comentario todo lo que puedo hacer es sonreír.

—Yo no lloro.

Loki, el dios del engaño, alza una ceja suspicaz a pocos metros de mí.

—Es lo que dices, pero de todas maneras, ¿no deberíamos asesinarlo? —pregunta. No hay manera de averiguar si bromea o es todo lo contrario—. Oquaheim no es mi opción ideal pero podría reinar sin problemas aquí.

—Primero, estás desequilibrado, segundo, eres un criminal aquí y en todos los mundos. Ten algo de clase —respondo, autosatisfecha.

Loki resolla.

—¿Entonces yo no puedo reinar pero se supone que tú ? —recalca la última palabra con intención de que yo sea consciente de lo que se refiere. No es para nada tonto, en absoluto, y eso yo lo sé muy bien—: Mírate en un espejo, sirena. ¿Cuándo se volvió un lienzo tu rostro?

—El mismo día que tú trataste de asesinar a tu hermano.

Una sonrisa torcida deslumbra sobre sus labios.

—Tienes demasiado buen humor para ser una especie deplorable de damisela en apuros —repone sin dejar de sonreír—. Incluso podría decirte que te he echado de menos si no fueras tan detestable, Crystal.

—Aprendí del mejor —me encojo de hombros. Doy un salto fuera de la roca y suavizo mi expresión—. Estoy bien, en serio. Hace rato no te veía, ¿qué te trae de visita? ¿La vida de fugitivo se ha vuelto tediosa para ti?

Loki hace un ademán con la mano para desacreditar mi suposición.

—Solo quería ver a la radiante novia.

Suelto una carcajada ahogada y le lanzo una roca que estaba a mis pies. Loki la esquiva y me mira ofendido, como si no hubiera esperado esa reacción.

—Hijo de perra —lo señalo—, perdiste el derecho a hablar sobre mi matrimonio el día que decidiste traicionarme. 

—No tengo ni idea de qué me hablas —alega con falsa confusión. Lo miro—. Bueno, pero, ¿ahora te perturba lo que sucedió?

Pongo los ojos en blanco.

—¡No podía asesinar a Ezio durante el festival, y te lo dije! Tu oportuna jugarreta de plantar una daga en mi mano mientras lo abrazaba me metió en problemas. Así no es como voy a solucionar las cosas.

—Oh, por favor, Crystal, llora en mi hombro —se señala con el dedo índice, frunciendo los labios—. Siempre encuentras una excusa. Tú no quieres luchar de vuelta y lo único que has obtenido con eso lo tienes en la cara. Soy el dios del engaño, yo miento, yo engaño, a mí no me mienten ni me engañan.

Ruedo los ojos.

—Yo no me daría tanto crédito si fuera tú.

—¡No me lo saques en cara, Crystal! Estamos hablando de ti.

Suelto un bufido y sigo con la mirada sus movimientos. Comienza a caminar por encima de las rocas pequeñas, con la intención de llegar hasta la más grande y alta que es donde me encuentro. Al hacerlo, se sienta a mi lado. Sus músculos se relajan un poco, pero el semblante serio no se borra de su rostro.

—Crystal...

—Lamento haberte lanzado la roca —me apresuro a interrumpirlo, en medio de un suspiro corto—. Sé que te consterna esto.

—Me consterna que no quieras aceptar mi opción —masculla entre dientes.

Niego con la cabeza y clavo los ojos en el frente. Claro, su opción es bastante buena si acaso lo que queremos es desatar una guerra milenaria.

—Mi boda es en una semana, cuando eso suceda será el fin de todo. Esto... Esto es lo único que yo conozco, Loki. Mírate a ti, y luego mírame a mí. Míranos a ambos —inhalo. Una risa atragantada y dolorosa choca contra mis cuerdas vocales al hacerlo—. Ninguno de los dos tuvo la vida dorada que se suponía que tuviéramos, por razones completamente diferentes. Las tuyas no las aliento, pero yo desconozco el trasfondo de las mías. Incluso aunque quisiera irme no puedo hacerlo. Esto me sobrepasa.

Loki me pone una mano en el hombro.

—Si te saco de aquí ahora, no tengo dónde refugiarte. Conoces mi situación y tu partida sería tomada como una traición de Odín a Egan. Ahora, tenemos dos opciones. La primera es que subas al altar y te proclames reina consorte de Oquaheim, logres el acuerdo con Asgard y luego, te juro, Crystal Cyrenesdottir, que yo mismo asesino a Ezio. No van a haber represalias contra ti si tu esposo muere inesperadamente por una enfermedad incurable.

—Trágico, justo tu estilo —comento en voz bajita. Él se ríe un poco.

—La otra opción puede ser incluso mejor, aunque me cueste mucho admitirlo.

—¿Por qué?

Giro el rostro un poco en su dirección, y lo veo torcer el gesto. Esa expresión me dice que nada bueno va a salir de su boca y de inmediato me arrepiento sin saber qué está a punto de decir.

—Quizás si le dices a Thor...

Una estruendosa risa sarcástica sale de mis labios en el momento exacto para interrumpirlo. Aquello tiene que ser una jodida broma. ¿En serio él? ¿De todas las personas en el mundo? ¿Y desde cuándo Loki lo sugiere como ayuda?

—Ay, por Odín —contesto—. ¿ acabas de nombrar a Thor? ¿?

Loki tuerce los ojos.

—No me agrada menos que a ti, créeme, pero tú necesitas una solución para salir de aquí y aunque odie admitirlo, mi hermano es una muy viable oportunidad para lograrlo.

—¡Es demencia! —resoplo—. Thor Odinson no va a nadar contra la corriente de su padre, eso lo sabes. Loki, encuentro muy improbable que el dios del trueno pueda ser de ayuda para mí. ¿Y por qué demonios dices que tengo que decírselo yo? Si tanto te interesa dile tú.

El pelinegro se rasca la nuca.

—Bueno...

—¿Bueno?

Tomo una bocanada de aire y me niego a mirarlo.

—Puede o no puede ser que Thor crea que estoy muerto, así que... Yo no puedo decirle —termina diciendo.

Un gritito inarticulado sale de mis labios, y de manera instintiva me cubro el rostro con las manos. Los moretones me duelen al hacerlo, así que suelto un quejido y me incorporo sobre la roca.

—¿¡De verdad!? ¿¡Otra vez, Loki!? —le medio gruño ante eso. Él se encoge de hombros.

—Sí, bueno, la situación lo ameritaba —responde—. No puedes culparme.

—Es un patrón, ya deja de hacerlo. ¿Cuándo pasó? ¿Antes o después de lo de los Elfos Oscuros?

—Durante, más bien —musita—. No lo veo desde entonces. Y sé que tu corazón de niña pequeña duele porque mi hermano nunca te vino a ver, pero quiérete un poco, Crystal. Thor tiene el poder, la fuerza, y estoy seguro de que tendrá la voluntad para ponerle fin a esta sociedad endemoniada. De hecho, debiste haber considerado esa opción años atrás.

—No —lo apunto con el dedo—. Tú no puedes juzgar lo que hice o lo no. 

Sin querer, toca una fibra sensible de mi corazón arrugado. Es una tontería, me digo a mí misma. Han pasado años y con esos años han venido muchas cosas malas para mí, pero buenas para él. No lo he visto, claro que no, pero sí he escuchado. Todo el mundo habla del legítimo hijo de Odín y de sus hazañas. Apenas soy capaz de recordar su rostro de niño, apenas puedo idealizar cómo se verá ahora, pues la perspectiva me conmociona. Realmente no quiero verlo, al menos no así, no de esta manera. No cuando yo estoy tan vulnerable.

—No voy a depositar mis esperanzas en Thor y realmente espero que tú tampoco lo hagas —murmuro, con pesar—. Sólo tengo que resistir un poco más, lo suficiente como para...

Loki me interrumpe.

—¿Por qué prefieres soportar en lugar de defenderte, Crystal?

Le sonrió sin mostrar los dientes, esforzándome por poner un poco de ánimo en mi rostro, pero fallo en el intento. Estiró mi mano hacia él y tomo la suya, dándole un apretón suave.

—Nosotros nacimos para algo, y quizás tú fuiste lo suficientemente valiente como para salirte del sendero que te impusieron, pero yo no puedo hacerlo. Hay cosas que no podemos cambiar.

Leo en los ojos de Loki que no le gusta mi respuesta, y está a punto de discutirme eso, pero prefiere guardar silencio durante un minuto. En ese lapso de tiempo, ninguno dice nada. Me perturba el toque gris con el que se ha teñido el ambiente, pero estoy tan acostumbrada al toque de tristeza que no hago ni el mínimo esfuerzo para cambiarlo. Al final, mi amigo me sacude el hombro con suavidad.

—No eres tan detestable, Crystal.

—Ya lo sé.


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