Capítulo 47
Aria.
Cuatro meses.
Cuatro meses para graduarme.
Cuatro meses para escapar de aquí.
Cuatro meses para vivir mi nueva vida.
Las vacaciones de navidad han terminado y la realidad me azota en la cara al volver a la rutina.
Estoy en el instituto, más concretamente sentada en la oficina del director. Me han citado para hablar de mi nueva situación, aquella que les plantee a finales del año pasado.
—Señorita Barnett, hemos estudiado su propuesta y dado el estado especial de su caso, vamos a concederle poder estudiar desde casa —asiento—. Tendrá que venir al centro todos los miércoles y los viernes para tutorías y a todos los exámenes de forma presencial.
—Muy bien, señor.
—Todos estos documentos los tiene que firmar su padre para poder proceder como es debido —me entrega una carpeta roja—. Una vez me los haya traído estará todo listo.
Asiento con la cabeza. Obviamente yo firmaré los papeles, llevo haciéndolo desde hace unos tres años de forma regular de manera que no va a enterarse y cuando lo haga ya seré mayor de edad y no harían falta dichos documentos con su firma.
—Otra cosa —se alisa la corbata negra y cruza los dedos por encima de la mesa—. Hemos visto su expediente y ha dejado usted todas las actividades extraescolares de este año.
—Si, ha sido un año difícil. Y adaptarme a mi nueva situación ha sido complicado.
—Lo entendemos, pero al no participar en nada tiene que tener en cuenta que eso la dejará fuera de las universidades a las que iba a presentar la solicitud —enderezo la espalda en la silla—. A finales del curso pasado, usted informó al equipo de orientación que pretendía mandar solicitud a Yale, Harvard, Princeton y Columbia. Debo comunicarle que sus opciones se han reducido debido al bajo nivel extra académico que tiene este año.
—Lo sé, enviaré las solicitudes a otras universidades, aunque sean menos elitistas. Soy consciente de ello. Además, voy a mudarme pronto a otra ciudad y entonces miraré la que más me convenga según el estado en el que viva.
Repasa más informes y carpetas y me aconseja ver a la orientadora de nuevo.
Los silencios que se producen entre las conversaciones son de lo más incomodos, porque no deja de mirarme de la misma manera que hacen todos en este lugar.
No quiero que me tengan pena, ni sientan lástima por mí. Lo único que yo necesito es que no me pongan piedras en el camino para poder sacar mis estudios y mi título.
Nos despedimos y me da permiso para volver a las clases. No he visto a mi amigo en toda la mañana porque no hemos coincidido en ninguna clase aún.
Lo encuentro en la cafetería, en la mesa de siempre. Y con la cara más amargada del mundo.
—Hola —digo de forma animada—. ¿Qué tal las vacaciones? —pregunto.
—Hola muñeca —me sonríe con una sonrisa algo traviesa—. Visité mi país y las pasé con la familia. ¿Qué tal tú?
—Geniales. También las pasé en familia.
Me mira con los ojos entrecerrados durante un largo rato en el que no dice nada.
—¿Qué pasa?
—Pensé que no te llevabas bien con tu padre —se encoge de hombros, pero está esperando una explicación, se lo noto en los ojos que no dejan de mirarme con intensidad.
—¡Oh, dios no! A mi padre lo quiero a millas de distancia —suelto una carcajada y él endurece su expresión—. Mi familia la de verdad. Me refiero a mi novio —le explico. Ya le he hablado antes de él y siento una vibra rara cada vez que esta conversación se produce, por eso no suelo hacerlo muy a menudo.
Su silencio por largos minutos me pone nerviosa y al final termina dejándome ahí y yéndose con una despedida forzada.
***
El resto de la semana, incluso del mes, ha sido muy productivo.
No creía que estudiar desde casa fuese a rentarme tanto. Tengo un buen sistema de estudios y con todo lo que ya llevaba de adelanto y lo mucho que estoy avanzando ahora con las materias no voy a tener problema en aprobar sin necesidad de asistir a las clases presenciales.
Varias ventajas me acompañan, como, por ejemplo: que no pierdo el tiempo en el transporte, ni tampoco entre clase y clase y no tengo que levantarme tan temprano para ir allí. Lo que me produce una gran satisfacción personal.
Por otro lado, he acompañado a las chicas a su colegio para que Rick pueda empezar antes a trabajar y así llegar todos al mismo tiempo para la hora de comer. Y tener el resto del día libre para pasarlo en familia.
No habíamos estado tantos días seguidos juntos antes, ni durante tanto tiempo como en el mes de diciembre. Aprovechamos esos días para conocernos mucho más, hemos hablado de nuestros pasados, nuestros padres, pero, sobre todo, del futuro.
He aprendido a cocinar muchos de los platos que más nos gustan durante estas vacaciones, porque Rick me ha enseñado. También he aprovechado para hacer un poco de deporte porque tengo una pésima resistencia y bueno, ahora que hago mucho ejercicio y piruetas por las noches, he decidido que debo hacer algo para no fatigarme tanto. Ahora subo y bajo las escaleras de mi edificio cuatro veces seguidas del tirón, todo un logro cuando la primera semana solo podía hacerlo una vez. Y teniendo en cuenta que vivimos en un tercer piso estoy muy orgullosa por eso. Además de las piernas tan fuertes y definidas que se me están poniendo.
Falta poco para mi cumpleaños. Por fin el gran día va a llegar y ser mayor de edad ya no será un problema en muchos aspectos de mi vida.
Ya no tendré que depender de mi padre ante nada.
Ya no será un delito que Rick sea casi cuatro años mayor que yo.
Podré hacer y deshacer todo lo que quiera de mi vida, como vender mi coche. Votar. Abrir una cuenta en el banco. Todo, cualquier cosa, podré hacerlo sin contar con el permiso de mi progenitor.
El viernes por la mañana tengo las clases presenciales y la tutoría obligatoria. No he visto a Robert en todo el día, tampoco vino el miércoles y me siento un poco sola. Ha terminado la hora del almuerzo y todos los alumnos vuelven a sus aulas corriendo como locos, se nota que ha empezado la cuenta atrás y no se paran hacer tanto el idiota por los pasillos.
Hago tiempo en el baño para que el pasillo se quede despejado y estar unos minutos tranquila. Al salir voy a mi taquilla a dejar los libros antes de ir a la tutoría y así no pasearlos sin necesidad.
Me llevo un susto de muerte cuando al cerrar la puerta Robert está al otro lado. ¡Dios! Ha sido tan sigiloso que no lo he escuchado acercarse.
—Casi me da un infarto —gruño—. ¿Dónde estabas? he estado buscándote desde el miércoles.
—Tuve asuntos que organizar, he tenido que adelantar un viaje y me ha llevado varios días prepararlo como se debe.
—¡Oh! Vaya espero que no sea por nada grave —suspiro y le sonrío.
—No te preocup...
Es lo último que oigo cuando alguien desde atrás me sujeta y siento un trapo mojado y frío en mi cara mientras que con otra mano me tapan la boca, lo que hace que pierda todo el conocimiento de golpe.
Rick.
Trabajar en este nuevo horario es todo un lujo, puedo madrugar mucho más y trabajar más horas, lo que me permite poder salir justo para recoger a mis hermanas del colegio y tener el resto del día para estar con ellas tres.
El negocio del barrio lo complemento por las tardes y para la recogida de los paquetes ahora se encarga siempre Andy.
Es viernes. Mis hermanas han salido antes del colegio y estoy haciendo raviolis de carne para comer.
Ya estamos esperando a que salga Aria, y es raro porque hace veinte minutos que ya debería haber avisado que estaba de camino.
La llamo al móvil, porque algunas veces se ha retrasado alguna de sus clases y entonces ha perdido todas las combinaciones del transporte que tiene que coger para llegar a casa.
Pero lo tiene apagado.
«Mierda»
No me gusta. Siempre llama, incluso para tonterías, y últimamente también entre los minutos libres de sus clases, siempre me hace saber que está bien. Sabe lo importante que es para mí saber que viene de camino, sobre todo ahora, por las amenazas del miserable.
Empiezo a pensar lo peor. Lo que tanto he temido a lo largo de estos días... «no por favor» suplico al cielo ¡no joder!
Miro a mis hermanas que están esperando en sus sillas mientras ven dibujos en la tele ajenas a todo lo que estoy sintiendo en estos momentos.
El tiempo corre muy deprisa, y mi desesperación se hace cada vez más notable.
Una hora. Una hora en la que no se nada de ella. Una hora en la que ya debería de estar aquí.
—¿Cuánto falta para que Ariel llegue? Tenemos hambre.
—Empezar vosotras, yo la espero.
—No, la esperamos también —contesta mi hermana y se me cae el mundo a los pies.
—No pasa nada enanas, comer porque ha tenido un problema en el instituto y va a llegar tarde —miento.
Las dos asienten y les pongo su comida. Terminan, recojo sus platos y empiezan con sus deberes.
Tres horas desesperantes que no se nada de ella, que no enciende el móvil.
He llamado a los chicos, pero no pueden venir hasta dentro de dos horas para quedarse con mis hermanas.
Les hago la merienda y vuelven a preguntar por ella. Y yo no sé qué responder, se me acaban las excusas y la paciencia.
Por fin Hugo llega a casa y sin contarle nada salvo que no ha llegado y no tiene el teléfono encendido salgo corriendo hacia la comisaría.
Tardan lo que me parece un siglo en atenderme.
No hay nadie en recepción. Pasan diez minutos hasta que un oficial de policía se coloca detrás de un mostrador y me indica que hable.
—Quiero poner una denuncia por la desaparición de una chica —hablo con la voz acelerada, tengo la boca tan seca que me cuesta pronunciar las palabras.
—Un momento, espere aquí.
¡Venga ya! Pasan otros diez minutos hasta que llega otro oficial. Me indica que entre a una sala y ahí le cuento todo.
Le informo del día que estuvimos aquí los dos para denunciar el acoso que ella sufría, un asunto del que nunca nos llamaron para comentarnos novedades sobre el caso. Le cuento que hace horas que tenía que haber llegado a casa. Me preguntan por mi parentesco con ella, y un sinfín de cosas más.
—Tienes un largo historial aquí metido chico —dice mirando el ordenador y rascándose la barbilla con lentitud—. ¿Estás seguro de que no se ha ido por voluntad propia, sin decirte nada?
—¿Qué insinúa? —enfurezco y hablo más alto de lo que pretendía—. Es mi novia la que no ha llegado a casa, porque algún hijo de puta le ha hecho algo, y no soy yo, que estoy desesperado por no saber nada de ella y estoy aquí dando la cara.
Me siguen haciendo más preguntas, ahora por su familia, sus amistades dentro y fuera del instituto que es donde se supone que ha desaparecido porque nunca aviso de que salía de él, pero sí de que llegó.
Me hinchan los cojones con más preguntas y al final me mandan a casa porque hasta que no hablen con su padre no van a proceder a hacer nada. Lo que todavía me hierve más la sangre porque eso no me va a ayudar en nada.
Lleno de rabia vuelvo a casa, las niñas ya han cenado y Hugo está esperando a que llegue para ver qué coño ha pasado con Aria.
—Tío, están muy preocupadas, no he sabido que decirles —me dice en cuanto entro por la puerta de mi casa.
Asiento, sabiendo lo que me espera con ellas ahora. ¿Qué mierda les voy a decir? No puedo pensar. No tengo cabeza para nada más que no sea salir a buscarla yo mismo.
Me siento en el sofá con las manos escondiendo la cara intentando tranquilizarme para poder hablar. Hugo se sienta en la mesa pequeña enfrente de mí y espera a que diga algo.
—A desaparecido. No sé nada de ella desde que me llegó su mensaje, el que siempre me manda avisándome de que había llegado a su maldito instituto esta mañana —respiro hondo—. En la comisaría no harán nada hasta que no hablen con su padre, al ser menor de edad da igual que sea yo su novio o que viva conmigo desde hace más de tres meses... Me muero si le pasa algo, no pueden hacerle nada —levanto la mirada hacia mi amigo y me devuelve otra llena de rabia y mucho enfado.
—¿Qué puedo hacer?
—Voy a buscarla. No puedo quedarme cruzado de brazos, siento que he perdido el tiempo en la comisaría porque no harán nada —me aprieto el puente de la nariz y respiro hondo—. ¿Puedes quedarte con ellas? No sé cuándo voy a volver —me levanto para ir a la cocina a beber agua. Que ni eso me pasa por la garganta.
—No tienes que preguntarlo, pero ves y habla con ellas antes o no se van a poder dormir.
Asiento, porque lleva razón. Tomo varios suspiros profundos antes de entrar a su habitación.
—Enanas —me siento en la cama de Nora y las dos se me echan encima.
—¿Dónde está Ariel? —me miran con los ojos hinchados.
Uf... que difícil va a ser esto.
—A ver... pues ella no... ella... no sé dónde está —termino por decir porque para que marearlas con excusas, siempre les he hablado con la verdad y esta vez no va a ser diferente.
—¿Se ha ido? —se les humedecen los ojos a las dos—. ¿Nos ha dejado, príncipe?
—Ya no nos quiere.
—¿Qué? ¡No! Enanas sabéis que ella jamás haría algo así, lo que pasa es que hay una persona muy mala que quiere tenerla solo para ella y no le deja volver.
Rompen a llorar mientras sigo hablando.
—Pero no os preocupéis que pronto estará con nosotros otra vez.
—¿Irás a buscarla príncipe, la encontrarás? —ponen todas sus esperanzas en mí, y toda la fe que a mi falta.
—¿Cuándo no la he encontrado? —me hago el ofendido—. Soy la mitad de un corazón sin ella. Es mi tercera razón de vivir y no puedo hacerlo si no la tengo conmigo.
—Te ha convertido en un cursi, príncipe —sonríen mucho más animadas, pero sin dejar de llorar.
—No sé cuánto tiempo me va a llevar hacerlo, pero... os juro por mi vida que la encuentro —ambas asienten y yo me voy mucho más tranquilo—. Hugo se quedará con vosotras hasta que vuelva ¿estaréis bien?
—Sí —las abrazo con toda la fuerza que puedo sin llegar hacerles daño y me voy a buscarla.
Aria.
Abro los ojos débilmente, pero no veo nada. Me esfuerzo por enfocar lo que tengo a mi alrededor, pero apenas distingo algunos objetos grandes que no reconozco. La cabeza me da vueltas y tengo ganas de vomitar. Intento levantarme del suelo porque de eso si soy consciente, tengo el culo frío y con mucho dolor de todo el tiempo que debo de estar en esta misma posición.
¿Qué coño ha pasado?
Vuelvo a hacer el intento de levantarme, pero solo consigo ponerme de rodillas, tengo las muñecas y los tobillos atados con cuerdas que me están dejando la piel abierta de tanto que me estoy esforzando por quitármelas.
Oigo una puerta cerrarse en algún lugar y el corazón me late a reventar. Me quedo en la posición en la que estoy sin hacer el más mínimo ruido. Intento controlar mi respiración porque es un claro indicador de mi posición y rezo todo lo que sé.
«Erick»
Dios no quiero ni imaginar cómo debe de estar.
¿Será él?
¿Me estará buscando?
Que sea lo que dios quiera, pero no voy a desaprovechar la oportunidad de pedir ayuda.
Total, si es un asesino va a encontrarme igual.
—¿Hola? —consigo decir con la boca seca.
Intento tragar saliva, pero me duele incluso eso.
—¡AMOR! —grito con desesperación porque pueda ser él—. ¡ESTOY AQUÍ!
La puerta se abre y la luz se refleja en el suelo del lugar, me molesta en los ojos, pero me acostumbro rápido dándome la oportunidad de detallar mucho mejor el sitio en el que estoy.
—Es divertido —se ríe la persona que está al otro lado, pero que no me deja verlo—. Mientras tú llamas a ese delincuente, ese imbécil está merodeando las calles buscándote —vuelve a reír a carcajadas y ahora sí, me da la cara—. Y lo divertido es, que ha pasado por delante de esta casa dos veces, sin ni siquiera imaginar que estás aquí dentro.
—¿Robert? —lo miro confusa por la falta de claridad en su rostro—. ¿Tú? ¿Todo este tiempo has sido tú?
—Hay muñeca —suspira.
—¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? —lo fulmino con la mirada y él no deja de reírse de mí—. Suéltame gilipollas, me estás haciendo daño —me remuevo para intentar soltarme pero sin éxito.
—No muñeca, solo hago daño cuando no tengo más remedio, y créeme que no lastimaría tu bonito cuerpo porque ahora me pertenece.
—Eres un estúpido si piensas eso —me burlo de él. Puedo parecer una idiota desafiando al tipo que me tiene atada de manos y pies, pero estoy hasta las narices de estar siempre temblando y además el que lo haya considerado mi amigo me da un plus de valentía que posiblemente no tendría si fuese otra persona.
—El estúpido es ese idiota que piensa que eres suya. Pero el tiempo se ha terminado.
—¿El tiempo de qué? ¿Qué vas hacer? ¿A dónde vas, cobarde? ¡NO ME DEJES ENCERRADA HIJO DE PUTA, ÁBREME LA PUERTA! —grito y grito, pero Robert se aleja dejándome sola, otra vez.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que estaba en el instituto, ni cuánto tiempo ha pasado desde que este gilipollas se fue. Me tumbo en el suelo porque me duele todo el cuerpo, siento que estoy en la habitación más fría del mundo y no puedo casi moverme.
—¡Robert! —grito su nombre—. ¡Robert! —vuelvo a llamarlo y nada que aparece, las fuerzas se me agotan, tengo hambre y sueño.
Sin saber cómo, acabo dormida en el suelo.
Me rozan la cara y me sobresalto por tener al gilipollas del que era mi amigo agachado a mi lado sonriendo con arrogancia.
—En tu vida vuelvas a tocarme —rujo furiosa.
—Eres tan hermosa, que es imposible no querer sentir tu piel, muñeca.
—Que te jodan, Robert —le escupo en la cara y su expresión se enfurece al instante, pero luego sonríe de una manera diabólica y se relame los labios mientras se limpia mis babas con la manga del jersey. Cierro los ojos con fuerza para que desaparezca de mi vista, pero no, sigue delante de mí.
—Mi nombre es Nikolay —aclara con orgullo—. No Robert, ese muerto de hambre, literalmente, porque desde que lo dejé a su suerte no he vuelto a darle de comer, pasó a la historia hace muchos meses.
—Eres un psicópata.
—No muñeca, la palabra adecuada sería sociópata. Tu padre ha creado lo que soy y por vuestra culpa me tienes obsesionado.
—A mí no me culpes por las bestialidades que haya hecho mi padre. Robert. —recalco ese nombre que ahora sé que no quiere oír.
Vuelve a salir de la habitación de donde me tiene durante varios minutos, no ha cerrado la puerta y las persianas empiezan a subir hasta arriba, es entonces cuando puedo ver que estoy en un salón grande, con ventanales que dan a un jardín trasero. Doy un vistazo a toda la sala para buscar algo que pueda ayudarme a salir o a quitarme las cuerdas, cuando él vuelve con una carpeta en la mano y muy muy feliz.
—Muñeca, voy a contarte como están las cosas, porque vas a tener que empezar a hacerte a la idea de tu nueva situación.
—Mi nueva situación posiblemente sea la cárcel, porque en cuanto tenga la oportunidad te mato.
Una estruendosa risa sale desde lo más profundo de su garganta y al instante todo mi vello se eriza por el miedo que eso me ha provocado.
—El lunes cumples dieciocho años. Oh, un numero precioso para mí —chasquea la lengua—. No sabes cuanto tiempo llevo esperando este momento, muñeca. Quiero contarte una historia.
—Quiero ir al baño —ignoro sus palabras y se le ensombrece la mirada. No le gusta que le traten con desprecio y es algo que se me da muy bien hacer, es lo único que he hecho con él desde que lo conocí, aunque no intencionalmente como ahora. Y no pienso parar hasta sacarlo de quicio y tener una oportunidad de salir o pedir ayuda.
A regañadientes me levanta del brazo y me ayuda a llegar hasta el baño, no puedo andar y después de todo el tiempo que llevo en la misma posición me duele hasta respirar.
La puerta en la que me deja no está muy lejos del salón donde me tiene, el muy gilipollas ha sacado todo lo que había y ha dejado solo el papel higiénico.
—Quítame las cuerdas —me pongo de espaldas a él con los brazos estirados para que rompa la de las muñecas—. Vamos... ya has sacado todo lo que puedo usar en tu contra. Déjame hacer pis cómoda.
Lo convenzo y corta las cuerdas con una navaja que lleva en la mano, me deja entrar al baño, pero el muy capullo no deja la puerta cerrada y puede oír todo lo que yo haga. Al ver la navaja me acuerdo de la que siempre llevo conmigo escondida en las botas altas que uso ahora en invierno, hasta le hice un hueco aposta solo para tenerla siempre encima. Y evidentemente ahí sigue. Respiro con alivio al saber que cuento con esa ventaja. Termino de hacer pis me lavo las manos y salgo.
Me vuelve a poner las cuerdas, esta vez con las manos delante y regresamos al lugar de antes.
Ahora me deja sentada sobre el sofá y él se queda de pie con esa misteriosa carpeta en la mano.
—Puede que tú no lo recuerdes, muñeca. Pero hace más de un año, catorce meses para ser exactos, que tu padre me propuso la mejor de las sociedades —empieza a contarme.
—No me interesa saber de tus negocios con ese hombre —me hago un ovillo en el sofá porque siento que es muy tarde y tengo sueño, pero no le gusta nada mi comportamiento y eso lo hace enfadar.
Me vuelve a sentar de malas formas y me da un guantazo que ni yo misma veía venir. Mi cara se pone hirviendo en cuestión de segundos en esa parte y obligo a mis lagrimas a no salir.
El continúa hablando como si todo esto no hubiese ocurrido mientras yo sigo en shock.
—Lo que te estaba diciendo, es que tu padre me ofreció una sociedad en su proyecto de los Ángeles, pero no terminaba de convencerme del todo la idea que me planteaba, pero él no se rindió y no paró de ofrecerme cosas para hacerme firmar el contrato —sonríe por algún recuerdo y yo me trago la mala sensación que eso me produce—. En ese momento, tú apareciste bajando por las escaleras de tu casa, con toda esa inocencia, tu elegancia, tu soberbia y toda tu belleza y ahí lo supe.
Me mira, esperando a que diga algo. Pero no abro la boca porque no quiero saber ni preguntar nada, de hecho, giro mi rostro para el lado contrario a donde está él y eso parece molestarlo, porque me coge con la mano abierta cada lado de mi cara y aprieta hasta que mis labios forman la boca de un pez, ejerce tanta fuerza que me deja la cara dolorida.
Con su firme amenaza porque no le retire la mirada sigue hablando.
—Le propuse a tu padre un contrato a cambio de otro —dice con orgullo—. Y no se lo pensó un segundo. Esa misma noche firmamos la sociedad del proyecto de los Ángeles y el contrato donde me vende en matrimonio a ti, al cumplir los dieciocho años.
Ahora sí, mis ojos están casi a punto de salir de sus orbitas y los oídos me palpitan sin parar. Su expresión es de total triunfo y yo siento ganas de vomitar otra vez.
—Igual podía a ver sido algo platónico, pero tu querido padre alimentaba mis ganas de ti cada vez que me rehusaba a hacer algo para la sociedad, como invertir más capital o expandirnos. Que son propuestas que siempre me hacía.
—¿Qué quieres decir con qué alimentaba tus ganas? —ahora siento ganas de saber sobre el tema, porque no puedo vivir en la ignorancia y ser una estúpida que no le interesa lo grave que es todo esto.
—¿Qué mejor forma de mantener el interés que mandándome fotos de la que sería mi futura esposa? —me muestra algunas de las tantas fotos que tiene en esa carpeta.
Hay fotos mías en bikini en la piscina de mi casa, en el baño cuando acababa de salir de la ducha y estaba echándome crema con el albornoz puesto o una simple toalla ridícula cubriendo lo justo, fotos mías de todas las maneras y situaciones a lo largo de este último año. Por lo menos tengo el alivio de no estar completamente desnuda en ninguna de ellas, al menos en las que me ha mostrado. Ahora sí no puedo evitar derramar las lágrimas que se llevan toda mi rabia.
Las rompo en cachitos y las tiro al suelo.
No le gusta que haya hecho eso, pero esta vez no me lo tiene en cuenta.
—Es una pena, eran las fotos originales, pero tengo cientos de copias y además ahora a la versión auténtica para siempre. Porque el contrato sigue adelante —levanto la mirada para verlo y este niega con la cabeza—. No muñeca, no vas a tocarlo, te lo muestro desde aquí —y eso hace, me enseña los cuatro folios llenos con cientos de cláusulas y un montón de dinero de por medio que yo no entiendo y todas las firmas que hay estampadas sobre los papeles.
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Ya sabemos quien es Nikolay
Contarme cosas quiero saberlo todoooo!!!!
Esto continúa...
Gracias por leer!!!
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