Capítulo 2
Papá y yo no cruzamos ni una sola palabra dentro del taxi en todo lo que dura el trayecto hasta nuestra nueva casa, y eso que llevamos casi una hora en el interior del coche. Encima me ha llevado a rastras a las oficinas que están en los primeros distritos para hacer no sé qué papeles que le exigían, como si fuese su secretaria y no la hija a la que no tiene en cuenta para nada. Apenas hemos comido algo y por la tarde ha tenido más reuniones, ya es casi la hora de cenar y aún no hemos llegado.
—¡Guau...! Realmente quieres alejarte de allí —las palabras salen de mi boca de forma muy irónica con una media sonrisa.
No contesta, sólo se limita a mirarme de reojo mientras sigue mirando su teléfono móvil. Suelto un suspiro y apoyo la cabeza en la ventanilla del coche viendo cómo dejamos atrás edificio tras edificio y barrio tras barrio.
—¿Acaso nos cambiamos de ciudad?
Sólo recibo silencio por su parte, algo que últimamente hace mucho y me irrita demasiado.
Intento por segunda vez entablar una conversación que me dé algo de información al respecto de lo que va a pasar con nuestras vidas de ahora en adelante.
—Sabías que nos lo quitarían todo, ¿no es cierto? —me giro bruscamente para encararlo—. Ahora lo entiendo... No has mostrado el más mínimo signo de sorpresa al ver a esos hombres, tú ya sabías esto ¡LO SABÍAS! —afirmo furiosa.
—Sí, lo sabía desde hace dos meses —sus palabras tan calmadas pero su voz tan fría al decirlas. Tan calculador como siempre.
Intento asimilar lo que ha dicho... ¡dos meses! En dos meses no se le ha ocurrido pensar que debía, no sé, contármelo...
—¿Cuándo pensabas decírmelo? —me cruzo de brazos intentando aparentar serenidad, aunque por dentro estoy volviéndome loca.
—¿La verdad? Nunca, esperaba arreglar las cosas antes de que este día llegara, pero ya ves —se encoge de hombros y vuelve la mirada a su teléfono móvil—. Todo salió incluso peor, porque ahora estamos totalmente en la ruina.
Me limpio las lágrimas que se escapan de mis ojos, por mucho que intento retenerlas es tanta la impotencia que siento que se desbordan de ellos. Intento controlar la respiración, inhalo y exhalo tantas veces como puedo hasta que consigo calmarme.
Unos quince minutos después llegamos al que será mi nuevo barrio. Me extraño cuando el taxista nos deja en la entrada de este sin dejarnos en la puerta del edificio, que es lo lógico.
—¿Nos va a dejar aquí? —le pregunto al hombre en voz baja, cansada ya de este día horrible que no acaba nunca.
—Sí, señorita.
—¿Por qué? —replico al hombre—. ¿No se supone que su trabajo es dejarnos donde le digamos? —hablo con voz seria y con los brazos en jarras—. Y desde luego no le dijimos esta dirección, aquí no hay nada.
—Váyase acostumbrando señorita, aquí no encontrará taxis o repartidores de comida a domicilio —hace una mueca—, ni siquiera la policía asoma por aquí a no ser que sea por algún problema... cómo decirlo —hace una pausa—, irremediable.
—¿Qué quiere decir? —trago saliva, el corazón me late con fuerza.
—Lo que quiero decir señorita es que es aquí, en este punto, donde tendrá que venir a coger el autobús o a recoger la comida que haya pedido por teléfono —mira a mi padre y lo ve alejarse mientras el señor termina de sacar mis cosas—. No sé qué hace en un lugar como este —hace otra pausa, dando más dramatismo a la escena, cuando yo solo quiero que me diga ya lo que tenga que decirme—, pero procure salir de este barrio lo antes posible —me pone una mano en el hombro—. Le deseo mucha suerte, señorita, de verdad.
Y así, sin más, me quedo viendo como el taxi se marcha dejándome allí, casi a oscuras, en medio de la nada mirando como mi padre se adentra en el barrio que comienza a pocos metros de nosotros. Intento alcanzarlo lo más rápido posible, un escalofrío me recorre todo el cuerpo y vuelvo a tragar saliva.
—¿Se puede saber dónde coño me has traído? —le pregunto justo cuando me pongo a su lado, arrastrando las maletas como puedo y haciendo un ruido que retumba por todas partes.
—¿Un consejo? —se para para mirarme de frente cara a cara—. No llames tanto la atención y puede que salgas de aquí igual a como entraste.
—¿Qué quieres decir con eso? —musito con un hilo de voz.
No contesta, algo que no me sorprende.
Sus palabras me asustan mucho, muchísimo, nunca he visto a mi padre tan serio hablándome de algo, nunca se ha comportado como un padre conmigo y ¿ahora me da un consejo? Uno bastante... inquietante. Vuelvo a tener el corazón acelerado, a este paso sufriré un infarto en poco tiempo.
Después de estar todo el día yendo de un lado para otro, haciendo papeleo con abogados y personas trajeadas, llegamos a lo que será mi casa los próximos meses, y digo meses porque en cuanto cumpla la mayoría de edad saldré de aquí, todavía no sé cómo ni con qué dinero, pero después de la advertencia tanto del taxista como de mi padre y por lo que mis propios ojos están viendo en este momento, no pienso quedarme a ser el hueso de estos perros.
Llegamos a lo que se supone que es el corazón del barrio, no he oído hablar nunca de este distrito, pero por lo que se ve, no hubiera sido nada bueno. Todas las personas que hay en la calle nos observan y murmuran entre dientes, nos siguen con la mirada e incluso algunos se atreven a seguirnos el paso. El escalofrío vuelve a recorrer mi cuerpo de nuevo, esta sensación no me gusta nada y me da que la voy a sentir durante mucho tiempo estando aquí.
No puedo dejar de mirar los edificios que nos vamos encontrando a nuestro paso, están prácticamente en ruinas, hay cristales rotos por todas partes, tanto en el suelo como en los edificios, con el peligro de que se pueda caer alguno a la calle y pillar a cualquiera que pase por debajo. Intento descifrar, sin éxito, los dibujos y frases ilegibles plasmados en cada una de las superficies con pintura en spray, las calles están sucias y las farolas una de cada tres se enciende por lo que las demás están rotas, no iluminan las calles como deberían hacerlo, dando así un aspecto más terrorífico al barrio. Creo que están así a propósito, porque todas las que alcanzo a ver siguen el mismo patrón, esto hace que dé más intimidad y nadie pueda ver bien lo que puede suceder aquí.
Me siento inquieta, estamos a mediados de agosto, pero yo tengo un frío que no puedo explicar.
—Es aquí —afirma mi padre—. Vamos.
Por suerte no hemos tenido que recorrer mucho tramo porque hemos llegado enseguida. Entramos al portal, a simple vista no parece que se vea mal, o no muy mal. Me sorprende ver que el edificio tiene largos pasillos, son como túneles que supongo que se dirigen hacia otros edificios de la misma calle, pues se nota que están hechos a propósito y no desde que se construyeron. Imagino que aquí dentro pasan todo tipo de cosas, y el estómago se me revuelve de solo pensar qué cosas horribles hacen aquí abajo.
La tercera planta es todo lo que me separa del peligro, pero viendo como es el rellano dudo mucho que el peligro se quede solo fuera en la calle. Las paredes están desconchadas, el techo se cae a pedazos por la humedad que tiene y ni hablar de las puertas de las viviendas, parecen hechas de cartón. Papá abre la cerradura, la cual solo tiene una vuelta de llave, nada de varios puntos de anclaje, nada de cerrojos extra, tan solo un giro de llave es toda la protección que ofrece esta puerta. La cierro detrás de mí y observo la que será mi casa los próximos meses.
Entro directamente a lo que es el salón y la cocina de planta abierta, dos puertas están al fondo y otra puerta está a la izquierda.
—¿Mi habitación? —pregunto a mi padre.
—Esas deben ser —señala las puertas del fondo—. Coge la que quieras.
Asiento sin decir una palabra y voy hasta ellas. Abro la puerta que esta más a la izquierda y me adentro en ella, cierro detrás de mí y doy la luz, una luz que parpadea y que apenas alumbra la habitación haciendo casi imposible que se vea bien. Una cama individual en el centro del lugar y un armario de dos puertas a la derecha es todo lo que hay, dejo mis maletas allí y voy en busca del baño.
El baño es una habitación diminuta que tiene un lavabo, un retrete y una ducha, en la que dudo mucho que mi padre quepa, de un color marrón realmente asqueroso. Le faltan azulejos y en su lugar sólo se ve el cemento del edificio, todo el techo está de un color verdoso que hace que se me hayan quitado las ganas de hacer pis en un segundo.
—Papá, ¿hay algo más que deba saber? —pregunto mientras salgo de baño y me dirijo hacia la que será mi habitación.
—¿Algo que quieras saber? —me rebate.
—El... —hago una pausa—. ¿El instituto...?
—Claro... el instituto —sonríe con ironía—. Está todo el curso pagado, no tienes por qué preocuparte por eso, a no ser... —enarca una ceja—, que quieras ir alguno que esté más cerca de aquí.
—¡NO! —grito sobresaltando a mi padre—. Aunque tenga que ir a casi una hora de distancia de aquí no cambiaría de instituto ahora —cierro las manos en puños que aprieto tanto que los nudillos se ponen blancos—. ¿Mi cuenta del banco? ¿Todo mi dinero? —le exijo saber.
—Por suerte para ti, ni tú misma puedes tocar ese dinero, ya lo sabes, no hasta que cumplas veintiuno.
—¿Algún enemigo que quiera acabar conmigo por lo que sea que hayas hecho? —pregunto con burla.
—Ay niña, te ríes... pero hay más de una persona que me quiere entre rejas, no deberías de tomarte esto a broma. Y más que enemigos digamos que tienes... ciertos admiradores.
Trago saliva varias veces.
—¿Y ya está? ¿Es todo lo que vas a decirme?
—Sí —contesta, escueto.
—Está bien, me conformo por ahora —me doy por vencida, sabiendo que no sacaré más información por hoy—. Hasta mañana.
Es la conversación más larga que hemos tenido en años, y la más rara también.
Pienso en el instituto, lo único que me queda que siento como refugio, allí soy la capitana del equipo de debate, participo activamente en el club de arte, así como también en la clase de escritura creativa, entre otras cosas. Aún quedan más de dos semanas para que empiece el último curso, es decir, lo único que me queda de mi vida de ayer, porque desde hoy mi vida es otra, otra muy diferente a la que era y el instituto es lo único que tengo para salvarme y poder salir de aquí.
Gracias a que por las mañanas tengo las clases obligatorias y por las tardes todas las actividades extraescolares y los clubes no tendré que pasar casi nada de tiempo en este nuevo lugar.
***
Ya es por la mañana y con la luz que entra por la ventana —la cual no tiene cortinas y la persiana está rota— puedo ver bien la habitación. Se me cae el alma a los pies cuando reparo en todos los desperfectos que esta tiene, por llamarlos de alguna manera.
Las paredes tienen humedades y con varios tonos, desde el blanco, pasando por una amarillento a rodales que cubre casi toda la parte baja y algo más oscura por la parte alta de la pared; el armario no cierra bien y por dentro está medio podrida la madera. Me quedo en la cama mirando a mi alrededor y llorando en silencio; durante mucho tiempo me falta el aire y aquí no se puede respirar nada bien.
Abro la ventana como puedo y saco la cabeza por ella, el aire cálido de agosto me seca las lágrimas y contemplo lo que puedo ver desde ella. Una calle no muy ancha separa mi edificio del que está enfrente, se puede ver a las personas que viven dentro de sus casas, eso de las cortinas y la privacidad por lo que veo no se estila en este barrio. Hago un examen general hasta lo que me alcanza la vista, por suerte tengo muy a mano la calle principal, por la que tendré que pasar durante todo este tiempo cuando tenga que salir de aquí para ir al instituto, el resto de las cosas como la tienda de alimentación, farmacias, panaderías... no sé dónde están todavía, por lo que tendré que hacer un tour para conocer bien el barrio.
—Papá, tenemos que ir a comprar —le digo mientras salgo de mi habitación ya vestida y me dirijo al salón. Cuando llego a él no lo veo por ningún lado ¿Dónde está?
—¿Papá? —lo vuelvo a llamar.
Me siento en el taburete que da a la encimera de la cocina, es lo único que no está roto en esta sala porque al sofá se le ven hasta los muelles, obviamente no hay tele, y mucho menos conexión a internet, la de datos que voy a consumir estando aquí —pienso— la puerta del baño se abre con un chirrido que hace daño a los oídos.
—Voy a salir a reunirme con unas personas en un rato, ves tú a comprar —se sirve un vaso de agua del grifo, agua que no puede tener una pinta más asquerosa—. Y no te gastes el poco dinero que tienes en porquerías de esas de niñata, compra cosas útiles.
Paso de discutir con él.
—Dame dinero y buscaré una tienda cercana.
—Todo lo que tengo para darte está en esa caja —señala la caja metálica que está debajo del mostrador de la cocina, en un armario que no tiene puerta—. Tú lo administras, si te falta dinero tú sabrás de donde lo sacas.
—Me estas jodiendo ¿no? Eres mi padre, tu deber es procurar que no me falte de nada, todavía sigo siendo menor y me tienes a tu cargo, por mucho que te joda —me cruzo de brazos frente a él.
—Mi deber... —se echa a reír—. Cuántas ganas tengo de que mi deber concluya ¿tú sabes todo lo que me has costado? ¡Desagradecida! —y dando un portazo se marcha
Voy al mostrador y tomo la caja, cojo aire antes de abrirla despacio y lo cuento, ¡Oh joder! No puede ser... cuatro mil dólares... ¿Cuatro mil putos dólares para pagar todos los gastos de casa, alimentación y transporte? ¿Para cuánto tiempo me dará esto? ¿Cómo diablos pretende que consiga más cuando se acabe?
Cojo un poco de dinero y termino de arreglarme, bajo hasta la calle y una vez fuera del portal me quedo ahí parada mirando a un lado y a otro, son las doce del mediodía, el sol calienta demasiado y no hay ni una sombra a la vista.
Me cuesta un momento decidir por donde ir, no conozco las calles y tampoco tengo muchas ganas de que las calles me conozcan a mí. Y cuando digo las calles me refiero a las personas que habitan en ellas. Porque sí, no hay que ser muy listo para interpretar que todos esos colchones que ayer vi sobre el suelo son de gente que duerme allí. ¿No tendrán casa? ¿Será por el calor y están más a gusto fuera en la calle? ¿Aunque quién querría dormir en la calle teniendo casa? Pero para ser sinceros yo también querría dormir en la calle con la casa que tengo, claro que no en esta, da un miedo acojonante de día, como para estar aquí de noche.
Recorro el principio de mi calle por donde vinimos ayer andado ya que es lo único que reconozco ahora, llego hasta la rotonda que divide el barrio en cuatro partes haciendo como cuatro porciones iguales. Como no quiero perderme sigo la calle principal hasta el final, haciéndome una idea de todo lo que hay, que no es mucho.
Encuentro una panadería y unos metros más hacia delante una tienda de alimentación, que por lo que puedo ver desde el cristal es como un mini supermercado con todo tipo de cosas, decido recorrer el resto del barrio y volver más tarde para comprar ahí lo que me hace falta.
Continúo andando y me encuentro con un taller de coches, paso por delante de la puerta de la cochera que está subida hasta arriba y veo varios coches de alta gama, algo raro estando en un barrio como este, se oyen ruidos desde el interior y voces graves hablar a lo lejos, no me quedo a esperar a que me vean.
Vuelvo sobre mis pasos y hago lo mismo en la otra dirección, inspeccionando todo, por esta parte solo hay un bar con un aspecto horrible al igual que las personas que están dentro, que no apartan su mirada de mí, vuelvo a tener los escalofríos que tuve cuando puse un pie en este barrio y la sensación no me gusta nada, de repente tengo frío a pesar de estar a treinta y cinco grados.
—Bienvenida al distrito 24 princesita —murmuran desde dentro del bar y esa es la señal para salir literalmente corriendo de allí.
Al asegurarme de que no me seguían decido cruzar la calle y, esta vez, comprar en la primera tienda que encuentre y volver a casa a encerrarme allí. Cerca de donde estoy encuentro una tienda pequeña, entro con mucho miedo de no saber que voy a encontrarme allí, pero está vacía, se ve vieja y las estanterías están llenas de polvo al igual que los productos que hace tiempo que nadie compra, huele mucho a hierba y no me refiero a la del parque.
Compro todo lo necesario para pasar unos días y salgo de la tienda.
Varios chicos que no deben de tener la mayoría de edad, o al menos no más de veinte años, dan vueltas a mi alrededor en bicicleta y patinete. En una situación normal no tendría por qué estar preocupada, pero esta se aleja demasiado de ser una situación normal.
Los chicos me miran de arriba abajo sin molestarse en disimular, haciendo todo tipo de muecas y comentarios asquerosos hacia mí.
—Así que... —chasquea la lengua uno de ellos—. ¿Tú eres la princesita? —pregunta el que parece ser el más grande de todos ellos por lo alto que es, más que yo.
Sigo mi camino sin detenerme, ni contestar. Para este punto yo ya estoy muy nerviosa, me muerdo el labio inferior para intentar retener las ganas de llorar que tengo.
—¡Párate hombre! —continúa diciendo el que tiene el pelo de colores—. No seas tímida —me acaricia el brazo y yo lo aparto de un empujón como si su contacto me hubiese quemado la piel haciendo que se tambalee, pero no llega a caerse.
—¡Uy qué carácter! Pero me gustan peleonas, princesita —habla ahora el que tiene un tatuaje de un lagarto en el cuello.
No sé cómo salir de esta situación, tengo las dos manos llenas de bolsas con la compra ¿Salir corriendo? No, es una pésima idea, ellos van en bicicleta y encima perdería la compra. Barajo qué otras opciones tengo ¿les sigo la corriente? Igual así se cansan y me dejan en paz... ¿Sigo ignorándolos? Hasta ahora no me está yendo muy bien que digamos. Dejo de pensar y sigo caminando como puedo con toda la tropa que me sigue de cerca, muy cerca, tanto que literalmente los tengo pegados al cuerpo, me aguanto las arcadas que tengo porque estos chicos tienen una mezcla muy fea de olores. Acelero tanto como puedo intentando imaginar que estoy sola en la calle.
—Por qué tanta prisa, ¿no tienes ganas de hablar y conocer a tus nuevos vecinos?
—No —acelero el paso.
—Déjanos ayudarte —el más rubio de todos el que va en bicicleta me quita una de las bolsas y se adelanta mientras los demás le ríen la gracia.
—¡Eh capullo! ¡Devuélvemela! —grito, furiosa y con la voz temblorosa a la vez.
—Vamos princesita, sólo quiere ayudar —es otro de ellos el que habla ahora.
—Si es así como vamos a conseguir algo de ti, lo haremos —se encoge de hombros otro de los chicos con una postura vacilona.
Los demás intentan hacer lo mismo que el rubio y pretenden coger la bolsa que aún tengo en los brazos, pero yo la agarro con fuerza, no estoy dispuesta a perder mi tan preciada compra. Es curioso cuánto aprecias lo poco que tienes cuando no tienes nada. Total, si se las diera no me dejarían de molestar igualmente, así que decido aferrarme a la bolsa que por lo menos me cubre la parte del pecho.
Me hacen frenar de golpe, sigo con mi bolsa agarrada al pecho y ocho chicos a mi alrededor, me siento como una presa herida rodeada por hienas hambrientas riéndose con esa sonrisa siniestra que ellas tienen. Se acercan y conforme ellos avanzan yo intento retroceder chocando mi espalda con los demás, oportunidad que ellos no desaprovechan para toquetearme. Mi corazón late acelerado, las manos me tiemblan tanto que siento como la bolsa se me resbala de ellas y empiezo a perder cosas de las que he comprado.
—¡DEJADLA EN PAZ!
Cierro los ojos asustada, las risas cesan de pronto pero todavía siento que los tengo a mi alrededor, noto sus respiraciones, sí, así de cerca los tengo, pero no abro los ojos, permanezco más tiesa que un palo esperando a ver qué es lo que van a hacer.
—¡¡¡AHORA!!!
Me sobresalto al volver a escuchar esa voz. Una voz grave, autoritaria, sin duda es imponente y está ahora más cerca que antes, yo cierro los ojos, mucho más fuerte. Esperando que algo pase. Oigo los murmullos a mi alrededor.
—Esto no va a quedar así, princesita, nos volveremos a ver —me amenaza uno de los chicos cogiéndome la cara con una mano, apretándome los mofletes y hablando muy cerca de mi boca, pero tan pronto como noto la presión y la amenaza todo se desvanece.
Silencio.
Una corriente de aire me pone los pelos de punta. Cuento hasta veinte intentando calmarme. Abro los ojos y estoy sola, ya no hay nadie, todos esos chicos que había se han ido, la bolsa que el rubio me quitó la tengo en el suelo junto a mis zapatos. Cojo aire una cuantas veces para poder calmar mi corazón. Agarro la bolsa que está a mis pies y corro todo lo que puedo hasta llegar a mi edificio y subir a casa.
Una vez arriba entro a mi habitación y como si de una niña pequeña se tratase pego un grito tan fuerte que me hago daño en la garganta y entonces lloro, lloro mucho, tanto que los ojos me escuecen.
Al cabo de un rato, cuando ya me he calmado, salgo para colocar la compra: alimentos, productos de aseo y productos de limpieza, sobre todo. No he limpiado nada en mi vida y no sé exactamente si he cogido los productos adecuados, más bien me he guiado por las imágenes de las botellas.
***
Han pasado cuatro días desde que salí a la calle por última vez, no hay mucho que hacer en este barrio de pesadilla. He tenido tiempo suficiente para limpiar bien a fondo la casa, o al menos todo lo que se podía limpiar, no he tocado la habitación de mi padre, para el tiempo que pasa aquí, no voy a molestarme...
En poco más de una semana tengo que volver al instituto, por lo que me armo de valor para salir a la calle de nuevo. Es temprano y estoy rezando por que no haya mucha gente por el barrio a estas horas. Los vecinos son más bien nocturnos, se escuchan ruidos y alboroto hasta altas horas de la noche, así que imagino que ahora están durmiendo.
Cojo mi bolso con llaves, el teléfono móvil y dinero. Tengo que ver cuánto me va a costar el transporte público y conocer las paradas para hacerme una idea del tiempo que me va a llevar llegar hasta mi instituto.
Por suerte no ha sido difícil salir del barrio. Esperar el autobús ha sido el tiempo más estresante de mi vida, no podía dejar de mirar a todos lados, respirando con alivio mientras me encontraba sola. Me guardo el horario del autobús para poder saber cuándo pasa exactamente y no tener que estar perdiendo el tiempo aquí, en medio de la nada.
Gracias a Dios no tarda mucho en llegar y me subo en el. Estoy algo inquieta, sentada en el asiento muevo la pierna muy rápido, impaciente por que se aleje todo lo posible de allí. Cinco paradas más tarde me bajo en lo que parece un barrio como otro cualquiera, uno que no parece peligroso, al menos en apariencia.
Paso a tomar un batido a una cafetería muy cerca de la parada, es un local amplio con grandes ventanales, el sitio desprende un buen olor a café y dulces y cuenta con lo más importante: wifi, bendito wifi. Busco en internet las paradas de autobús y de metro para saber cuáles son las que debo coger y los horarios.
Termino el batido y pido otro junto con un donut, y continúo anotando horarios y paradas para comparar el tiempo. Una vez acabada mi tarea sobre el papel, la pongo en práctica. Vuelvo a regresar a la parada del distrito 24 para conocer el recorrido desde este punto. Un autobús, dos trasbordos de metro y otro autobús completan los cincuenta y tres minutos que tardaré en llegar al Dinastía.
Este será el trayecto que tenga que hacer cada día hasta que me gradúe.
Después de estar todo el día fuera. Hago la compra en un barrio cerca de donde estoy para pasar lo que queda de semana antes de coger el autobús que me lleva de regreso hasta mi pesadilla. Estoy en la entrada del barrio, no me muevo, está oscureciendo y tengo cero ganas de adentrarme aquí.
Observo a mi alrededor y lo que veo no me gusta nada.
Hay un coche aparcado a pocos metros de mí con las luces encendidas y dos personas se acercan a él, andando con tres perros que van sueltos alrededor de ellos, y no son precisamente caniches, los chicos no parecen notar mi presencia y salgo corriendo de allí aprovechando su distracción.
Voy mirando hacia atrás continuamente, presa del pánico, esperando a que no me sigan, y no lo hacen.
Al llegar a la rotonda donde hay más iluminación no me detengo ni espero a que el semáforo cambie, cruzo corriendo y voy directa al portal.
Una vez dentro subo las escaleras hasta el tercer piso de dos en dos, quiero llegar lo más pronto posible a casa y quedarme allí hasta que no tenga más remedio que volver a salir.
A este paso no tengo dudas que me dará un infarto al corazón antes de cumplir veintiún años y mi padre aprovechará para quedarse con todo mi dinero.
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