Capítulo 18
Ya ha pasado un rato desde que me envió el mensaje, cuando oigo la puerta de casa abrirse, pero pasan como veinte minutos antes de que Rick abra la puerta de su habitación y la cierre una vez que está dentro.
No estoy durmiendo, pero ya estoy metida en la cama hecha una bolita porque hace frío y tardo en entrar en calor cuando Rick no está dentro de ella. Sí, una gran tontería a la que me he acostumbrado cuando llevo diecisiete años pasando frío mientras dormía sola. Lo oigo moverse por la habitación, supongo que estará poniéndose el pijama por lo que aún no me doy la vuelta y espero a que me hable para hacerlo.
—¿Aria, duermes? —susurra metiéndose en la cama.
—No, te esperaba —digo mientras me doy la vuelta para quedar frente a él.
Después de llevar todo el día sin verlo, no sabía la falta que me hacía el tenerlo presente, hasta ahora. Llevo tantos días seguidos viéndolo a diario cada tarde, que no tenerlo en casa hoy ha resultado un poco extraño.
—¿Las chicas duermen? —le pregunto porque sé que ha ido a verlas antes de venir.
—Lucy sí, Nora todavía no, dice que me estaba esperando para decirme algo —se queda pensativo.
—¿Está bien? Hemos estado toda la tarde jugando y hablando y no me ha parecido que le ocurriera nada malo.
—No lo sé, solo me ha dicho que ha hablado de algo que igual no me gustaba.
Oh, ya entiendo, ella se refiere a cuando me ha dicho su nombre.
—No sé qué haya podido ser ¿habrá hecho algo en la escuela? Le he dicho que se durmiera porque ya era tarde, aunque no quería, pero mañana tengo que hablar con ella —dice preocupado. Está con la espalda apoyada en el cabecero de la cama mirando por el móvil su habitación a través de la cámara que tienen en ella. Viendo como la pobre no para de dar vueltas en la cama.
Pasan unos minutos hasta que se queda dormida y entonces hablo.
—Yo sé a lo que se refiere —digo cortando el silencio que teníamos.
Rick me mira esperando impaciente a que diga más, pero no sé cómo vaya a reaccionar y no sé muy bien como decírselo ¿Se cabreará conmigo? ¿Con las niñas? Puede que se sienta traicionado después de todo él nunca me lo había dicho antes en todas las veces que hemos hablado y sobre todo hablado de temas jodidos por parte de ambos y tal vez nunca lo hubiera sabido si no es por ellas.
Los nervios me invaden de repente mientras veo en su cara como espera con ganas mi respuesta.
—Bueno, todo ha salido por una conversación inocente, hablábamos de príncipes y de besar ranas...
—De besar ranas —repite confuso—. Vale... que pasa con eso.
—Pues que la conversación ha ido de un lado a otro y al final ellas...
—¿Ellas qué? —se impacienta.
—Me han dicho tu nombre. El de verdad —digo muy rápido y escondiendo la cara en mis manos.
Estoy nerviosa, esperando una mala reacción de su parte, pero no llega, lo miro medio escondida abriendo los dedos para poder verlo a través de ellos cuando me da una media sonrisa.
Estoy algo confusa, no sé por qué esperaba que se enfadara o me dijera algo con rabia, igual es por como las niñas han tratado de ocultarlo ya que creían que iba a molestarlo, o al menos eso es lo pensaban ellas.
Pero está tranquilo.
—¿Estás enfadado? —pregunto con cautela.
—No Aria, no lo estoy.
—¿Con ninguna de las tres? —tanteo.
—Con ninguna de las tres —confirma relajando la postura.
Asiento despacio y voy quitándome las manos de la cara poco a poco. Me siento aliviada. Y también me relajo.
—Rick —lo llamo y él me mira, esperando a que continúe, pero no sé cómo decir esto, así que lo diré del tirón—. ¿Odias tu nombre? —le pregunto bajando la mirada y retorciéndome los dedos. Él me levanta la barbilla con la mano para que lo mire a los ojos.
—Me encanta mi nombre, Aria.
Asiento sin quitar la vista de sus diferentes ojos que me miran con intensidad, desvía su mirada a mí boca y vuelve a mis ojos otra vez. Toma una profunda bocanada de aire antes de volver a hablar.
—No es una historia bonita —copia las mismas palabras que le dije yo antes de hablarle de mi relación con el innombrable.
—Está bien. Lo entiendo no tienes que...
—Shh Aria.
Me manda callar y respira varias veces antes de hablar.
—Aunque he vivido en este barrio toda mi vida, no nací aquí, nos mudamos cuando yo tenía cinco años —hace una pausa y me mira, veo el dolor reflejado en sus ojos por lo que va a contarme, le cojo de la mano y entre lazo nuestros dedos, quiero que sepa que estoy con él y que sea lo que sea que vaya a contarme yo seguiré aquí. Lo entiende por eso respira hondo y continua.
—Yo vivía en el distrito 18, un barrio que no está muy lejos de este pero la diferencia en la forma de vivir comparada con la de aquí es abismal. Como imagino que sería el vivir en tu antigua casa y luego vivir aquí para que te hagas una idea... bueno igual la diferencia no es tan bestia, pero es un ejemplo —aclara.
—Mi madre perdió el trabajo que tenía, y mi padre solo trabajaba en trabajos que te dan de comer día a día, por lo que nuestro nivel de vida dió un cambio radical, por esa razón mis padres no tuvieron más remedio que venir aquí, donde el hábito de vida era más adecuado a nuestra situación en ese momento.
Se toma su tiempo para continuar y yo no le presiono espero en silencio a su lado hasta que está listo para seguir.
—Cuando empecé el colegio nuevo ya lo hice a mitad de curso, y digamos que no lo empecé muy bien. Los niños que se crían aquí son crueles por naturaleza. Yo por aquel entonces me parecía mucho a como son mis hermanas ahora, un chico bueno, obediente y sin maldad, cosa que de esto último aquí sobra. Al principio solo eran insultos y risas hacia a mí. Meses después empezaron los golpes y las humillaciones. Cada vez que llegaba a casa con algún moratón o llorando, mi padre decía que eso era de ser una nenaza y que tenía que aprender a hacerme fuerte, que era culpa mía dejar que lo hicieran y que tenía que defenderme o acabarían conmigo antes de cumplir los diez años.
»Y cuando me dijo eso, me dio un miedo de la hostia porque me hizo pensar muchas cosas, como que podría llegar a morir por los golpes de una paliza. Imagina no haber presenciado nunca la violencia ni verbal ni física y de repente tener en tu propia carne ambas para un niño de seis años.
Aprieto su mano dándole un consuelo del que creo que a estas alturas ya no le hace falta, pero de igual modo lo hago.
—Por otro lado, mi madre me curaba las heridas y me decía que yo era mucho mejor niño que todos los que vivían aquí. Que algún día saldría de este barrio y sería mejor persona que todos esos de los que andaba huyendo —flexiona las rodillas hasta pegarlas a su pecho, pero no suelta su mano de la mía mientras que la otra la deja sobre las rodillas.
—Tiene gracia ¿no? —sonríe con ironía—. No solo no he salido de aquí todavía, si no que me convertí en una persona horrible como lo eran y son todos aquí, todo aquello que mi madre no quería que fuera. Pasaron los años y todo seguía igual. Mi madre no encontraba trabajo, se pasaba el día en casa y tras un tiempo, entonces llegó su depresión por no poder darme una vida mejor, todo eso para que al final acabara tirando el poco dinero que teníamos en alcohol. Se rindió y no luchó más.
»Mi padre parecía que no había podido acabar en un lugar mejor para él porque no paraba de delinquir. Y yo siendo solo un niño tenía rabia, mucha rabia por ver como este barrio había convertido a mi familia en personas muy distintas a cómo éramos hace tan solo unos meses atrás. Un día ya no aguanté más y me revelé.
Mira al techo y respira para calmar su pulso que se ha vuelto acelerado.
—Devolvía todos y cada uno de los golpes que me daban, insultaba tanto o más que ellos, desde entonces no paré de meterme en líos, y fue en ese momento cuando dije que Erick ya no iba a llorar más y que Rick se encargaría de que eso jamás pasase. Después de aquellos días tuve muchos problemas en el colegio, el cual no llegué a terminar. Con mi madre ausente casi siempre y mi padre orgulloso por verme hecho un hombre al que no le pasan por encima, estaba muy confundido por lo que tenía que ser y lo que era. Por alguna razón a partir de ahí siempre me metía en graves problemas, todo me daba igual y ya nada valía la pena. Al final acabaron reclutándome como a muchos otros para traficar. Era dinero fácil y rápido de conseguir así que ¿por qué no hacerlo? —se encoje de hombros y me mira, tiene los ojos húmedos, pero no deja caer ninguna lágrima—. Mucho tiempo después y dados los innumerables delitos de allanamiento que cometí, acabé en el reformatorio por ser menor de edad y donde pasé casi dos años —me sonríe de medio lado—. Ya sabes... lugar en el cual conocí al que tenemos ahora durmiendo en el sofá —señala con la cabeza hacia la puerta.
»Por si fuera poco todo lo que había vivido de crío. De adolescente se le suma el repentino embarazo doble de mi madre en su estado de embriaguez casi permanente, mi ingreso al reformatorio un tiempo después, al poco de dejarme libre fue la muerte de mi madre por coma etílico y la cárcel para mi padre meses más tarde. En ese momento me encontré con dieciocho años y con unas hermanas casi desconocidas para mí de casi cuatro años. Erick volvió solo para ellas, aunque a penas las conocía por que ellas nacieron un año y poco antes de que yo entrara al reformatorio. Erick les juró que ellas nunca acabarían como lo hizo él y que las protegería del barrio, de su infancia e inocencia hasta llevarlas a un lugar mejor. Me llaman príncipe, porque una vez viendo la sirenita hace unos años les dije que ese era mi verdadero nombre y no Rick, como todo el mundo me llama. Ellas dijeron que ese nombre era el más bonito de todos y que si no me gustaba que me llamaran así, ellas me llamarían príncipe sabiendo que lo dicen por mi nombre. No lo dijeron con esas palabras por que por entonces tenían cuatro años... Pero resumiendo mucho esa es la historia de mi nombre. Y así nació el Rick que todos conocen ahora.
Nos quedamos en silencio durante un buen rato, veo cómo se va tranquilizando con el paso de los minutos mientras yo termino de procesar todo lo que me ha contado. Sabía que su vida no debió de ser fácil pero jamás me imaginé todo lo que tuvo que vivir, no me extraña que siempre esté tan prevenido a cuanto al distrito 24 se refiere en general. Porque lo ha vivido en su propia piel.
Siento tanta lástima por él... pero no es algo que vaya a decirle, porque estoy segura de que es lo último que querría oír ahora mismo.
Asique opto por decirle lo que sí tiene que oír.
—Sé quién es Rick —digo rompiendo el silencio y él se gira para mirarme—. Es el chico de semblante serio, intimidante, autoritario, inalcanzable. El chico que con una mirada te provoca miedo. La gente lo respeta. Nadie le pasa por encima y pisotea a cualquiera que intente algo. Estoy segura de que es mal hablado y agresivo cuando tiene que serlo. Y sé que tiene otras tantas cualidades que no he llegado a conocer.
—Si, ese soy yo —se aparta de mi bruscamente, pero yo no he terminado de hablar, asique me levanto y voy hasta él que tiene la mirada perdida en la ventana, no quiero exponerme a que me vean, asique lo abrazo por la espalda apoyando la frente en ella y le rodeo la cintura con los brazos.
Respiro hondo rezando para que no me aparte de su lado y cuando no lo hace, continúo.
—Pero también sé quién es Erick. Es el chico que me ayudó sin tener por qué exponiéndose a problemas. Es el chico que me abrió las puertas de su casa sin conocerme. Es el chico que me hace reír, el que se preocupa de que esté bien a salvo y segura, el que no me pide nada a cambio. El chico que con una mirada me hace saber que estoy donde debo estar. El que me dio la oportunidad de conocer a dos hermosas niñas a las que quiero con locura. Cuida de sus hermanas, les hace trenzas en el pelo, aunque no sepa cómo, pero él lo intenta, por ellas —sonrío, escondida en su espalda todavía, haciendo que así, sea esto mucho más fácil de expresar—. Son las niñas mejor alimentadas y aseadas del mundo, les lee cuentos y compra sus chocolates favoritos porque sabe que no hay otra cosa que a esas niñas les guste más que un KitKat. Juega con ellas a todos los juegos de mesa que tienen y ha visto tantas veces la sirenita que podría hacer una obra de teatro interpretando al príncipe Eric. Por qué así es como te ven ellas. Al igual que te veo yo. Y seguro que me dejo una lista larga de más cualidades que estoy segura de que llegaré a conocer.
Noto como se remueve entre mis brazos hasta darse la vuelta y acabar frente a mí, estoy tan nerviosa que no lo miro a la cara, si no a su clavícula, que es a la altura de donde me llega la mirada, dejo caer los brazos a los lados y me echo un paso hacia atrás.
Nos quedamos así, en silencio por unos minutos, estoy a punto de volverme a la cama, pero él se adelanta y me levanta el mentón con los dedos obligándome a mirarlo.
—Ahora todo tiene sentido —vuelvo a hablar—. No lo he sabido hasta ahora, pero para mí siempre has sido Erick, aunque al principio intentaras sacar a Rick para alejarme. Pero Rick nunca ha tenido nada que hacer frente a ti.
Él deja caer su frente sobre la mía y sube sus manos hasta mis mejillas las cuales cubren casi toda mi cara de lo grandes que son. Tiene los ojos cerrados y yo los cierro también, poco segundos después me abraza. Me deja atrapada rodeándome con sus brazos por mi espalda y sin duda yo le devuelvo el abrazo.
—¿Y nunca nadie te ha vuelto a llamar Erick? —le pregunto abrazada todavía a él.
—Nunca —contesta.
—¿Y si yo te llamara así? —pregunto en susurros—. Aunque solo sea las veces que estemos los cuatro solos, como cuando estamos en casa.
—¿Por qué querrías hacer eso? —nos separamos unos centímetros para poder vernos mejor.
—Porque es Erick quien está conmigo siempre y no Rick. Estoy muy agradecida por qué Rick me ayudara cuando esos capullos me asaltaron, pero ha sido Erick quien ha cuidado de mí desde aquel día.
No me contesta, pero entonces me sonríe, una sonrisa que nunca me había mostrado antes, pero que es sincera, como si me dijera con la mirada un "por favor hazlo" aunque no lo exprese con palabras. A cambio le doy un gran beso en la mejilla y me acurruco más junto a él, como si a partir de aquí tuviéramos mucha más confianza entre nosotros por haber compartido una vez más parte de nuestros pasados.
—Vamos a la cama anda, ya se hace tarde.
—Sí —contesto—. Mañana deberías hablar con las chicas, creo que hay cosas que quieren hablar contigo.
—Lo haré, también quiero hablar con ellas y explicarles varias cosas —hace una pausa breve antes de volver a hablar ahora en un tono más animado—. Ya veo que habéis estado cotilleando mucho esta tarde, aparte de eso ¿Qué más habéis estado haciendo?
Le cuento con detalle cada cosa que hicimos hoy, la conversación sobre besar ranas lo que llevó a saber su nombre, aunque ese tema muy por encima. Y él me cuenta lo que estuvieron haciendo también, pero muy resumido porque ya se ha hecho bastante tarde y mañana madrugamos.
Nos damos las buenas noches y nos tumbamos a dormir dándonos la espalda el uno al otro.
Pasan los minutos y no consigo coger el sueño, temo que me pase lo mismo que la noche anterior y empiece a dar vueltas en la cama y no deje descansar a Rick que hace rato que se durmió.
Lo miro, pensando en que hacer, pero de qué me doy cuenta he pegado mi pecho a su espalda quedándome muy pegada a él con cuidado de no despertarlo, noto su calor al instante y me relajo, apoyo la frente en su espalda inspirando su olor, una mezcla de gel masculino y su propio aroma, un olor sumamente adictivo, me quedo ahí muy quieta cogiendo ya el sueño.
Sin esperarlo la mano de Rick coge mi brazo y lo pone sobre su cintura y estira de el para terminar de atraerme más hacia su cuerpo, quedándonos así totalmente pegados. Mi mano descansa sobre su abdomen duro y no puedo evitar presionar los dedos por un momento antes de relajar la mano, su brazo descansa relajado encima del mío y entrelaza nuestros dedos y eso hace que me sea imposible escapar de él.
Pero eso es algo que no quiero en absoluto.
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Ya conocemos más del pasado de Rick.
Espero hayan disfrutado este capítulo, para mi es uno de los más especiales.
Gracias por leerme.
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