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Capítulo 1


Todo el mundo ha oído alguna vez a lo largo de su vida adolescente las amenazas con mandar a sus hijos a un campamento de verano. Esto normalmente es porque dichos adolescentes son un dolor de cabeza para sus padres al tener tanto tiempo libre durante el verano. Debido a eso, estos suelen jurar que no harán desastres en casa y tratan de convencer a sus padres para que no los manden a uno.

Bueno, en mi caso es todo lo contrario. Yo muero porque llegue el verano y estar en el campamento durante tres semanas. Las razones son dos: la primera, porque yo haría cualquier cosa con tal de estar lejos de casa, aunque sea muy poco tiempo, y la segunda, porque me encanta todo lo que nos enseñan allí.

Principalmente porque cada semana se habla en un idioma diferente, como el italiano, el francés o el español.

También se llevan a cabo varias actividades en la naturaleza. No hay otro campamento tan completo como este, por eso es extremadamente exclusivo y obviamente cuesta una fortuna.

Pero como todo en la vida, lo bueno se acaba y me encuentro en el avión que me trae de vuelta a mi mansión "o prisión" porque para mí es lo mismo.

—Papá, estoy en casa —silencio—. ¿Papá? —vuelvo a llamarlo, pero sólo se oye más silencio.

No me sorprende llegar a casa y encontrarla vacía. Bueno, vacía no sería el termino adecuado ya que esta casa siempre está llena de personas que nos ayudan. Pero mi padre, la única persona que tengo en el mundo, no está. Otra vez.

Da igual las veces que le haya dicho que llegaba hoy y las dos llamadas que no ha contestado para saber que así es como sería mi recibimiento.

Dejo las maletas en la entrada de la casa, pesan demasiado para que yo las suba, pero Charlie el mayordomo las subirá cuando las vea. Voy directamente a mi habitación para darme una ducha. El campamento es genial, pero por muy exclusivo que sea nada como darte una ducha en tu propio cuarto de baño con todos los potingues a mano. Estamos a mediados de agosto, queda poco para empezar el instituto, ¡el último año! Después el baile de graduación y directa a la universidad.

Abro el grupo de WhatsApp que tengo con mis amigas y les escribo un mensaje.

Yo: ¿A las siete en Queen's?

Sofí: ¡Sí ya os echo de menos!

Sofí: ja ja ja

Nadia: Pero si acabamos de vernos

Nadia: Yo estoy cansada

Sofí: Pues no te vengas, siempre igual...

Yo: Ya sabes que es tradición ir allí justo cuando llegamos del campamento no armes un drama.

Dejo el móvil en la cama, ya miraré luego lo que están escribiendo.

Una vez que me he refrescado con la ducha decido bajar a la cocina a comer algo. Claret, la cocinera, hace los mejores postres del barrio, en mis fiestas de cumpleaños siempre es la encargada de la tarta y todos los aperitivos. Es lo más parecido a una madre que tengo ahora, es una mujer cariñosa y muy adorable con una cara redondita y mofletes siempre enrojecidos, y tiene unos ojos marrones y una mirada que desprende amor cada vez que habla conmigo. Tiene la costumbre de abrazarme cada vez que me ve desde que tengo cinco años y yo no puedo negarme nunca, sobre todo como ahora que hace mucho tiempo que no nos hemos visto. Encuentro un trozo de tarta de zanahoria en la nevera, me lo termino mientras escucho de fondo la televisión que a estas horas están dando el tiempo, el calor no para de subir y se está volviendo insoportable. Una vez he terminado de comer el trozo de tarta vuelvo a subir a mi habitación.

Busco en el armario lo más cómodo que tengo para ponerme, estoy bastante cansada como para llevar zapatos de tacón, así que me decanto por unos jeans cortos de color blanco, un top de flores y las zapatillas converse bajas de color rojo, me encanta como me veo, valió la pena las tres horas de cola que tuve que hacer para comprarme los jeans de Prada.

Decido coger el coche, aunque el restaurante no está muy lejos de mi casa. Cuando estoy saliendo del garaje junto a la carretera mi vecino Antoni me saluda desde su jardín donde está regando los rosales. A su esposa le encantan y tiene el jardín delantero lleno de estas flores de todos los colores que existen. Me encanta abrir la ventana por las mañanas y oler las rosas, tienen un olor espectacular y siempre suele regalarme las de color rosa, aunque a lo largo de los años me ha regalado de todos los colores por mi cumpleaños, Navidad, o simplemente porque sí.

—¿Cómo ha ido el campamento, querida? —pregunta tan amable como siempre, con ese acento tan característico suyo.

Antoni vive en la casa de al lado, se mudó con su familia aquí hará como unos cinco años y desde que llegaron he sido la niñera de sus dos hijos pequeños, ya que me ofrecí a cuidarlos un día que estaban desesperados por conseguir a alguien que se quedara unas horas con ellos porque no conocían a nadie por aquel entonces. A pesar de no tener la edad para ello, confiaron en mí desde un principio.

Desde ese momento siempre he sido bien recibida y tratada con cariño por esa familia, me han invitado infinidad de veces a merendar y cenar con ellos cuando más sola me encontraba, porque mi padre nunca solía estar en casa. Sin duda una gran familia, a la que por cierto muchos del distrito 1 miran con muy malos ojos, aunque no sé por qué, ya que a mis ojos son encantadores y buenas personas, por lo que los comentarios mal intencionados de los demás no me importan porque yo ya tengo hecha mi opinión acerca de ellos.

—Genial, como todos los años. ¿Los chicos? —le pregunto yo ahora.

—Unos monstruitos, ya lo sabes —se ríe divertido.

—Me imagino — le contesto sonriente—. Llámeme si me necesita, sabe que siempre puede contar conmigo.

—Lo sé querida, tú también puedes hacer lo mismo siempre que lo necesites, también lo sabes.

—Lo sé —le sonrío de nuevo—. Nos vemos señor.

Cuando entro al restaurante Sofía ya está dentro sentada en nuestra mesa de siempre, con un cóctel sobre la mesa de un color muy llamativo y mirando el móvil. Pido otro cóctel para mí y cuando me lo dejan en la mesa, un mensaje de Nadia nos llega al grupo que tenemos.

—Se retrasa —comento en voz alta sabiendo que mi amiga también lo ha leído—. ¿No te parece que lleva un tiempo muy olvidadiza con las quedadas? No sé, pero poco antes del campamento siempre se excusaba antes de llegar diciendo que no se había dado cuenta de que habíamos escrito en el grupo, que no llegaba a tiempo, o simplemente no respondía y nos dejaba plantadas sin avisar.

—Ahora que lo dices, en el campamento estaba muy tonta con el teléfono, una vez la llamaron y ella estaba en la ducha y salió mojándolo todo para que no viera quien era.

—¿Y no te pareció raro? —enarco una ceja—. Siempre hemos tenido libertad para usar los teléfonos de las demás y de repente tiene puesto el bloqueo con huella dactilar en su teléfono para abrir la aplicación de WhatsApp.

—En su momento me pareció graciosa la forma en la que salió disparada, lo cierto es que me reí mucho en aquel momento. Pero ahora que lo dices, y juntando todas las sospechas, puede que esté escondiendo algo.

—¿Cómo qué? ¿Crees que esté metida en algún lio? —pregunto con un tono de voz serio.

—Estamos hablando de Nadia, meterse en líos es su segundo nombre, no creo que sea nada grave, de ser así ya nos habríamos enterado.

Cenamos raviolis de setas y hablamos de los planes para el nuevo curso: las actividades extraescolares y clubs a los que nos hemos apuntado este año, aparte de asistir a los de siempre ya que se verán bien en nuestro historial académico en el momento en el que apliquemos a la universidad, los posibles temas para el baile de fin de curso y nuestro tema favorito: los vestidos que nos podemos poner que se adapten al tema elegido.

Decidimos pagar la cuenta y tomarnos el postre en la heladería que está a dos calles del restaurante cuando otro mensaje de Nadia nos llega al móvil.

—Genial, nos deja plantadas. ¿Ves lo que te digo? Está rara, en el campamento ha estado distante y antes de ir ya nos hacía esto.

—Vamos a dejarla por esta noche, mañana hablamos con ella —sentencia mi amiga y yo asiento con la cabeza.

Decidimos ir andando a la heladería por no mover el coche, pasamos un buen rato hablando con otro grupo de amigas que estaban allí. Dos horas después estoy despidiéndome de todas ellas y volviendo a por el coche al restaurante, apresuro el paso porque tengo la sensación de que alguien me está siguiendo, desde lo de Sean no me siento segura cuando ando sola y mis sensaciones nunca se equivocan.

No me da tiempo de abrir la puerta del coche cuando ya me tiene cogida por la cintura con una mano mientras que la otra la tiene puesta por encima de mi cabeza apoyada al techo del coche dejándome así atrapada entre su pecho y el coche sin posibilidad de escapatoria, presiona sus labios con los míos con fuerza, con brusquedad, tan... posesivo.

Sean.

Mientras con sus manos toca todo lo que quiere de mi cuerpo, sus labios bajan hasta mi mandíbula, dando pequeños besos hasta llegar al lóbulo de mi oreja, intento apartarlo tanto como puedo, pero es tan pesado como una roca y no consigo moverlo del sitio.

—¡Estás borracho, suéltame! —forcejeo como puedo, pero es imposible porque cuando por fin consigo soltarle una de las manos de mi cuerpo ya me ha cogido por otro lado, parece un maldito pulpo enfermo.

—Tengo tantas ganas de besarte... de tocarte... —apoya su frente con la mía jadeando, y cogiéndome con fuerza del cabello para dejar mi cabeza quieta mientras yo me retuerzo todo lo que puedo para salir de entre sus brazos—. De hacerte mía —me agarra el culo con las dos manos y me atrae hacia él, notando así su asquerosa erección.

Un nudo se me forma en la garganta y trago saliva, la palabra asco se queda pequeña para lo que siento en este momento, se está dejando llevar por los impulsos igual que ha hecho siempre, me siento muy agobiada, el corazón me late a toda velocidad, mi pecho sube y baja muy acelerado y las manos no me dejan de temblar. Sé de lo que es capaz y estoy aterrada por cómo puede acabar este encuentro.

—Vamos dentro —dice, mientras abre la puerta trasera de mi coche y me empuja al interior, poniéndose encima de mí.

—¡No! —intento escaparme de su agarre, pero no lo consigo. Estoy desesperada.

—¡Lo prometiste! —dice gritando.

—¡Esa promesa ya no vale nada! —también le grito—. Dejó de tener valor hace mucho tiempo, ¡déjame tranquila de una vez y olvídame! —intento empujarlo lejos de mí, pero es más grande que yo y consigue retenerme dentro.

—¡Pero serás zorra! —se pasa la mano por el pelo—. ¡Te vistes así para provocarme y encima me dices que te deje tranquila y me olvide de ti!

—¡Que te jodan! ¡Hace mucho tiempo que deje de vestirme para ti, asúmelo de una maldita vez! —aprovecho que se ha distraído con la discusión y lo empujo con los pies, tirándolo de culo al suelo, lo que me da la oportunidad de salir del asiento trasero, cerrar la puerta, y entrar al asiento del conductor.

Lo fulmino con la mirada. No puedo dejar de darle vueltas a la cabeza a lo ocurrido hace apenas unos segundos, estoy segura de que me habría forzado hasta que yo me hubiese rendido ante él, pues no sería la primera vez que intenta algo así, ya lo hizo antes, tanto que acabó con lo poco que quedaba de nuestra sana relación y no paró hasta volverla toxica y al final inexistente.

—Me voy a casa —digo mientras cierro la puerta del coche y echo el seguro—. Espero que mañana te acuerdes de lo que acabas de hacer cuando estés calmado y se te hayan pasado los efectos de eso que te has fumado —sin mirarlo a la cara con esas últimas palabras arranco el coche y me voy.

Hubo un tiempo en el que habría pagado por que sus ojos se fijaran en mí, hice hasta lo imposible por llamar su atención desde que era una niña, maldita la hora en la que se levantó un día y decidió que yo sería lo único en su vida. Y yo, como una estúpida, me creí el cuento de hadas que me idealizo al principio, sin llegar a imaginarme que acabaría en la oscura pesadilla en la que lo convirtió.

No me demoro en llegar a casa, es más de medianoche, aparco el coche en la calle de atrás porque quiero entrar lo más rápido posible a casa. Se oyen ruidos en el despacho de mi padre, me acerco con cuidado procurando no hacer ruido.

Me extraño porque creía que a estas horas ya estaría durmiendo.

A papá no le gusta que escuche sus conversaciones cuando él está en su despacho, su santuario, el lugar donde según él, se hace de oro, pero dado lo gruesa que es la puerta sólo oigo murmullos. Viendo que está ocupado decido irme a la cama sin darle las buenas noches, total para oír un «sí, sí venga hasta mañana», que es con suerte lo único que me dirá, no merece la pena interrumpirlo.

Subo a mi habitación, me pongo el pijama y voy al cuarto de baño, me lavo los dientes y me meto en la cama, cojo mis cascos y pongo mi música favorita, esta semana es el nuevo álbum de Louis Tomlinson, cierro los ojos y no creo llegar a cuatro canciones cuando apago la música y me acuesto a dormir, estoy muy cansada de este día que empezó muy bien y acabó siendo un horrible mal sueño. El mismo mal sueño que vivo desde hace ya varios meses.

                                                                                         ***

Algo me despierta de golpe, los gritos de mi padre retumban por toda la casa, ¿con quién estará hablando así? Me restriego los ojos que aun los tengo medio pegados y me pongo las zapatillas de estar por casa, como puedo salgo corriendo por la puerta y bajo a la planta baja.

—¿Qué pasa? —grito por la casa.

Busco a mi padre por todos lados, ¿Dónde está?

—¿Papá? —salgo al patio delantero, pero no está—. ¿Papá? —vuelvo a repetir, esta vez más alto, y salgo al patio trasero.

Es ahí donde lo encuentro, con unos cuantos hombres en trajes impecables que no tienen pinta de ser muy amables y, por la forma en la que están hablando, no parece que sea nada bueno, ya que mi padre esta como... desesperado, tiene los ojos cansados y el pelo alborotado, como si se hubiese estado pasando la mano por él constantemente. Los hombres le tienden un papel y después se marchan dejando a mi padre de rodillas en el suelo.

—¿Papá? —me acerco lentamente—. ¿Qué está pasando? —me pongo a su altura con las rodillas en el césped al igual que él.

—Tenemos que irnos —dice al cabo de unos minutos de silencio.

—¿A dónde? —susurro.

—Lejos —como puede se pone en pie y empieza a caminar hacia la casa.

—¡PAPÁ! —grito, desesperada por su poca información.

La relación que tengo con mi padre no es que sea precisamente muy comunicativa, desde hace varios años se ha limitado a hablarme con monosílabos y, con suerte, una frase con más de cinco palabras. Hasta ahora me he conformado con eso porque soy consciente de que por mucho que yo sea su hija pocas veces me ha tratado como tal.

Mi padre es un hombre ambicioso y codicioso, solo le interesa el dinero, y, según él, yo soy un parásito que le chupa hasta el último centavo que gana tan duramente.

Hace años que nuestra relación es puramente cordial y muy poco, por no decir nada, afectuosa. He aprendido a vivir con ello y desde la muerte de mi madre, el único apoyo emocional que tengo es Claret. Gracias a mi cocinera he sobrevivido a esta casa.

—Haz la maleta con todo lo que puedas llevarte —se gira hacia a mí—. ¡Ah! No volveremos aquí, así que asegúrate de llevarte lo que más te importe —y con una sonrisa irónica termina diciendo—, porque nunca vas a poder volver a por ello —se encoge de hombros y se va.

Me quedo petrificada, me da vueltas la cabeza, no puedo pensar, lo que ha dicho y sobre todo su forma de decirlo me deja de piedra, tengo que reaccionar porque necesito explicaciones, no puede decir algo así y dejarlo estar.

Lo busco por toda la casa, no está en su despacho. Continúo por las escaleras hasta la primera planta, voy directa a su habitación y ahí lo encuentro. Está sentado en la cama con los codos apoyados en las rodillas y con las manos está cubriéndose la cara. ¿Está llorando? Lo oigo sollozar, y una lágrima cae de sus ojos, lo observo desde la puerta en silencio.

—Deberías estar haciendo la maleta, en una hora tenemos que dejar la casa.

Se levanta y saca su maleta del armario, la más grande, y empieza a llenarla de ropa, mete todo lo que puede de valor, relojes, dinero en efectivo... todo lo que cabe dentro de ella. Saca otra maleta más pequeña y se va de la habitación, lo sigo en silencio, esta vez se dirige a su despacho, su lugar sagrado, y empieza a sacar papeles, joyas y más dinero de la caja fuerte.

—Estas perdiendo el tiempo, chiquilla.

—Todavía no me has dicho que pasa —digo cruzándome de brazos.

—Nos han embargado, lo he perdido todo ¿contenta?

De repente dejo de oír el ruido que hace mi padre mientras abre y cierra puertas y cajones, las piernas me empiezan a temblar temiendo el momento en el que no me sostengan por más tiempo, necesito sentarme, no puedo respirar, siento la boca seca y me cuesta tragar.

—Señorita ¿me escucha?

Tengo a Claret enfrente de mí, sostiene un papel delante de mi cara y lo mueve de un lado a otro muy rápido dándome aire. Tardo unos minutos en volver a la realidad, subo rápidamente las escaleras con Claret siguiéndome a toda prisa, entre las dos llenamos unas seis maletas grandes con toda mi ropa y algunas de mis cosas personales, como la foto que tengo con mamá el día que cumplí diez años, es de cuando estábamos pasando el día en el acuario y alguien nos tomó la foto justo cuando un gran tiburón pasaba nadando por encima de nosotras, las dos sonreímos abrazadas y enseñamos los mini peluches de cangrejos que tenemos en la mano. Por supuesto el peluche de cangrejo está metido junto con la foto en una de las maletas.

Termino cerrando las dos maletas pequeñas con bolsos y zapatos, más los productos de cosmética. Cojo mi bolso, el mismo que anoche dejé en el tocador de mi habitación y salgo de ella bajando las escaleras, justo detrás de mí Charlie baja mis maletas y las deja en la puerta.

Tanto Claret como Charlie son los primeros en salir de la casa, dejándome totalmente sola a la espera de lo que pasará de ahora en adelante.

Salgo a la puerta principal y casi a la mitad del patio delantero me paro y me giro hacia la casa dando un vistazo por última vez a la que durante diecisiete años ha sido... eso, una casa, porque un hogar... nunca lo sentí como un hogar.

Veo a mi padre salir de la casa con una maleta grande y otra mediana, justo a sus espaldas los hombres de antes, muy poco disimulados me miran a mí y luego a mis maletas, uno se acerca y me observa de una forma extraña. Como sintiendo pena por mí.

—Por favor, ¿me entregas las llaves de tu casa, señorita?

—¿Qu...qué va a pasar ahora con mi casa? —pregunto con la voz un poco temblorosa mientras busco en mi bolso las llaves.

—Saldrá a subasta en unos meses, seguramente para Navidad ya esté ocupada por otras personas.

Sus palabras se repiten en mi cabeza una y otra vez, no puedo creer que esté pasando esto.

—¿Señorita?

Saco las llaves y se las entrego sin decir una palabra, en cuanto las tiene en la mano las mira un momento y se dirige hacia mi padre tomando las de él y guardándolas dentro de una caja de metal junto con infinidad de papeles.

Mi padre sale al jardín donde estoy yo con mis maletas esperándolo.

—No seas ilusa chiquilla, coge solo dos maletas y deja el resto dentro de la casa —dice mi padre, frío como un témpano de hielo.

—¿Estás de broma? ¿Cómo voy a dejar todas mis cosas aquí? ¡Se perderán!

—Es lo que hay, no admito discusión en esto, no pienso pagar a un coche para que lleve solo tus maletas, ya debemos irnos.

Resignada dejo cuatro maletas grandes y una de las pequeñas en la entrada de la mansión, no me deja ni tiempo siquiera para llevarlas hasta mi habitación, las lágrimas me recorren las dos mejillas, mientras le doy un último vistazo a la casa.

Un taxi se detiene delante de las grandes puertas delanteras que dan inicio a la propiedad y, siguiendo a mi padre, me subo al coche, viendo cómo los hombres que visten de traje, con la cara menos expresiva del mundo, cierran todas las entradas a la propiedad y se van en su Mercedes.

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Bienvenidos a esta historia. Espero que la disfrutéis y le deis mucho amor.

ADVERTENCIA:

La historia contiene escenas +18 con escenas descriptivas. 

También se prohíbe la copia o cualquier adaptación de esta historia sin mi consentimiento. 

Esta obra está registrada. Respeten el trabajo que por tanto tiempo me ha llevado crear.

Dicho esto, apoyarla si os gusta y compartan para que otras personas puedan disfrutarla también. 

Gracias siempre por leerme. 

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