Capítulo 14: Once de Septiembre.
11 de Septiembre del año 1541.
Primera y última vez que hablo refiriéndome a una fecha, porque a mi criterio, sería la más importante de toda mi vida. Pero primero, explicaré un par de antecedentes clave para que comprendan porqué fue tan importante:
Lars me abandonó y ahí me quedé, como una ordinaria "amante" más de James. No permití que me tocara, no permití que me hablara. Mi mente estaba congelada para tener un sólo pensamiento y ese era recuperar a Lars a como de lugar. Admiré con detención el entorno, durante una semana Kirk iba de aquí para allá notificándonos con respecto al asunto con Lars y el ejército en sí.
Íbamos perdiendo, eso estaba claro, aunque fuéramos muchos más en contra de un pueblo, Junior tras ser derrocado de su temporal puesto de Gobernante, se dedicó a conversar de manera pacífica con los indios, los cuáles ya poseían nuevas tecnologías en armas, tenían más fuerza que nosotros los casteles. Muchas veces los Rattleheads se retiraban para buscar nuevas técnicas, de las cuáles, ninguna funcionó. Cuando Lars volvió al poder, de inmediato, decidió que debía estallar de una vez la guerra ofensiva -la común y corriente, vamos-. Que se enfrentaran todos como pudieran y que dieran lo mejor de sí, porque rendirse a cada rato no serviría de nada.
Los Rattleheads estaban impactados porque uno de los soldados, un joven de dieciocho años que llevaba dos años desaparecido en Iradil -el cuál fue siempre discriminado por ser mulato, hijo de india iradila y de un Rattlehead-, se enteraron que éste estableció contacto con el pueblo Merusa, aprendió todas las costumbres de éste, el idioma y que ahora se ha vuelto en contra de nuestro ejército porque no soportó la discriminación. El mestizo Ian, Scott Ian antiguamente, se ha lanzado en nuestra contra para enseñarle técnicas de combate a los indios.
También cabe destacar que estuvimos siendo espiados por años por un indígena llamado Joey Belladonna, el cual dio un grito de guerra similar al del Lonko Tom Araya, este sujeto estudió cada uno de nuestros movimientos e implementó una mejora en las armas indígenas. Ahora ellos tenían más lanzas, no usaban piedras para lanzarlas con la mano, ahora las arrojaban con arcos de flechas, lo que haría que el golpe con una piedra llegue a ser letal de una sola lanzada.
La tribu Merusa estaba más fuerte que nunca y los de nuestro bando no podían hacer nada para mejorar. Las decisiones que estaba haciendo Lars tampoco ayudaban del todo, de hecho, acabé llorando abatida cuando el vocero del Rey me contó la trágica noticia de que mi amante había sido capturado por un grupo de caciques indios, servidores del Lonko.
No aguanté más, esperé a que éstos imbéciles se distrajeran para salir de la propiedad de James, robar un caballo y una espada. No necesitaba nada más para pelear. Ese 11 de Septiembre, sería el día en que daría todo por el amor hacia ese hombre que me salvó de la miseria en este continente. Mi amor y la rabia eran mi mayor impulso que me daba a seguir adelante.
Azotaba con fuerza la piel del caballo para que cabalgara más rápido, el viento golpeaba mi cara y sólo necesitaba una cosa: recuperar a Lars como de lugar, esos idiotas no iban a hacerle daño, ¡yo no lo iba a permitir! Horas de dolor y miseria para mi resultaron eternas, en mi camino se atravesaban imbéciles que querían asesinarme, yo fui más lista y los fui derribando uno a uno sin miedo.
El corcel de James era mucho más rudo que el mío, resistía muy bien a los piedrazos, en ves de reclamar dolorido, éste se impulsaba de furia para continuar en la pelea. Pisoteaba a los indios que se atravesaban por el camino, no me interesaba aniquilar a las indios esta vez, que el holocausto sea para otro día. Lo único que me interesaba a mi era batallar para encontrar a mi amante, aquel hombre gallardo de buen corazón que me ayudó a ser la mujer fuerte que soy hoy en día.
Una vez que encontré la posada en dónde tenían al amor de mi vida, pillé la peor escena que mis ojos pudieron haber visto jamás. Quedé perpleja, mi corazón creí que explotaría, mis ojos se inundaron de lágrimas, mi estómago se revolvía con fuerza, casi con ganas de vomitar. Había un grupo de once caciques allí, alrededor de un santuario de piedra, sobre éste, estaba tendido el ex Gobernante Lars Ulrich con su pecho abierto, la mirada perdida al cielo e inmóvil. Uno de los caciques en sus manos cargaba, su corazón, aquel corazón que debía pertenecer a mi, lo tenía en sus manos ensangrentadas, lo alzaba al cielo y todos hacían oraciones a sus dioses, decían que estaban orgullosos de haber asesinado al imbécil que tanto sufrimiento les causó.
Histérica, me bajé del caballo. Ellos no me habían visto aún. Cogí la espada que pesaba bastante, me acerqué cuidadosamente por detrás al hijo de puta que cargaba el corazón, los demás idiotas tenían los ojos cerrados a su vez que realizaban oraciones. Eché para atrás mi brazo que cargaba la espada y ésta la clave en el estómago del que tenía las manos ensangrentadas. Este último gritó de dolor y yo le gruñí furiosa, hice fuerza para retirar el arma y antes de que él cayera al suelo, lo agarré del cuello, apuntándolo con la espada, de inmediato, los demás caciques pensaban en atacarme.
Hablándoles en su propio idioma, amenacé:
- Se atreven a hacerme algo, le corto la cabeza a este imbécil -atemorizados, fueron retrocediendo, no tenían armas a mano en aquel lugar, una gran ventaja para mi-. Entréguenme el corazón de mi amado, sus estúpidos dioses no lo necesitan, yo sí.
- ¡Nuestros dioses necesitan este privilegiado sacrificio! -bufó uno, me mostré muy cabreada. No pensaba en derramar lágrimas esa vez, no quería demostrar ser débil. Yo era fuerte.
Ya había perdido a Gonzalo, perdí a Lars, ya nada podía ser peor.
Clavé lentamente la espada en el cuello de ese imbécil, cortando sobre la yugular, una vena muy importante para la sobreviviencia humana, hasta finalmente, cortar por completo su cabeza, haciendo que caiga y choque con el piso. Impactados, se fueron alejando y uno de ellos cogió el corazón, se acercó a mi para entregármelo. Sin pensarlo más de dos veces, moví mi espada hacia los lados, cortándole la cabeza de una vez a este otro.
Una lágrima cayó, la limpié de inmediato.
- ¡No huyan, peleen como hombres esta batalla! -chillé con la voz quebrantada, me rehusaba a llorar.
Los nueve caciques salieron de allí corriendo, a lo que, opté por perseguirlos, no sin antes besar por última vez los labios de Lars, acaricié su fría mejilla y salí para coger un arco que estaba por allí, me subí al caballo para ir en la búsqueda.
Obvio, un humano corriendo nunca superará la velocidad de un feroz corcel bien domado. Tenía reconocidas las caras de cada uno de ellos, los cuales corrieron gritando que había una loca que estaba decapitando a sus hombres en medio de su espiritual ritual. Esos gritos fueron claves para poder ubicarlos, el arco tenía flechas, nunca tuve muy buena puntería y mis manos temblaban, era la oportunidad.
Un caído, vale. Dos, tres...
Las flechas no los herían del todo, sólo los dejaban débiles para correr a la distancia, mientras les disparaba, iba ideando mi técnica para aniquilarlos. Una vez que estuvieran tres en el suelo y seis corriendo débiles, azoté al caballo para aumentar la velocidad, pisoteó a los tres caídos y en una maniobra perfecta logré rebanar dos cabezas de una. Aterrados, los cuatro restantes se las arreglaban para huir por sus vidas. Mi ira no podía conmigo misma, no dejaba yo de gruñir y soltar lágrimas por lo terrible que era la situación. No podía aceptar que estos imbéciles hayan secuestrado al amor de mi vida y le quitaran el corazón para sus malditos rituales.
Me tiraban piedras con sus manos, algunas me daban en los hombros y dolía mucho, aumentaba mi descontento. Me atrevía a decir que me había vuelto loca al cien por ciento. Movía mi brazo derecho con agresividad, buscando herir con mi espada a los caciques, les realizaba pequeños rasguños y eso me emputecía. Quería matarlos uno por uno.
Fue una persecución incesante que pareció eterna, hasta que logré dejar tirados a los nueve caciques. Jadeando y agotada, me bajé del caballo. Los Rattleheads seguro estaban hacia el norte de Mirazáh -o Leonor, verdad que ahora la ciudad se llama igual que yo gracias a ese caballero-, yo estaba en el sur. Tenía la seguridad de que no vendrían refuerzos para atacarme. Los nueve no estaban muertos del todo, sólo dos que fueron los que decapité. Así que, para prometerles una muerte inmediata...
Agarré la espada, la alcé al cielo y recé:
- Padre nuestro, perdona todos los pecados que he cometido, todas las blasfemias en tu contra. Ahora perdóname por asesinar, por amar a alguien más que no seas tú, por amar en vano tu religión y tener mis sentimientos en alguien que ya ha muerto y nunca tendrá tu resurrección. Oh, señor, espero que me guarde un lugar en el cielo a pesar de que no lo merezco.
Entonces, me encargué de cortar la cabeza a los caciques que quedaban. Al final, me deshice de los once bastardos que le hicieron esa crueldad a mi amante.
Una vez que yo haya regresado a la posada, en dónde yacía el hombre que me salvó de tantos infiernos... reventé en llanto, me arrodillé frente a él y le abracé con fuerza. Pareciera como si hubiéramos estado un milenio abrazados allí, él sin vida y yo deseando no estar con una. Levanté con mucha fuerza el cadáver y su corazón, salí de la posada y pillé una red que solían utilizar los Rattleheads, hace... ¿décadas? Sí, era de las mismas que utilizamos en la misión de las malocas... La tomé y adentro coloqué el cadáver de mi ex amante, amarré la red a la silla de montar para que sea más fácil acarrear el cuerpo. El corazón... no quería que se estropeara.. Lo metí adentro del escote de mi vestido, allí estaría su corazón cerca del mío, como solía ser antes en los viejos tiempos.
Me monté al caballo y emprendí rumbo hacia la casucha de James Hetfield para dar la noticia. Todo mientras pensaba de manera definitiva sobre qué hacer con mi vida si ya no lo tenía a él.
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Nota: Ohh que triste todo ,-,
Espero que les haya gustado el cap que es el penúltimo ;-;
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