PRÓLOGO UNO - LAURA
Viernes, 25 de mayo del 2018
¿Alguna vez habéis escrito un trabajo y cuando ya estaba acabado, revisado y a punto de entregarlo, tenéis que volverlo a comenzar porque ya no estáis tan seguros de que esté tan bien como os parecía en un principio?
¿No? Pues no sabéis la suerte que tenéis, porque así me he sentido yo todos los días de mis últimos tres años. Me ha dado la sensación de que haga lo que haga, no me siento satisfecha con nada y mucho menos con mi día a día, pero soy optimista por naturaleza y me gusta pensar que volveré a ser feliz.
Vivo en un pequeño pueblo y conocido por todos que pueblo pequeño, infierno grande. Mis primeros catorce años fueron un paraíso. Recuerdo los fines de semana con mis padres y mi hermano y las tardes de los domingos sin hacer nada, tan solo esperando a que llegase el lunes.
Esas tardes de los domingos, es lo que más echo de menos, acostados en mi cuarto, mi madre, mi hermano y yo, hablando, riéndonos, leyendo, jugando...
Ahora todo ha cambiado. Los domingos por la tarde me encierro en mi cuarto, llamo a mi hermano y le pregunto cómo le va en su nuevo hogar. Intento que no me note que estoy triste y al final siempre acabamos hablando de nuestra antigua vida, de las locuras que hacíamos juntos y repetimos historias que nos hacen reír o llorar, o las dos cosas a la vez. Es el mejor momento de la semana, hay cosas que nunca cambian.
Ya han pasado más de tres años de la muerte de mis padres, pero los sigo echando de menos. A veces, al despertarme, pienso que todo ha sido una pesadilla y que, cuando me levante, oleré el pan recién hecho de mi madre u oiré las risas de mi hermano mientras molesta a mi padre en la cama. Y a los pocos minutos recuerdo el accidente, como me arropó el pueblo por completo los primeros días y como me dieron la espalda después.
El accidente no dejó a nadie indiferente y la mayoría ve amenazado el futuro del pueblo debido a las dificultades financieras que puede atravesar la empresa que genera el noventa por ciento de los puestos de trabajo en el pueblo. Pero hay algunos, la minoría, que ven más allá de todos sus miedos y se dan cuenta de que nuestra familia está destrozada y que mis padres solo intentaron evitar un accidente mayor, lo que al final causó su muerte.
Aún recuerdo la mañana de ese sábado catorce de marzo. Mis padres estuvieron toda la mañana bromeando porque ese día por la tarde estaba invitada al cumpleaños de Rafael, el chico del que llevaba enamorada prácticamente toda mi corta vida.
Nos levantamos tarde, por lo menos mi padre y yo, puesto que habíamos jugado a las cartas por la noche más tiempo del debido.
Ese día no trabajaba ninguno de mis dos progenitores, no obstante, se habían observado unas irregularidades en una de las plantas de la fábrica y temían que pudiera pasar algún accidente. Así que salieron al mediodía.
Se fueron tranquilamente, dejando muchas cosas sin terminar, esperando volver antes del almuerzo para llevarme al cumpleaños por la tarde.
Mi hermano y yo estábamos en el jardín, jugando con un juego de petancas. El sol brillaba a pesar de ser marzo y mi hermano me mojaba de vez en cuando con una pistola de agua que tenía desde el verano y que utilizaba para incordiarnos cada vez que se acordaba de ella.
A la una llegó un coche de la policía a casa y todo se volvió frío, oscuro y dejó de brillar el sol. Ese día por la tarde llegó mi tía y se quedó con nosotros en casa. Era dos años mayor que mi madre y no había formado una familia, por lo que no tenía mucha experiencia con niños, colegios y todas esas cosas y pensó que lo mejor era enviar a mi hermano con la abuela, porque era la única familia que aún nos quedaba con vida.
Como yo estaba en un proyecto especial de ciencias en el colegio, decidieron que me quedase en el pueblo y al estar todos apoyándonos, no hubo ninguna duda al respecto. Mis padres nos habían enseñado a valernos por nosotros mismos, aunque no me prepararon para los años que estaban por venir.
No hubo cumpleaños. La razón no la sé porque Rafael no ha regresado desde ese día al colegio ni nadie ha vuelto a verlo. Él estaba en el mismo proyecto que yo en clase y no porque fuese el hijo del propietario de la fábrica, era el mejor del proyecto con diferencia. Pero nunca regresó. Ni siquiera vino al funeral de mis padres, él y su madre fueron los únicos ausentes de todo el pueblo.
Todavía lo recuerdo: su piel morena, sus pestañas infinitas, esos ojos oscuros y esa mirada penetrante e inteligente que sonreía incluso sin mover la boca. Sí, toda la vida pensando en él para que de la noche a la mañana desapareciera para nunca más volver a verle.
Ahora ya casi no recuerdo sus ojos, aunque no haya encontrado a ningunos que ocupen su lugar. Imagino que la tristeza y la añoranza no ayudan a encontrar nuevos amores, aunque sean platónicos. Y ya con diecisiete años todo parece una tontería, un capricho, un enamoramiento de niños, aunque sé que él también sentía algo por mí. Mi madre me lo decía constantemente. Ella me contaba que lo observó más de una vez mirándome en silencio, cuando nadie se daba cuenta.
Y aquí estoy, en el día más importante de mi expediente académico y pensando en las tontas ideas de cuando era niña. Hoy es la presentación del proyecto individual y me darán una plaza para el Instituto Gutenberg si sale todo bien. La plaza solo la puedes ganar con esfuerzo y, por supuesto, con inteligencia y talento.
Si consigo suficiente nota, con todo lo que he logrado hasta ahora, me dejarán estudiar sin pasar primero por una universidad, tienen un programa especial para becados, pero solo hay dos plazas por año.
También tengo un plan B, pero ahora debo concentrarme en este día y en no necesitar ningún otro plan. Después podré pasar las vacaciones con mi hermano. Hace más de un mes que nos vemos y lo echo mucho de menos. Ha crecido muchísimo. Ya tiene trece años y no es el pequeñajo que solía ser, pero sigue con esa sonrisa perpetua en su cara, igualito que mi madre, y esa mirada inteligente. A su lado siempre parezco un poco tonta.
Aunque lo más que valoro de mi hermano es como ha sabido organizar su vida después de la muerte de nuestros padres. Ha conseguido hacer que todo lo que se propone sea increíble, conoce a un montón de gente, mi tía vive con mi abuela porque no se puede separar de él y cuando viene al pueblo, no se siente mal ni lo miran de forma extraña y nadie cuchichea al verlo.
No sé, creo que tiene un aura que hace que nunca te sientas incómodo cuando estás con él. Mi madre siempre decía que de mayor sería misionero. Mi padre se reía, porque siempre supo el talento increíble que tenía mi hermano con todo lo relacionado con las ciencias y las matemáticas. Si una persona como mi padre, que era un genio, pensaba algo así de alguien, dice mucho del talento de mi hermano.
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