CAPÍTULO UNO - LAURA
Domingo, 9 de septiembre del 2018
—Hermana, ¿de verdad que te vas a quedar a vivir ahí? —me pregunta mi hermano por enésima vez.
—Sí, ya te lo he dicho en nuestra última llamada hace diez minutos —le contesto con voz cansina.
—Es que hasta Laika tuvo mucho más espacio que tú al orbitar la Tierra y sabes que solo sobrevivió cinco horas —comienza mi hermano con su drama.
—Santi, estoy ocupada. Te llamo en unos días —me excuso antes de colgar.
Normalmente, no hablábamos tanto o, al menos, no con tanta frecuencia, pero mi nuevo hogar es tan pequeño que hasta mi hermano se quedó preocupado por la posible falta de oxígeno, o eso fue lo que dijo. No entiende el porqué su hermana tiene que vivir en un lugar así.
Desde el fallecimiento de nuestros padres recibimos una generosa suma de dinero mensual, gracias al seguro de vida que tenían, y además nos habían dejado suficiente dinero para vivir a cuerpo de rey durante cincuenta años por lo menos. Incluso tenían algunos inmuebles alquilados y lo único que nos sobra es el dinero.
Pero lo que más le molesta a mi hermano es que cerca del instituto tenemos una casa que nuestros padres compraron como inversión, por si en el futuro alguno de nosotros, o los dos, queríamos estudiar en el instituto Gutenberg, como ellos lo hicieron en su día.
Como dicen todos, soy bastante tozuda y no me apetecía vivir en una casa yo sola. Ya lo había hecho durante demasiado tiempo.
Pero la verdadera razón era que no quería vivir en ese barrio, una zona muy pija al lado del instituto, donde todos se miran por encima del hombro y el trato con los vecinos es muy distante. Ya tengo suficiente con el trato distante que he recibido los últimos tres años.
Todos los años alquilábamos la casa gurú a estudiantes ricos que pagaban muy bien y la devolvían en verano, pero este año mi hermano no ha querido alquilarla porque supone que después de unos meses me cansaré de mi pequeño piso y necesitaré poder respirar.
Mi padre la bautizó así porque el antiguo propietario parecía un gurú hindú con su barba blanca y las camisas largas de colores vivos. Papá bromeaba mucho con que llevaba un kacha, una ropa interior de algodón parecida a un bóxer, obligatorio según el sijismo, religión del estado indio.
***
Es verdad que mi nuevo piso es pequeño y, además, una cuarta planta sin ascensor. Lo que realmente no logro entender es porque a los edificios los hacen con el hueco preparado para el ascensor, pero no lo colocan, como para que sepas lo que te pierdes.
Lo bueno es que en la entrada del edificio estaban los trasteros. El mío no es muy grande, pero en proporción con el apartamento es muy amplio. No está lleno del todo a pesar de tener dentro la bicicleta, una estantería con libros y apuntes y otra con distintos trastos.
Ese trastero es lo mejor de mi nuevo hogar, además de que en mi planta no hay vecinos y cuando salgo por la ventana del comedor-cocina-salón tengo la azotea del edificio para mí sola. Son cuatrocientos metros cuadrados a mi disposición para poner una hamaca, una barbacoa o lo que me apetezca.
El apartamento solo tiene una habitación, además de mi cuarto y el baño, pero mi hermano está empeñado en que tiene mucho potencial, aunque también está seguro de que los propietarios no nos permitirán hacer todo lo que quisiéramos. Por eso, desde la semana pasada, está en conversaciones con ellos para comprarlo.
Son como cincuenta propietarios. El edificio lo construyó un matrimonio hace muchos años y lo heredaron sus siete hijos y ahora los propietarios son los nietos y en algunos casos los bisnietos del matrimonio. El matrimonio vivía en la primera planta y alquilaban los cuatro apartamentos que tenían en las dos plantas que estaban encima. Los hijos, aprovechando el cuarto de lavar que estaba en la azotea, hicieron otro apartamento. Ahora solo está un apartamento alquilado y el mío, porque los demás necesitan una buena reforma.
El problema es que todos quieren vender, pero no toman en serio a un niño de trece años, por eso mi tía ha tenido que intervenir.
Si todo sale bien, compraremos el edificio a un buen precio dentro de uno o dos meses. El edificio está en una zona de clase baja-media, pero no conflictiva. Si arreglamos el jardín y ofrecemos además un trastero, los apartamentos serán más fáciles de alquilar. Pero eso será en ocho o nueve meses que es lo que durarán las reformas. Para este hermano mío todo es rentabilidad, no gasta un euro en algo que piense que no le será rentable en un futuro.
Me contó todos sus planes hace unos días, cuando intentaba convencerme para que me fuese a vivir a la casa gurú. Yo le di mi consentimiento para que haga lo que quiera, como siempre, sin embargo, no pienso mudarme hasta que comiencen las obras y, definitivamente, no lo haré a esa enorme casa.
Después de dos horas en el piso, me gusta cada vez más la idea de reformarlo. Este piso necesita más luz. Son las tres de la tarde y parece que son las ocho. Tras ordenar un poco y preparar todo para mañana, mi primer día en el instituto, ya no sé qué hacer entre estas cuatro paredes.
El tiempo está genial para ser septiembre. No hace mucho calor y algunas nubes tapan el sol casi todo el tiempo, por lo que me decido en ir a dar una vuelta por los alrededores del instituto con la bicicleta y echar un vistazo.
***
No he llegado aún al parque y me estoy gozando el espectáculo de una chica gritándole al que parece ser su pareja, o mejor dicho, expareja. Seguro de que él se sentirá luego fatal. Si yo estuviese en su lugar, me hubiese ido desde que empezó a hablar tan alto y encima delante de todos sus amigos y en un lugar repleto de gente.
Sé que no es lo adecuado e intento no mirar, pero me cuesta mucho evitarlo.
Al final, aseguro la bicicleta y me voy caminando por el parque sin rumbo fijo. Saco un libro y me siento en un banco a leer. Casi me he acabado el capítulo cuando a lo lejos veo un grupo de chicos que se acerca y entre ellos está cabizbajo el chico al que le estaban gritando antes, mientras los demás, entre risas y fiestas, no le hacen mucho caso.
Terminan sentándose a unos diez metros del banco donde me encuentro yo. Puedo escuchar perfectamente cómo bromean a costa del pobre chico y hablan de la fiesta de bienvenida al curso. Parece que están también en primero.
Le he prometido a mi hermano que iría a esa estúpida fiesta. No suelo ir mucho a celebraciones desde que mis padres fallecieron y no me apetece nada. Además, como a mi hermano le preocupaba que no conociese a nadie, ha hablado con un amigo con el que hizo un proyecto sobre Sistema para enfoque eléctricamente dirigido para que me acompañe a la fiesta. Posiblemente, conociendo el nombre del proyecto, es a la primera fiesta a la que asistirá mi acompañante y no conocerá a muchos de los asistentes.
Mi hermano, a pesar de su corta edad, siempre está investigando o colaborando en proyectos de toda índole. Le han dado la posibilidad de que realizase los exámenes necesarios para que pueda acudir a algunas universidades, pero mi tía se niega. Ella dice que hay tiempo para todo y ahora tiene que estar con gente de su edad, pero le permite colaborar en todo lo que quiera fuera de sus clases regulares.
Cuando llegué este verano a casa de mi abuela estaba colaborando en un proyecto de humanidades sobre la aplicación de las tecnologías de la información y técnicas estadísticas. Estaba muy entusiasmado, aunque no tuviese nada que ver con los proyectos en los que suele trabajar.
***
El chico se queda solo en el banco, los demás dicen que se van a una cafetería y él ha hecho como si fuese a seguirlos y se ha quedado atrás para luego sentarse otra vez en el mismo banco.
Se nota que está triste.
Desde que llegaron esos chicos no he conseguido leer ni una página de mi libro. Siento tanta empatía con él que, sin pensarlo dos veces, me levanto y me siento al lado suyo.
—Hola, perdona que te moleste. Antes he visto cómo te ha tratado esa chica y luego he oído a tus amigos. ¿Estás bien? —no puedo evitar inmiscuirme en la vida del pobre chico.
—¡Qué valiente! Yo no podría ser tan sincero y menos con alguien que no conozco de nada —exclama mientras su cara muestra tal asombro que parece que esté hablando con Iron Man.
—Creo que es más fácil ser valiente si no conoces a la persona con la que hablas, al fin y al cabo, no la volverás a ver —le respondo mientras hago que sonría, por lo menos le he sacado una sonrisa, aunque pequeñita.
—Soy Jacobo, encantado y gracias por preocuparte —me ofrece su mano y yo la acepto dándole la mía.
—Encantada y perdona de verdad que me entrometa. Pensé que te sentirías muy mal y que quizás pudiese ayudarte. Soy Laura —me presento, mientras toda mi valentía se esfuma y me siento un poco incómoda.
—Hoy no ha sido un buen día. Me he enterado de que mi novia de hace más de un año, mejor dicho mi ex, me engañaba, y no solo con otros chicos, sino con todo lo que se le ponía por delante. Conmigo se comportaba como una niña buena, pero anoche, borracha y de fiesta, intentó seducir en plena calle al chico que comparte conmigo piso cuando él regresaba a casa.
—¿Y cómo te has enterado? —me intereso por su historia.
—Ella no lo conocía. Ha venido con algunas amigas a acompañarme unos días ahora que comienzo en la universidad y se quedan en un hotel. Pero esta tarde vino a mi piso y mi compañero la vio. Al final ella misma me lo contó. Bueno, fue todo un espectáculo, entre que soy aburrido y un pelma, me ha dicho de todo.
—Parte de esa conversación la he escuchado —le cuento un poco avergonzada.
—Lo peor es que la quería, no es que estuviese enamoradísimo, pero la quería. Aunque en el fondo siempre sospeché que no era del todo sincera conmigo. Ahora no tengo con quién ir a la fiesta y ella, según me dijo, tiene ya dos sustitutos para que ocupen mi lugar. Lo único bueno de esto es que en unos días se irá y espero no verla en mucho tiempo —me cuenta triste Jacobo, sin hacerle caso a mi comentario.
—Yo iré contigo —le propongo sin apenas pensarlo, aunque me arrepiento un segundo después y rezo para que diga que no.
—¿De verdad harías eso por mí? —pregunta al levantar las cejas de una forma tan exagerada que no puedo evitar sonreírle.
—Pues claro, aunque, en realidad, me harías un favor a mí. Mi hermano me buscó una cita a ciegas para esa noche con un colega dos años mayor que yo. Si le digo que ya tengo pareja, me ahorro el trauma —admito, buscándole la parte positiva a todo este asunto.
—¡Imposible!, pero si eres guapísima —exclama mientras me mira de arriba abajo igual que si fuese a comprarme.
No estoy muy acostumbrada a que los chicos se fijen en mí, pero no me siento incómoda. Hay algo agradable en su manera de actuar, como si fuese un niño grande.
—Míralo igual que un acuerdo comercial. Tú le demuestras a tu exnovia que no tenía razón y nos divertimos delante de ella antes de que desaparezca de tu vida y yo me ahorro el salir con un amigo de mi hermanito —le ofrezco.
—Estaría genial —piensa en voz alta con una sonrisa radiante que le llega a los ojos.
Ahora me toca a mí mirarlo. La verdad es que es guapo y tiene la espalda muy ancha, seguro que practica natación. Es más alto que yo y mido un metro setenta y seis centímetros, así que supera el metro ochenta. Es moreno de piel, de cabello castaño y su cara aún está un poco aniñada. Sus ojos son también castaños y, a pesar de todo lo sucedido con su novia, son alegres y están llenos de vida.
En este instante me percato de que es agradable tener una conversación con alguien sin que sepa toda la historia de mi vida. En el pueblo todos nos conocemos y cuando alguien habla conmigo sabe todo sobre de mí, que no tengo experiencia con chicos, que no me queda ni un amigo de verdad, que mis padres ya no están, que vivo sola y que siempre he sido un poco excéntrica. Pero hablar con Jacobo es sencillo, no tengo que llevar a cuestas toda mi historia.
***
Al final nos vamos a una cafetería, no en la que están sus amigos, sino a una cercana, y nos sentamos en una mesa en la terraza. Jacobo es divertido y parece un buen chico. Ahora que no tiene esa mirada triste, estoy empezando a pensar que, después de todo, ha sido buena idea ayudarlo.
—Aquí los cafés son buenísimos y vienen con unas galletas caseras que están de miedo —me aconseja con una de sus sonrisas.
—No tomo café —le informo y no puedo evitar sonreír yo también cuando pone cara de sorpresa.
—¿Y has llegado hasta esta universidad sin la ayuda del café para estudiar por la noche? —pregunta, posiblemente, porque en la universidad también son bastante exigentes y los estudiantes se esfuerzan mucho para entrar en cualquiera de sus facultades.
—En realidad no voy a la universidad, voy al Instituto Gutenberg, pero la fiesta de bienvenida siempre la hacen juntos.
De repente me mira asombrado, sus labios se abren y los ojos se le dilatan. Quizás no sepa que es el Instituto Gutenberg. Es estudiante de primer curso y casi seguro que piense que estoy en un instituto de bachiller. Por eso no me sorprende su siguiente pregunta.
—¿Cuántos años tienes? —pregunta con cara expectante esperando mi respuesta.
—Diecisiete —le respondo con los ojos cabizbajos y casi como un murmullo, —pero cumplo dieciocho años en diciembre.
—¿Te han dado la otra beca?
—¿La otra beca? —me sorprendo, porque ahora soy yo la sorprendida.
—Sí, a mi compañero de apartamento le han dado una beca, tiene dieciocho años y también va a ir al Instituto Gutenberg.
—¿En serio? ¡Qué coincidencia! ¿Y cómo se llama? —inquiero y me doy cuenta de que de repente me siento ansiosa.
—Rafael Gutiérrez, un buen chico, muy educado y cocina de maravilla. Un día, cuando pase todo lo de la maldita fiesta de bienvenida, deberíamos quedar en casa para cenar. No es broma cuando digo que hasta mi padre, que es un sibarita en lo que a la gastronomía se refiere, se quedó impresionado cuando me visitaron y los invitó a almorzar.
—¡Qué suerte! —exclamo con poco entusiasmo, aunque creo que Jacobo no lo nota.
En realidad, siempre pensé que lo lograríamos los dos, aunque quizás en los últimos años mi amigo no se interesase tanto por la ciencia. Al fin y al cabo, no nos habíamos visto desde hacía más de tres años.
—Sí, es un buen chaval, aunque un poco obsesionado con los horarios de limpieza y las comidas.
—¿Obsesionado?
—Su lema es: "si no desordenas, no tienes que ordenar". Imagino que en casa tendrá que hacer las tareas domésticas porque se le ve muy entendido en cuestiones de limpieza y orden. Pero, por lo demás, un chico muy normal, no el típico friki que esperas que entre con una beca del Instituto Gutenberg. Tú tampoco pareces una friki, perdona por el comentario, no lo dije con mala intención —se disculpa un poco avergonzado.
—Tranquilo, mi hermano sí es un friki y lo veo como un cumplido —le explico mientras no puedo evitar pensar en que diferente es el compañero de Jacobo y mi Rafael, Rafael Flores.
—¿El hermano que te ha buscado pareja para la fiesta? —bromea Jacobo.
—Sí, el único que tengo. Tiene trece años, pero si mi tía se lo permitiese, podría haber entrado en el Instituto Gutenberg cuando quisiese.
—Tiene que ser todo un personaje para organizar tu pareja con solo trece años.
—Sí, te encantaría. A él también le encanta cocinar, como a todos en mi familia. Pero lo de la limpieza, no sé yo. Desde que era pequeño intentaba escaquearse el día que tocaba limpiar en casa.
—Parece que es un pequeño genio —afirma Jacobo mientras me mira intentando comprender si es cierto o no lo que le estoy contando.
—¡Qué va! —exclamo, pensando en todas las grandes cosas que ha logrado a su corta edad —Santi es un gran genio, aunque cuando hablas con él, parece un niño de su edad y como no es muy alto, incluso menor.
—Ahora, verdaderamente, tengo curiosidad. Yo ni siquiera opté por la beca, aunque quiero estudiar en el Instituto Gutenberg, siempre supe que tenía que esperar tres años para conseguir una plaza.
En ese instante los amigos de Jacobo salen de la cafetería donde estaban y caminan en nuestra dirección. Se paran para charlar con mi nuevo amigo, pero él los mira tan severamente que ellos se avergüenzan un poco y casi sin mediar palabra siguen su camino. Luego, algunos se vuelven para mirar hacia nosotros. Jacobo estaba como un niño con zapatos nuevos.
—Ha sido una buena idea lo de sentarse en esta terraza. Te lo agradezco de verdad, Laura. Yo, aunque no lo parezca, soy un poco tímido a la hora de hacer nuevas amistades. Creo que por eso se piensan que pueden comportarse conmigo como quieran y siempre estaré ahí. Les hemos dado una buena lección —se enorgullece de sí mismo.
—¿Todos son amigos tuyos desde hace mucho tiempo? —le pregunto, porque son diez, yo nunca he tenido tantos amigos
—Sí, pero solo dos estudiarán en la universidad, los otros tan solo han venido de vacaciones y a pasar el rato con nosotros tres, al igual que mi novia y las otras chicas. Bueno, tú me entiendes —carraspea en cuanto se da cuenta de que ya no tienen una relación.
—¡Qué bien! Estudiarás con amigos —cambio de tema.
—Estaremos en diferentes facultades, pero es agradable tener caras conocidas cerca. No conocer a nadie al principio es incómodo, aunque después de un par de semanas ya vas conociendo a algunos compañeros y con suerte en un mes tienes amigos y luego la vida sigue y te vas olvidando de los amigos que tenías antes. Al final, te acostumbras a tu nuevo hogar y cuando te tienes que volver a ir, te encuentras en la misma situación.
—Parece que tienes mucha experiencia. ¿Lo has hecho muy a menudo?
—He estado en tres colegios y en dos institutos. No porque fuera un mal niño, sino que mis padres se mudaron varias veces por el trabajo de mi padre y al final, en mi primer curso de instituto, mis padres se separaron y al pasar el verano comencé a estudiar en el instituto con los tontos esos que viste antes. Aunque en realidad no son tan idiotas como parecen. Como todos, no son perfectos, pero no son malas personas, solo pésimos amigos cuando deberían de cuidarme.
—Supongo que en realidad están felices por ti, a saber desde cuando tu novia te estaba engañando y ellos sin poder decirte nada. Están celebrando que, por fin, te has librado de ella —le quiero hacer ver.
—Yo no lo había visto de esa manera, ni se me ha pasado por la cabeza. ¿Consideras que ellos lo sabían? —duda mi nuevo amigo.
—¿Piensas que ella no lo hizo delante de ellos? Seguro que lo han visto y no sabían cómo decírtelo.
—Pues lo han disimulado bien —murmura y sus ojos se ensombrecen mientras pronuncia esas palabras.
—¿Sabes?, creo que hasta lo intentó conmigo —bromeo para animarlo.
Elcomentario le hace gracia y Jacobo muestra una pequeña sonrisa. Se nota que esmás sensible a que los demás le puedan hacer o decir de lo que aparenta. Sí,Jacobo parece, realmente, una buena persona.
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