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CAPÍTULO TREINTA Y UNO - JACOBO

Sábado, 29 de septiembre del 2018

Mi amigo es el más guapo de la fiesta. El esmoquin le queda como a James Bond. Parece más alto y más cachas que cuando va vestido casual. Laura también está para quitar el hipo, tiene a todos detrás de ella, especialmente a mi primo.

Aún no me puedo creer que mi hermano sea el amigo de la infancia de Laura y viceversa. Todavía recuerdo la historia que me contó Laura el primer día que quedamos en la cafetería. Ahora que se han reencontrado, siguen muriendo de amor y en realidad, gran parte de ello, es culpa mía.

He intentado que mi amigo se tome una copa, pero ha sido en vano. Además, mi padrastro no lo ha dejado solo ni un momento y, cuando intenté salvarlo, me insistió en que cuidara de Laura, que no la dejara sola con los lobos. Lo que yo decía, van a morir de amor.

La verdad es que hasta ahora la fiesta ha estado muy bien. Es agradable ver a algunos familiares después de casi un año. Mi padre iba a venir, sin embargo, en el último momento lo anuló, aunque ya estamos todos acostumbrados a sus urgencias. Cuando era pequeño también era igual, estábamos almorzando y si llamaban a mi padre del hospital, se tenía que ir y nos dejaba solos a mi madre y a mí.

Laura y yo hemos hablado con casi todos los invitados y le he presentado a todos mis primos, aunque son solo cinco. Todos son sobrinos de mi padrastro, sin embargo, siempre nos hemos tratado como si fuésemos familia de sangre. Mi madre solamente tiene un hermano y no tiene hijos y mi padre es hijo único.

Mis primos y yo no nos vemos mucho, por lo que en fiestas como estas siempre nos contamos las batallitas. Laura se ríe mucho con las tonterías que hemos hecho mis primos y yo para fastidiar a mis tíos y a mis padres. No obstante, el monotema de la fiesta es la pelea de Rafael con esos orangutanes en la piscina.

Parece ser que alguien del servicio lo vio y se lo chivó a mi padrastro, él se lo contó al hermano de mi madre y luego la historia corrió como la pólvora. A Laura no le gusta mucho, sobre todo porque mi prima, la buscona, está como loca con la noticia, esperando a que mi padrastro suelte a mi hermano para poder echarle el lazo. Yo, de vez en cuando, hago comentarios graciosos al respecto para evitar que Laura se ponga de los nervios por los celos.

—Laura, ¿qué te parece si vamos a echarle un cable a Rafael? —le pregunto, porque sé que tanto ella como él tienen ganas de estar juntos.

—¿A Rafael? —se hace la que no entiende lo que le quiero decir.

—Sí, nosotros divirtiéndonos con mis primos y mi hermano con mi padrastro de profesor en profesor.

—No sé yo, Jacobo, se le ve muy entretenido —dice en tono de guasa mientras nos acercábamos a él.

—¡Papá! Suelta un poco a Rafael, entre que lo tienes todo el día cocinando para ti y ahora en la fiesta, no lo dejas solo ni un minuto, creo que mamá se va a poner celosa —llevo años llamando a mi padrastro papá, al fin y al cabo, soy su único hijo, con la excepción ahora de Rafael, claro.

—Ven, hijo, estábamos hablando de algo muy interesante. ¿Te acuerdas de mi compañero de facultad y su esposa? Vinieron el año pasado también —me pregunta mi padrastro.

—Claro, papá, espero que se lo estén pasando bien y ella es nuestra amiga Laura —les presento a mi acompañante mientras nos acercamos los dos.

—Ven, Laura —le pide mi padre—, nos vendrá bien otra opinión femenina.

—Supongo que Laura no tiene interés alguno en estos temas —afirma Rafael, se nota que no está cómodo con la idea de que Laura dé su opinión.

—Estamos hablando de la pirámide de Maslow, yo digo que es universal y Rafael está en desacuerdo conmigo —explica el amigo de mi padre haciendo caso omiso a lo que Rafael acaba de decir.

—¿Por qué, Rafael? —le pregunta Laura y por la manera que lo dice, noto que sin haber empezado la conversación que ya está molesta con él y con ganas de discutir.

—Bueno, me parece una solución muy simplista —responde Rafael dulcemente, como si se hubiese dado cuenta de que de un momento a otro se desatará la tormenta.

—¿Puedes explicarte mejor? —le pide Laura otra vez en ese tono que tiene ella cuando va a empezar una guerra.

—Creo que las necesidades y la importancia que le damos a cada una de ellas puede variar dependiendo de la cultura, si eres hombre o mujer, la educación que has recibido, los ejemplos a seguir en casa, quién es tu compañero en la vida, si estás solo, si tienes hijos. Incluso considero que varía dependiendo de la etapa de la vida en que se encuentra una misma persona —se explica Rafael con la misma entonación de antes, como si estuviese leyendo una declaración de amor.

—¿Tú qué opinas, Laura? —le pregunta mi padrastro, expectante.

Nunca entenderé el porqué discusiones como estas le gustan tanto a mi padrastro, pero es así desde que lo conozco.

—Yo estoy de acuerdo con Rafael —contesta sorprendiéndonos tanto a Rafael como a mí —y no tenemos que irnos lejos para demostrarlo, incluso en una misma casa, dependiendo de qué época les ha tocado vivir, pueden tener diferentes necesidades que cubrir. Hay personas que, aun no teniendo nada que echarse a la boca, le darían más importancia a la moralidad que está en el quinto nivel o, por ejemplo, le dan más importancia a la amistad, que está en el tercero, que al sexo, que está en el primero —se explica Laura.

Espero que mi amiga no diga esto último por mi hermano, eso significaría que el darle la razón también sería una declaración de guerra.

—Pues parece que ha ganado la complejidad a la sencillez. En realidad, todo empezó con la discusión donde Rafael defendía que las cosas se pueden explicar de manera sencilla, pero no por eso a los problemas se les debe dar una fácil solución, ya que a veces pecamos de simplificar las cosas demasiado —explica mi padre.

—Aunque a veces las complicamos innecesariamente —añade Rafael mientras yo lo miro para que retroceda, está pecando de valiente.

—Pues sea lo que sea, me voy a emborrachar con estos dos, así que discúlpenme —interrumpo antes de que empiece la batalla y les paso el brazo por encima a los dos para separarlos del grupo.

—Hijo, tú siempre con tus locuras —le oigo decir a mi padre mientras nos alejamos, Rafael, Laura y yo.

***

Falta poco para que se acabe la fiesta y algunos de los más jóvenes se han tirado en ropa interior a la piscina. Mi prima ha venido a buscar dos veces a Rafael, pero él, muy educadamente, se la quita de encima. No he conseguido que mis amigos beban alcohol, pero yo tengo tal cogorza, que Laura no me suelta para que no me caiga al suelo.

Rafael tiene que echar varias veces una mano en la cocina. No entiendo para qué contratan un catering si al final mi amigo tiene que ayudar. Mi padre presume de hijo postizo, alardeando de todo lo que ha preparado mi hermano. Cuando casi todos mis primos están en la piscina, Rafael nos viene a buscar para decirnos que está muerto y que se va a acostar, se le nota que estaba destrozado. Me da las buenas noches y a Laura le da un rápido beso en la mejilla, que la deja confundida, se le nota.

Cuando todos se van de la fiesta, Laura y yo nos quedamos mirando las estrellas, tumbados en unas hamacas, cada uno absorto en sus pensamientos.

—Ya sé que piensas que he bebido demasiado y que estoy borracho, pero no es verdad —le hago saber después de unos minutos de silencio.

—Sí, sí, lo que tú digas —me da la razón para no discutir conmigo.

—Bueno, pues si estoy ebrio, me acojo al deseo del borracho —la sigo molestando, porque cuando bebo me vuelvo un poco pesado.

—¿Qué deseo es ese? —me pregunta Laura mientras se ríe de mis locuras.

—Un favor de nada que te voy a pedir —le explico con una de mis mejores sonrisas.

—Dispara, Jacobo, si no es bañarnos desnudos, creo que puedo con todo —me anima ella, resuelta.

—Ayer mi amigo durmió hasta tarde —intento hacerme entender.

—Yo también, la verdad —me responde.

—En tu habitación a partir de las seis no se puede dormir —le digo a ver si entiende la indirecta.

—Pues me pasaré a la vuestra como hoy, no te preocupes.

—¿Por qué no te quedas desde ya y así no me despiertas tan temprano con tus quejas? —termino diciéndole, porque no hay manera de que me comprenda sin decírselo claramente.

—¿Qué estás diciendo, Jacobo? —me pregunta y por lo que parece empieza a entenderme.

—Laura, mi hermano lleva una semana sufriendo, no sé exactamente todo lo que está pasando por su cabeza, pero opino que no se lo merece, sea lo que sea. Él siempre está se preocupa de que todos estemos bien y debemos cuidarlo en los próximos días nosotros también. ¿Sería mucho pedir que te acostaras hoy en su cama como hiciste esta mañana? Seguro que el calor humano hace que duerma otra vez hasta tarde. El pobre no puede con su alma, está agotado y si sigue así, va a enfermar.

—¡Jacobo! —exclama, molesta.

—No te estoy pidiendo que lo violes, solo que te acueste en su cama, esta mañana no te importó —le explico, mientras le pongo carita de cachorrito.

—Está bien, pero vámonos ya a dormir, yo también estoy para el arrastre.

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