CAPÍTULO TREINTA Y SEIS - LAURA
Miércoles, 3 de octubre del 2018
Otra vez Rafael se ha ido antes que yo después de acabar las clases. Tampoco fue conmigo esta mañana al instituto. Algo le está pasando y no sé lo que es. Ayer pensaba que lo hacía para no estar conmigo a solas porque me tiene miedo o tiene miedo de sí mismo cuando está conmigo. Sin embargo, anoche me dejó en su cama hasta casi la hora de despertarse. Me hice la dormida cuando me llevó a su cuarto, no quería delatarme. Además, me acostó de una forma tan dulce.
Tras dejarme en la cama, estuvo un rato en la cocina y luego salió. En clases estuvimos con Carlos y Manuela, que esta mañana regresó de sus vacaciones. Tanto Carlos como Manuela estuvieron todo el día escuchando las explicaciones de Rafael que hacía una especie de traducción simultánea mientras el profesor hablaba. Ningún profesor le ha llamado la atención a Rafael ni una sola vez. Creo que los profesores se han dado cuenta de que se está dedicando a ayudar a los más rezagados. Además, cada vez lo utilizan más para hacerle preguntas y que explique a sus compañeros temas que, por alguna razón, él los hace más entendibles que los propios profesores. Supongo que ser profesor es una de las vocaciones que tiene mi Rafi.
—¡Hola, chicos! Llegó una boca hambrienta —grito entrar en la cocina de mis amigos.
—Pues tendrás que aguantarte, Rafael no ha llegado —responde Jacobo, divertido, como si le hiciese gracia que haya dado por sentado que Rafael esté ya en su piso.
—¿Pero si salió antes que yo de la última clase? —me extraño.
—Últimamente, está saliendo y entrando mucho. ¿Qué estará haciendo? ¿Sabes algo, Laura?
—Ni idea. Esta mañana se fue temprano, luego regresó y salió antes que yo de casa para ir al instituto, pero llegó cinco segundos antes que el profesor —intento explicarle a Jacobo.
—¿Estará preparando alguna sorpresa? Ya sabes que es muy detallista. ¿O quizás tenga una amante y todavía no quiere presentárnosla? —me dice Jacobo y me pica el ojo.
—¡Qué está hecho un Adonis no es un secreto! Las mujeres están en peligro de extinción en nuestro instituto y todas revolotean alrededor de él, incluso las de cursos superiores.
—Oigo un ápice de celos —se burla de mí Jacobo con toda la razón del mundo, aunque yo no se la daría ni por todo el oro del universo.
—Ja, ja, ja, me parto contigo. Tu imaginación no tiene límites —respondo.
—¿Qué no tiene límites? —pregunta Rafael, cuando entra en la cocina.
—Mis ganas de comer y la necesidad que está Laura de una noche salvaje y llena de lujuria —le contesta el loco de mi amigo.
—Jacobo, no hables así de una dama —le reprende Rafael mientras yo le doy un codazo al peludo —y pongan la mesa, en diez minutos estará la comida servida.
—Yo no tomo postre porque quedé con Carlos dentro de dos horas. Me quiere invitar a una cafetería que dice que está muy bien. También te iba a invitar a ti, Rafael, pero como te fuiste tan rápido. Podemos ir todos —les explico.
—Hoy no puedo, tengo que salir —se excusa a la vez que prepara el almuerzo.
Tantas evasivas, entradas y salidas hacen que me quede con la mosca detrás de la oreja. No sé si debería hablarlo con Jacobo primero o preguntarle a Rafael directamente esta noche.
—Pues yo me apunto, tengo que conocer a Charlie Brown, después de todo, está todo el día con mis amigos —se acopla el peludo al plan.
—¿Quién es Charlie Brown? —pregunto, aunque sé a quién se refieren.
—Carlitos, Laura, hoy estás un poco lenta —se burla Jacobo.
—El mote se lo ha puesto Rafael —afirmo, convencida.
—¿Por qué yo? —se queja Rafi.
—Porque es lo tuyo, mira a Jimmy, la verdad es que se te da bien eso de poner apodos.
—Te han pillado, hermano —bromea, riéndose Jacobo.
—¿No puedes venir con nosotros, Rafi? —intento convencerlo.
—La próxima vez, ¿vale? —me contesta mientras nos sirve la comida.
Al terminar de comer nos vamos Jacobo y yo caminando al instituto, porque Carlos no tiene bicicleta y no sabemos dónde vamos a ir. Él solo nos dijo que estaba cerca y que podíamos ir caminando.
Cuando llegamos a la cafetería no me lo puedo creer, es la que se encuentra al lado de mi casa. Siempre estaba casi vacía y ahora está abarrotada, incluso han puesto más mesas por fuera. ¿Qué ha pasado aquí?
—Amiga, ¿tú conocías esta cafetería? —me pregunta Jacobo, que sabe dónde está mi piso.
—La había visto, pero nunca he entrado —respondo.
—¿Tú vives por aquí? No es zona de estudiantes —se extraña Carlos.
—Pero es un buen barrio, no es conflictivo y viven muchas familias con niños. Además, hay un parque enfrente. A mí me gusta —doy como explicación.
—Y ahora con esta cafetería se está poniendo de moda venir al parque —añade Carlos.
—¿Tan buena es? ¿Cómo es que mi hermano no me la ha recomendado? —se pregunta Jacobo en voz alta.
—Antes no era tan conocida, hace una o dos semanas que hicieron algunos cambios. A lo mejor tiene un nuevo propietario. Ahora es tendencia —nos explica Carlos.
—Pues esta vez le daremos una sorpresa nosotros a Rafael —se alegra Jacobo, como si se hubiese ganado un premio de la lotería.
Para entrar tenemos que esperar cinco minutos porque hay cola y no queda ni una silla libre. El negocio parece ir bien. Cuando lo conseguimos, nos fijamos que en el mostrador hay varias tartas y dulces. También tienen variedad de tés, chocolates y cafés. Un camarero nos reparte una carta para que vayamos eligiendo mientras esperamos nuestro turno. Al voltear la carta, nos miramos Jacobo y yo sorprendidos.
—¡No me lo puedo creer! El muy cabrito nos ha sorprendido otra vez. ¿Cómo hace estas cosas? Y yo tan contento porque le iba a enseñar un lugar nuevo —exclama Jacobo.
—¿Qué estás diciendo? ¿De qué hablas? —pregunta Carlos sin entender nada.
—Dale la vuelta a la carta. ¿Vez dónde dice el rincón de Rafael? —intento explicarle.
—¿Sí? —sigue preguntando Carlos que sigue en la inopia.
—Pues que está el chocolate de Laura con un toque de canela, el café de Jacobo con un poco de pimienta y todos son nombres de personas y las magdalenas también —le explica Jacobo.
—¿Este es el rincón de Rafael? ¿El que me ayuda en clases? —se sorprende Carlos.
—Sí, este loco amigo nuestro, como siempre, nos deja con la boca abierta —le responde Jacobo.
Carlos quiere una tarta de chocolate con avellanas y un café Jacobo. Yo y Jacobo nos decidimos por pedir los que llevan nuestros nombres, al fin y al cabo, están inspirados en nuestros gustos. Cuando nos toca pedir, Jacobo se me adelanta.
—Buenos días, sentimos no tener mesas libres, les pondré el pedido para llevar. Les aseguro que estamos trabajando para mejorar el servicio. ¿Qué desean? —nos atiende un señor de unos cuarenta años, posiblemente, el propietario del local.
—Nuestro compañero Carlos quiere una tarta de chocolate con avellanas y un café Jacobo y mi amiga Laura y yo queremos lo que hace honor a nuestro nombre —Jacobo hace una pausa, mira al dependiente y añade—, Laura y Jacobo.
—¿De verdad? ¿Sois Laura y Jacobo? —pregunta incrédulo el empleado.
—Si Rafael es un chico de mi edad, bien parecido, un poco más alto que yo, ojos oscuros, un poco friki, pero todo un amor, sí, somos Laura y Jacobo —le explica mi amigo.
—Echa educadamente a una mesa donde puedan sentarse tres, es una orden —le dice el propietario a uno de los camareros que pasan a su lado y se dirige a nosotros en voz un poco más alta de lo habitual—. Chicos, hemos tenido un pequeño problema con la mesa que habéis reservado, pero enseguida estará solucionado. Esperad aquí dos minutos y podréis sentaros.
—No se preocupe. A nosotros nos encanta sentarnos en el parque. Por favor, yo aviso al camarero y usted nos prepara el pedido para llevar. Volveremos otro día con nuestro amigo y nos sentaremos todos juntos ¿Le parece? —se avergüenza un poco mi amigo para salir corriendo luego detrás del camarero y así evitar que eche a nadie para darnos la mesa a nosotros.
—Vale, pero no os olvidéis que habéis hecho una promesa. Por lo menos, dejad que os invite, el muy tozudo de vuestro amigo nunca me deja.
—Pues nosotros no podemos hacerlo tampoco, tiene que entenderlo —le contesto yo.
Recojo el pedido y Jacobo paga la cuenta. Como no nos quiere cobrar, el peludo deja en la barra lo que le parece y nos despedimos dándole las gracias y prometiendo volver con Rafael otro día.
El pobre Carlos no puede gesticular palabra hasta que salimos de la cafetería. No está acostumbrado a las locuras de mi casanova.
Al llegar al parque, tenemos que buscar un buen rato para conseguir un banco libre porque el parque está lleno de estudiantes bebiendo y comiendo lo que han comprado en la cafetería.
Cuando por fin conseguimos sentarnos, a Jacobo y a mí nos da un ataque de risa y el pobre Carlos, con cara de no entender nada, hace que nos riamos todavía más.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Carlos, cuando las risas dejan de ser tan fuertes.
—Rafael se pasa la vida sorprendiéndonos, por lo que se ve le ha dado algunos consejos al propietario de la cafetería, lo que ha hecho que coja la fama actual y el propietario, en agradecimiento, nos quería tratar como clientes V.I.P. y sin dejar que pagásemos.
—¿Nuestro Rafael? —vuelve Carlos con sus preguntas obvias, que hoy está más lento de lo normal.
—Sí, Carlos, nuestro Rafael es una caja de sorpresas —le digo yo orgullosa.
—¡Si es un friki de las ciencias! ¿Qué le importará a él una pequeña cafetería en medio de la nada? —exclama Carlos, sin creerse todavía que lo que estamos contando sobre Rafael sea cierto.
—Es un friki de las ciencias, pero es la mejor persona del mundo —añado yo.
Cuando terminamos de comer, charlamos un poco. Carlos es un buen chico, de familia humilde, que ha llegado hasta donde está a base de becas y trabajos de verano. No tiene hermanos y poca familia. Su madre es ama de casa y su padre trabaja en una empresa de venta de muebles como contable. No digo nada, pero me hace recordar a los últimos años de mi adonis, pero no me pongo triste, al fin y al cabo, le ha venido muy bien haber vivido esta otra vida.
Después de hablar un rato, Carlos se va en dirección a su piso y nosotros nos vamos caminando a nuestro apartamento. Cuando llevamos cinco minutos andando, una furgoneta, que parece que nos sigue, se pone al lado nuestro y el conductor, un señor de entre veinticinco y treinta años, con tatuajes y pinta de chico malo, nos pregunta si hay una gasolinera cerca.
Luego, todo sucede muy rápido, dos hombres enormes salen de la furgoneta, nos sujetan a Jacobo y a mí, nos meten dentro a la fuerza y cuando me quiero dar cuenta nos apuntan con dos armas. Jacobo y yo nos quedamos en estado de shock.
—¿Este es tu novio? —pregunta uno de ellos.
—No —le contesto temerosa.
—¿Cómo te llamas? —interroga el otro a Jacobo.
—Jacobo —contesta mi amigo con el mismo temor que yo en la voz.
—Yo creo que es él. Se parece un poco —afirma el que me apunta a mí.
—Pero ¿qué dices? Este no es, no se parece en nada al niño de la foto.
—¡Callaos ahí detrás! Estoy esperando a que me informen de qué hacer, mientras tanto, no quiero oír nada de nada —grita el que está conduciendo.
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