CAPÍTULO TREINTA Y DOS - RAFAEL
Domingo, 30 de septiembre del 2018
Este fin de semana ha sido el mejor de mi vida. En la fiesta me lo pasé genial. Jacobo supuso que me aburría con su padre, pero en realidad es encantador y sus amigos también. Además, saber que Laura estaba a salvo de los lobos con Jacobo, me tranquilizaba y pude disfrutar mejor.
Este Jacobo es estupendo, salvo por la tontería con los dos delincuentes que tiene de amigos, ahí casi me lo como. Ponerse a él y a Laura en peligro sin razón, fue una estupidez.
Pero lo mejor sucede ahora. Cuando me despierto, me doy cuenta de que he dormido como un bebé. Sin abrir los ojos la huelo. La tengo literalmente acostada encima de mi pecho. Ha pasado su mano por debajo de mi parte de arriba del pijama y la tiene apoyada encima de mi corazón. Su pelo alborotado está por todas partes y su respiración es lenta y profunda. No puedo moverme durante varios minutos, enfrascado en su olor, hasta que Jacobo se despierta.
Mi hermano se levanta sigilosamente y nos hace una foto durmiendo. Yo, por no delatarme, no hago nada, pero estoy a punto de matarlo. Y entonces empieza con sus majaderías.
—¡Hermano! Me muero de hambre —me grita.
—Jacobo, pareces un niño pequeño. Preparé todo antes de acostarme y no grites que puedes despertar a Laura y está tan dulce, dormida —le susurro.
—Sí, claro, tú babea lo que quieras, pero en diez minutos nos vamos a desayunar. Hoy tenemos una reserva en un restaurante de lujo, quiero ver qué puntuación le pones —me susurra también.
—Pues, déjanos diez minutos más en la cama —le suplico.
—No tienes remedio —se queja, levantando los brazos como si se rindiera—. En diez minutos te vengo a levantar —me advierte en voz baja, pero hace tanto ruido al cerrar la puerta que Laura se despierta.
—¿Qué hora es? ¿Y Jacobo?—me pregunta Laura, cuando levanta la cabeza para mirarme a la cara
—Todavía puedes dormir un poco más. Jacobo acaba de salir y viene en diez minutos a levantarnos —le hago saber.
—Eso significa que tengo diez minutos para hacer lo que me apetezca —me informa con voz traviesa.
—Laura, tengamos la fiesta en paz. No empieces y menos aquí y ahora —le pido mientras intento incorporarme.
—¿Te vas a levantar? Con lo calentita que estoy aquí, contigo —me dice mientras pone todo su peso encima de mí para evitar que me mueva.
—Eres muy traviesa —le digo mientras le aparto un mechón de pelo de la cara.
—¿Y no te gusta? —me susurra.
—Me gustaría más si pudiese hacer contigo todo lo que quisiese en este momento —me sincero con voz ronca.
—¿Qué te detiene? —sigue jugando conmigo mientras vuelve a meter su mano debajo de mi camiseta.
—Laura, dame un respiro, voy a tener miedo de quedarme a solas contigo —me ruego.
—Está bien. Te daré veinticuatro horas y luego volveré a las andadas. Al final, ¿pudiste averiguar lo que estabas buscando sobre los sueños de las chicas? —me pregunta dejándome más avergonzado que nunca.
—En realidad, no se diferencian mucho de los sueños que tenemos los chicos, salvo que las chicas no suelen soñar sino con una pareja y, a los chicos, parece ser que le gustan también los tríos, incluso las orgías —le digo concentrándome en lo que había leído la semana pasada.
—¿Tú sueñas con dos chicas a la vez? —me pregunta sin dar crédito a lo que acaba de oír.
—No, no, por supuesto que no. Ya sabes que a mí no me gusta que me toquen. Sí, me gusta, bueno, no me gusta. Ya me entiendes —intento en vano explicarme.
—No, Rafi, ahora mismo no te entiendo —se burla de mí, divertida.
Yo aquí sufriendo, sin saber cómo explicarme y ella se lo está pasando bien.
—A mí, normalmente, no me gusta que me toquen. Pero si me gusta que me toques tú. Yo no soy un ejemplo para tener en cuenta en los estudios que han hecho con la población masculina.
—¿Tú has tenido sueños...? Ya sabes. ¿A ti te ha pasado? —dice llena de curiosidad.
—Claro, Laura. A pesar de mis manías y lo difícil que a veces me resulta socializar, soy un chico de dieciocho años. Tengo las mismas necesidades que un chico de mi edad y por supuesto que he tenido sueños eróticos. Incluso he tenido que limpiar la cama más de una vez —le digo mientras ella me mira con la boca abierta.
Este tema de conversación no es el más indicado estando Laura conmigo en la cama. Tengo una erección de caballo y me da miedo moverme y que ella se dé cuenta. No quiero que piense que soy un pervertido.
—¿Por qué?
—Cuando tengo esta clase de sueños, acabo eyaculando. ¿Tú no? —le pregunto, porque ahora soy yo el que tiene curiosidad.
—No, bueno, yo nunca... —dice sin acabar la frase.
—¿Nunca has llegado al clímax en tus sueños? —le pregunto sin entender la razón por la que no lo ha hecho, en mi caso siempre acaban igual y siempre sueño con ella.
—Nunca he llegado al clímax en general. Ya te he dicho que no tengo la experiencia que has tenido tú estos últimos años —dice mientras se levantaba de la cama y me pica un ojo.
Mientras ella se pavonea por la habitación, la erección me da un latigazo, tengo que ir al baño, porque empieza a ser dolorosa.
Cuando tengo la erección un poco más controlada, le pido permiso a Laura y me ducho primero. Aprovecho que se ha ido a su habitación a buscar la ropa para levantarme de la cama, que se ha quedado tan fría cuando ella se fue. Tengo que darme una ducha de agua fría, además de aliviar mi dolorosa erección.
Después de desayunar, nos vamos a dar un paseo por la ciudad. Las tiendas están cerradas porque no abren los domingos, pero los cafés están llenos de gente y en el parque hay muchos niños jugando.
Cuando llegamos al restaurante donde Jacobo ha hecho la reserva, estamos hambrientos. La comida está deliciosa e incluso sale el chef a hablar con nosotros. Por lo visto es un conocido del padre de Jacobo, que suele venir bastante por el restaurante, y le ha hablado de mí. Al final, incluso entro en la cocina y preparamos juntos el postre.
Me deja su contacto y me pide que el día que me decida a dedicarme a la cocina de forma profesional, le llame, que no me perdonará que no contacte con él antes. Yo le explico que no me voy a dedicar a esto de forma profesional, pero que guardaré su tarjeta. Intercambiamos ideas y trucos y luego me vuelvo a sentar en la mesa con mis amigos.
—Hermano, quiero que sepas que eres una persona muy especial —me dice Jacobo que, después del desayuno que le preparé para que se recuperara de la fiesta de anoche, está más cariñoso que nunca.
—¿Ya no soy el friki que era ayer? ¿Y eso solo por haber preparado el postre con el chef del restaurante? —le contesto.
—No, tú siempre seguirás siendo un friki, pero además eres estupendo, ¿verdad, Laura? —pone a Laura en un compromiso.
—Es el puto amo —contesta ella escabulléndose, como siempre.
—Vosotros también sois los mejores —digo yo, mirándolos a la cara.
—Pues deberíais de acompañarme siempre que venga a visitar a mis padres ¿Me lo prometéis? —nos pregunta Jacobo.
—¿Tú estás loco, Peludo? Tus padres acabarían cansados de nosotros —se queja Laura.
—Pero si os adoran, sobre todo a Rafael, que para mis padres es mejor persona que la Madre Teresa de Calcuta.
Cuando terminamos de comer nos vamos a casa, tenemos que despedirnos de los padres de Jacobo. Mientras los chicos recogen todo, yo preparo la comida para el viaje. Me muero por sentarme en el sillón de atrás, tapado con una manta, mientras puedo sentir a Laura junto a mí, así que termino de recogerlo todo y me apresuro a sentarme en el asiento trasero.
—Laura, estás preciosa, como diría tu madre, para quitar el hipo —la piropeo al sentarse a mi lado con un modelito nuevo que le queda genial.
—¿No me tapas, Rafael? Te prometí que hoy te dejaría en paz, pero podemos acomodarnos aquí detrás como el otro día, ¿verdad? —me dice mientras se acurruca a mi lado.
—Claro, mi princesa —le contesto mientras beso su cabeza cuando la apoya en mi pecho sin darme cuenta.
—Hoy estás muy cariñoso —me susurra.
—Cuando te portas bien, es lo que te mereces.
***
En el camino de vuelta nos mantenemos despiertos todo el tiempo. Jacobo nos da conversación todo el camino y gracias a sus ocurrencias nos reímos como locos. Hacemos tres paradas, dos para estirar las piernas y una para comer lo que yo he preparado, tal y como lo ha planeado mi amigo.
Cuando llegamos, primero dejamos a Laura en el hotel para luego irnos a casa. Al salir del coche, me susurra que esta noche me echará de menos y a mí se me para el corazón. Esta chica es una gamberra, lo que le gusta es martirizarme.
Nada más llegar a casa, me pongo un chándal y me voy a correr. A pesar de que Laura se ha comportado como una dama todo el día, sigo teniendo demasiada energía acumulada que tengo que quemar. Hago el recorrido habitual y paso luego por delante del edificio que Laura y su hermano acaban de comprar.
No han empezado con las obras ni han puesto los materiales en el jardín. Pensé que Santiago había ido a elegir algunos materiales que utilizarán para la reforma y los colocarían en el jardín para su almacenaje, o por lo menos, es lo que me dijo, puede que tarden algunos días en entregarlos.
Mientras observo el jardín, me doy cuenta de que hay un tipo escondido entre los árboles del parque que está delante del edificio y me da muy mala espina. Hago mis ejercicios de estiramiento y me voy a sentar en la terraza de la cafetería que está en la esquina.
—¡Hola, Rafael! ¿Qué haces por aquí a estas horas? ¿Esperando a alguna chica? —me dice Pepe, el propietario de la cafetería.
—Tú siempre con lo mismo. Por cierto, he visto que me has hecho caso con algunos de los consejos que te di —le contesto.
—Sí, tengo que reconocer que el negocio ha mejorado bastante —me dice contento.
—Y más que va a mejorar, dale un par de semanas. ¿Y le pusiste unas gotas de limón a la tarta de zanahoria?
—Eso también, pero creo que lo que mejor resultado me ha dado fue la nueva distribución y el cambio de tamaño de porciones.
—Mira que al principio no me hacías caso —intento chincharlo un poco.
Cuando me contó que la empresa no iba bien, hace una semana, intenté darle algunos consejos, pero él no estaba para nada receptivo.
—Es que eras un chico recién llegado al barrio y tienes esa cara de no haber vivido todavía nada en la vida. ¿Cómo podía saber yo que tenías idea de estas cosas? Y que sepas que tanto tú, como tus amigos, estáis invitados, no pagaréis nada en esta cafetería mientras siga siendo mía.
—No exageres —le quito importancia—, además, me gusta ayudar cuando puedo servir de algo.
—¿Qué te pongo? —me preguntó Pepe.
—¿Puede ser un vaso de agua con una rodaja de limón?
—Claro, Rafael, ahora mismo te lo traigo.
Mientras me tomo el agua, observo al hombre que se esconde enfrente sin que se dé cuenta de que lo vigilo. Al ver que no se mueve después de diez minutos, me voy a nuestro apartamento.
Cuando llego observo unos minutos la zona, esperando encontrar a alguien escondido, pero no es así. Cuando entro en el piso, Jacobo ya está durmiendo, el pobre debe de estar agotado. Preparo todo para el día siguiente y también me acuesto, aunque algo me dice que la paz en mi vida se va a acabar pronto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro