CAPÍTULO TREINTA Y CINCO - RAFAEL
Martes, 2 de octubre del 2018
Hoy, después de desayunar, me fui del piso mucho antes de lo habitual. Tenía que ser el primero en salir para verificar que nadie nos esperaba en la calle. Fuera del edificio todo estaba despejado, no había nadie vigilando ni tampoco en los coches. Luego me subí a la bicicleta y me dirigí directamente a la cafetería que está al lado de la casa de Laura. Había bastante clientela.
En el lugar desde donde la noche anterior estaban vigilando el edificio que ha comprado Santiago, sigue alguien escondido. Eso significa que solo tienen este sitio. Posiblemente, lo hayan encontrado en la escritura de compraventa que firmaron del edificio.
Acceder a los datos del Instituto no es tan fácil y son tan idiotas que seguro que no han empezado a buscar por allí. No conocen mi piso, por lo que a mí no me han encontrado, están solo buscando a Laura para ver si estoy con ella.
Durante el día, no puedo estar con Laura donde puedan vernos. Si no me ven, a lo mejor se aburren y nos dejan tranquilos. No puedo decir nada en casa, si no mi madre se preocuparía y me haría irme de aquí y no quiero renunciar a mi nueva vida tan pronto.
Además, tengo que vigilar que no le hagan nada ni a Laura ni a Jacobo. No obstante, necesito un plan de escape para nosotros también. Tengo que comprar teléfonos y tarjetas ilocalizables para estar preparado y cambiar la ruta de llegada al instituto todos los días. También debo bajar el ritmo de los entrenamientos para estar en forma si llega el momento de actuar, al fin y al cabo, llevo preparándome para esta situación los últimos años.
Cuando me toca el turno de pedir en la cafetería, compro tres magdalenas de zanahoria y limón para llevar, espero que las hayan hecho con la receta que les di. El propietario no me permite pagar, por lo que pongo un billete en el mostrador y me voy después de despedirme. Al salir hay dos hombres escondidos, es decir, a esta hora hacen cambio de turno.
***
En cuanto llego al instituto echo a correr hacia nuestra aula. Aún no ha empezado la primera clase y los dos tortolitos, Laura y Carlos, están charlando. Al verlos se me encoge el corazón y se me pasa por la cabeza todos esos momentos donde Laura se me ha echado encima. ¿Será también esto una forma de castigarme? Si es así, está consiguiendo su propósito.
—¡Lo conseguiste! —exclama Laura al verme sentado al lado de Carlos para poder ayudarle a seguir las clases.
—Sí, al final no he podido hacer todo lo que quería, pero mañana es otro día.
—Sabes, Carlos, Rafael conoce casi todos los rincones de la ciudad. Le encanta eso de explorar el lugar con ahínco —le cuenta Laura a Carlos.
—No exageres, Laura, creo que es natural que queramos conocer el entorno en el que vivimos.
La conversación acaba ahí, ya que el profesor entra y todos nos quedamos escuchando lo que dice. La sala no está tan llena como de costumbre. Hoy faltaron varios estudiantes, posiblemente, porque acabaron ayer un poco cansados.
Esta semana hemos empezado con el laboratorio por las tardes, los lunes y los martes. Algunas personas no están acostumbradas a trabajar en el laboratorio y posiblemente tuvieron que terminar el experimento en casa, por lo que después de tantas horas, no han querido levantarse temprano esta mañana. Muchos de estos estudiantes son aficionados, Jacobo está mucho más comprometido con el trabajo que ellos.
Cuando tenemos la pausa para el desayuno de media mañana, saco las magdalenas que compré en la cafetería.
—¡Rafael comprando el desayuno! —exclama Laura.
—Bueno, en realidad está hecho con una receta propia que le dejé al propietario de una cafetería y ahora quiero que me deis vuestra opinión.
—Ya me parecía a mí —responde ella.
—Gracias, Rafael, es un detalle que compraras una también para mí —me agradece Carlos.
—Si no te alimentas bien, todo mi esfuerzo para que entiendas las clases no serviría para nada —le contesto mientras comemos en el comedor del instituto.
—La semana que viene van a publicar el concurso de la Facultad de Comunicaciones. ¿Vais a participar? No nos dan, sino tres meses y como están en medio los exámenes, muchos estudiantes han renunciado a presentarse —pregunta Carlos.
—Nosotros ya casi lo tenemos acabado —le aclara Laura—. En realidad, la mayoría del trabajo lo ha hecho Rafael con su compañero. Mi hermano y yo solo hemos ayudado.
—No digas eso, Laura, todos hemos tenido muy buenas ideas y tu hermano ayudó mucho a construir la antena. Si no fuese por él, que ya la tenía casi terminada, estaríamos construyéndola todavía. Además, si no hubiese tenido los contactos que tiene en el laboratorio, no nos hubiesen dejado un aula privada para colocar la antena y llevar a cabo el experimento.
—¿Tu hermano también participa? —se extraña Carlos.
—Claro, somos un equipo de cuatro —le contesta Laura —y como ha dicho Rafael, cada uno pone su granito de arena. Es mejor acabarlo ahora porque luego nos podemos liar.
***
Hoy preparé un almuerzo como los que hago cuando hacemos un pícnic. Le dije a Jacobo que lo trajese cuando fuese la hora de comer y así darle una sorpresa a Laura para que no tenga que salir del instituto antes de las prácticas en el laboratorio. En realidad, quiero evitar que Laura salga del instituto y la puedan encontrar. Que utilice una bicicleta es una suerte, el aparcamiento de las bicicletas está en la parte trasera y si la está buscando, será más difícil encontrarla.
—Hermano, has llegado antes que nosotros —le digo a Jacobo al verlo con todo preparado en una mesa que ha reservado para nosotros tres.
—Mi profesor de última hora canceló la clase. Prometo que no he probado nada, aunque no puedes negar que he tenido mucha fuerza de voluntad —me cuenta el peludo con su usual buen humor.
—¿Jacobo? ¿Qué haces aquí? —se extraña Laura.
—Rafael me pidió que trajese el almuerzo para que no tuvieses que molestarte en venir a comer a casa —le explica el peludo.
—Sabéis que me estáis mimando demasiado, ¿verdad? Me voy a acostumbrar a tanta atención y se lo voy a poner muy difícil a los demás chicos —contesta ella.
—Es que eres nuestra princesa —le digo yo mientras le pico un ojo —y tenemos que tratarte como tal.
En realidad, es mi princesa, pero no puedo decírselo y menos delante de Jacobo, aunque él ya lo sepa, Laura no sabe que él está enterado de que nos conocemos desde hace años.
***
Como acabé muy temprano en el laboratorio y Laura estaba ayudando a Carlos, aproveché y me fui solo. Había quedado con un chico que me iba a vender tres teléfonos Nokia 5110. Es mi teléfono preferido, sin conexión inalámbrica, sin internet, sin GPS. Si le haces algunas modificaciones es un teléfono muy seguro. Además, como puedes cambiar las carcasas, le puse a cada uno una de diferente color y así podré prepararlos para diferentes situaciones. También le compré un teléfono de última generación. Seguro que el chico es un delincuente, pero en este momento es mi mejor opción. Cuando llegué a casa me encerré en mi cuarto y preparé los teléfonos, además de otros artilugios.
También me he comprado algo de ropa, dos pasamontañas y una mochila negra donde puedo transportar, además de todo lo que he comprado, mi pequeño y preciado Penny Classic Cruiser Skate. Es un monopatín que gané en una competición hace dos años, donde participé porque hicimos una apuesta en la escuela de Aikido.
Yo nunca había utilizado un monopatín y el profesor nos obligó a entrenar durante quince días para darle una lección a unos idiotas que estaban fastidiándonos por fuera de donde entrenábamos, porque se estaban preparando para competir. Además de quedar yo el primero, otro compañero quedó tercero, por lo que los chicos que entrenaban al lado de nuestra escuela, no nos molestaron más. Pero lo mejor fue que descubrir lo práctico que es moverse en monopatín, sobre todo el que gané, que mide menos de sesenta centímetros, cabe en cualquier sitio y no pesa ni dos kilogramos.
Lo único que le dejé a Yuri, mi maestro de Systema, fueron mis cuchillos. Sin ellos me siento un poco desprotegido, aunque cualquier cuchillo de carne también me vale. De resto, cuando me mudé para asistir al instituto, traje incluso mi arma, y lo agradezco de verdad. Si no tendría que conseguir micros, cámaras y sistemas de rastreo y eso haría que perdiese mucho tiempo.
Como no han llegado ni Laura ni Jacobo, cuando termino de organizarlo todo en casa, salgo a conectarme para enviarle un mensaje a Santiago en la Dark Web. Hemos creado dos puntos donde intercambiar información.
El primero, donde coloco las actualizaciones del proyecto y de la cual tenemos las contraseñas los cuatro, aunque solo hemos compartido datos e interactuado Santiago y yo porque ni Laura ni Jacobo han accedido.
En el segundo, solo intercambiamos información sobre el caso de la muerte de los padres de Santiago y la seguridad de Laura, Jacobo y nuestras familias. Tan solo le pongo que están buscando a la princesa, pero no saben que está aquí el príncipe, que hay dos rastreadores como mínimo y que me comunicaré todos los días antes de ir al instituto con él y por la tarde. Para que si algo pasa y no pueda avisarle, que por lo menos se dé cuenta, aunque esté lejos. Le envío también encriptado el teléfono de Jacobo para que pueda rastrearlo si sucede algo, aunque sé que él ya lo tenía.
De regreso a casa vuelvo a asegurarme de que nadie esté vigilando antes de entrar, pero paso antes con la bici por el edificio que compró Santiago y allí sigue un hombre escondido. No la han encontrado.
Al entrar en casa están Jacobo y Laura en la cocina, riéndose como locos. No quiero interferir y me quedo mirándolos. A Jacobo le salen las lágrimas y Laura está doblada de la risa.
—¿Qué ha podido causar tantas carcajadas? —les pregunto, divertido.
—Le hemos comprado el regalo a Carlos. Te va a encantar —me explica Jacobo, cuando puede volver a hablar.
—¿Qué le habéis comprado?
Tengo que admitir que esto cada vez se pone más interesante.
—Un bolígrafo Fisher AG7, como el que utilizan los astronautas. Funciona en cualquier entorno: gravedad cero, bajo el agua, boca abajo o en superficies grasientas —me explica Laura.
—La verdad es que es un gran regalo. ¿Qué os hace tanta gracia?
—Pensamos que tu madre nunca le haría un regalo así. Empezamos a poner ejemplos de regalos que podría hacerle tu madre y acabamos a risotadas. Lo siento, hermano —se disculpa Jacobo—, de verdad que fue espontáneo.
—No pasa nada, además, yo estoy muy orgulloso de los regalos de mi madre. A lo mejor es que soy un poco friki —le quito importancia antes de hacerle un guiño.
—¿Hoy no hay nada preparado en la cocina? —curiosea Laura, un poco decepcionada.
—Pues claro, Laura. ¡Qué poca fe! Abre la nevera que está todo en los dos táperes de arriba a la derecha—le contesta Jacobo por mí.
—¿Cómo sabes eso, Jacobo? ¿Has cocinado tú? —se extraña Laura.
—Mi hermano tiene un orden en la nevera y me lo ha explicado. Al principio no me enteraba, pero la verdad es que es muy sencillo. Otro día te lo explico, pero ahora voy a darme una ducha para prepararme para cenar. ¿Sales antes de cenar a correr, Rafael?
—No, hoy me quedo en casa, es día de descanso. En una hora cenamos ¿vale?
—Pues aprovecho para llamar a Carlos que tenía unas dudas del experimento de esta tarde, a ver si al final lo entendió —dice Laura y otra vez se me encoge el corazón.
Como Jacobo se va a duchar, aprovecho para salir con la bici y hacer el mismo recorrido otra vez. Siguen vigilando el edificio y no hay nadie merodeando por nuestro apartamento. Luego llamo a Santiago desde una cabina y le informo de que está todo como siempre, pero que esté preparado. Cuando llego a casa, Laura se está duchando y Jacobo está de pie mirando por la ventana.
—Hermano, ¿dónde estabas? —me pregunta el peludo.
—He salido a dar una vuelta y despejarme un poco —le contesto.
—Es por lo de Carlos, ¿verdad? No te comas mucho el coco, si tiene algo serio con él, no creo que dure mucho. Él no te llega ni a la suela de los zapatos —me reconforta mi amigo, es la segunda vez que me dicen lo mismo y por alguna razón no me consuela en absoluto.
—Bueno, en el amor no siempre elegimos lo mejor o lo más lógico, el corazón actúa con sus propias reglas.
—¿Cómo te va con ella ahora? —dice interesado.
—No va, estos días no tiene tiempo para mí. Está siempre con Charlie Brown, ya ni intenta volverme loco. Lo prefería a esto de ahora —me desahogo entristecido.
—Pues deja que pasen dos o tres días para estar seguros. Si no te martiriza más, significa que ya te ha perdonado y entonces empieza la fase dos.
—¿La fase dos? —le pregunto, porque no tengo ni idea de lo que está hablando.
—Tan listo para algunas cosas y tan lento para otras. Hermano, en la segunda fase la vuelves loca tú a ella hasta que se te lance encima.
—Él que estás loco eres tú. Eso no se lo puedo hacer a Laura, no sería justo.
—¿Tú quieres quitársela a Carlitos, o no?
—Pero no quiero volverla loca, yo he pasado por eso y no le pienso hacer lo mismo a ella —me niego en redondo.
—Rafael, eres demasiado bueno. Aun así, cuando pasen unos días y estés seguro de que ya no está enfadada, hazle saber de vez en cuando que tú estás ahí y que si quiere estás disponible para ella —me dice mientras me picaba un ojo.
—Lo que yo siempre digo amigo, eres un loco —le digo mientras Laura sale de la ducha y entra en el salón.
—Hoy no me pienso quedar dormida en el sofá como una niña pequeña, lo aviso —afirma Laura cuando entra en la habitación y nos ve hablando en la ventana.
—A nosotros no nos molesta llevarte a la cama —le digo desviando mi mirada de la suya cuando me doy cuenta de lo que he dicho, aunque sea otra cosa lo que quise decir.
—Hermano, eso lo dirás por ti. Nunca imaginé que fueras tan directo.
—¡Jacobo! Sabes que no es eso lo que quería decir. Eres un mal pensado —le riño mientras le golpeo en el hombro de broma.
—Sí, sí, lo que tú digas —me dice divertido, mientras yo le echo una mirada asesina.
Me doy una ducha ligera y luego cenamos. La cena transcurre entre burlas de Jacobo y risas de Laura. Se lo están pasando genial, principalmente, a mi costa, pero me da igual. Lo importante es que ella esté segura y feliz. Me estoy preocupando bastante por las personas que acechan en su edificio y ahora mismo la seguridad es prioritaria a todo lo demás.
Cuando terminamos de cenar, charlamos un poco en la cocina y Jacobo se va directamente a la cama. No creo que esté especialmente cansado, su intención es dejarme a solas con Laura. Es su forma de decir, ataca amigo, definitivamente está loco.
—¿Te quieres acostar ya, Rafi? Por mí no te preocupes, ya sabes que tomo cualquier libro y paso el rato —me pregunta Laura.
—Yo también voy a leer, si quieres leemos en el sofá los dos juntos —le ofrezco evitando que nuestras miradas se crucen.
—Me elijo apoyarme la cabeza en ti y recostarme, tú puedes utilizar el reposapiés.
—Lo que la princesa quiera —contesto con una sonrisa en los labios.
—¿Lo que yo quiera? —continúa todavía más cariñosa.
—Laura, no empieces, ya sabes que estos juegos me vuelven loco.
—¿Y eso es malo?
—Por lo que veo, para ti no, pero a mí me dejas fatal y lo sabes, no voy a poder ni dormir.
—Pues duerme en tu cama esta noche, los dos juntos, igual que en casa de Jacobo. Prometo no hacerte nada ni volverte loco, solo dormir. No me siento cómoda sabiendo que yo duermo en tu cuarto y tú en el sofá —me aclara.
—Este sofá es muy cómodo, además, se hace cama. Anoche no tenía ganas de montarlo bien, pero esta noche lo preparo como Dios manda —le digo dudando si aceptar su propuesta o no.
No hay nada que deseara más que dormir con ella en la misma cama, pero ahora mismo su seguridad es lo más importante y dormir en el salón me permite poder vigilar tanto la entrada como las únicas ventanas por las que se pueden acceder al piso.
—Al menos, deja que te ayude a prepararlo todo, así tendrás más espacio y no tendrás miedo de que mientras leamos, te meta mano —me dice, mientras intenta averiguar cómo se convierte el sillón en cama.
—La tienes que sacar de debajo, prácticamente sale sola —le digo al ver que no tiene ni idea de cómo abrir el sofá.
—¡Ahh! Es una cama doble —se extraña, cuando la cama sale de debajo del sillón.
—Claro. ¿Por qué te crees que aparté la mesa del salón? —le explico antes de dirigirme a mi cuarto para buscar un libro.
—¡Tráeme por favor el libro que tengo encima de la mesita de noche! —me grita Laura desde el salón.
—Ya veo que te has acomodado muy bien —le digo, cuando regreso al salón y la veo ocupando más en la mitad del sillón-cama.
—Estoy esperando a que te acuestes tú —me responde con esa voz tan sensual que pone cuando quiere jugar conmigo.
—Laura, no me provoques. Hoy no he hecho suficiente ejercicio —le advierto.
—No me provoques, tú —me responde y espera a que me acueste para acomodarse apoyándose en me pecho.
—Laura —le suplico.
—No pienso moverme de aquí. Por lo menos deja que disfrute un poco, si no, ¿para qué diablos vas al gimnasio? Alguien tiene que disfrutar de todo ese esfuerzo.
—Se te está pegando la locura de Jacobo —le contesto mientras cierro los ojos y me empapo de su olor.
No ha pasado ni media hora y Laura se ha quedado dormida. Me levanto con cuidado y coloco otra vez los libros en la puerta y las ventanas. Cuando voy a llevarme a Laura a mi cuarto, vacilo un poco y al final me siento a contemplarla. Ahora puedo mirarla todo lo que quiera, sin esconderme. Es tan bonita, siempre pensé que era hermosa, pero es increíble lo linda que está ahora.
En casa del amigo de Jacobo, cuando se quitó la ropa y se quedó en bikini, me sorprendió. Tardé nada en llegar hasta donde estaba ella por miedo a que se le tirasen los chicos encima. Ese bikini debería de estar prohibido. ¿En qué estaría pensando Santiago cuando fue de compras con ella? Me puedo imaginar que en volverme loco y ese chico es un genio, por lo que sabía a ciencia cierta lo que sentiría yo cuando lo viese.
Al final, decido acostarme con ella en el salón. Como soy el primero en despertarme, la llevaré a su cama por la mañana, porque unas horas oliendo su aroma y sintiéndola junto a mí es exactamente lo que necesito ahora mismo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro