CAPÍTULO SIETE - RAFAEL
Sábado, 15 de septiembre del 2018
No tengo ganas de ir a esta fiesta, aunque se lo prometí a la Yaya y las promesas hay que cumplirlas. Nunca me han gustado los sitios muy concurridos y aún menos, cuando no existe ni un metro cuadrado disponible por persona. Pero después de recibir el mensaje de Jacobo, quiero irme de aquí a toda velocidad.
Azul Pocoyo. Azul Pocoyo. Es increíble, puesto que ese era el color de Laura. Azul Pocoyo. Tendré que entrar ya y buscar al loco de mi compañero, porque si lo pienso un poco más, seguro que doy media vuelta y me vuelvo a nuestro apartamento.
Sigo opinando que lo de azul Pocoyo no me gusta nada. Es un recuerdo que nos pertenece únicamente a Laura y a mí y que Jacobo también lo utilice, me incomoda mucho. Es como si mi vida anterior y mi vida actual se hayan mezclado y tengo un mal presentimiento.
El sitio, nada más entrar, no me gusta, es peor de lo que imaginé. Hay demasiadas personas tocándose unas con otras y sin poder hacer nada para evitarlo.
En una esquina, un poco apartados de la multitud, están los dos tortolitos. Mi amigo me mira por encima de la espalda de una chica con un traje azul, azul Pocoyo. Me acerco a ellos tan rápido como puedo y ahora que estoy a tres metros de los dos, la pareja de Jacobo se da la vuelta y allí está ella. La música se para, el mundo se para y solo la veo a ella. Solo ella y su fuerza de gravedad y por supuesto, el traje azul Pocoyo. Está tan guapa. ¿Será una alucinación?
—¡Rafael! —exclama Jacobo y por su voz me percato de que no ha notado el estado de perplejidad en el que me encuentro, mientras que Laura se ha quedado pálida como un papel y me mira con cara de no entender nada.
—Hola —digo en poco más que un susurro.
—Laura, este es mi compañero de piso, Rafael —nos presenta Jacobo mientras dirige su mirada hacia Laura, mi Laura.
—¿Rafael Gutiérrez? —es lo único que sale de su boca.
—Encantado de conocerte, Laura —me apresuro a contestar mientras le doy la mano y me pregunto cómo no se me ocurrió preguntarle a Jacobo el nombre de su amiga o novia.
Por Dios, esto es lo peor que me ha pasado en la vida. No el verla, por supuesto, sino el encontrármela aquí, sin esperarlo, y sabiendo que es la chica de la que está enamorado mi amigo.
Mientras le doy la mano, me doy cuenta de que ha sido un grave error. Hace años que no le doy la mano a nadie, pero como si no hubiese cambiado nada, su centro gravitatorio me atrapa y me sumerjo unos segundos en sus ojos azules como el mar. De repente, quiero salir de aquí, quiero tomarla fuerte de la mano, tirar de ella y llevármela muy lejos para quedarnos solos los dos. Solos para poder explicarle lo que la he echado de menos, para poder hacer con ella todo lo que he soñado y no he podido hacer, solos para poder hablar durante horas como hacíamos antes, sin sentir que el tiempo pasa, para reírnos juntos, para perderme en sus ojos y no soltarle la mano nunca más.
Claramente, no lo puedo hacer, es la novia de mi compañero de piso. No es únicamente mi compañero de piso, es mi mejor amigo, mi hermano, el que me ha contado cómo quiere a esta chica, cómo quiere a mi Laura. Y yo escuchándolo todo.
Si por lo menos no estuviese tan bonita. Está más guapa de lo que recordaba, su cuerpo me atrae más de lo que recordaba, muchísimo más. Y yo temiendo que con el tiempo la hubiese puesto en un pedestal. Para ser sinceros, ni yo ni el tiempo la hemos puesto ahí, ella sola se ha ganado ese lugar.
Sabiendo que tengo que entablar conversación y, sobre todo, que debo soltar la mano de Laura, me concentro en hacer lo correcto y comienzo alejándome de ella.
—Felicidades, Laura, me han dicho que has conseguido una de las becas para el instituto Gutenberg —las palabras salen de mi boca más fácil de lo que pensaba.
—Sí, felicidades a ti también, aunque no creo haberte visto esta semana en el instituto —me dice casi en un susurro.
Puede que Jacobo no lo note, pero a Laura le cuesta mucho más hablar que a mí, debe de estar igual o más sorprendida que yo, además, el apellido Gutiérrez la habrá confundido aún más. Porque por lo que pude advertir cuando me vio, ella sí sabía mi nombre o, mejor dicho, mi nombre actual.
—Ya sabes que la primera semana nos ponen siempre con veteranos. Nos encontraremos la próxima —intento entablar una conversación, aunque me está costando bastante.
Necesito aparentar que no ha pasado nada, pero es muy difícil, sobre todo porque tengo unas ganas locas de apartarle un mechón rubio de la cara y casi toda mi concentración la destino a controlar mi mano para que no lo haga.
—Rafael, ¿al final vino tu novia? —me mira con cara pícara, definitivamente, no se ha dado cuenta de nada, pero la cara de Laura es un poema.
—No, no pudo —digo sin saber de qué está hablando.
—Yo voy a buscar algo de beber. ¿Les traigo algo? Creo amigo que lo necesitas, te has quedado pálido, será por el calor y la falta de ventilación.
—Una botella de agua para mí —le pide Laura.
—Y otra para mí —le digo rápidamente para que no se dé cuenta de la sorpresa que hay en mi cara.
—Agua, la bebida de los más listos, pero esta vez la necesitas —me contesta Jacobo.
—Es que hay mucha gente y ya me conoces—intento justificarme para que no note nada fuera de lo normal.
—Vengo en tres minutos. Ya sé que es mucho pedir Rafael, pero prométeme que bailaras esta canción con Laura. Esta me la debes, hermano. No podemos dejar que una dama se aburra —y se va rápidamente dejándonos a Laura y a mí solos entre una multitud.
—¿Bailas, Laura? —le pregunto.
Ella no me dice que sí, tan solo consigue mover un poco la cabeza. Mientras, se cambia la canción a una balada. Las baladas de los más duros me han gustado siempre y esta canción, Still loving you del grupo Scorpions, es una de mis favoritas.
—¿Gutiérrez? —consigue decir, por fin, la nueva amiga de Jacobo.
—Perdona, no te lo puedo explicar detalladamente en este momento, pero hace tres años mi madre y yo tuvimos que huir y ahora tenemos otra identidad. No nos despedimos de nadie, ni siquiera de ti —intento explicarme brevemente.
Laura me mira como si estuviese hablando de hadas y duendes, pero no dice nada y sigue bailando, mientras mi cuerpo intenta acercarse cada vez más al suyo y mi mente intenta hacer lo contrario.
—Lo siento mucho, pero prometo que te lo explicaré todo cuando pueda, en un sitio más tranquilo y con menos compañía. Si quieres podemos tomar uno de estos días un chocolate caliente y lo hablamos detalladamente —continúo con mi explicación.
—Claro —es su escueta respuesta.
Laura está empezando a preocuparme, parece que va a entrar en estado de shock.
—Laura, mírame —le ordeno en voz baja.
Pero ella no consigue levantar la mirada y no sé muy bien que hacer.
—Laura, por favor, soy yo, mírame —le suplico.
—Necesito tomar un poco el aire —susurra mientras sus movimientos de baile se van ralentizando.
—¿Quieres que te saque de aquí? —le pregunto, porque estoy empezando a pensar que se va a desmayar de un momento a otro.
—No, Jacobo está al llegar —balbucea, si no la saco ahora puede que se caiga en redondo, cada vez está más pálida.
—Pues siéntate en esta silla mientras voy a buscar a Jacobo. Luego vamos a tomar el aire los tres, o Jacobo y tú, como prefieras —le pido y sin haber terminado la frase ya la he sentado en la silla.
Encontrar a Jacobo me lleva unos minutos y cuando lo localizo, está rodeado de los amigos de su instituto, incluido su exnovia.
—Jacobo, ¿qué ha pasado? ¿Qué es eso de dejar a una dama esperando por su bebida? —le pregunto, mencionando la palabra dama, principalmente, para que su exnovia se dé cuenta de que ha venido acompañado, sé que a Jacobo le encanta que sepa que una chica lo espera.
—Peludo, ¿al final viniste con la rubia guapa del otro día? ¿Fuiste a cenar con ella? —pregunta uno de los amigos de Jacobo sin tacto alguno.
—Ya te lo dije, por eso no pude ir a beber con vosotros antes —comienza a pavonearse Jacobo, presumiendo delante de sus amigos.
Al final todos los hombres son iguales y me tendré que incluir en esa afirmación, aunque no esté en mi naturaleza el vanagloriarme.
—Sí, yo los vi bailando cuando llegué. Esta vez sí que has tenido buen gusto. La chica está buenísima —comenta otro amigo sobre Laura, lo cual no hace ni una pizca de gracia, así que tomo los dos botellines de agua de las manos de Jacobo y me preparo para irme.
—Te esperamos tomando un poco el aire, han empezado con baladas y, como comprenderás, no me voy a poner a bailar eso ahora —imito su manera de hablar a veces con guasa.
—Sí, me lo imagino —contesta mi mejor amigo.
—¿Te esperamos? —lo pregunto rápidamente para no darle tiempo a contestar, mientras me doy media vuelta y empiezo a caminar.
—Dame diez o quince minutos y estoy con vosotros. Estos pesados se van mañana y no me van a dejar en paz si no bebo una ronda con ellos —lo oigo mientras me alejo.
Cuando llego al lugar donde se encuentra Laura, ya tiene mejor cara. Me acerco un poco nervioso y le ofrezco el agua.
—¿Todavía quieres salir? —le pregunto, despacio, mientras la miro y se me derrite el corazón.
—Sí, solo unos minutos. Ha sido una noche llena de sorpresas —habla con un tono de voz un poco más elevado, aunque sigue siendo un susurro.
—Pues voy contigo y si en cualquier momento quieres que me vaya, solo tienes que decírmelo. ¿Estás de acuerdo? —le pregunto despacio.
—Yo nunca he querido que te vayas, Rafael —me dice mientras me mira y su mirada se pierde en la mía.
En este preciso instante me doy cuenta de que ahora no podría volver a separarme de ella, por más que ella me lo pida. La he echado demasiado de menos y necesito sentirla cerca de mí, aunque sea unos minutos.
Nos sentamos en silencio, como solíamos hacerlo hace cuatro años, sin decir ni una palabra, pero diciéndolo todo, sin que la falta de conversación se nos haga incómoda. Estamos así diez minutos. Yo no quiero decir nada para dejarle su tiempo y que pueda asimilarlo todo poco a poco, dándole el tiempo que necesita, como solía hacer ella conmigo.
—Ese día, el día que desapareciste, yo te necesitaba más que nunca —rompe el silencio en un tono neutro, como si me contara una noticia que no tiene nada que ver con nosotros.
—Y por eso fue tan duro desaparecer —le respondo, aunque yo no sabía lo ocurrido con sus padres cuando nos fuimos de casa.
—¿Tuvo que ver tu huida con la muerte de mis padres? —me pregunta todavía en voz baja.
—Mi madre nunca me lo contó, me dijo que para protegerme era mejor que no supiese nada. Pero creo que el accidente de tus padres iba dirigido a mi madre o, por lo menos, que tenía relación con hacernos daño.
—¿Has visto a alguien después de desaparecer del pueblo? —pregunta, mi Laura siempre había sido muy curiosa y parece ser que sigue siéndolo.
—Solo a la Yaya y a mi madre, por supuesto —le respondo.
Cuando escucha el nombre de la Yaya me mira sorprendida. Posiblemente, no se hubiese imaginado que la Yaya aún esté en contacto con nosotros. Si supiese que fue gracias a ella, por lo que conseguimos llegar tan lejos.
—Yo te eché mucho de menos —me confiesa y se queda mirándome de una forma que no me obliga a desviar la mirada.
Si continúa mirando así, haré todo lo que no me atreví a hacer la última vez que la vi.
—Yo también —admito.
—Desde que te fuiste, la vida en el pueblo cambió mucho, sobre todo para mí. Me quedé sola en casa y en el pueblo no me hablaba nadie, sino lo estrictamente necesario. Tú te fuiste y los demás me odiaban o me temían.
—¿Y tus amigas? ¿Y los chicos del proyecto? Te llevabas muy bien con todos ellos —le pregunto sorprendido, porque no puedo dar crédito a lo que Laura me está contando.
—A la semana del accidente de mis padres, todo cambió. La fiscalía presentó una denuncia por el accidente a la empresa, todavía está en proceso. Pero todo el mundo tuvo miedo de lo que sucedería si la empresa cerraba por no poder hacer frente a las sanciones o indemnizaciones a las que tendría que hacerse cargo. A partir de ahí me quedé sola, como si nosotros fuésemos los culpables de lo sucedido —continúa contándome mientras yo no puedo dar casi crédito a sus palabras.
—Lo siento mucho, Laura, de veras. No sabía nada de esto —me sincero.
Le hablo con franqueza y sintiéndome más culpable por haberla dejado sola de lo que ya me sentía. Llevo casi cuatro años con este sentimiento de culpa dentro de mí y ahora se está haciendo más fuerte que nunca.
—No fue culpa tuya —dice mientras me sonríe, igual que solía hacerlo cuando quería que me sintiese mejor.
Y me olvido de Jacobo, de mi madre y de la Yaya. Me olvido de todos y solo está ella. Sus labios siguen siendo una provocación divina. He soñado tantos años con besarlos. De repente lo veo todo claro, ¿qué me puede pasar?, ¿qué me dé un tortazo?, ¿qué no le guste?, ¿qué le dé asco?, ¿qué esté enamorada de otro y me diga que me vaya a paseo? Existen tantas posibilidades... ¿Y eso qué importa? Es preferible llevarse el tortazo, pero saber lo que va a suceder. El poder besarla me lo merezco, nos lo merecemos.
Cuando lo tengo claro, dejo que nuestras miradas pierdan en la del otro y le contesto muy seguro de mí mismo.
—Yo también te eché de menos y aún lo sigo haciendo. Pensé mucho en nosotros. En lo inacabado de nuestra historia, en nuestra amistad y... —hago una gran pausa, intentando averiguar si lo que le estoy contando le hace incomodarse, pero ella no da señales de ello, por lo que continúo hablando —en todo lo que te quería, nunca he dejado de pensar en ti.
Mientras digo las dos últimas palabras me acerco más a ella, le aparto un mechón de la cara, le agarro la barbilla y la beso. Un beso que, por lo que intuyo, ella me devuelve, porque nunca me han devuelto un beso, nunca. Y entonces empiezo a flotar.
Siempre supuse que realmente no sería capaz de sentir algo cuando besase a una chica, porque un día escuché a los médicos decirles a mis padres que no soy tan sensible a ciertos estímulos como una persona normal, es decir, que no soy tan propenso a los enfados, ni tampoco al enamoramiento o a la atracción o el placer de estar con una chica.
Como mi abuelo diría, esos médicos estaban totalmente equivocados.
Cierro los ojos y siento un extraño hormigueo que recorre mi cuerpo y mientras nuestros labios se funden yo no puedo separarme de ella, aun sabiendo que Jacobo podría llegar en cualquier momento. La atracción que mi cuerpo siente por el suyo es como un imán y, aunque mi mente y mi instinto dicen que pare, no lo consigo. Nuestros labios se acarician mientras nuestras lenguas bailan al mismo compás. Estoy literalmente en el cielo.
Después de unos minutos, entiendo lo que estoy haciendo y que esto no está bien. Jacobo nos está buscando y Laura está todavía en shock. Me estoy aprovechando de que ella está desorientada para besarla.
Pero ¿en qué estaría pensando? Y entonces, hago acopio de toda mi fuerza de voluntad, dejo de besarla y, a pesar de que me duele el alma al hacerlo, me separo de mi Laura.
Ella me mira, preguntándose qué está pasando. Y no sé si se pregunta el porqué la besé o el porqué paré. Le debo una explicación, una explicación que pueda aceptar y que no destroce a mi amigo, a mi hermano. La situación se me ha ido de las manos y tengo que actuar rápido.
—Perdona, Laura, procedí sin pensar. Antes de desaparecer tenía planeado todo para darte tu primer beso, nuestro primer beso y fue una de las cosas que dejé inacabada. Siento mucho el haberte besado. Al verte, recordé mi vida anterior y no sé lo que pasó, además, si mi novia se entera de todo lo que acaba de pasar, sería el final de nuestra relación y el estar tan lejos no ayuda, la verdad —improviso una mentira, esperando una reacción por su parte.
—Tranquilo, el habernos visto esta noche también fue un shock para mí —me dice después de una pequeña eternidad.
Ahora su cara está sonrojada, pero aún le cuesta hablar.
—No volverá a ocurrir, puedes estar segura. ¿Crees que podemos ser amigos, igual que antes? Te compensaré por haberte dejado sola tanto tiempo. Éramos los mejores amigos del mundo mundial —le digo intentando regalarle una sonrisa, aunque al final solo puedo mover un poco los labios mostrando algo indefinido en el rostro.
—Claro, tan solo necesito una noche para recuperarme de la sorpresa —me contesta en voz baja.
—Mira, ahí viene Jacobo, el rey de la fiesta, y por lo que veo ha bebido un poquito —afirmo, poco convencido.
No hay lugar a dudas, en cuanto nuestro amigo llega hasta donde nos encontramos nosotros, se le nota que ha bebido demasiado.
—Casi no os encuentro, aunque en realidad no les encontraba porque no veo nada —dice antes de empezar a reírse sin parar y es cuando realmente me doy cuenta de lo borracho que está.
—Jacobo, si no ha pasado ni media hora, ¿cómo te has emborrachado tan pronto? —se extraña Laura y por su tono de voz parece que se encuentra mucho mejor.
—Ya te dije que bebería por los dos —le contesta mientras llegan sus amigos.
—¡¡¡Peludo!!! —gritan sus amigos al acercarse hasta nosotros.
—¿Pero qué le habéis dado? Está superborracho —les riñe Laura a los amigos de Jacobo, mirándolos con cara de incredibilidad.
—Es que tiene poco aguante, ¿verdad, Peludo? —dice uno de sus amigos.
—Está mal, será mejor llevárnoslo a casa —es lo único que se me ocurre decir, mi relación con el alcohol hasta hoy ha sido cero.
—Sí, pero ¿quién lleva el coche? —pregunta uno de sus amigos.
—Yo no tengo carné y, además, no sé conducir, aunque podemos tomar un taxi y mañana venimos a buscar el coche de Jacobo —les digo mientras todos los amigos de Jacobo comienzan a reírse como locos.
Jacobo no escucha mi comentario y no está capacitado para tomar decisiones, pero estoy seguro de que no le importará venir mañana a buscar el coche. En estas condiciones no puede ponerse al volante.
—Nos vemos mañana, Peludo —dice el amigo más alto y fortachón de todos.
—No tan rápido. A vosotros os toca llevarlo hasta el taxi y a mí hasta casa —les digo.
—Vale, llamaré a ese maldito taxi para poder seguir bebiendo —contesta molesto el fortachón.
No entiendo a esta gente, ven a su amigo fatal por el alcohol y no pueden esperar para de seguir bebiendo, a pesar de que saben que acabarán igual que él. Y encima, mientras esperamos al taxi, todos intentando ligar con Laura. Pero sí se supone que es la novia de su amigo. Entonces me doy cuenta de la gravedad del beso que le he dado a Laura.
Yo aún siento el calor de sus labios en los míos, aún siento la suavidad de su pelo en mis dedos y, solo de pensarlo, sé que este año va a ser un año muy complicado.
Laura ya está recuperada, alegre y bromista como siempre, tal y como la recordaba. No me he inventado nada con el paso del tiempo. Se quita en dos segundos a los amigos borrachos de Jacobo con gracia, cortante, pero sin pasarse. La verdad es que siempre ha sido muy buena con las relaciones, por lo que me extraña sobremanera que hubiese estado tan sola los últimos años. Lo más curioso es que no me alegro, preferiría que tenga un novio a que ella estuviese sola y lo pasara tan mal. Como siempre pienso, los seres humanos somos muy raros. Y por fin llega el taxi.
—Rafael, ¿te acompaño? —me pregunta Laura con dudas en sus ojos.
—Estaría genial, ya sabes que eso de cargarme yo solo a Jacobo, no me hace mucha gracia. ¿Vives cerca de nuestro apartamento? Después te acompaño en taxi o caminando para que no vayas sola a casa —le contesto, porque su ayuda me vendría bien, pero su compañía, todavía más, no estoy preparado para dejarla ir.
—No vivo lejos, pero mi barrio no creo que te haga mucha gracia, no es a lo que estás acostumbrado —dice con una sonrisa tímida en los labios.
—Tenemos que ponernos al día, porque la verdad es que estos años he vivido muy diferente a como era mi vida anterior y me he acostumbrado a cosas que no podrías ni imaginarte. Si me acompañas, te puedo contar algo y te agradecería muchísimo el no tener que cargar a mi amigo yo solo.
—Está bien, pues yo iré detrás con Jacobo, alguien tendrá que sujetarle la cabeza, y ve tú delante, de copiloto. Si no te importa, claro —me ofrece ella siempre pensando en mí, me pone delante para que no tenga que aguantarle la cabeza a nuestro amigo.
***
Cuando llegamos al apartamento, ayudo a Laura a sacar a Jacobo del taxi, y recalco la palabra ayudar, puesto que ella hace la mayor parte del trabajo. No obstante, antes de llegar al portal del edificio donde vivimos, Jacobo se pone a vomitar. Laura se asusta un poco, ya que Jabono parece no poder detenerse, se nota que con esto del alcohol tiene tanta experiencia como yo.
En cuanto deja de vomitar, lo volvemos a levantar y lo llevamos al piso. Tiene la camisa un poco vomitada y antes de levantarlo Laura se la quita, imagino que supone que me da asco. Una vez arriba y ya acostado en uno de los sillones del salón, ella le quita los zapatos y lo dejamos tranquilo mientras nos organizamos.
—¿Cuál es el cuarto de Jacobo? Voy a buscar un pijama y una manta. Te lo traigo y tú lo desvistes y se lo pones, ¿vale, Rafi? —me dice, hace mil años que no me llaman así.
—No te preocupes, yo voy a buscar su pijama y lo cambio, mientras tanto puedes ir calentando agua, voy a hacer una sopa que le hará bien. Es increíble todo lo que ha vomitado.
—Vale. Si quieres puedo ir haciendo la sopa —se ofrece.
—Tranquila, le haré una receta tailandesa, un truco de mi antiguo jefe. Tengo todo preparado —le contesto mientras voy a buscar el pijama.
—¿Tu jefe te enseñó a hacer sopa? —se asombra, como si mi jefe hubiese asesinado a alguien y me doy cuenta de que ella no sabe nada de mi nuevo yo ni que he trabajado en un restaurante ni que ya no vivimos en un lujoso barrio.
Entro en el cuarto de Jacobo y tomo un pijama que tiene en el armario. Al llegar al salón, Laura ya está en la cocina y yo aprovecho para empezar a contarle un poco de mi nueva vida.
—Trabajé unos meses en un restaurante tailandés, lo normal es que me enseñara a hacer sopa —le voy contando mientras le quito los pantalones a Jacobo, hablar con ella hace más llevadera las tareas encomendadas.
—Jacobo me contó que su compañero de piso era un cocinero buenísimo y que era un experto limpiador, la verdad es que eso sí que es un cambio radical —responde mientras se gira hacia mí y me regala una sonrisa.
—Cuando nos fuimos, dejamos todo atrás, incluido las tarjetas bancarias. Así que tuvimos que empezar de cero. Mi madre no podía trabajar en ningún laboratorio o algo que se le pareciese, por lo que el dinero era escaso y provenía de trabajos mal remunerados. Para que mi madre pudiese trabajar todo el día, a mí me tocó ayudar en casa con la limpieza y las comidas. Cuando le pillé el truco a la limpieza que, aunque no lo creas, me costó un poco, me dediqué a la limpieza yo solo. La Yaya me enseñó todos sus trucos y estoy seguro de que lo hago mejor que tú —le digo retándola un poco, porque sé lo que a ella le gustan los desafíos.
—¿Quieres que prepare algo más o te saque algo de la nevera? —dice haciendo caso omiso a mi intento de meterme con ella.
—No, ya Jacobo está listo. Lo tapo con la manta y que descanse mientras preparo la sopa. Pero no te vayas de la cocina, por favor, siéntate en una butaca y así me haces compañía.
—Será mejor que hables tú, porque a mí no me ha ocurrido nada interesante desde que te fuiste —se sincera y me mira con tristeza y a mí se me cae el mundo al suelo, la dejé sola y ahora me culpo más que nunca.
—Te compensaré por estos años que no he estado contigo. Lo prometo. Aunque no te creas que me ha pasado tanto, solo tengo otro nombre, vivo en un piso más pequeño que este y los veranos he trabajado para ganarme un dinerillo extra y permitirme comprar cualquier cosa que no fueran libros o ropa. Ahora ir al cine es un lujo. Normalmente, he trabajado en puestos relacionados con la ciencia o la comunicación, otro tema que me ha interesado mucho estos últimos años, no obstante, este verano trabajé en un restaurante.
—Y, ¿cómo se te ocurrió? No es algo que hubiese nunca asociado con el Rafael que yo conozco.
—Yo había hecho algunos platos asiáticos en casa y me atraía, sobre todo, la cocina tailandesa y la hindú. Vi un cartel en un restaurante en el que solicitaban un pinche de cocina. Parece ser que los vuelos para ir a Bangkok se pusieron baratos a mediados de junio y varios trabajadores del restaurante se fueron a su país para ver a sus familiares durante los meses de verano. Me presenté al puesto y como no hubo más solicitantes, me contrataron a mí. Al principio no me acogieron muy bien, pero después de dos semanas me sentía como en casa y cuando me fui, me despidieron igual que si fuese uno más de la familia. Mi jefe me llama un día sí y otro también y si él no me llama lo hace cualquier otro de mis compañeros. Son estupendos.
—¿Pero son tailandeses? —me pregunta extrañada.
—Claro —le contesto mientras voy poniendo al fuego ingredientes que había sacado de la nevera.
—¿Qué es todo esto? —inquiere, refiriéndose a lo que saqué del refrigerador.
—La suerte que tiene el peludo es que esta sopa se la iba a hacer mañana y tengo todo preparado. En diez minutos estará lista.
—¿Por qué lo llaman Peludo? —pregunta al mirarme, esperando una respuesta que no le sé dar.
—No tengo ni idea. Tiene el pelo corto y no tiene más de lo normal.
Inesperadamente, empiezo a reírme de lo que acabo de decir y de lo raro de la situación y Laura también. Nos reímos tan fuerte que Jacobo se despierta, se sienta en el sillón y con cara de pocos amigos nos mira, primero a Laura y luego a mí. Esto hace que nos riamos todavía más. Hace años que no me río de esta forma y es increíble lo bien que sienta. Entonces, Jacobo se vuelve a acostar y empezamos a reír otra vez. Entre ataque de risa y ataque de risa acabo la sopa.
Cuando nos calmamos un poco, sirvo la sopa en tres cuencos y le ofrezco dos cuencos con dos cucharas a Laura. El tercer cuenco lo pongo en la barra mientras recojo la cocina. Cuando termino me siento en el otro sofá y observo cómo Laura le da la sopa a Jacobo. Él se la come sin rechistar y se duerme cuando termina. Luego Laura pone el cuenco en el fregadero y toma el suyo para sentarse en el sillón conmigo. Sin decir nada, se mete la primera cuchara en la boca y su cara de sorpresa muestra que realmente le gusta lo que está tomando.
—¡Qué bueno! ¿Qué es? —me pregunta mientras sigue tomándose la sopa.
—Sai Nahm Tiew Kway, una sopa clara de fideos un poco picante. Está hecha con huesos y carne de cerdo, rábano, cilantro, bolas de carne de cerdo, brotes de soja y col rizada china. Se utiliza para combatir la resaca en Tailandia o, por lo menos, es lo que me aseguró mi jefe, quien hizo que me aprendiera la receta antes de venir. Me dijo que me haría mucha falta en mi vida de estudiante. Nunca pensé que la fuese a necesitar tan pronto. Cuando hace dos días los amigos de Jacobo comenzaron a planificar lo que iban a hacer en la fiesta, supe que esta sopa nos vendría de perlas o por lo menos a él.
—Por lo que veo tu jefe tenía razón. Jacobo ha recuperado un poco su color y duerme plácidamente. Espero que mañana no esté como hoy. Ha vomitado muchísimo. Nunca he visto a nadie vomitar así —se preocupa Laura.
—Pues si te pasas dentro de unas horas por donde estábamos antes, habrá muchos en su mismo estado. Es increíble que aun sabiendo cómo van a acabar, sigan bebiendo.
—Yo no sé mucho al respecto, aunque tal vez, lo que quieren es acabar así —dice como si ella alguna vez hubiese pensado en esa posibilidad.
Charlamos un rato mientras ella se toma dos cuencos llenos de sopa. Cuando acaba, recojo todo y ella me ayuda.
—Voy a por mi abrigo y te acompaño a casa —le digo al ir a mi cuarto a por mi chaqueta.
—No te preocupes, mi piso está cerca —me contesta para que no la acompañe.
—Insisto, la noche está empezando y no creo que pueda dormir ahora —le respondo, porque no existe nada en el mundo que me apetezca más que estar ahora mismo con ella.
—De acuerdo, aunque no es necesario, de verdad —afirma, no obstante, no le hago caso, abro la puerta y salimos.
***
Caminamos en silencio, como solíamos hacer a veces. En más de una ocasión estoy a punto de tomarle la mano, sin embargo, me detengo justo a tiempo.
Yo estoy perdido en mis pensamientos, en la alegría que me causa el haberla encontrado después de tanto tiempo y en el miedo que siento por la misma razón. Es extraño cómo podemos sentirnos tan dichosos con algo que nos puede aterrar a la vez.
El edificio donde vive Laura es increíble, aunque no en el buen sentido de la palabra. Es un edificio que tuvo que ser espectacular hace treinta o cuarenta años, pero ahora parece que no ha recibido ni una manita de pintura desde que lo construyeron.
Además, está en un barrio un poco peligroso. Bueno, está en lo que yo llamaría una zona franca, casi en una zona peligrosa, pero todavía en una zona de casas de familias de clase media-baja y relativamente cerca del Instituto Gutenberg. Cuando nos despedimos, no quiero subir para evitar una situación complicada, aunque me muera de ganas por ver dónde vive.
—Ya hemos llegado. Sé que no es la casa del Gurú, pero a mí me gusta —me hace saber algo tímida, cuando estamos frente al portal de su edificio.
—Aún recuerdo la casa del Gurú y las apuestas de tu padre y tu hermano. La verdad es que siempre envidié esa parte loca de tu familia, sobre todo tu madre. Tenía una imaginación increíble para hacer cosas extrañas de las situaciones más normales —le digo con un deje de añoranza.
El padre y el hermano de Laura invertían los alquileres que cobraban por la casa gurú a principios de año y quien más rendimiento le sacaba en un año, ganaba. Siempre me pareció algo gracioso, sobre todo porque el hermano de Laura era un renacuajo. Sin embargo, la madre de Laura tenía normalmente las ideas más absurdas y divertidas.
—Sí, como mi madre, no habrá nunca nadie —responde con orgullo y tristeza a la vez.
—Si no me falla la memoria, y sabes que eso nunca sucede, también tú solías tener esas locas ideas —le recuerdo mientras la miro a los ojos y por unos segundos vuelvo a perderme en su azul mar.
—Posiblemente, lo tenga en los genes y contra eso no se puede hacer nada —me contesta más animada y sonríe de oreja a oreja, posiblemente, acordándose de todas las locuras que hicimos juntos por su culpa.
—Mañana, tengo clases en el gimnasio temprano y por la tarde tendré que organizar todo en casa, pero el lunes nos vemos en clase, ¿vale? —me despido, porque tengo que alejarme lo antes posible, ya que no puedo luchar más contra la atracción que sienten mis labios por los suyos.
—Sí. ¡Qué extraño me va a resultar después de tanto tiempo estar juntos otra vez en clase!
—¿En qué piso vives? —cambio de tema.
—En el último. Las vistas son espectaculares —me dice con una leve sonrisa.
—Me alegro mucho de verte, Laura, de verdad —me despido rápidamente antes de que no pueda evitar volver a besarla.
—Nosvemos el lunes —se despide antes de sonreírme, abrir la puerta y entrar en elportal.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro