CAPÍTULO ONCE - RAFAEL
Lunes, 17 de septiembre del 2018
Por fin es lunes, ayer por la tarde las horas no pasaban. Cuando terminé de preparar todo lo necesario para esta semana y al percatarme de que Jacobo no se despertaba, salí a correr. La tarde estaba muy agradable y había muchas parejas en el parque. Además, muchos estudiantes resacosos estaban tirados en la hierba hablando de la fiesta de la noche anterior.
Yo no pude dejar de pensar en Laura y me di cuenta de que tenía dos problemas. En primer lugar, Jacobo estaba enamorado de mi Laura y en segundo lugar nadie conoce a Rafael Flores y debería seguir siendo así durante mucho tiempo. Por eso hoy, en cuanto me encuentre con Laura, la invitaré a un café y le explicaré que lo de la familia Flores debe de ser en secreto por ahora.
Esta mañana temprano hemos ido a buscar nuestras nuevas bicicletas Jacobo y yo. La mía es muy normalita y de segunda mano. La bicicleta de Jacobo es otro nivel, casi profesional. Imagino que estará acostumbrado a comprar siempre lo mejor.
Nosotros no hablamos de dinero, pero se nota que sus padres no permiten que le falte de nada. Por lo que he observado, además de hablar con su madre y su padrastro, también lo hace con su padre, el cual creo que no ve a menudo porque no viven en la misma ciudad.
El padre fue quien le compró la bicicleta y le dijo que se comprara una que fuese buena y segura. En realidad, todas son igual de seguras y la diferencia entre una y otra para ir de casa a su facultad es irrelevante. Aun así, cuando nos despedimos en la tienda de bicicletas, parecía un niño con zapatos nuevos.
Todavía faltan treinta minutos para comenzar las clases y ya hay mucho movimiento en el instituto. En cuanto giro en el segundo pasillo, la veo tan guapa como siempre y al verme, me sonríe como solía hacerlo. Como me imaginaba, va vestida con ropa cómoda y por supuesto sin zapatos de tacón.
—¡Buenos días! —exclamo al acercarme a ella y me atrapa su campo gravitatorio.
—Buenos días, ya veo que no sigues con la vieja costumbre de llegar siempre justo antes de comenzar las clases —me saluda Laura sonriendo.
—Quería invitarte a un café antes de empezar con las lecciones de hoy.
—¿Puede ser un chocolate caliente? —me pregunta un poco avergonzada.
—¿Sigues sin tomar café?
—¿Y tú has empezado?
—Bueno, he empezado a tomar té blanco —le aclaro.
—A mí me gusta la mezcla de té del dragón.
—Pues te invito a tomar un té antes de que empiecen las clases.
—De acuerdo. Pero en la cafetería de enfrente, por favor, que la del instituto no me gusta nada.
La tomo de la mano sin pensarlo, como antaño, y nos vamos en silencio hasta llegar a la cafetería. Nos sentamos en una mesita al lado de la puerta, donde sé que no nos molestaran, y yo empiezo a hablar. Siempre me ha gustado agarrar el toro por los cuernos, como me ha enseñado mi abuelo de pequeño.
—Ni siquiera mi padre sabe dónde vivimos o cómo nos llamamos actualmente. Tan solo lo llamo dos veces al año para que sepa que estamos bien —voy directo al grano.
—¿Por qué tus padres ya no están juntos? Con la bonita pareja que hacían —murmura un poco triste.
—Bueno, mi padre no lo sé, pero mi madre sigue queriéndolo y estoy seguro de que no ha estado con nadie más desde que desaparecimos. Un día le pregunté a mi madre el porqué no lo llamábamos y le contábamos todo. Ella me dijo muy seria: "Rafael, además de pensar en tu seguridad, debemos pensar en la seguridad de tu padre. Cuanto menos sepa, mejor". Y esa es la única explicación que he conseguido.
—¿Crees qué está un poco paranoica? —me pregunta expectante, como si de la respuesta dependieran nuestras vidas.
—No puedo contestarte con certeza. No me ha contado nada más, aunque a veces considero que debería investigar un poco. Seguro que la Yaya sabe algo y si la presiono me daría alguna pista.
—Podríamos buscar un poco de ayuda.
—Mi madre únicamente me advirtió de una cosa cuando nos fuimos, que no confiara en nadie.
—Yo estaba pensando en mi hermano —sugiere, bajando un poco la voz.
—Esa opción puede ser muy buena, además, imagino que nos podrá ser muy útil. Ya con diez años era un hacker con un futuro prometedor —le digo recordando a Santiago.
—Y es increíble lo que ha progresado en ese campo. Será mejor que nos vayamos a clase y más tarde nos ponemos al día —me dice levantándose de la silla.
—De acuerdo. Así y todo, no te olvides. No nombres a familia Flores, ni siquiera a Jacobo.
—Claro, ¿te has dado cuenta de que ni nos han cogido la comanda? —se extraña Laura, porque ningún camarero se nos acercó a nuestra mesa, cosa que no me sorprende en absoluto.
—Pues nos vamos ahora y apúntate que te debo un té —le respondo.
Ella ni siquiera escucha mis últimas palabras, echa a correr y yo salgo detrás.
***
En la primera clase me siento al lado de Laura, en la segunda también, al igual que en las siguientes. Aunque en el laboratorio no podemos sentarnos juntos, puesto que el profesor ya ha hecho parejas. A mí me toca con una chica que parece que está más cerca de la edad de mi madre que de la mía, pero es lista y agradable.
Pensaba que era un poco más baja que yo, pero en realidad lleva unos tacones de infarto y medio bote de maquillaje. Y una vez empiezo a fijarme, me doy cuenta de que mi compañera de laboratorio, posiblemente, no se parezca nada a esa misma chica en pijama antes de acostarse. Jacobo tiene razón, en el Instituto los estudiantes visten como si estuviesen desfilando en un desfile de moda. Y las chicas, además, van muy maquilladas y requetepeinadas.
Cuando acabamos en el laboratorio, nos vamos todos a casa y mientras salimos, me fijo en las chicas y me doy cuenta de que la única que lleva zapatos planos es Laura, que también es la única que no está maquillada ni va vestida de pasarela. En eso se parece mucho a mí, viste de manera práctica y cómoda.
Yo suponía que al Instituto Gutenberg venían frikis como Santiago o como yo y que ellos nunca le darían tanta importancia a la ropa. Sin embargo, los estudiantes aquí no son tan listos como me esperaba. Tenía razón la Yaya, en realidad los más listos no van a la universidad o a centros de estudios especializados porque no quieren estar todo el día oyendo las ideas de otros. Imagino que muchos estudiarán por su cuenta y harán las tesis o los exámenes necesarios para tener una titulación y poder acceder a un mercado laboral interesante. Pero lo que he visto hasta ahora son modelitos, listos, pero con menos neuronas de lo que me esperaba.
Hoy, llegaré antes que Jacobo a casa, por lo que podríamos comer los dos juntos, como siempre, o podría invitar a Laura. Lo que más me apetece es estar con ella, así que, sin pensarlo mucho, me dirijo hacia mi amiga antes de que se vaya.
—Laura, espera —le pido a diez metros de distancia, mientras ella se vuelve hacia mí y permanece en el sitio.
—¿No entendiste algo, Rafi, y quieres que te lo explique? —me mira y se ríe de mí, como lo hacía antes.
Después de unas clases juntos, la relación parece que está donde la dejamos hace más de tres años y me siento eufórico, echaba mucho de menos a mi mejor amiga.
—Ja, ja, me parto contigo. Te iba a invitar a comer a casa. Seguro que Jacobo llegará en un rato y así podemos comer los tres juntos. Dentro de unos días no tendremos tiempo para quedar, estaremos siempre pendientes de trabajos, estudios y experimentos y no nos veremos durante días, salvo en las clases —continúo en el mismo tono que ella.
—Está bien, aunque si me hubieses avisado antes, hubiese hecho un postre o algún entrante. Eso de ir con las manos vacías no es lo mío.
—¿En serio que eso es lo que te preocupa ahora?
—Vale. Aunque te devuelvo la invitación en los próximos días y no vale traer nada. Así no me sentiré tan mal —dice sin dar opción a la negociación.
—Si es necesario para que vengas, estoy de acuerdo.
—Vámonos ya y podremos darle una sorpresa a Jacobo —sugiere, sonriendo.
Estoy a punto de causar un accidente dos veces en los pocos minutos que tardamos en llegar a casa. Imagino que eso de ir en bici y estar pendiente del tráfico es algo a lo que tendré que acostumbrarme. En realidad, nunca he montado en bici antes, pero conducir una moto se me da bien. Laura, al contrario que yo, parece que se siente muy cómoda entre los vehículos.
Nada más llegar, dejamos las bicicletas en la entrada. En casi todos los edificios cerca del campus hay un aparcamiento para bicicletas donde se pueden encadenar fácilmente, aunque se queden a la intemperie. Jacobo ya está intentando convencer a la comunidad del edificio para que hagan una caseta y en invierno no se mojen las bicicletas si llueve. A mí me da un poco igual, al fin y al cabo, mi bicicleta es una mountain bike y está hecha para soportar las inclemencias meteorológicas.
Jacobo llega cuando hemos terminado de aparcar y en cuanto ve a Laura, pone cara de no saber cómo actuar, por lo que intento llevar la iniciativa.
—Hola, Peludo —le saludo para que se sienta un poco más cómodo.
—¿Tenemos visita? —se apresura a preguntar mientras comienza a encadenar la bicicleta, igual que hemos hecho nosotros un minuto antes.
—Imaginé que, ya que la fiesta del sábado no salió como esperamos, podríamos almorzar juntos y charlar un poco —le respondo mientras le pico un ojo sin que Laura pueda verlo.
—¡Bien pensado, Rafael! Además, tengo un hambre de mil demonios —exclama Jacobo.
—Pues entonces, Laura, por favor, sube con Jacobo cuando termine y yo me adelanto y comienzo con los preparativos de la comida. No tardaré mucho, está todo preparado —les pido, dejándolos en la entrada del edificio.
—Amigo, eres un genio en lo de organizar la cocina y la casa, creo que te deberías de dedicar a esto de manera profesional —me alaba el peludo.
—Sí, sí, lo que tú digas —le respondo con una sonrisa porque siempre me dice lo mismo.
***
Subo rápidamente al piso por las escaleras y comienzo con los preparativos. Es extraño saber que Laura está ahora con Jacobo, lo que ella representa para él y que a pesar de lo que significó para mí en el pasado, le esté ayudando a quedarse a solas con ella.
Si lo pienso detenidamente, es lo que significa todavía para mí, pero intento no darla más vueltas a ese asunto. Quiero muchísimo a Jacobo y no podría hacerle daño intencionadamente y menos en el tema de la amistad y el amor, donde está muy sensible últimamente por culpa de los recientes acontecimientos con su ex. Además, él la podría hacer feliz mucho más que yo.
Cuando llegan Jacobo y Laura, están en medio de una acalorada discusión sobre bicicletas y frenos. Yo ya tengo todo al fuego y estoy poniendo la mesa.
—Creo que será mejor que dejéis esa discusión de pijos para otro momento y terminéis de poner la mesa mientras yo termino la ensalada —les interrumpo, cuando entran el salón.
—¿Qué discusión de pijos? —se queja Jacobo.
—Esa de los frenos de las bicicletas. ¿Es que os vais a dedicar a la competición? Apuesto lo que sea a que cuando le pille el truco a mi bicicleta, os gano en cuestión de velocidad a cualquiera de los dos, a pesar de no haber derrochado el dinero en comprar el último modelo que ha salido en el mercado —les desafío.
—Sí, claro, se te veía muy cómodo entre el tráfico en el trayecto a tu piso —ironiza Laura, levantando las cejas.
Está claro que se toma en serio el reto, me encanta cuando se deja llevar de la emulación de competir con cualquier tontería. Eso lo sacó del carácter de su padre, siempre tenía que ganar.
—Por eso he dicho: "Cuando le pille el truco". Soy consciente que no tengo práctica en eso de ir en bici, solo permíteme habituarme un poco.
Es terminar la frase y empezar a reírse Laura y Jacobo. No lo entiendo, la verdad, sin embargo, parece ser que lo que he dicho es muy gracioso. Yo sigo con lo mío y en diez minutos estamos los tres sentados en la mesa, comenzando a comer.
—¿Esto es lo que estabas haciendo anoche en ese caldero eléctrico que tienes? —me pregunta Jacobo.
—No es un caldero eléctrico, es de slow-cooking. Me lo regaló mi jefe del restaurante cuando me fui. Es un invento increíble, puedo utilizarlo para hacer muchísimos platos asiáticos y también europeos. Este plato es marroquí y normalmente, se hace en un tajine, un recipiente de barro, donde se cuece a fuego lento. Sin embargo, como nuestra cocina es de inducción, no podemos utilizar ese tipo de cazuela. En el caldero eléctrico, como tú lo llamas, se hace de maravilla.
—La verdad es que está riquísimo —dice Laura y pone cara de no confiar del todo en que no le esté tomando el pelo.
—Ya te había dicho que era un cocinero cinco estrellas. ¿No me creíste? —le pregunta Jacobo.
—Sí, claro que lo hice, pero no pensé que la comida estuviese tan buena —dice Laura incómoda, evitando mirarme.
—Lo hice conforme tus gustos —digo sin reflexionarlo mucho, mientras a Laura le da un ataque de tos.
—Aquí, mi hermano es un experto en averiguar los gustos de las personas que tiene delante, casi sin conocerlas —se apresura a aclarar Jacobo, que después de la fiesta me llama hermano con mayor frecuencia.
—Entonces, ¿anoche sabías que iba a venir hoy a almorzar? —me interroga Laura.
—No, la comida la preparé ayer, pero los condimentos los añadí hace unos minutos. Solo quería que te sintieses más cómoda y he observado que cuando la comida gusta, se hace más agradable la charla.
—Lo que yo decía, hermano, tienes que montar una empresa de organización de hogares y cómo ser un buen anfitrión. Te forrarías y no tendrías que estar con esa mierda de bicicletas de segunda mano —se queja mi amigo.
—Jacobo, ¡qué vocabulario es ese para utilizarlo delante de una dama! —le riño.
—Estamos en el siglo XXI, Laura ya está más que acostumbrada —se defiende mi amigo.
—¿Por qué piensas, Jacobo, que Rafael necesita un trabajo? Si con la beca que nos han dado tiene dinero de sobra. A mí con un tercio me da para pagar todos los gastos, comer, salir y comprar algunas tonterías, aunque no vivo en un lugar tan elegante como el de vosotros. Mi hermano siempre dice que esta beca está hecha para hacerte rico y no para estudiar —le contesta nuestra amiga.
Laura me mira cada vez más, como preguntándose quién es él que está sentado frente a ella. Parece que se está dando cuenta en estos momentos de muchas cosas e intento aclarárselo lo más escueto posible y sin delatar delante de Jacobo que nos conocemos desde hace años.
—Sí, el dinero es más que suficiente, pero mi madre me hizo prometerle que solo lo utilizaría para estudiar, el piso y la comida. El resto, lo pago con el dinero que he ganado en los trabajos que he tenido y algún concurso al que me he presentado —intento explicarle sin dar muchos detalles.
—Sí, Laura, es normal que pongas esa cara. Mi hermano, además de ser el mayordomo perfecto, es un hijo modelo y nunca haría algo que disgustara a su madre —enfatiza Jacobo mientras sonríe de oreja a oreja.
—No es por ser el hijo perfecto, se lo prometí y yo siempre cumplo mis promesas, además, ella solo se preocupa por mí, imagino que tendrá sus razones. Es la primera vez que no vivo bajo su mismo techo, pensará que si no me controla un poco, me dedicaré a la bebida como mi hermano —pongo mucho énfasis en las dos últimas palabras para que sepa que me está refiriendo a él y su noche loca del sábado.
—Eso es un golpe bajo —se queja Jacobo.
—Igualmente, también se preocupa de que si el año que viene no me conceden la beca, pueda seguir estudiando. Lo único que la ha tranquilizado es que cuando me llegó la carta del instituto, vinimos a negociar los términos. Mi madre dejó muy claro que sabía que era brillante, pero que no quería que mi futuro se viese perjudicado por nuestra situación económica si había algún contratiempo, por lo que al final firmaron un convenio especial donde, pasase lo que pasase en el futuro, yo siempre podré estudiar en el instituto gratuitamente, es decir, sin pagar la matrícula, aunque no me renueven la beca. Y si eso pasase, con lo ahorrado, más lo que me sobra de la beca de este año, trabajando un poco, terminaría de estudiar sin problemas —me justifico.
Interrumpo mi monólogo en cuanto me percato de la forma en que me mira tanto Laura como Jacobo, igual que si fuese una persona de otro planeta, incluso otra galaxia. Entonces se hace un silencio de unos minutos. No es un silencio incómodo, es un silencio útil, como solíamos llamarlo Laura y yo hace años, un momento que utilizamos para ordenar nuestras ideas y pensamientos antes de seguir conversando.
—No pensé que tu situación económica fuese tan delicada. Sé que el instituto es mucho más caro que cualquier otra universidad del país, pero también es verdad que, si te pones las pilas, en tres o cuatro años, puedes acabar con el título bajo el brazo y con un futuro prometedor, lo que imagino serviría a cualquier banco para darte un préstamo —rompe Laura el silencio.
—Sería una posibilidad, pero creo que la opción de mi madre me gusta más que estar pidiendo dinero a una entidad financiera —además que presentar mi nueva identidad para que la estudie un empleado de la banca es algo que no entra en mis planes, aunque eso no se los digo en voz alta.
—Si eso sucediese, no dejaría que te fueses del piso y estoy seguro de que mis padres muchísimo menos. Mi padrastro no hace, sino presumir de ti allá donde va, así que te quedarías aquí y te adoptaríamos. Por eso no hay problema —me asegura Jacobo.
—Gracias, hermano —esta vez soy yo quien lo llama así de todo corazón—, pero como ya he dicho, mi madre lo tiene todo controlado. Soy una persona que no necesita muchos lujos, únicamente comer, dormir, ir a clases, estudiar e ir al gimnasio. Y esto último, con todo lo que ya has metido en la habitación en la que están las máquinas para ejercitarnos, estoy seguro de que me lo puedo ahorrar. Además, viendo la cantidad de ineptos que están con nosotros en clase, el que no me den la beca el año que viene no es una posibilidad.
—¡Sí, señor, así de seguro estás! —exclama mi amigo.
—Sí, está claro que no tienes problemas de ego —añade Laura.
—Pero si no sale bien, no es motivo de preocupación. Yo mientras iré creando la página: "serunperfectoamodecasa.com" o mejor aún "soyelputoamo.com" —nos informa nuestro amigo.
Los tres empezamos a reírnos, solo a un chalado como Jacobo se le pueden ocurrir cosas así. Lo peor es que, posiblemente, dentro de unos días ya tendrá comprado el dominio de la página por si algún día lo necesitamos.
—Yo, definitivamente, me quedaría con "soyelputoamo.com" —continúa Laura con la broma —y abriría páginas en todo el mundo. Haría una especie de franquicia. La vida sería mucho más bonita. Seguro que te dan el Premio Nobel de la Paz, salvarías muchos matrimonios, relaciones familiares y de amigos. Incluso acabarías con las guerras.
—Reíd de mis manías, pero en unas semanas, cuando estemos todo el día estudiando y con los experimentos, vais a ver cuánto ayuda el tener la casa organizada y así no perder el tiempo que necesitamos para estudiar —les advierto.
—Ya te dije que en dos semanas comienza a trabajar una señora que nos echará una mano en la limpieza y en la cocina.
—Y yo te dije que no puedo aceptar esa ayuda porque, en primer lugar, no me lo puedo permitir y no me sentiría cómodo y, en segundo lugar, no me gusta que un extraño se meta en casa y toque mis cosas —me sincero, ya que, principalmente, me molestaría el tener a un extraño en el piso.
—Porque no has tenido servicio en casa. Si lo hubieses tenido, después de un mes, no podrías vivir sin él—se apresura a decir Jacobo.
—A una persona con mis rarezas no le va eso del servicio —afirmo con conocimiento de causa.
—Sí, sí, lo que tú digas, pero bueno, esta discusión la tendremos más tarde. He quedado en diez minutos para recoger unos apuntes que un alumno hizo el año pasado. No os comáis el postre sin mí —Jacobo lo dice mirando a Laura, pidiéndole que no se vaya sin decir palabras.
—¿Qué te parece, Jacobo, si te esperamos en el parque de aquí al lado? Rafael y yo cogemos el postre y una manta. Nos lo comeremos a la sombra de un árbol.
—Laura, a veces, pero solo a veces, tienes unas ideas increíbles —le da Jacobo su visto bueno.
—No son tan buenas como "soyelputoamo.com" pero lo seguiré intentando.
—Sois unos locos los dos —termino por decir entre las risas de todos.
Antes de salir, tomo tres Joharas y preparo todo para ir al parque.
—Pero ¿qué haces? ¿De verdad es eso un mantel de pícnic? —se extraña Jacobo.
—Sí, me lo regaló mi madre en las últimas Navidades.
—¿Y para qué le regala una madre a un friki como tú una cesta de pícnic? No sería mejor un microscopio, un telescopio, o cualquier libro sobre física cuántica.
—¡Jacobo! —le riñe Laura, sin creerse que me haya llamado friki.
—Tranquila, Laura, es una broma entre nosotros —se excusa Jacobo.
—Bueno, ¿llevo o no llevo mi mantel friki? —pregunto, haciéndolos reír, de verdad que nunca entiendo qué gracia tiene algunas cosas que digo.
—¿En serio es un regalo de tu madre? —me pregunta Jacobo, posiblemente pensando que le estoy tomando el pelo.
—En realidad, es el regalo de mi madre. Nos regalamos una sola cosa en Navidad.
—Solo un regalo y encima una cesta de pícnic, pero si tenías diecisiete años —se queja Jacobo, sin dar crédito a lo que le cuento.
—Es muy buen regalo, pensado con la cabeza y el corazón —intento explicarle.
—¿Qué cabeza? —me pregunta y cada vez me mira más sorprendido y Laura lo observa divertida, parece ser que recuerda lo práctica que era mi madre y sus buenos, aunque raros, regalos que ha hecho desde siempre, incluso cuando tenía la posibilidad de gastarse miles de euros.
—Pues ella me la regaló para que pudiese ir de pícnic con amigos o familiares. Nuestro piso es pequeño y no es adecuado para hacer una reunión de amigos, por lo que lo mejor es llevarse la comida fuera.
—¿Y lo has usado alguna vez? Me refiero a si has hecho algún pícnic —me pregunta Laura.
—Antes del regalo sí, pero cuando me lo regalaron, hicieron varios meses de frío, luego llegó la lluvia y después me presenté para un concurso científico, en el cual te daban un premio en metálico y tenía que ganarlo sí o sí. Y en verano por las tardes estaba en la cocina del restaurante o trabajando en otro proyecto. Por lo que no he tenido tiempo de utilizarla. Pero antes del regalo me gustaba hacer un pícnic de vez en cuando. Tengo muchas recetas buenísimas y muy apropiadas para comer en el parque.
—Rafael, eres el friki más raro que conozco —admite Jacobo con una sonrisa.
—Pues a mí me gusta la idea de comer al aire libre —añade Laura.
—Me voy, ya que voy a llegar tarde. Coged lo que necesitéis y esperadme en el parque. Yo llegaré un poco más tarde, pero no empecéis a comer sin mí —nos pide Jacobo.
—Ve, pesado. No te preocupes que, como siempre, lo tengo todo controlado —le aseguro.
—¡Soy el puto amo! —grita Jacobo mientras sale corriendo.
—Está loco. La verdad es que te pega mucho como amigo, es tu complemento perfecto—me dice Laura mientras sonríe.
—Contigo también tengo un complemento perfecto —le contesto mientras le miro a los ojos junto a la puerta, preparados para salir.
—En realidad, creo que los tres nos complementamos, es genial que nos hayamos encontrado. Y Jacobo es muy buen chico.
Hablamos en el umbral de la puerta, por lo que, al estar tan estrechos, puedo sentir su respiración entrecortada. ¿Podrá escuchar ella cómo se acelera mi pulso? Y durante unos segundos me vuelvo a perder en el azul de sus ojos mientras su fuerza gravitatoria me atrapa cada vez más. Tengo que salir de aquí.
—¿Y yo? —le pregunto mientras ella desvía su mirada de la mía, le tomo de la mano sin pensarlo y tiro de ella escaleras abajo.
—¡Tú eres el mejor! —exclama y me mira con esos ojos que atraviesan mi alma y parece que pueden llegar hasta el rincón más escondido de ella.
Llegamos hasta la puerta del edificio. Yo tengo en una mano la cesta con el mantel y los postres y, en la otra, bien sujeta, su delicada mano. Sigue siendo igual que antes, como un chocolate Kínder, solía decir mi madre. Mi mano morena casi envuelve por completo la suya de piel blanca y, aunque su mano ya es la de una mujer adulta, la mía sigue cubriéndola casi por completo.
Cuando salimos del edificio, los dos nos damos cuenta de que eso de ir de mano no es tan normal como antes, por lo que nos soltamos simultáneamente, aunque en ningún momento me siento incómodo. Creo que nada de lo que pase estando con ella hará que me sienta incómodo.
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