
CAPÍTULO EXTRA - JACOBO
Miércoles, 19 de septiembre del 2018
A pesar de que mi amigo no ha cambiado, el haberlo visto sin camiseta ayer y dando clase de esa arte marcial o táctica de combate tan rara, o lo que fuese que estuviese enseñándonos, me hace apreciarlo de manera diferente.
Ya no parece Rafael, el hijo modelo, que hace lo que dice su madre, cocina, limpia, estudia y no dice tacos. Ahora sé que puede defenderse si alguien lo intimidase, incluso él podría amenazar a alguien, aunque no creo que sea capaz. Es demasiado buena persona y no se deja llevar por las emociones.
Nunca pensé que Rafael se pudiese mover así, nos dejó a todos los que estábamos en la sala con la boca abierta.
—Peludo, ¿quieres cenar temprano? —me pregunta mi compañero de piso, cuando entra con el cabello mojado, posiblemente acaba de ducharse.
—¿Has salido otra vez a correr? —me preocupo un poco, esta semana está haciendo ejercicio mañana y noche, además hoy antes de comer hemos ido a escalar.
—Sí, salí a correr y no pude evitar ir una hora al gimnasio —se excusa, como si lo de ir al gimnasio fuese igual que ir a tomarse una copa, algo a lo que te cuesta mucho decir que no.
—Entonces, vamos a cenar temprano, que seguro que te acostarás después. Hermano, sigo creyendo que deberías de cambiar un poco tu imagen —le recomiendo.
—Jacobo, ya hemos hablado de esto y me gusta ir cómodo. No me importa que mis compañeros de clase parezcan modelos de Massimo Dutti o de Uterqüe, yo prefiero tener mi estilo personal —argumenta mientras me pica un ojo y empieza a preparar la cena.
—No, hermano, no me refiero a ir más arreglado a clase. Necesitas algunos consejos para aprovecharte de todo tu potencial y yo voy a ayudarte —me ofrezco desinteresadamente.
—¿Ayudarme? ¿Qué clase de consejos? —me pregunta levantando una ceja, pero sin dejar de preparar lo que está haciendo en la cocina, por lo que me siento en un taburete de la barra y continúo con nuestra conversación.
—A las chicas no les gustan los chicos buenos ni los que solo piensan en portarse bien, ni siquiera con ellas. Hoy en día lo que les gusta es que seas malo, que lleves tatuajes y tengas ataques de ira.
—Estás loco. No creo que a las chicas les guste que se comporten mal con ellas.
—Pues no sé en qué mundo vives. Todos los protagonistas de las películas y libros de éxito son chicos con problemas de aptitud, que utilizan a las chicas como si fuesen pañuelos de usar y tirar.
—Pero eso no pasa en la vida real. A nadie le gusta que lo traten mal y menos a una chica. Se supone que las tienes que tratar como si fuesen princesas.
—Hermano, hazme caso. Tienes que aprovechar esos músculos que tienes. Te vistes como un chico malo. Dejas de ser tan educado, te compras una moto y serás el rey de la ciudad. No habrá nadie que ligue tanto como tú.
—No tienes remedio, Peludo. Yo no sería capaz de ser un chico así.
—¿Por qué no? —le pregunto sin entenderlo.
—Porque yo creo en las relaciones donde ambas personas se respetan y que duran para siempre. No podría faltarles el respeto a cinco chicas en un año, ese no soy yo. Ni tampoco me gustaría serlo.
—Las relaciones para siempre ya no existen, amigo. Eso era en la época de mis abuelos. Ni mis padres pudieron tener una relación así y la mayoría de los padres de mis amigos que no se han separado, están juntos por el qué dirán. El amor para toda la vida es una fantasía —me resiento un poco, debido a la experiencia que he tenido con mi exnovia.
—No digas eso. Por supuesto que existe el amor para toda la vida. El problema es que muchas personas no esperan a encontrarlo y aceptan la primera oportunidad que se les presenta —me dice serio.
—No sabía que fueses un romántico empedernido —me meto con él, sonriendo.
—Además, si saliese todos los días con una chica diferente, ¿quién te haría la cena todas las noches?—me dice mientras pone dos platos encima de la barra y comienza a servir en ellos lo que acababa de preparar.
—Te voy a dar la razón, por lo que pensándomelo mejor, creo que para mí, sería más beneficioso que nunca tuvieses pareja, así me preparas la cena todas las noches hasta que me ingresen en un asilo.
—Estás loco, Peludo, y no tienes remedio —me responde, negando con la cabeza.
La cena, como siempre, estaba buenísima. Estos últimos días hemos cenado más de lo normal, porque normalmente Rafael siempre cena ligero, pero a veces, si no nos da tiempo de merendar, prepara una merienda-cena. Ha sido una suerte que mi compañero de piso sepa cocinar, aunque lo que hace Rafael no es más que eso, es arte. Si no hubiese sido por él, sería dependiente de una cocinera que contratase mis padres, del restaurante de la esquina o de la cafetería de la facultad.
Cuanto terminamos de cenar, Rafael se pone a preparar todas esas cosas que hace todas las noches en la cocina, recoge el salón, pasa la aspiradora y limpia los baños, incluido el mío. Sí, ya sé que abuso mucho de mi amigo, seguro que iré directo al infierno.
Mientras yo sigo hablando con él, sentado en la barra de la cocina, mi madre me envía un video. A mi madre le encanta enviarme mensajes que a ella le envían donde hablan de la amistad, la familia, el amor o de motivación.
En cuanto lo abro, empieza a sonar la canción de One de U2 y para mi sorpresa mi amigo empieza a cantar. Está terminando de limpiar, por lo que, coloca los productos de limpieza en su sitio y se va a su habitación.
—Hermano, no sabía que te gustase tanto esta canción —me asombro al ver que enciende su equipo de música para escuchar la canción completa.
—No es mi canción preferida, pero me gusta —me contesta, cuando acaba la canción.
—Además, sabes cantar —añado, haciéndome más sorprendido de lo que realmente estoy.
—Eres muy gracioso, Peludo. ¿Por qué no voy a saber cantar? La música y las matemáticas son prácticamente primas hermanas —le quita importancia a mis palabras.
—Y tú eres una caja de sorpresas —le respondo picándole un ojo.
—Ya está todo limpio y ordenado. Creo que será mejor que me acueste, aún tengo que enviar unos correos y mañana quiero levantarme temprano.
—Buenas noches y gracias, amigo, eres como mi hermano mayor —le digo agradecido.
—Buenas noches, Jacobo —se despide y se va a su habitación.
En cuanto Rafael se acuesta, le envío en un mensaje a Laura. Tengo curiosidad por saber lo que tiene planeado para mañana. No quiero llamarla porque a veces se acuesta temprano, aunque tampoco tengo ganas de acostarme a dormir y me vendría bien hablar un rato con alguien, ya que mi compañero está en el mundo de Morfeo. A los treinta segundos de enviar el mensaje, suena mi teléfono.
—Hola, Laura —contesto.
—Hola, Jacobo. ¿Qué querías decir con que te dé una pista sobre la sorpresa de mañana? —me pregunta sobre el mensaje que le acabo de enviar.
—Pues, un poco para estar preparado. En realidad, me aburría un poco. Rafael se ha acostado hace unos minutos y yo aún no estoy cansado.
—¿Ya se acostó? ¿Estará enfermo? —se preocupa.
—No, amiga. Es solo que hoy ha hecho mucho ejercicio. Esta tarde volvió al gimnasio. No sé si está preparándose para ponerse cachas y así ligar más —le digo bromeando.
—¡Qué va, Jacobo! El cuerpo ya lo tiene, no debería preocuparse por eso.
—Sí, pero no entiendo el porqué no le saca más partido. Si yo fuese Rafael, estaría todo el día presumiendo de cuerpazo.
—Tú tampoco estás tan mal —me dice divertida.
—Pero no me puedo comparar con mi hermano. O tiene una disposición sorprendente para tener ese cuerpo o lleva machacándose en el gimnasio desde que cumplió la edad reglamentaria —le contesto.
—¿Existe una edad mínima para ir a un gimnasio?
—Creo que quince o dieciséis —contesto sin saber muy bien si es cierto.
—Yo no pienso que Rafael estuviese los últimos años de su vida todo el día en el gimnasio. Además, no tiene el cuerpo hinchado como los culturistas, lo que tiene son los músculos definidos. Seguro que ha practicado mucho Systema de ese.
—Vaya, amiga, pues sí que te fijaste bien —intento molestarla.
—Al igual que todas las chicas que estaban en la clase —me contesta evasiva.
—¿Y no me vas a decir nada sobre tu sorpresa de mañana? —cambio de tema.
—No, solo sé que me lo voy a pasar muy bien.
—¿Y nosotros? —le echo en cara.
—Eso no lo puedo asegurar, solo puedo hablar por mí. Buenas noches, Jacobo.
—Buenas noches, Laura —me despido, sonriendo.
Definitivamente, este año promete ser un gran año. No solo he encontrado a mi hermano viviendo conmigo en mi apartamento. Laura también me alegra todos los días. Ni siquiera he quedado con mis amigos del instituto desde que empezaron las clases y antes siempre dependía de ellos. Pero la forma de cómo me siento con mis nuevos amigos, no se puede comparar. Con Laura y Rafael me siento como en casa.
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