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CAPÍTULO DOCE - LAURA

Lunes, 17 de septiembre del 2018

Hace un mes estaba deprimida en mi casa, sin casi salir y más sola que la amapola de la canción y, en la actualidad, tengo amigos, incluso he encontrado a Rafael. La verdad es que la vida ha mejorado tanto que no lo hubiese podido imaginar ni en mis mejores sueños.

Y ahora, cuando él me toma de la mano al salir de su apartamento, me siento como eso, como en un sueño. Mi príncipe azul ha venido a rescatarme, me coge de la mano y me promete no volver a dejarme sola nunca más. Aunque esta semana Jacobo también me ha salvado de mi soledad, el haber encontrado a Rafi, ha despertado en mí sentimientos que pensaba que ya no sentiría otra vez.

No he podido olvidar el beso y si no fuese porque sé que tiene novia y no me gustaría que me lo hicieran a mí, le hubiese besado hace unos minutos, cuando me apartó el mechón de pelo, al sentarnos en el mantel de pícnic. Está tan guapo con esos ojos oscuros, esos labios carnosos y su piel morena. Además, le ha cambiado mucho la voz. Ahora la tiene mucho más grave y cuando dice mi nombre, literalmente, me derrito.

Siempre fue guapo, pero ahora lo está todavía más. Y para colmo de males, o quizás sería mejor decir de bienes, en estos últimos días no paro de soñar con ese beso que me dio. Sé que de alguna forma tengo que olvidarme, pero todavía me mira de esa forma, como solía hacerlo hace años o, por lo menos, a mí me lo parece, y cuando lo hace, me pierdo en sus ojos.

Tengo que superarlo, no quiero perder su amistad, la he echado mucho en falta estos años y por encima de mis sentimientos hacia Rafael, estará siempre nuestra amistad.

—¿En serio qué no has ido al mercado el fin de semana? Está en tu barrio, muy cerca de tu casa, en un terreno abandonado que creo que ha acondicionado el propio ayuntamiento —me pregunta extrañado, pero yo sí que me sorprendo de todo lo que conoce la ciudad.

—No, y no sé cómo has tenido tiempo de visitar todos esos lugares —le contesto incrédula.

—He aprovechado mucho el tiempo, ahora que puedo. En dos semanas no podremos hacerlo o, al menos, no con la libertad de horarios que tenemos ahora —me explica.

—Yo también he visitado un poco la ciudad, pero no he visto casi nada de lo que me has recomendado —me avergüenzo un poco.

—Deberíamos planificar una visita al mercado esta semana, podríamos hablarlo con Jacobo. Quizás el sábado antes del almuerzo con tu hermano. Por cierto, tienes que advertir a tu hermano que ya no soy Flores y que no se vaya de la lengua. ¿Cómo está? Imagino que la muerte de vuestros padres le habrá afectado bastante. Perdona, no quería ponerte triste —se disculpa, arrepentido.

—No te preocupes —le digo siendo totalmente sincera —nosotros hablamos mucho de nuestros padres, prácticamente, todos los domingos, cuando nos llamamos por teléfono. En realidad, él se recuperó mucho más rápido que yo y en pocas semanas se hizo cargo de los dos. Siendo tan pequeño sacó más fuerzas que yo de algún sitio que todavía hoy no he comprendido y demostró ser el mejor de los hermanos. Aunque él tenía el apoyo de mi tía y mi abuela y yo me quedé sola en el pueblo, pero, aun así, ha hecho de hermano mayor y creo que la definición exacta sería de padre.

—No logro imaginar cómo estará ahora. La última vez que lo vi era un renacuajo, muy listo, pero un renacuajo —dice Rafael con cariño.

—Tampoco ha crecido mucho. Hablé con él el domingo, pero no le pude contar nada de que te había encontrado, bueno, no es que te estuviese buscando, no le conté nada de que estás estudiando conmigo en el instituto —Rafi sonríe al ver cómo me pongo nerviosa al intentar explicarme.

—Seguro que se alegra de que lo hayamos conseguido los dos.

—Sí, pero tengo que explicárselo antes de que te vea el sábado. Si no se va a armar la de Dios.

—¿Te acuerdas lo que nos reíamos cuando tu madre decía esa expresión? —me recuerda Rafael.

—La verdad es que la vida que teníamos antes era perfecta, por lo menos la mía —me sincero con tanta nostalgia que me arrepiento al momento.

—Yo creo que la tuya era más perfecta que la mía. Si he aprendido algo en estos últimos años es que vivir en una casa demasiado grande y con demasiado personal de servicio, le quita alegría a la vida.

—¿Lo dices en serio? —le pregunto, porque no puedo imaginar que hubiese cambiado tanto.

—Lo digo en serio y, además, me avala la experiencia. Ahora que vivimos solos, mamá y yo, la vida es más sencilla, más auténtica y opino que si todo volviese a ser como antes, convencería a mi padre para irnos a vivir a una casa más pequeña y sin servicio o por lo menos sin servicio que pase la noche en casa o que esté todo el día allí. Tu casa, donde vivías con tus padres, sería perfecta para ello.

—¿De verdad? Nunca noté que te gustase tanto —le digo sorprendida.

—En aquella época no lo sabía, es decir, no sabía lo que sé ahora. No me había dado cuenta de lo que me perdía viviendo en aquella casa tan grande hasta que me fui y si tuviese que buscarme una casa para vivir con mi familia, con la tuya me conformo —es ahora Rafael el que se lía al explicarse.

—Pues te la venderemos cuando regreses —le digo bromeando.

—¿La tienes todavía? —se extraña.

—Pues claro, mi hermano se ha dedicado a multiplicar el dinero del seguro con sus inversiones. Nosotros no somos de grandes lujos, no vivimos tan a lo pobre como tú, pero tampoco nos gastamos lo que el seguro nos paga cada mes. El único activo que tenemos, al que mi hermano no ve como inversión, es nuestra casa. Para él es lo único que nos queda de nuestra vida anterior y yo también tengo demasiados recuerdos entre esas paredes. ¿Regresarás algún día? —cambio el tema.

—Supongo que sí, no podremos estar huyendo toda la vida, pero no sé si será en cinco, en diez o en veinte años.

—Jacobo tarda más de lo que pensaba, si no viene en cinco minutos me comeré el postre sin él —me sincero.

—Es un buen chico, ¿verdad?, él te tiene mucho aprecio, muchísimo —lo dice y me mira como queriendo preguntarme algo, pero sin saber cómo.

—No empieces tú también —le contesto sonriendo.

—¿A qué te refieres? ¿Quiénes? ¿Qué?

—Mi hermano se preocupa mucho por todo lo relacionado con mi vida y últimamente por mi vida amorosa también. Creo que tiene miedo de que su hermana sea una solterona.

—¿Tú? ¿Solterona? ¿Pero tú te has dado cuenta de la cantidad de chicos que están pendientes de ti en clase? Los tienes haciendo cola —exagera Rafael.

—Hay tan pocas chicas en clase que nos van a catalogar como animal en peligro de extinción.

—Aun así, los tienes a todos locos. Y no solo porque seas guapísima, también eres divertida y no tan estirada como las demás —hace que me ruborice.

—Pues para que lo sepas, no tengo nada con ninguno —intento no darle importancia a lo que me acaba de decir, sacándole la lengua.

—Pero ¿no te apetecería tener un novio de universidad? —me dice serio, expectante de la respuesta.

—Si lo dices por Jacobo, te diré lo mismo que le dije a mi hermano, solo somos amigos. Hacía años que no tenía un amigo y no se me ocurriría estropearlo por una tontería. Jacobo es el amigo que necesitaba tener los últimos años, cuando también me faltabas tú, pero nada más. No es lo mismo que con nosotros... —me doy cuenta de que la conversación no la puedo continuar sin besarle otra vez, estamos tan cerca el uno del otro que sin casi moverme puedo comerle la boca, pero a los pocos segundos, Rafael parece percatarse, se separa y desvía la mirada.

—¿Nosotros? ¿Te refieres a cómo éramos antes? —pregunta un poco avergonzado.

—En cómo eras tú antes y en cómo me siento yo todavía, aunque tengas novia y tu vida haya seguido, yo aún no he olvidado lo que sentía por ti. Lo que dijiste el sábado de la historia inacabada para mí sigue igual y te conozco demasiado como para empezar a mentirte. Imagino que con el tiempo yo también pasaré página. Ahora mismo no puedo, no he tenido todas esas vivencias que has tenido tú. No he salido con otros chicos ni hechos grandes amigos. Mi primer amigo después de lo sucedido con mis padres es Jacobo, por lo que no voy a estropearlo con tonterías y, sobre todo, pensando todavía en ti —decido no mentirle, al fin y al cabo es Rafael, mi alma gemela.

—Laura, no me puedes hablar así —murmura.

—Siempre hemos hablado francamente —le digo buscando sus oscuros ojos.

En este momento, me muero por perderme en sus ojos, me muero porque sus labios se fundan con los míos y me deje temblando y sin aliento como lo hizo en la fiesta.

—Lo sé, pero me hace sentir un poco incómodo —responde y a pesar de hablar más alto que antes, sigue sin levantar la mirada.

—Tranquilo, Rafi, yo estaré bien y quizás, en unas semanas, también tenga una pareja a la que abrazar. Y ahora pásame el postre ese raro que has hecho, a ver si está malísimo. Con un poco de suerte la ecuación inversa también funciona y te desamoras con una mala comida —termino la frase dándome cuenta de las tonterías que estoy diciendo y empezamos a reírnos los dos, hasta que llega Jacobo a los pocos segundos.

—Laura, desde que has llegado a nuestras vidas, mi hermano no ha parado de reírse. Te dije Rafael que era muy divertida, pero no pensé que os fuerais a llevar tan bien. Me alegro en el alma —nos saluda nuestro amigo y se sienta mientras comienza a comerse el postre sin esperar por nadie.

—¡Jacobo! ¡Qué modales son esos! —Rafael le regaña.

—Es que tenía muchas ganas de comerme uno de estos. Son las jojojo esas que hiciste el otro día y que te pedí que me volvieras a hacer—se justifica con un deje quejica.

—Sí, son las jojojo, pero en realidad se llama Johara, pero si el nombre es complicado también le puedes decir pastela de leche, ese nombre es más común —le explica Rafael, como si fuese su hermano mayor.

—Laura, si no te la vas a comer, me elijo la tuya. A veces es una pena que no seas una de esas chicas estiradas que no come dulces. Mi ex era así, por lo que siempre me tocaba el doble de postre —me dice Jacobo con voz seria, mientras Rafael y yo nos reímos de las ocurrencias de nuestro amigo.

—Jacobo, con la pinta que tiene la jojojo esta, te vas a quedar con las ganas —le contesto.

—Sois unos incultos. ¿Quién no conoce las pastelas de leche? —nos riñe Rafael, haciéndose el ofendido.

—¡Nosotros! —contestamos Jacobo y yo a la vez.

—Pues este verano deberíamos hacer un viaje a la ciudad de Fes, en Marruecos, son típicas de allí. Podríamos ir en coche y recorrer varias ciudades por todo el país. Yo nunca he estado en Marruecos —nos cuenta Rafael, como si fuese un sueño que no puede cumplir.

—Pero para eso alguien tiene que sacarse el carné, no pienso conducir yo todo el tiempo —se queja Jacobo.

—Y tendría que llevarme a mi hermano. Le prometí que estaríamos juntos todo el verano. Por cierto, este postre está divino Rafael. ¡Qué manos tienes! Nos estás malacostumbrando, voy a venir a comer todos los días. Ahora me dará vergüenza invitaros a comer. No te llego ni a la suela de los zapatos —me sincero.

—Laura, me había olvidado de decirte que el último fin de semana del mes mis padres nos han invitado a los tres a casa, hay una fiesta familiar y quieren conocerte —me invita Jacobo.

—¿En serio? No creo que pueda —le contesto, aunque la verdad es que no sé qué decir ni si quiero ir o no.

Nunca me he quedado en casa de nadie y hace siglos que no voy a una fiesta familiar.

—¿Por qué no? —me pregunta Jacobo, extrañado.

—Es que nunca he ido a casa de nadie a pasar el fin de semana —me sincero con él.

—Pues ya va siendo hora, en breve serás mayor de edad y hay cosas que tienes que hacer antes de que eso ocurra. Además, iremos los tres. Será una preparación para el viaje de verano, el sueño por cumplir de nuestro amigo —bromea Jacobo.

—¡Qué loco eres, Jacobo! —le digo mientras le sonrío y casi no puedo dejar de comer.

El postre está riquísimo, esto va a ser misión imposible. Entre que está guapísimo y, además, cocina como los ángeles, ¡qué difícil veo lo del olvidarme de Rafi! Si ya estaba como una boba detrás de él hace cuatro años, esta versión 2.0 me está volviendo loca.

—Bueno, pero al final vamos a la fiesta de mis padres, ¿verdad? Rafael también viene. Ya mis padres me avisaron de que si él no venía, que a mí no se ocurriese aparecer.

—¡Qué exagerado eres! —interviene Rafael y le sonríe.

—No exagero y lo sabes. ¿Qué te parece Laura si salimos el viernes después de las clases y comemos por el camino? Así estaremos dos días en casa de mis padres y podré enseñarles un poco la ciudad —se entusiasma Jacobo.

—Puedo preparar unos platos de pícnic para el trayecto en coche y estrenaremos la cesta que me regaló mi madre de verdad.

—Acepto si dejas que los gastos del fin de semana, excepto el pícnic, corran a mi cargo —se me adelanta mi amigo, yo hubiese querido decir lo mismo que Jacobo y agradezco su gesto.

—¿Ahora vas a preocuparte por mis finanzas? —le contesta Rafael, mostrando que se siente un poco molesto e incómodo.

—Hermano, nunca permitiré que el dinero interfiera entre nosotros y no pienso dejar de ir a los restaurantes más caros de la ciudad con vosotros por culpa del dinero. Así que vamos a tener que hacer un acuerdo entre los dos. Yo no me entrometo en tu cocina y mi madre se ahorrará una pasta con la asistenta, pero ese dinero lo invertiremos en los gastos en común. ¿Qué te parece? No me darás nada ni yo te daré nada, sino que lo que tú hagas con tu trabajo, yo lo pago con dinero y seguro que nos sobra algo para ir al cine de vez en cuando.

—Yo también me apunto. Voy a ir a comer de vez en cuando a tu piso y pondré el dinero en un bote que se llamará: dinero para gastos extras y será como el que ganas los veranos. Al fin y al cabo, cocinas mejor que nadie y yo había planeado comer bastante en el comedor del instituto, sobre todo, para no hacerlo sola.

—Ni lo pienses, Laura, no sigas por ahí —se enfada Rafael, que ya empieza a cabrearse bastante.

—Pues si no aceptas, yo no comeré más en casa —lo amenaza Jacobo.

—Ni yo vendré a comer como hoy, con las manos vacías y por la cara —lo imito yo.

—Esto es absurdo. En primer lugar, Jacobo, esa es tanto tu casa como la mía y, en segundo lugar, Laura, no entiendo cómo no puedes venir a casa a comer, es diferente—se queja Rafael.

—Pues claro que es diferente. Nosotros no tenemos ningún tipo de problema con el dinero, se podría decir que nos sobra, por lo menos en mi caso y creo que en el de Laura todavía más. Tú tienes dificultades económicas y yo llevo viviendo de tus comidas desde que nos conocemos, incluso he traído a mis padres a comer, además, has invitado a mi amiga después de que metiese la pata hasta el fondo en la fiesta. Te has encargado de la limpieza desde que llegaste y yo casi ni he ayudado. Has comprado tú solo casi toda la comida que hay en nuestra casa y todos los productos de limpieza. Mientras no sabía que tenías problemas financieros, yo viví aquí como si fuésemos familia, tú has pagado todo, has hecho todo y yo no le he dado la mayor importancia, porque somos hermanos. Ahora que ha quedado claro que el dinero del que dispones mensualmente no es tanto como me imaginaba, no me parece justo que te pongas así. Es solo dinero. Además, cuando eras tú el que pagabas todo, no decías nada, aun sabiendo que para mí no era problema alguno. No te digo, sino de equilibrar la balanza, de poner en dinero lo que tú pones con trabajo y de comprar las cosas entre los dos, cosas que has estado haciendo hasta ahora tú solo. Así que, hasta final de mes, me toca pagar la compra para compensar los gastos anteriores y pondré en el bote el coste del servicio de este mes.

—Bueno, si lo miras así —dice un poco más convencido.

—¡Rafael! No puedes pretender que todo el mundo coma tu comida y reciba tu ayuda sin rechistar y tú no quieras recibir nada de nadie. Eso nos hace sentir mal a nosotros, ¿no lo ves? —le peleo.

—Bueno, sí, tenéis razón, pero que sepáis qué sois unos pesados —responde Rafael con tono cansado.

Le agradeceré toda la vida a Jacobo, lo que acaba de hacer por Rafael. En realidad tiene razón, no le vamos a dar nada, solo pagar lo que él nos da, porque así es Rafael, él solo da, a pesar de ser el que menos tiene.

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