CAPÍTULO DIECISÉIS - LAURA
Jueves, 20 de septiembre del 2018
¡Qué fácil ha sido prepararlo todo! La escuela de trial para adultos está a diez minutos en coche del instituto y nos alquilan todo: bicicletas, guantes, rodilleras, cascos, incluso los chalecos protectores. Cuando los chicos lo vean, se van a quedar con la boca abierta, estoy segura.
Además, soy muy buena y eso es algo que también les sorprenderá. Lo único que me incomoda es que Rafael no se lo va a pasar muy bien. No lo veo salvando obstáculos con la bicicleta, aunque tampoco me lo imaginaba haciendo artes marciales y ahora es instructor de una de ellas.
Hoy casi no he estado con él en clase. A primera hora nos pusieron en grupos y a nosotros dos nos separaron. Después uno de los del grupo, Carlos, un amigo de Jimmy, se sentó conmigo en todas las clases que pudimos elegir asiento.
A Rafael no se le veía muy afectado. Manuela, la rubia que también estaba en clase de Systema, se sentó con él todo el rato y se le veía muy cómodo. La verdad es que la chica parece simpática, pero que se acerque tanto a Rafael, me pone nerviosa, aunque ella no tiene culpa de nada. Si yo lo hubiese visto en el gimnasio, seguro que también me hubiese quedado prendada.
A lo mejor Rafael lo hace con intención, es decir, me deja tranquila en clase para que pueda pasar página y seguir mi vida sin morir de amor por él.
Mirándolo desde la distancia está guapísimo, mucho más guapo de cuando éramos unos niños. Además, de cerca mejora mucho. Es como un adonis.
Posiblemente, tenga a todas las chicas locas donde vive ahora con su madre. No cuenta mucho de su nueva vida, ni de su novia, ni de nada. Se ha excusado en mi seguridad: "Cuanto menos sepas, mejor". No obstante, a veces la curiosidad me mata.
Así que, esta tarde les enseñaré a esos dos dónde quemo mi frustración, mi terapia de estos últimos años.
—¿Has entendido lo último sobre la caldera de combustión del proyecto de la caldera pirotubular en la clase sobre los proyectos termomecánicos? —me pregunta Carlos.
—No parecía nada complicado. Si quieres te paso los apuntes. No tengo muchos porque no pensé que fuera tan interesante, pero te dejo lo que tengo —me ofrezco mientras recojo mis cosas.
—Yo se los iba a pedir a Rafael, parece que es el más listo de toda la clase, pero me da un poco de miedo. No en vano lo llaman el displicente —me dice un poco avergonzado.
—¿Displicente? ¡Cómo se nota que no sabéis nada sobre él! Es la mejor persona que conozco y lo digo en serio —defiendo a Rafael.
Si supiesen cómo se perciben sus labios sobre los míos y el calor que desprenden, le quitarían el sobrenombre en menos de un segundo.
—Al intentar evitar el contacto con los demás y no expresar las emociones igual que nosotros, los chicos le han puesto ese mote. Además, cuando habla, a veces parece que está hablando una enciclopedia —intenta explicarse Carlos.
—Una enciclopedia que hace que todos vosotros entendáis las clases mucho mejor —le recuerdo.
—Eres muy lista — afirma, pareciéndome sus palabras un poco ridículas en una institución donde deberían de estar las personas más inteligentes del país.
—Como todos aquí —le contesto un poco incómoda.
—Aunque algunos más que otros. Si te dejo mi número de teléfono, ¿me enviarías un mensaje con los apuntes? —me pregunta.
—Claro, Carlos, les saco una foto cuando llegue a casa. Ahora he quedado con unos amigos, pero esta tarde te los hago llegar —le contesto.
—Eres un sol, Laura. No te olvides, ¿vale? Aquí tienes mi número —me agradece Carlos al Rafael acercarse hasta donde nos encontramos.
—Hola —saluda Rafael, jovial.
—Hola, Rafael. Nos vemos mañana, Laura—le devuelve el saludo Carlos.
—No sabía que conocías a Carlos —le digo a Rafael, cuando Carlos se ha alejado.
—¿Quién es Carlos? —se extraña.
Lo normal es que todos conozcan a Rafael, es el alumno que más interactúa con los profesores en clase, además de que cuando le preguntan suele dar muy buenas explicaciones y a veces los alumnos le prestan más atención a él que a los propios profesores.
—El chico que se acaba de ir —le contesto divertida.
—El de eres un sol —se burla de mí.
—¿No lo conoces? —le pregunto.
—No, pero él a mí, seguro que sí. Te acecha y se habrá preguntado quién es el chico con el que te sientas tantas veces en clase.
—No me acecha —defiendo a Carlos.
—Lo que tú digas, pero parece un buen tío, un poco lento, pero buen tío. Además, no parece tan mayor como los otros —me dice mientras comienza a caminar en dirección a la cafetería.
—La verdad es que somos los más jóvenes con diferencia. El otro día me contó Jimmy que los dos chicos de la beca del año pasado habían entrado con veinte años y que solo ha entrado uno con dieciocho años desde que empezó el proyecto de las becas, los demás lo han hecho con veinte o más. Por eso parecemos tan jóvenes, todos son algunos años mayores que nosotros —le explico.
—Pues me despediré de mis planes de ligar como un loco este año en el instituto. Soy muy tradicional y estar con chicas tres o cuatro años mayores que yo, no me apetece nada —bromea.
—Tú ya tienes novia, así que no te quejes. Ahora me toca a mí —le sigo el juego.
—Aun así, un ligue de vez en cuando es muy sano— me hace saber, haciendo que mis hormonas empiecen a dar saltitos al picarme un ojo.
—Rafi, ¿hablas en serio? No te pega nada eso de ser un Casanova. Aunque, pensándolo bien, eso de quitarse la camisa para dejar a todas las chicas babeando, es una estrategia de un perfecto donjuán —le digo recordándole sin camisa.
No entiendo qué es lo que me pasa. Si sigo así, me lanzaré a sus brazos en cuanto se despiste.
—Ja, ja, ¡qué graciosa! Estaba cambiándome la camisa porque había estado entrenando la hora anterior. Ni siquiera a ti te gustó mucho.
—Pues a Manuela la dejaste prendada —insinúo, un poco celosa.
—¿Sabías que Manuela no está matriculada en el instituto? Tiene un año más que nosotros y quiere optar a la beca el año que viene o el siguiente, por eso este año no estudiará, sino que se prepara para conseguir más créditos y para el trabajo final. Es muy simpática, pero puedo asegurarte de que no tiene interés alguno en mí, solo una simple amistad.
—Claro, claro, tú siempre has tenido el radar muy calibrado —le contesto.
—¿Entramos y pedimos un té mientras esperamos al peludo? —me ofrece, acercando su cuerpo al mío más de lo habitual, aunque para él sea lo normal.
—Todavía faltan veinte minutos, sí, entremos —le contesto mientras me pienso en darle el beso con el que la otra vez le amenacé, o no.
Tiene que darse cuenta de lo que pasa por mi cabeza, ya que se aparta de mí como un resorte.
—¿Sabes que esta cafetería la están traspasando? —cambio el tema de conversación.
—Pues es normal, está muy mal distribuida y con los precios, las porciones de las tartas y el sistema que tiene con los camareros, no sé cómo llegan a final de mes.
—¿Lo dices en serio? —me asombro, puesto que no me esperaba una respuesta así.
—¿Tú no lo crees? —se extraña ahora él.
—Es que nunca me he fijado en esas cosas —me avergüenzo.
—Es normal, no te olvides que he tenido varios trabajos y uno de ellos fue en un restaurante, por lo que sin darme cuenta pienso en esos detalles.
—¿Podré ir algún día a tu antiguo trabajo y visitar los sitios que tú has visitado en los últimos años? —le pregunto al sentarnos.
—Mi madre no estaría conforme —me contesta, pensativo.
—No conocería a tu novia para no incomodarte, pero me gustaría ver a tu madre —insisto.
—Seguro que ella también, sin embargo, en nuestra situación actual, no querrá que nos mezclemos. Cuanto menos sepas de nosotros, mejor, confía en mí.
—Cuando vivía en el pueblo, veía a tu padre cada quince o veinte días —le cuento con una cierta nostalgia.
—Y eso ¿por qué? —inquiere, curioso.
—Cuando te fuiste, yo seguí siendo la delegada del proyecto en el cual tú también estabas antes de irte. ¿Lo recuerdas?
—Claro, siempre se te ha dado muy bien eso de incentivarnos para hacernos trabajar y resolver los problemas que surgían entre nosotros. Pero ¿por qué veías a mi padre?
—Él era mi conexión con la empresa. Imagino que para el resto de las personas encargadas del proyecto era incómodo hablar conmigo. Tu padre, como siempre, tan correcto y educado, no permitió que por ello me apartaran de mi puesto. Siempre fue muy agradable conmigo, incluso a veces bromeábamos por cosas banales, aunque ninguno de los dos se atrevió nunca a nombrarte. Seguro que por miedo a no poder superar el dolor de tu pérdida.
—¿Crees que es feliz? —me pregunta con tristeza.
—No, yo considero que tu madre, aunque lo eche de menos y le haya costado empezar desde cero, se ha llevado la mejor parte, te llevó contigo. Para él tiene que ser muy duro, su mujer se fue y se llevó a su hijo con ella, se quedó solo, sin nadie en quien apoyarse.
—¿Te sientes identificada? —me pregunta con la mirada triste mientras me escucha.
—No, él lo ha pasado peor. Yo sé lo que les ha pasado a mis padres, pero tu padre no tiene ni idea si tu madre y tú estabais bien, qué es lo que ha pasado y el porqué ya no estáis con él.
—A veces, cuando discutimos sobre nuestra situación, le digo a mi madre que esto no es vida, que yo podría desaparecer, pero que ella podría volver con mi padre y vivir otra vez juntos. Yo tengo toda mi vida por delante, pero ella ha renunciado a su vida por la mía. Sé que es mi madre y que todas las madres morirían por sus hijos, pero me parece una maldad, si se puede evitar.
—Y resolver el problema, ¿es complicado?
—No lo sé. No he invertido mucha energía en este asunto hasta ahora. Pero creo que, llegado a este punto, tendré que replantearme mis prioridades. Por lo que he visto, el instituto no es tan complicado como esperaba. Posiblemente, hayan bajado mucho el nivel en los últimos años para que algunos estudiantes terminen con el título bajo el brazo. Si pierdo un curso, por lo que fuese, no sería algo tan execrable si con eso consigo recuperar mi vida, mi vida al completo.
—Yo te ayudaría en lo que fuese necesario —me ofrezco con total sinceridad.
—Y yo no lo permitiría. No te pondría en peligro por nada del mundo, Laura. Sin embargo, podríamos hablarlo en otra ocasión. ¿Te parece? —me contesta con determinación.
—De acuerdo, pero esta conversación no ha terminado. También he visto mucho a tu primo.
—¿Cómo está Ricardo? —me pregunta interesado.
—Repitió un curso a pesar del empeño de su madre, pero ya se ha ido a la universidad. Aun así, está todos los fines de semana en el pueblo. Es una de las únicas personas que me saluda, incluso me ha invitado a tomar algo de vez en cuando. Posiblemente, se sintiese un poco triste por mi situación. Él sabía lo bien que nos llevábamos y que mis padres murieran y tú desaparecieras, no fue fácil. Alguna vez me tomé un té con él, pero me sentía un poco incómoda.
—¿Incómoda? ¿Por qué? —se extraña Rafael.
—Bueno, tu primo no es un lumbreras, eso es cierto, al pobre no se le dan ni las ciencias ni las letras, aun así, no es gracioso, no es simpático, ni siquiera te hace sentir a gusto cuando estás con él —intento explicarle.
—¿A qué te refieres?
—Creo que todo el mundo tiene. Puedes ser interesante, divertido, gracioso o puedes ser esa clase de personas que sabe escuchar. Todo el mundo tiene un don. A tu primo no se lo he encontrado —me sincero.
—¿Y yo qué don tengo?
—Alegras la vista —le respondo, jovial.
—¿Soy divertido?
—No, Rafael, tú eres el instructor que está cañón —le explico, descarada.
—Eres una loca —me dice avergonzado, desviando la mirada.
—¿Te has dado cuenta de que siempre que nos sentamos aquí no nos piden la comanda?
—Claro, la visión desde la barra de esta mesa es nula, yo le pondría un espejo en esta pared —dice mientras señalaba la pared detrás de mí.
—¿Por eso te sientas aquí? —le pregunto asombrada.
—Sí, cuando no quiero que nos molesten, me siento aquí —me confiesa sin un atisbo de vergüenza.
—Ojalá la vida me tratase como tú, Rafael —me sincero.
—¿Cómo yo? —me dice sin entenderme.
—Sí, contigo es todo tan fácil. Podemos hablar de cualquier cosa y me siento siempre como en casa.
—Yo me siento igual contigo, aunque eso no es nada nuevo, ¿verdad? —me responde sonriendo.
—No, entre nosotros, aunque es muy difícil de conseguir a una persona con la que te sientas así.
—El peludo también es buena gente, no es igual que contigo, aun así, se le parece —se sincera él también.
—Sí, es un loco, pero buena gente, ha sido una suerte encontrarlo. Y hablando del rey de Roma, ya está aparcando el coche. En marcha, ¿no tienes curiosidad? —le digo, aunque esta vez soy yo quien lo toma de la mano para salir.
—¿Curiosidad?
—Sí, aún no sabes cuál es mi sorpresa.
—Es una sorpresa, así que esperaré —me contesta antes de guiñarme el ojo, soltarse de mi mano y echar a correr.
***
No me lo puedo creer. Siempre acabo llevándome yo la sorpresa.
Cuando entramos en la escuela de trial, a Rafael se le puso cara de "tierra, trágame". Jacobo, al contrario, se sorprendió, pero estaba muy contento, ya había practicado alguna vez este deporte.
Yo pensé que Rafael iba a acabar causando un accidente, sin embargo, después de dos vueltas al circuito, nos adelantó como un loco y nos dejó con la boca abierta. Se estaba divirtiendo de lo lindo y me estaba dejando fatal. La que lleva años entrenando soy yo y ya el primer día Rafael me deja como una novata. ¡Pero si le vi en la bici el otro día y parecía que se iba a comer a todos los vehículos que se encontraba por la calzada!
Después de devolver el equipamiento y las bicicletas y ducharnos, nos encontramos en la cafetería de la escuela. Rafael pidió permiso para comprar las bebidas en el local y, a cambio de una buena propina, que nos permitan comer la comida que él ha traído en la cesta de pícnic. Esta semana le está dando mucho uso.
—Rafael, eres una caja de sorpresas —le está piropeando Jacobo, cuando llego a la mesa donde están sentados.
—¿Cómo era la frase aquella, Jacobo, la de la página web? —le pregunto divertida.
—¡Soy el puto amo! —grita divertido nuestro amigo.
—¡Qué graciosos! —se queja Rafael, al que cada vez le hace menos gracia esa frase.
—Es que nos has dejado con la boca abierta, Rafi. Se supone que era mi sorpresa, no la tuya —defiendo a Jacobo.
—Y fue una grata sorpresa, nunca pensé que te gustase esta clase de deporte. La verdad es que es muy divertido —me dice con brillo en los ojos.
—Al principio, creí que te comías el primer obstáculo y es que la primera vuelta te salió de pena, hermano. ¿Cómo mejoraste tanto en tan poco tiempo? —le pregunta Jacobo.
—Me fijé en lo que hacía Laura y me copié —contesta, enfático.
—¿En serio? —preguntamos Jacobo y yo a la vez.
—Claro, aunque ahora estoy hecho polvo. Esta mañana me desperté muy temprano y corrí mucho más de lo habitual. Además, anoche, aproveché que fui al gimnasio e hice también una hora de ejercicios. Esta noche me acuesto temprano. Antes de llevarte a casa, Laura, no te olvides de recoger de nuestro piso el sándwich que te hice para el almuerzo de mañana. Los nuestros se quedan en casa. Se acabaron las sorpresas y a partir de mañana dejaré de usar por un tiempo la cesta de pícnic.
—La verdad es que tu madre es buenísima haciendo regalos. A mí me dejaron en Navidad un montón de cosas y no he utilizado nada tanto, como nosotros esa cesta esta semana. Y pensar que al principio me sorprendió muchísimo —afirma Jacobo.
—Hombre de poca fe —le contesta Rafael, divertido.
—Aunque te enfades, tienes que saber que he comprado el dominio de soyelputoamo.com. Nos vamos a forrar —informa Jacobo a Rafael y comenzamos a reírnos todos, incluido Rafael.
***
Cuando llego a casa, le envío los apuntes a Carlos. Es un buen chico, incluso a Rafael no le cae mal como pude comprobar al acabar las clases. Es amigo de Jimmy, pero no se parece nada a él. Rafael no puede ver a Jimmy, aunque a mí tampoco me termina de caer bien. Carlos es diferente, te deja tu espacio y es divertido, dos buenas cualidades para mi primer novio en el Instituto Gutenberg. Mi hermano me ha dicho que, como mínimo, debería tener dos idilios antes de encontrar a mi príncipe azul, porque conforme las estadísticas, las relaciones con el primer y segundo novio de la universidad no acaban bien.
Hoy Santiago me llamó por la tarde y estaba muy hablador, creo que quería saber cómo estaba todo entre Rafael y yo. Yo le dejé caer que estoy coqueteando con otro chico, si se le puede llamar así, pero de esa manera me quité a Santiago de encima.
Por supuesto que mi hermano quiso saber todo lo relacionado sobre el chico que está tonteando con su hermana, pero le dije que no pensaba decirle nada, que ya lo conocería y que me dejara hacer la idiota un poco.
Carlos no es como Rafael, no se parecen en nada, pero también es guapo. Es un poco más alto que yo y tiene los ojos verdes, la piel oscura y el pelo negro. Es una persona que le gusta mucho el contacto físico, cuando habla con los amigos les da golpes en la espalda, se abrazan o se dan golpes en el hombro.
A la única persona que toca Rafael sin problemas es a mí, o por lo menos, cuando vivíamos en el pueblo. Imagino que con su novia tampoco tendrá problemas, porque si no sería una relación muy extraña. Si besa a su novia como me besó a mí en la fiesta, seguro que es una relación normal.
Ese beso me dejó sin respiración, temblando y con el pulso acelerado. Todavía por las noches lo recuerdo, cada instante, incluyendo con la ternura que me retiró el mechón de pelo de mi cara. A veces puede ser muy dulce.
Ahora tendré que olvidarme de ese beso e intentar rehacer mi vida. Pero ¿qué me pasa? ¿Por qué comparo a Carlos con Rafael? ¿Y por qué quiero que le caiga bien? ¿Seré un caso perdido?
Mi instinto me dice que lo de Carlos puede funcionar y puede ser hasta divertido. Debería de verlo como un experimento, si funciona, genial, si no, lo intentamos otra vez con otras variables.
Al enviarle los apuntes me ha puesto un emoticono de un sol y luego me escribió que me debe una cena. Yo tardé un poco en contestar, pero después de pensarlo un poco le puse que estaría genial. Ya está, la suerte está echada.
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