CAPÍTULO CUARENTA Y UNO - RAFAEL
Miércoles, 3 de octubre del 2018
En este momento, lo más importante es sacar a Laura de aquí para que no tenga que ver lo que les voy a hacer a esos tipejos. Al que va con nosotros en la furgoneta no le voy a hacer nada, puede que me sea útil en el futuro, pero no pienso dejar irse de rositas a los policías que lo están ayudando.
Cuando dije que mi novio me había dejado, el conductor se quedó atónito. Dos días con él en el coche y lo tendría en el bote. Lo de que estoy hecho un casanova, como dice Laura, es verdad, pero con mí mismo sexo. Seguro que se está riendo de lo lindo en la parte de atrás.
Lo de conducir no se me da mal. Es como ir en moto, pero con cuatro ruedas y los cambios son diferentes. Aunque no tenga carné de moto, he conducido muchas veces una. A mi madre le gustaba que aprendiese el máximo de posibilidades de escape que pudiese. Todos estos años aprendiendo a escapar y ahora metiéndome en la boca del lobo. Aun así, no creo que tarde mucho en llegar la caballería. De repente el teléfono de nuestro secuestrador suena y él lo coge.
—¿Qué pasó? —contesta y espera a que le hable la persona que está al otro lado—. ¿Cómo ha podido suceder?
Otra vez silencio.
—Pues venid vosotros dos también. Tenemos un garaje en la calle Galileo número cinco. Esconderé la furgoneta allí —dice antes de colgar.
—¿Pasó algo?
—Parece ser que tu amigo está en el hospital y ha dado una descripción exacta de la furgoneta. La policía nos está buscando.
—¿Y qué hacemos? —pregunto, para que los chicos escuchen lo que está pasando.
—Vamos a escondernos en un garaje que tenemos para estos casos, está a diez minutos de aquí, al fin y al cabo, es una suerte que nos hayan avisado ahora. Pero no te preocupes, no estamos solos. Tengo dos amigos que nos ayudarán y vendrá luego a echarnos una mano.
—¿Qué hago yo mientras tanto? —me hago el idiota.
—Cuando lleguemos, tú te quedas con la chica en la furgoneta para que nadie te vea y yo hablo con mis amigos. Trátala bien.
—Lo que usted diga, jefe —respondo mientras hago como que me concentro en la carretera, esto de conducir me gusta.
Antes de verano tengo que sacarme el carné de conducir y así podría ayudar a Jacobo en nuestro viaje a Marruecos. En cuanto ese pensamiento se me cruza por la cabeza, lo entiendo todo, después de hoy no va a ver un viaje a Marruecos, tendré que desaparecer otra vez y aunque quiera, no podré llevarme a mis amigos conmigo.
Si la policía se ve involucrada, a lo mejor, nos meten en un programa de protección de testigos. Pero esta vez me despediré de ella, se lo merece, nos lo merecemos los dos. Será la única condición que ponga, poder despedirme de mis amigos.
—Toma ahora la primera a la izquierda y cuando te lo diga, otra vez a la izquierda. Ahora.
Yo sigo sus instrucciones e intento concentrarme para estar atento.
—¿Ves esa casa grande y amarilla? Al lado hay un garaje, intenta aparcar mientras yo abro el portón. Esta zona está poco habitada, por lo que no pasan muchos coches, así que tranquilo. Tienes todo el tiempo del mundo para meter la furgoneta dentro —me aconseja antes de bajarse del vehículo y abrir el portón.
—¿Voy bien? —le pregunto, cuando pongo la marcha atrás, que entra al tercer intento.
—Sí, tú sigue que vas perfecto. Ahora quédate con la chica dentro de la furgoneta y no salgas, aunque se queme el edificio entero. ¿Entiendes?
—Claro, jefe —le digo otra vez con esa voz de idiota que puse antes.
—Yo estaré de vuelta en unos minutos —me informa mientras cierra el portón con llave y él se queda fuera.
Entro en la parte trasera de la furgoneta y allí está Laura, tan guapa como siempre y con una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviese esperando para ir a la iglesia el día de su boda.
—¿Cómo estás? —le pregunto mientras le corto las ataduras de las manos y de los pies que le ha puesto el secuestrador que queda.
—Bien, gracias por venir a rescatarnos —me dice cariñosa.
—Estás aquí por mi culpa y la de tu hermano, que como siempre se mete en líos.
—¿Cómo está él? —me pregunta y esta vez la noto preocupada.
—Todos están bien y seguros. Solo nosotros estamos aquí fuera. Ahora escúchame —le pido y me pongo serio mientras le doy un Nokia que le he preparado—, apaga tu teléfono móvil y utiliza el que te he dado, si marcas la peluquería puedes hablar con tu hermano. La policía está por fuera escondida y también hay hombres de tu hermano, incluso he visto a uno que se escondió fatal aquí dentro. Pero, por suerte, no lo ha descubierto el orangután ese.
—¿Te refieres a tu novio? —se burla Laura de mí.
—Por cierto, hay un micro en el coche y tu hermano y Jacobo están escuchando todo —le aviso para que no suelte alguna de las burradas que me dice últimamente—. Hazme caso y solo haz lo que te diga Santiago, no confíes en nadie más, ¿entendido? Y por supuesto en Jacobo. Ahora te toca moverte para que yo pueda hacer mi trabajo.
—¿Y qué le dirás? —me dice mientras su fuerza de gravedad me vuelve a atrapar.
—La verdad —bromeo —que unos hombres que estaban aquí esperando te sacaron a la fuerza y yo ahora saldré corriendo. Sería importante que nunca sepa quién soy, quizás lo puedo utilizar en un futuro.
En cuanto me dispongo a abrir la puerta de la furgoneta, ella se acerca y me besa en los labios con suavidad, como si fuese delicado, como si pudiese romperme y en ese momento, decido que no estaré lejos de ella ni un día más de lo necesario.
A continuación, abro la puerta y salgo. Dos chicos de los que envió Santiago la están esperando por fuera. Le doy las dos armas que tengo escondidas en la furgoneta, cada una en su bolsa para no dejar mis huellas, y que les he quitado a los dos idiotas que neutralicé hace ya más de una hora.
—Cuando llegue al coche que llame a su hermano. ¡Cómo le suceda algo, estáis muertos! —les amenazo.
Odio tener que dejarla con otras personas, eso de delegar no me gusta nada.
—Sí, señor, el coche está a cinco metros de aquí, saliendo por esa puerta de atrás.
—Vale, pero deja la puerta abierta y cuando el coche de ella haya salido, haz dos disparos para que piensen que nos han atacado. ¿La policía? —le digo al que me ha hablado antes.
—Están delante del garaje, no sabe que estamos aquí.
—Perfecto, pues no esperemos más.
No le digo nada más a Laura, su mirada me lo dice todo. Está cargada de ternura y fuerza y lo más importante, no tiene ni un ápice de duda o miedo. Ella sabe que todo va a salir bien.
Pasado unos segundos suenan dos disparos y yo salgo corriendo por el portón que se supone ha cerrado con llave el orangután que nos secuestró. Tantos años aprendiendo a abrir cerraduras para que me toque una tan fácil. Creo que mi madre se tomó demasiado en serio mi entrenamiento y en realidad estos son unos principiantes.
—¿Cómo has salido? ¿Qué ha pasado? —se preocupa el secuestrador.
—Salir ha sido fácil, esa cerradura es para niños. No sé cómo no se han metido okupas antes. Lo complicado es lo de ahí dentro. Nos estaban esperando una media docena de hombres armados y vestidos de negro. Abrieron la puerta de la furgoneta y se llevaron a la chica. ¿Es tan valiosa? Además... —dejo la frase sin acabar, seguro que este idiota cae.
—¿Además, qué? —me grita mi nuevo "jefe".
—Además... tu compañero estaba dentro —lo digo bajando la voz cuando dejo caer la bomba.
—¿Mi compañero? —me pregunta el orangután que cada vez está más confundido.
—Sí, tu compañero, el que se fue a hablar con su hermana y no volvió. Si te pagan un rescate por la chica, a lo mejor quería todo el dinero para él —lo explico.
—¡Hijo de puta! —grita y luego se queda pensando unos segundos—. Él nunca haría esto solo. Pero ¿por qué querría traicionarme? Solo lo haría si se lo mandase la señora.
—¿Qué señora? —me hago como siempre el tonto.
—Nuestra jefa, llevamos casi algunos años contratados a sueldo por esa señora y es la primera vez que tenemos un trabajo serio. Si encima lo hacemos mal, nos matará. Pero a lo mejor quiere que salga mal y así tener una excusa para deshacerse de nosotros.
—¿Qué quieres que haga, jefe? —le pregunto.
—En unos minutos llegará un coche de la policía, te subes en él y les dices que la operación se ha complicado, que uno de los chicos nos ha delatado y que no se involucren. Además, les pides que te dejen cerca de tu casa. Toma, te voy a dar una tarjeta y me llamas en dos días. Cuando todo se haya calmado, ¿vale? —me dice el secuestrador un poco preocupado.
No parece tan mal tipo, además, me he dado cuenta de que no sabe ni coger un arma.
—Lo que usted diga, jefe. ¿Quieres que te deje la camiseta que me compraste? —le pregunto, quitándome la camisa, en realidad, es una técnica que, según lo que me ha contado Laura, debería de funcionar.
—No, no, no hace falta. Tú llámame en dos o tres días —dice mientras viene el coche de la policía y yo me pongo otra vez la camiseta.
El truco de Laura ha funcionado, el tipo me come con los ojos.
Cuando el coche de policía llega a mi lado, abro la puerta y entro con mi mochila en la espalda. Antes de abrir la boca, le envío un mensaje a Santiago: "Friki que actúe ya la policía". A continuación enciendo un micro para que los chicos estén al tanto de lo que hablamos.
—Soy Manu —me presento con esa voz de idiota que llevo utilizando toda la tarde.
—Manu, ¿qué ha pasado? ¿Por qué vienes tú? —se preocupa uno de los policías que vinieron en el coche.
—Me dijo el jefe que se había complicado la operación, parece ser que uno de los chicos nos ha delatado y sería mejor que no se involucren. También me dijo que me dejaran cerca de casa, aunque estamos a casi dos horas de camino, por lo que me podéis dejar donde queráis que yo ya me busco la vida —me hago pasar por un medio macarra.
—No te preocupes, Manu, tenemos que volver a la ciudad, así que te llevamos. Además, es casi de noche y estos sitios no son muy seguros.
—Pues muchas gracias, soy los polis más geniales que conozco —les digo mientras me percato de que dos coches nos siguen.
—Pues no te metas en líos y verás que los demás también lo son —me dice el conductor y empiezan a reírse los dos de una broma que debe ser entre ellos, porque yo no le veo la gracia.
—¡Nos siguen! Tenemos que dejar al chico en cualquier esquina porque no podemos explicar el porqué está con nosotros —se da cuenta el copiloto.
—Toma a la izquierda en esa calle. No tiene salida, pero tiene muchos callejones para que el chico pueda huir —dice el conductor.
—Corre, chaval —me dice el copiloto, cuando aparcan el coche y me abre la puerta.
Los coches que nos siguen pasan de largo. ¡Qué ineptos! Nos han perdido. Le envío un mensaje a Santiago antes de bajarme del coche: "GPS".
Cuando cierro la puerta del coche no dejo que el copiloto se suba y le doy un golpe en la rodilla que lo hace caer.
—¡No me vais a matar! —grito antes de darle otro golpe que lo deja inconsciente tirado en el suelo.
Al conductor no le da tiempo de reaccionar, cuando se da cuenta, ya yo estoy sentado en el sitio del copiloto. Con otro golpe le rompo la nariz y le quito la pistola que tengo en la mano. En eso llega la policía.
—¡Manos arriba! —nos ordena un policía, que se encuentra a diez metros de nosotros en un grupo de cinco.
—¡Querían matarme! —grito para que quede claro que yo solo me defendía delante de los policías delincuentes, ya que es probable que tengan contacto con mi nuevo "jefe" y no quiero delatarme.
—¡Manos arriba! —repite el policía y yo salgo con las manos arriba, imitando al conductor.
Rápidamente, un policía me pone unas esposas y me obliga a sentarme en el asiento trasero de un coche patrulla, mientras a los dos policías se los llevan a cada uno en un coche.
No me quitan la mochila, por lo que me deshago de las esposas, algo que aprendí hace algunos años, y activo otro micro que tengo en el reloj para que los chicos sigan estando al tanto de todo. Tomo el móvil y envío un mensaje: "¿Me escapo o te espero?
A los dos segundos me contesta el friki: "No te muevas y sé buen chico". Entonces agarro el móvil y llamo a Santiago.
—Ya se han ido todos. Al menos, permíteme salir del vehículo y hablo con ellos fuera de aquí. No me gusta estar encerrado en estos coches —me explico.
—Vale, pero sé diplomático. No mandes a nadie más al hospital.
—¿Por quién me tomas? —me ofendo.
—Por Rambo —me responde, divertido.
—¿Dónde está la princesa? —le pregunto preocupado y haciendo caso omiso a su pulla.
—A quince minutos de donde estás tú. ¿Quieres venir con ella? —me ofrece.
—Eso sería increíble. ¿Lo harías?
—Claro, cuñado. Estarán ahí en quince minutos.
—Ni se te ocurra. Dime un lugar y nos encontramos allí, aquí hay demasiados testigos. Dame un minuto para hablar con el jefe de policía que ya lo tengo identificado y envíame por SMS la dirección y allí estaré. Tranquilo, no voy a robar un coche, tengo mi monopatín.
—¿Monopatín? —se sorprende Santiago.
—Te lo explico luego —le digo mientras abro la puerta de coche de policía.
Cuando el jefe de policía me ve junto a él, sin esposas, no da crédito a sus ojos.
—¡¿Qué coño?!
—Perdone, creo que ha hablado con mi amigo. Sé que confía plenamente en usted, si no, no estaríamos aquí ahora y, posiblemente, tengamos que hablar en unos días, pero hoy ha sido un día muy largo y necesito poder reorganizarme. Me entiende, ¿verdad? —le digo al jefe de policía que me miraba asombrado.
—Claro, hijo. ¿Te llevamos a algún sitio? —se ofrece el jefe de policía.
—No se preocupe, ya yo me las apaño —le hago saber mientras me alejo y él me mira atónito —y ¡mil gracias!
En cuanto estoy seguro de que nadie puede verme, saco el monopatín de la mochila, busco en el móvil de última generación que acabo de encender la dirección que me envió por SMS Santiago hace unos minutos, memorizo la ruta y luego apago otra vez el móvil. Lo meto en la mochila, con todo lo que tengo en los bolsillos y me la ato bien, me pongo los guantes y echo a correr con el monopatín. Hasta que llego a la carretera por donde hemos estado antes y cuando pasa un coche que va en mi dirección me agarro fuerte a él y lo aprovecho para que me lleve. En total tengo que hacer cuatro cambios de vehículo y cuando llego al lugar acordado, no hay nadie esperando.
Tras inspeccionar el sitio, le envío un mensaje a Santiago: "Aquí no hay moros en la costa". Como siempre, su mensaje no se hace esperar: "¿Ya estás ahí?". A lo que yo le contesto: "Monopatín". En eso llega un coche, me acerco y mi Laura abre la ventanilla de atrás. ¡Qué guapa es!
Sí, creo que nunca me acostumbraré a ella y siempre se me caerá la baba cuando la mire.
—¿Puedo entrar? —le pregunto con tono sumiso.
—Claro, Rafael, vinimos a buscarte —me contesta y me mira de una forma que me da a entender que este viaje va a ser muy largo.
—Pero te portarás bien, ¿vale? —le suplico.
—Yo siempre me porto bien, Rafael —me responde, poniendo carita de niña buena.
—Creo que discrepo —le respondo, entrando al coche.
—Buenas tardes, señor, soy Roberto. Me han dado órdenes para que sea usted ahora el que esté al mando —se presenta el copiloto, cuando me siento al lado de Laura en el asiento de atrás.
—Tranquilo, Roberto, llevo un día un poco ajetreado y ahora me apetece desconectar un poco —le respondo, porque lo único que tengo en mente en este momento es hablar con Laura y sentir su cuerpo descansando sobre el mío.
—Lo sé, señor, nuestro equipo ha ido recogiendo lo que nos ha ido dejando por el camino —me contesta Roberto serio.
—Es una bonita forma de describirlo. La verdad es que eres muy cortés y tu superior también. Estoy seguro de que tienes más experiencia que yo, así que haz lo que ya tengas planeado y solo avísame si pasa algo. Te ayudaré en lo que pueda.
—Es usted muy amable, señor —me contesta Roberto.
—Roberto, soy Rafael y trátame de tú, por favor. No me hagas parecer más friki de lo que ya soy —le pido y cuando termino de hablar, tanto Roberto como el conductor, dejan escapar una risita ahogada.
Seguro que eso de que soy un friki ya lo han pensado antes. No soy un iluso y sé que las personas, cuando me ven, no tardan ni treinta segundos en darse cuenta de que no soy del todo normal. Lo tengo asumido, siempre ha sido así y, aunque actúe como si fuese lo más normal del mundo, me doy cuenta de que para los demás es muchas veces la primera vez que tratan con alguien como yo.
—Yo soy Carlos, señor —se presenta el conductor.
—Señor Carlos, ¿podríamos hacer una parada para comprar una manta y dos cojines? Creo que antes de incorporarnos a la autopista hay una tienda de muebles y suelen tener esas cosas.
—Solo Carlos, señor —me dice el conductor contrariado.
—Entonces, solo Rafael —le contesto, mientras Laura me mira divertida.
—Está bien, Rafael, permita, perdón, permite que avise a la central —me contesta Roberto.
—La central nos está escuchando, aunque voy a desconectar el micro en un minuto —en esto suena la llegada de un mensaje al teléfono del copiloto, posiblemente sea de Santiago.
—Perfecto, haremos una parada de cinco minutos. Uno de nosotros lo acompañará para protegerlo —me dice Roberto.
—Perdone que no entienda de que me va a proteger. Como bien dijo usted antes, llevan toda la tarde recogiendo lo que he ido dejando. Me siento más cómodo si voy solo y ustedes cuidan de la dama.
—Lo he entendido, de tú —murmura Roberto, que no le gusta nada que le diga de usted, mientras su compañero aparca el vehículo.
—Pues mientras vas a comprar, nosotros cuidamos de la dama. Además, si alguien quiere ir al baño podríamos aprovechar ahora —dice Carlos.
—Y yo compraré algo de comida y bebida para el camino —añade Roberto.
—Lo que queráis, pero no dejéis el coche sin vigilar. ¿Qué os parece si lo hacemos por turnos? Primero vais vosotros al servicio y yo vigilo con Laura el vehículo. Y luego me llevo yo a Laura de compras y también compramos la comida. Nos pondremos esto —les pregunto mientras saco dos pares de gafas de sol grandes y dos gorras de la mochila.
—De acuerdo. Pues no perdamos el tiempo —dice Roberto mientras salen los dos del coche.
—Nos quedamos solos —dice Laura con su ya habitual voz juguetona.
—Laura, nos están escuchando —le advierto.
—Y eso que importa, no voy a cantar ópera ni a decir obscenidades —dice antes de sonreírme.
—Señores, voy a apagar el micro. Cuñado, si quieres que lo vuelva a encender me mandas un SMS, si no, lo encenderé cuando salgamos de aquí otra vez. Ahora tengo que poner a Laura al día y, hermano, no seas malpensado. Imagino que Santiago te ha puesto al día a ti —digo antes de apagar micro.
—Eso de ponernos al día, suena bien —dice Laura y se sienta más cerca de mí, coloca sus labios rozando los míos y espera a que sea yo quien la bese.
—Laura, lo que te voy a contar no es divertido —le susurro mientras ella me acariciaba el cuello y yo me derrito entres sus dedos.
—Pues no me lo cuentes, hoy me merezco solo cosas bonitas —me dice mimosa.
—Tú siempre te mereces solo cosas bonitas, Laura —le respondo antes de cerrar los ojos y permitir que nuestros labios se unan.
Sentimos nuestros labios unos segundos y luego ella empieza a besarme sin dejar que yo se lo impida. Sin darme a penas cuenta, la tengo sentada encima y mis manos recorriendo su espalda, nuestra respiración entrecortada ha formado un vaho en el coche y los cristales están empañados.
—Laura —le digo mientras me separo de ella—, es importante que tenga el coche vigilado. Esto no está bien, no hoy.
—¿Y mañana? —me dice con cara de pocos amigos.
—Mañana, si puedo, haré lo que tú quieras, ¿trato?
—Trato —me contesta, pero sigue con la misma cara.
—Voy a bajarme para echar un vistazo, dejaré la puerta abierta, pero no salgas, ¿vale?
—Vale, mandón —se molesta conmigo.
Saco un contador de frecuencias digital de la mochila, salgo del coche y reviso que no hayan instalado algún aparato de transmisión. Lo bueno de este dispositivo es que localiza todo tipo de transmisión oculta, redes GSM, 3G, 4G, wifi, Bluetooth, GPS, incluso detecta los micrófonos inalámbricos.
Nada, el coche está limpio, solo encuentro los dos transmisores GPS que tenemos Laura y yo. Cuando termino de verificar el coche, llegan los chicos y también controlo que no les hayan instalado nada a ellos.
—Por aquí, todo bien —les hago saber.
—Nosotros no dejaremos que nadie se acerque al coche. Lo bueno es que las tiendas están poco frecuentadas y no tardarán mucho en volver.
—En diez minutos estaremos aquí —me despido después de coger mi mochila y de colocarle la gorra y las gafas a Laura, que ya estaba de pie frente a mí, y me las coloque yo también.
En cuanto nos separamos unos metros del coche, echo a correr y ella me imita.
—Eres un tramposo, Rafael, encima que eres más rápido que yo, no me has dejado ni un poquito de ventaja —se queja Laura al llegar sin resuello a la puerta de la pequeña tienda de víveres donde yo la espero, aceptando mi mano.
—Venga, mi princesa, compremos rápido y luego te metes conmigo en el coche —le suplico—. Voy a comprar pan de tortilla mexicana, rúcula, queso de cabra en lonchas y pavo. No les pregunté a los chicos, pero no creo que sean vegetarianos. Para beber compraré agua para nosotros y Coca-Cola para ellos.
Mientras esperamos en la caja, después de poner todos los productos en la cesta, veo que a un lado hay unos paquetes de Nutella con palitos y tomo cuatro para el postre. Meto todo en la mochila, vuelvo a tomar a Laura de la mano y tiro de ella arrastrándola hacia la tienda de muebles. Nada más llegar, vemos unos cojines en oferta a la entrada. Elegimos tres, al igual que una manta finita, pagamos todo y nos vamos al coche.
—¿Alguna novedad? —pregunto, cuando llegamos.
—No señ... Rafael —me dice Roberto.
—Gracias, Roberto —le contesto con una sonrisa.
—La merienda estará lista en dos minutos. Siento que la comida no sea algo muy elaborado, solo he podido comprar algunas cosas para hacer unos sándwiches, en la tienda no tenían mucho donde elegir.
—Es la primera vez en años que alguien me prepara algo para comer, aunque sea un sándwich. Así que, sea lo que sea, te lo agradecemos —me agradece Roberto.
—Para mí va a ser un problema después de a lo que me tienes acostumbrada. Chicos, no sé si sabéis que Rafael es un cocinero de cinco estrellas y no exagero. Algún día lo veréis en la tele —les cuenta Laura que quiere guerra y se le nota.
—No le hagáis caso —me defiendo yo—. Aquí tenéis y con una Coca-Cola fría para cada uno y de postre unos palitos con Nutella.
—¡Esto está de muerte! —exclama Roberto después de probar su sándwich.
—Mil gracias —me agradece Carlos —en nombre de los dos. No estamos acostumbrados a que nos traten así.
—¿Así? —me extraño.
—Como que... existimos —la respuesta me llega al corazón y me acuerdo de mi secuestrador
¿Cómo estará? El pobre no sabía ni coger una pistola, era su primer secuestro seguro.
—Aquí tengo una bolsa para la basura —les digo cuando terminan de comer y les ofrezco una bolsa de papel que tengo en la mochila.
—¿Te ha gustado, Laura? —le pregunto mientras le doy un paquete de palitos con Nutella.
—No sé cómo lo has hecho, pero estaba delicioso. No obstante, los palitos no me los voy a comer —me dice coqueta.
—Yo, sí —le digo mientras me meto un palito mojado en Nutella en la boca.
—Eres como un niño, Rafael, te manchas todo —me riñe de forma dulce y mientras me habla se acerca a mí y me chupa el labio inferior.
—Laura —le advierto con voz ronca.
—Perdona, tenías un poco de chocolate en el labio.
—Laura —le susurro mientras rezo para que se separe de mí, se ha quedado demasiado cerca.
—Tranquilo, no te voy a violar, pero quiero un palito de esos —me dice tan dulce como cuando quiere serlo.
—Toma, loca —le digo y le meto despacio un palito mojado con Nutella en la boca.
Cuando nos acabamos el postre, recojo la basura de los chicos y me acomodo con dos cojines en la parte trasera del vehículo. Le dejo uno a Laura y luego ella nos tapa con la manta. Este coche es mucho más amplio que el de Jacobo y se nota.
Aun así, eso de darle de comer a Laura es demasiado para mí y tengo que guardar un poco las distancias si no quiero acabar haciendo una locura.
—Chicos, ¿no os importa que nos acostemos? No vamos a dormir, solo a descansar un poco —les pregunto a nuestros compañeros de viaje.
—Claro, sin problema —contesta Roberto.
—Podéis poner música o lo que queráis que a nosotros no da un poco igual —les digo para que se sientan más cómodos.
—Vale, pues voy a poner el canal de música clásica, ¿os molesta? Hemos tomado otro trayecto por órdenes de arriba, aun así, en menos de dos horas estaremos en nuestro destino —sigue hablando Roberto.
—A los dos nos encanta la música clásica —le contesta Laura.
—Genial —responde Roberto.
—Y ahora, cuéntame eso que no es tan divertido —me pide mi princesa mirándome a los ojos.
—Me tengo que ir —le digo sin rodeos.
—¿A dónde?
—No te lo puedo decir.
—¿Cuánto tiempo?
—En el mejor de casos unos meses y en el peor varios años.
—Me voy contigo —afirma con determinación.
—Eso no es una posibilidad.
—No me voy a quedar sola otra vez.
—Esta vez tienes a Jacobo, él es mi hermano, te cuidará —le aseguro.
—Estoy segura de que él querrá irse contigo también.
—Laura, no voy a exponerlos a un peligro innecesariamente, a ninguno de los dos. Os quiero demasiado para eso. Por lo menos, esta vez, me puedo despedir.
—No quiero —murmura mientras solloza.
—Tenemos que hacerlo así. ¿Crees que yo no deseo quedarme? Yo tampoco me quiero ir, sin embargo, es lo que toca. Lo que pasó hoy, no debería de volver a pasar —intento que me entienda.
—Si no pasó nada —gime entre sollozo y sollozo.
—Laura, unos tipos os raptaron y todo por mi culpa.
—Por eso llevaste mis cosas a tu apartamento y salías a cada rato. ¿Desde cuándo sabes que nos siguen? ¿Cómo te enteraste?
—Desde el domingo por la noche, había alguien vigilando tu piso. Aunque el hotel y nuestro apartamento, no.
—Entonces al ir a esa cafetería... —Laura no termina la frase y se queda pensando.
—Sí. Ellos te encontraron a ti —digo en voz alta lo que ella está pensando.
—Nosotros nos lo habíamos pasado genial. Cuando vimos el rincón de Rafael, nos quedamos alucinados, aunque como ya estamos acostumbrados, no nos afectó tanto, pero el pobre de Carlos casi no se recupera. ¿Tú nos viste?
—Claro, desde el lunes siempre estoy vigilando tu casa, los lugares donde solemos ir y a vosotros.
—Debes estar agotado —se preocupa Laura por mí.
—Llevo varios años haciendo esta serie de cosas, por lo que ya es rutina. No te olvides de que mi madre ha sido muy estricta en mi entrenamiento. Siempre se preocupaba de que estuviese preparado para situaciones así y, aunque por supuesto que la adrenalina es mayor en los momentos donde tienes que luchar en la vida real, se ha vuelto casi algo cotidiano.
—Cuándo los chicos dijeron que iban recogiendo lo que tú dejabas por el camino, ¿eran cadáveres? —pregunta con temor en la voz.
—¿Por quién me tomas? —me molesto un poco, nunca imaginé que Laura pudiese pensar así de mí.
—Por un chico con cara de ángel que puede hacer mucho daño —dice en voz baja.
—No, Laura, yo no soy así. Los neutralizo, pero no los mato. Ni siquiera utilicé las pistolas que fui recogiendo por el camino. Y que sepas que soy muy bueno con ellas, pero nunca he matado a nadie. Solo les dejo sin conocimiento y les rompo algún hueso. Aunque no te lo creas, intento hacer el menos daño posible —le explico un poco triste, no me gusta que ella pueda tener una imagen así de mí.
—Pues es un alivio —dice sarcásticamente.
—Laura, no me temas, sigo siendo el mismo, pero me han entrenado para escapar ante situaciones extremas y es lo que hago. De resto, sigo siendo yo, el mismo Rafael que te acompañaba todos los días a casa y te esperaba durante horas solo para poder verte unos minutos. El mismo que se cayó rodando ladera abajo y tú me dijiste que ya yo sabía bolar. ¿Te acuerdas? Bolar con be.
—No, Rafael. A lo mejor no te has dado cuenta, pero tú ya no eres ese niño. Ni yo soy esa niña.
—Laura, nunca dejes de creer en mí, por favor —le suplico mientras las lágrimas corren por mis mejillas, si hay algo que no podría superar es que Laura dejase de creer en mí.
—Pues llévame contigo —me pide otra vez.
—No puedo, cuantas más personas tenga que proteger, más riesgo correremos todos. Esta vez ha sido fácil, han mandado a unos ineptos a raptarnos, pero si enviaran a personas más profesionales, la cosa se complicaría.
—Jacobo no te dejará ir —me amenaza.
—Lo entenderá —le aseguro mientras me seco las lágrimas de la cara.
—Aunque lo entendamos, no siempre se puede hacer lo que dicta la lógica.
—Es la única forma que tenemos de sobrevivir.
—Yo no quiero sobrevivir, yo solo quiero vivir y prefiero que mi vida sea corta, pero intensa, a sobrevivir cien años.
—Si estuvieses en mi lugar, harías lo mismo que yo, Laura, lo sabes —intento explicarle.
—No, nunca te dejaría solo —me echa en cara y sé que está hablando de cuando nos tuvimos que ir mi madre y yo.
—Laura, eso fue diferente, era un niño y estábamos en peligro de muerte. Además, no me habían preparado para defenderme. Era uno de los peores corredores de la clase, no podía ni huir.
—Yo te quería, aunque llegases siempre el último —me dice con la voz ahogada otra vez entre sollozos.
—Y yo a ti, Laura. No obstante, ahora es diferente. Ahora no huiré.
—Ah, no, y entonces ¿por qué te vas? —ironiza.
—Para solucionar el problema desde la raíz y no tener que huir nunca más.
—¿Y para eso necesitas años? —me pregunta con voz desesperada.
—Laura, el sistema judicial en este país es el que es y no lo puedo cambiar.
—Si te vas, te buscaremos como locos los tres. Obligaré a mi hermano a que me ayude.
—Tu hermano me apoya en esto —le contesto, convencido.
—Me da igual, encontraré la forma —me amenaza antes de empezar a llorar desesperadamente.
No puedo decirle nada más, solo la levanto como si fuese una muñeca y la siento en mi regazo. La acuno entre mis brazos y cuando deja de llorar, le tomo la barbilla y la beso.
Ella me devuelve el beso como la primera vez, pero esta vez no paro. Nos besamos como si se nos fuera la vida en ello, sus manos se pierden debajo de mi camiseta y me acaricia la espalda, yo la imito. De repente todo se vuelve más salvaje, nuestra respiración más intensa. Yo comienzo a besarle el cuello y Laura intenta sentarse frente de mí.
—Laura, creo que debemos parar —le susurro mientras no puedo dejar de besarle, no solo huele bien, su sabor es exquisito.
—Para, tú —me dice ella que ahora empieza a besarme el pecho.
—Laura, te lo pido por favor, yo no puedo, por favor —le suplico.
—Vale, Rafi, pero no es justo que sea siempre yo quien tenga que parar —me echa en cara, mientras se aleja un poco.
—Lo sé, pero tú eres la más fuerte de los dos. Los chicos no han visto nada. Lo único que me faltaba ahora es que tu hermano piense que me aprovecho de ti —le digo mientras intento recomponerme un poco.
—Rafael, eres un niñato —se enfada, tomando la manta y su cojín para sentarse al otro lado del vehículo.
—Ven aquí, Laura, no me dejes solo —le suplico, cariñoso.
—¿Quién está jugando con quién ahora? —me contesta molesta.
—Laura, tú sabes que si fuese por mí estaría ahora encima de ti haciéndote cosas que no debería, ¿verdad?
—Por eso siempre que intento algo no me dejas pasar de un beso —me dice y por su mirada se nota que está cabreada de verdad.
—Porque hablando en cristiano, Laura, tú eres una princesa y no te mereces que tu primera vez sea corriendo, a escondidas y en la parte de atrás de un coche con dos tíos delante.
—Bueno, podemos hacer cosas sin llegar a tanto.
—Laura, llevo todos estos años esperándote, crees que si pierdo el control voy a dejarlo a mitad del camino, pero si no puedo ni dejar de besarte —me sincero.
—¿Y qué hacías con tu novia? —me dice ella dejándome atónito.
—¿Qué novia? —le pregunto, porque Laura a veces puede ser un poco necia, todavía se piensa que tengo novia.
—La que me dijiste que tenías —duda, empezando a entender todo.
—Esa me la inventé, por lo de Jacobo —le contesto en voz baja, esperando que no se enfade otra vez conmigo.
—Tú eres tonto, Rafael, tonto de remate —me grita y sé que se aproxima otra tormenta y como me aconseja Jacobo, tengo que aguantarla como un hombre sin cabrearla más.
—Yo supuse que los dos os merecíais una oportunidad de ser felices juntos. Pensé en él y en ti. Jacobo es muy buen chico, si yo tuviese una hermana estaría orgulloso de que saliera con ella.
—Pero yo no soy tu hermana, chorlito —me pelea disgustada.
—Cabeza de chorlito —la corrijo.
—Pues eso, ¿cómo pudiste ayudar a tu amigo para que saliese conmigo? —me pregunta y no tengo ni idea de cómo salir de esta.
—Por amor —intento explicarme—. Con Jacobo sufrirías menos, él no tiene que salir corriendo ni tiene que esconderse de nadie y es muy buena persona. Él podría hacerte más feliz que yo.
—¡Chorlito! —me grita, menos mal que la música está un poco alta y sus gritos pasan desapercibidos—. ¡No quiero que me hables hasta que lleguemos donde está mi hermano! ¡Chorlito!
—Lo que tú quieras, mi princesa —le digo mientras la atraigo otra vez hacia mí para que se acueste sobre mi regazo, le doy un beso en la cabeza y me quedo así, sin moverme y deleitándome con su aroma, antes de encender el micro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro