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CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE - RAFAEL

Viernes, 5 de octubre del 2018

Ha sido un día larguísimo. Me reuní desde muy temprano con el jefe de policía que conocí el día del secuestro y únicamente hicimos una pausa para comer. Ahora que ya hemos acabado por hoy, necesito salir a correr un poco. Mañana es domingo y no nos veremos, aunque por la tarde tengo que llamar a "mi novio", como lo llama Laura. Es muy importante que testifique en contra de mi tía.

Hemos estado todo el día en una academia de policía. La comida estaba asquerosa, sin embargo, no me quise quejar porque me dio pena de los demás. Tener que comer esta basura todos los días tiene que ser horrible. Aunque me gusta comer bien, considero que prácticamente me gusta todo, excepto lo de hoy, que era intragable.

Además, para disculparse, el jefe de policía me dijo que la comida de la cantina se parecía a la del comedor de la universidad, por lo que seguro que estaba acostumbrado. Yo nunca he comido en el comedor de ninguna de las facultades ni tampoco en el del instituto, aun así, si eso fuese cierto, ya hubiese habido huelga de estudiantes y manifestaciones.

Menos mal que solamente me quedo aquí dos días más y luego entro en el programa de protección de testigos. Creo que nos van a llevar a una granja o a una finca, no obstante el lunes tendremos que hablar de los detalles porque aún no sabemos quiénes vamos a entrar en el programa.

Antes de salir a correr, he llamado a mi padre. Le he dejado el teléfono Nokia que le di a Jacobo cuando lo envié con Santiago durante el secuestro. A los dos minutos mi madre quiso hablar conmigo. Se le notaba que estaba muy enfadada, pero también orgullosa. Ella está feliz y quiere volver con mi padre, seguir su vida normal, aunque siempre y cuando yo me esconda y no asome la cabeza hasta que todo acabe.

La Yaya, que estaba con mi madre cuando llamé, quiere venirse conmigo. Ya está jubilada, pero todo el día sin familia y sin hacerse cargo de alguien, la mataría, o por lo menos esa fue la amenaza que utilizó para acabar diciendo que, aunque ella sabe que yo ya no la necesito, ella a mí, sí. Le dije que el martes sabríamos qué pasaría y que hasta entonces no iba a ponerme más en contacto con ellos.

***

Después de salir a correr, me doy una ducha y me siento en mi nueva habitación sin saber muy bien qué hacer. He dejado mis libros en una caja junto con casi todas mis cosas en nuestro piso. Solo tengo conmigo mi mochila de asalto, es el nombre que le he puesto después del secuestro de mi padre, y los pasatiempos de lógica que compré en el centro comercial con los chicos. Laura tenía razón, son demasiado fáciles.

La verdad es que tengo mis pensamientos a varios kilómetros de donde me encuentro ahora mismo. No puedo sacarme de la cabeza la última mirada de Laura antes de dejarme allí, en ese salón, que de repente se volvió frío y oscuro. Esa última mirada estaba llena de tristeza y desilusión, sin embargo, no puedo llevármela conmigo y ponerla en peligro solo porque no puedo estar lejos de ella. La seguridad de Laura está por encima de todo, incluso de nuestros sentimientos. Ahora entiendo la decisión que tomó mi madre el día que huimos y estoy seguro de que, en su lugar, yo hubiese hecho lo mismo.

Mi cuarto parece una celda de la cárcel. En realidad, lo utiliza la policía cuando se quedan en el edificio para hacer prácticas. En la planta de abajo se quedan los que estudian en la academia, pero esta planta está casi siempre vacía. Hay unos cincuenta cuartos y todos son iguales, igual de grises.

Después de dar un paseo por el edificio me acuesto en la cama y le escribo un SMS a Santiago: "Friki, por aquí todo OK ¿?". Esta vez tarda un poco en contestar, a lo mejor están preparando la cena, pero al final llega un mensaje: "Todo mejor".

¿Cómo que mejor? ¿Qué quiere decir con mejor? Algo está pasando y sé que Santiago no me lo va a contar. Entonces le envío un mensaje: "¿Crees qué mi hermano me puede llamar?". A los dos minutos, demasiado tiempo para mi gusto, suena el teléfono.

—¿Hermano? —escucho a Jacobo.

—¿Todo bien? —voy directo al grano.

—Sí, todo bien —me dice mi amigo con tono neutral, algo que no es normal en Jacobo y eso me confirma que algo ha pasado.

—¿Y qué pasó? —más que preguntar, le exijo.

—Bueno, tu amada ayer estaba un poco triste, pero hoy ha estado mejor.

—¡Hermano! —le grito, perdiendo los nervios.

—No me presiones. Tengo a mi lado al hermano obligándome a que no te diga nada y a ti que te he hecho una promesa —se defiende mi amigo.

—Pues cumple tus promesas —le exijo, enfadado.

—Está bien. Ayer se desmayó, pero fue menos de un minuto y ahora está bien. Fue solo por estrés.

—Nos vemos —le digo mientras ya he tomado mi mochila y salgo corriendo, descalzo y tan solo con el pantalón del pijama, que es lo que llevo puesto.

He dejado aparcado el coche que me dejó Santiago a tres minutos en monopatín de la Academia de Policía en la que me han alojado. Claramente, no tengo problemas en salir del edificio, vistiendo solamente los pantalones del pijama y descalzo, a nadie se le pasa por la cabeza que voy a salir de allí. Además, no me vigila alguien en particular, únicamente, les han encargado a los cuidadores que estén pendientes de mí por si necesito algo, ya que voy a entrar en la academia en un curso especial.

Cuando salgo del edificio, me escondo entre los arbustos y voy caminando por el jardín hasta llegar a la valla de entrada de los vehículos. Solo tengo que agacharme para que no me vea el vigilante que está sentado en la caseta de la entrada y salgo sin ser visto.

En menos de una hora estoy por fuera de nuestro piso tocando en la puerta. He venido casi todo el camino a ciento ochenta kilómetros por hora. No sé si me habrán multado o no, pero ya tendré tiempo luego de preocuparme de eso. A los veinte segundos, me abre la puerta Jacobo.

—¿Her...? —dice sin dejarle terminar.

—¿Dónde está? —le pregunto, mientras lo miro enfurecido y él me devuelve la mirada llena de dudas y temor.

—Estamos cenando en la cocina —me dice en voz baja.

—¿Por qué no me avisaste? —le reprocho a Jacobo.

—Tranquilo, Rafael. Me dijiste que cuidara de ella y eso es lo que estoy haciendo. No me dijiste que te llamase cada vez que te eche de menos —sigue hablando en voz baja.

—Perdona, Jacobo, perdona de verdad, pero estoy tan nervioso —me disculpo.

—Pues respira y cuenta hasta diez antes de entrar, ¿vale? —me aconseja, mientras cierra la puerta detrás de mí.

Cuento hasta diez y entro en la cocina con el corazón bombeando como si se me fuese a salir por la boca. Cuando la veo, con la cabeza cabizbaja y jugando con la comida, el corazón se me encoge. Santiago es el primero en notar mi presencia.

—¿Cuñado? —dice sin dar crédito a lo que está viendo.

—Buenas noches, Friki, perdona que les interrumpa durante la cena —me disculpo por aparecer de repente y sin avisar.

—Sí, cuando dijo "nos vemos" no quería decir que nos llamaría otro día, se refería a que cogería un cohete y nos haría una visita —explica Jacobo.

—¿Quién sabe qué estás aquí? —pregunta Santiago, preocupado.

—Solo nosotros. He tomado precauciones y, además, no bajé de ciento sesenta kilómetros por hora, así que tampoco me siguieron. Nadie conoce tu coche, lo aparqué lejos y vine en monopatín hasta aquí —le contesto.

—Pues vamos a terminar de cenar y a relajarnos un poco —intenta suavizar la conversación Jacobo.

—Estás loco —me riñe muy serio Santiago.

—Lo sé. ¿Cómo estás, princesa? —digo, mirando a Laura que parece no entender nada.

—¿Rafi? —dice en voz baja y se nota que no está muy bien.

—Dime, Laura —le hablo con la voz más dulce que puedo.

—Yo —dice antes de empezar a llorar.

—Tranquila, princesa, no pasa nada, todo está bien. Mañana ni sabrán que he salido. Solo quería verte. Además, no estoy en una cárcel. Estoy ahí porque quiero.

—Exacto —aclara Santiago —y por eso no deberías de tirarlo todo por la borda para aparecer como un neurasténico que no confía en que el amigo y el hermano de su novia puedan cuidar de ella.

Es la primera vez que ha llamado a Laura mi novia y hace que se me hinche el pecho de orgullo, pero sobre todo de alegría. Nunca antes la habían llamado así, por lo menos, en mi presencia.

—Tienes razón, Santiago, pero si me hubieseis contado ayer que tu hermana se desmayó, no hubieseis roto la confianza que había depositado en vosotros —me molesto, porque todavía estoy enfadado y esta conversación puede acabar muy mal.

—Hermano, ¿por qué no te sientas con nosotros y te tranquilizas? Recuerda lo que te dije antes, cuenta hasta diez —interviene Jacobo.

—Está bien. Voy a hacerme un té. ¿Alguien quiere algo? Laura te haré uno para que estés más tranquila y yo me tomaré uno igual. ¿Te parece? —les ofrezco más calmado.

—Vale —murmura entre sollozo y sollozo.

Me levanto y preparo cuatro tés de valeriana, kava y ashwagandha. Eso de relajarnos nos vendrá bien a todos. Jacobo está tranquilo, pero Santiago está más cabreado que yo. Este pequeñajo, en el fondo, se preocupaba por mí.

—Friki —le digo mientras le entrego un té a cada uno y me siento al lado de mi princesa—, lo siento, en serio. Perdí el control. Ya sabes que solo hay una cosa que me hace perderlo y es tu hermana.

—Pero tienes que pensar antes de actuar, cuñado. Nos pones a todos en peligro, no solo a ti. Tú eres una especie de rambo, pero a Jacobo y a mí nos queda mucho para parecernos a Maxwell Smart —me reprocha, aunque si me llama cuñado es que está más tranquilo.

—Lo sé y tienes razón, en el futuro tendré más cuidado y prometo contar hasta diez antes de salir corriendo —me disculpo en tono reconciliador.

—Rafael, has venido en pantalones de pijama y descalzo, ni siquiera te pusiste una camiseta y no eres de esos a los que les gusta presumir de abdominales —me echa en cara y sé que vuelve a tener razón.

—Voy a mi cuarto a buscar la parte de arriba de un pijama, si no has tirado mi ropa a la basura, claro —bromeo con Laura mientras me pongo a jugar con sus dedos encima de la mesa sin poder moverme del sitio, ya que ella pone su mano libre en mi hombro para que no me levante.

—Y ahora, ¿qué? —Santiago sigue un poco enfadado.

—Ahora he visto que mi princesa está bien y me iré más tranquilo a la cama. La próxima vez intentaré no salir corriendo, sino que preguntaré por teléfono, sobre todo, para ahorrar gasolina y evitar la contaminación global —le digo con una sonrisa de tonto en la cara y con los dedos de Laura entre los míos.

—No va a haber próxima vez. A partir de mañana no nos enviaremos más SMS. Nosotros estaremos bien y tú también. Cuando acabe esto dentro de un año o dos os iréis de luna de miel a un crucero una semana y no saldréis de la habitación, pero hasta ese día te toca utilizar la imaginación, cuñado, ya me entiendes —me dice el Friki todavía un poco enfadado, sin darse cuenta de que le está faltando el respeto a Laura.

—¡Santiago, esas cosas! ¡Delante de tu hermana! —exclamo, avergonzado.

—Rafael, mi hermana va a cumplir dieciocho años en diciembre y no creo que quiera meterse a monja.

—Pero, aun así, hay cosas que no se deben decir en alto, Santiago. Te he dado la razón en lo de venir aquí, pero ahora estás tentando a tu suerte —le digo seriamente.

—De verdad, hermana, no sé cómo lo aguantas a veces. Sigue tan protector como siempre —se queja Santiago.

—Lo sé —contesta mi princesa y, por primera vez desde que llegué, me muestra una sonrisa de oreja a oreja.

—Tenemos que hablar de lo que va a pasar en los próximos días y podemos aprovechar que estoy aquí —intento cambiar de tema.

—¿A qué te refieres? —me pregunta Santiago.

—Quiero que la Yaya se venga a vivir cerca de vosotros. Ella no se quiere quedar sola y por eso quiere venirse conmigo, pero no la quiero involucrar en esto. Si le pasase algo, no me lo perdonaría nunca. Esa mujer ha hecho por mí lo que muchas abuelas no han hecho por sus nietos.

—¿Y tu madre? —pregunta Jacobo.

—Mi madre se vuelve a la vida normal con mi padre. Dice que mientras no me encuentren a mí, no habrá problemas. El juez le dijo que tenía que ir a testificar el martes, por lo que el lunes saldrán todos del crucero y cada uno seguirá con su vida. Por supuesto que el coste de la Yaya lo asume mi familia, estáis metidos aquí por nuestra culpa y no quiero oír una discusión al respecto.

—Sabes que eres muy mandón —me reprocha Santiago.

—Eso se lo digo yo también —lo secunda Laura.

—En cualquiera de los casos, no quiero que estéis todo el día con vigilancia y guardaespaldas. Tengo una empresa fantasma que contratará a Carlos y Roberto, los chicos que nos llevaron el día del secuestro a Laura y a mí, y ellos se encargarán de que no suceda nada por aquí. En realidad, deberían de dejaros en paz, pero un poco de precaución no viene mal —añado.

—Algo más, Capitán Morgan —me dice Laura que vuelve a ser la misma de siempre y eso me tranquiliza.

—Sería bueno que tanto la Yaya, como Carlos y Roberto se muden a tu edificio cuando se acaben las obras —continúo mientras sigo jugando con los dedos de Laura y ella se dejaba hacer —y cuando esté todo organizado que la Yaya cocine también para los chicos, al fin y al cabo, no cuesta nada alimentar dos bocas más.

—Me parece bien —me dice Santiago—, pero te pediré algo a cambio.

—Pide, Friki, ya sabes que haré lo que quieras —le digo sincero.

—Primero, Laura tiene que despedirse e irse a la cama. Lo que queda por hablar no es asunto de ella —exige Santiago.

—Ni lo pienses, Santi, no pienso moverme —le desafía Laura mientras Santiago me mira pidiéndome que nos la quite de encima.

—Laura, vete a acostarte. Te prometo que no me iré sin darte un beso de buenas noches —le digo mientras dejo de jugar con sus dedos y le doy un beso en la frente y ella sale de la habitación, aunque no está muy contenta.

—Vaya, hermano, ¿tú sí que sabes convencer a las mujeres? —bromea Jacobo.

—¿Qué quieres que haga? —le digo a Santiago después de echarle una mirada asesina al peludo.

—No te pondrás más en contacto con ella hasta que todo esto acabe —me pide Santiago en cuanto Laura cierra la puerta de la habitación.

—Pero déjame pasar la noche con ella —le suplico.

—Lo que me faltaba es una hermana embarazada y sola —se queja Santiago.

—Friki, no quiero... ya me entiendes, tu hermana no se va a quedar embarazada a no ser que sea la Virgen María —intento explicarme.

—Pues quizás ese sea el problema, déjense de tanta bobería y descarguen estrés —empieza Santiago otra vez con sus tonterías.

—Pues yo le voy a dar la razón al pequeñajo —interviene Jacobo.

—Y yo me voy a acostar, mañana cuando os levantéis no estaré, así que cuidaos y deseadme suerte —les digo más nervioso de lo que me atrevo a admitir.

—La vas a necesitar —bromea Jacobo y me pica el ojo.

Cuando entro al que ha sido mi cuarto hasta hace unos días, Laura está acostada en la cama. Pongo el despertador de mi reloj a las cinco, para no quedarme dormido, y voy al armario a buscar una camiseta de pijama.

—¿Qué estás haciendo, Rafael? —me pregunta Laura en voz baja.

—Voy a buscar una parte de arriba de pijama. Me quedo unas horas contigo —le contesto con voz ronca.

—No seas tonto y ven a acostarte —requiere, como si acostarnos en la misma cama fuese lo más normal del mundo.

Ella parece tranquila, pero a mí se me sale el corazón del pecho.

—No te olvides que... —empiezo a decir, aunque no sé cómo acabar la frase.

—¿Qué no me olvide de qué? —inquiere mientras me acaricia el pecho hasta llegar a la pretina del pantalón.

—Princesa, si no quieres que esto acabe como tú y yo sabemos antes de poder hablar, creo que no deberías seguir por ahí — intento que sea razonable mientras ella juega con la pretina del pantalón y con mi cordura.

—¿Luego me permitirás hacer lo que quiera? —coquetea.

—Si te haces responsable de todo lo que suceda, sí —me sincero.

—Hablemos —accede, sentándose en la cama con las piernas cruzadas, mientras yo me siento frente a ella en la misma postura.

—¿De verdad no entiendes el porqué no quiero llevarte conmigo? —le pregunto mientras le aparto un mechón de pelo de la cara.

—Lo entiendo, me duele, pero te entiendo, Rafi —me dice sincera.

Hace años que no hablamos así, diciendo todo lo que pensamos, sin filtros, sin juegos y sin mentiras.

—¿Y por qué te enfadaste en la fiesta? —le pregunto, ya que no entiendo cómo puede cambiar tanto de opinión, a veces parece que es bipolar.

—Pensé que tenías una novia —afirma después de desviar la mirada.

—Te dije que me lo había inventado. Sabes que no te mentiría. Ya no tengo nada que ocultarte, Laura, ahora puedo ser totalmente sincero —declaro, triste.

No me ha creído. ¿Habré destruido la confianza que me había ganado hace años?

—¿Y con quién bailaste la canción? ¿Con quién la practicaste? —me pregunta con los ojos llorosos.

—Conmigo, Laura, ¿con quién la iba a practicar? A veces pienso que no me conoces. Si no bailo contigo, lo hago solo, ¿todavía no lo has entendido?

—Ahora sí. Pero estaba celosa. ¿Qué hacemos ahora? — me pregunta mientras yo vuelvo a jugar con sus dedos.

Es increíble el poder tocar su mano cuando quiera, como antes de desaparecer del pueblo.

—Yo tengo prohibido verte o hablarte hasta que acabe todo esto, no obstante, pensaré todos los días en ti —me declaro, porque no quiero que tenga ninguna duda de que siempre la he querido y que nunca voy a dejar de hacerlo.

—¿Lo vas a cumplir?

—Le he dado mi palabra a tu hermano.

—Entonces, ¿nosotros qué somos? —se le quiebra la voz.

—Lo que tú quieras, Laura. Yo siempre te querré, pero nosotros seremos lo que tú quieras. Todo esto es culpa mía y no tienes que esperarme. Puedes seguir tu vida sin mí y cuando vuelva, podemos ver lo que pasa —le digo con el corazón en un puño.

La quiero demasiado para hacerla pasar por esto otra vez. Por supuesto que no quiero que tenga una relación con alguien que no sea yo, pero prefiero morir de celos y saber que ella es feliz.

—No quiero —dice mientras las lágrimas empiezan a correr por sus mejillas.

—¿Qué es lo que quieres? —insisto lo más dulce que puedo.

—Yo quiero que me hagas una promesa, que me esperarás sin importar el tiempo que pase, y yo te haré la misma promesa a ti, y que cuando nos pregunten, podamos decir que tenemos una relación a distancia, y así todos sabrán que tenemos a alguien en nuestras vidas y no nos buscarán citas ni ligues. Nos echaremos de menos, mucho de menos, y cuando volvamos a vernos, estaremos de novios unos años, nos casaremos, tendremos un niño y, si quieres, otro o dos niños más y envejeceremos juntos —me dice, sin poder evitar que las lágrimas sigan corriendo por sus mejillas.

—Ya te dije, Laura, que haré lo que tú quieras, lo más importante para mí es que estés bien y seas feliz —le digo mientras le beso la cara, bebiéndome sus lágrimas.

Después de secarle las lágrimas con mis labios, los besos se vuelven más sensuales. Yo me apoyo la espalda en el cojín que está en el cabecero de la cama y ella acaba sentándose a horcajadas encima de mí. No le quedan lágrimas en la cara y su mirada solo refleja las ganas que tiene de mí.

—Laura, hoy no pienso parar —le susurro mientras le muerdo la oreja y sigo besándole el cuello.

—No quiero que lo hagas —me responde mientras se aparta un poco y empieza a besarme el pecho.

Entonces se pone todo demasiado epicúreo. La situación se me está yendo de las manos y a unos metros de donde estamos se encuentran mi mejor amigo y mi cuñado, es la primera vez que yo mismo la llamo así, a pesar de que solo lo esté pensando.

Aunque los chicos sepan lo que estamos haciendo, no quiero que sea tan evidente ni poner a nadie en una situación incómoda. Al fin y al cabo, Laura es una princesa y no puedo perder el control de esa forma hoy, posiblemente, nuestra última noche juntos en los próximos años.

—Laura, voy a levantarme para cerrar la puerta con llave —le digo, cuando soy yo quien ahora me he puesto encima de ella y le beso y chupo sus pechos, lo que hace que su respiración entrecortada se escuche en toda la habitación.

Ella me da el visto bueno con la mirada, me levanto y paso la llave. Enciendo la luz de la mesita de noche y apago la del techo. Mientras tanto, Laura se quita la camiseta. Su mirada está llena de deseo.

Empiezo a besarle todo el cuerpo comenzando por el cuello, cuando llego al ombligo, ella se arquea de placer. Entonces me doy cuenta de que ya no hay marcha atrás. Moriría por esta chica y, ahora mismo, el contacto con su piel me está quemando, sin embargo, el no tocarla, duele demasiado.

—Laura, no quiero tener sexo contigo esta noche —le digo mientras le estoy besando el interior de los muslos y siento su calor.

—¿Por qué no? —me dice con la voz entrecortada, mientras se escabulle de mis brazos, se pone encima de mí y comienza a hacerme lo que momentos antes yo le había hecho a ella, pero en mi pecho.

Nunca me han tocado así, nunca nadie me ha besado de esa manera. Estoy seguro de que incluso podría llegar así al orgasmo, sin necesidad de que me toque directamente mi entrepierna.

—Pues tenía dos buenas razones, aunque ahora mismo no me acuerdo de ninguna —bromeo.

—Rafael —me riñe, cuando está llegando a mi ombligo, volviendo loco.

—En primer lugar, no tenemos condones y, en segundo lugar, quiero disfrutar de una relación normal. No quiero tener sexo la primera vez que nos acostamos. Deberíamos poder tener una relación que no se vea acondicionada a que mañana me voy y no tenemos tiempo. Me niego a hacer esto deprisa. En realidad, tenemos toda la vida para estar juntos —intento explicarme entre suspiro y suspiro.

—Mañana te vas —me dice y no sé si lo hace sin querer o no, pero me roza mi erección con el brazo de tal forma que pienso que de un momento a otro voy a perder el control.

—Volveré —le prometo.

—Pues disfruta de esta noche —me ofrece antes de empezar a besarme debajo de donde segundos antes se encontraba la pretina de mi pantalón.

—Laura, no quiero, ya sabes... —no sé cómo decírselo sin que parezca grosero y en el lugar donde me está besando mi eminente erección empieza a ser vergonzosa.

—No lo sé, dímelo —su respiración cada vez está más agitada, pero la mía está peor.

—Laura, no sé cómo —me sincero.

—Quieres decirme que no te quieres correr si no lo hago yo —me dice y ahora soy yo quien está encima de ella y mis manos se pierden en sus pechos.

—Sí, y si seguimos así, no creo que falte mucho para que eso suceda —le explico, mientras ella con sus manos en mi espalda se acerca hasta mi pantalón y mete sus manos por debajo.

—Joder, Rafael, ¡qué culo tienes! —me dice mientras me lo toca como si se le fuese la vida en ello, la verdad es que yo me muero por hacerle lo mismo a ella.

—Laura, dame dos minutos para que pueda reponerme. No quiero ensuciarte la cama —le digo cuando ya no puedo controlarme más.

—Tienes treinta segundos para ir al escritorio y traer los pañuelos de papel y si ensucias la cama, mañana pongo una lavadora —me ordena.

—Tu hermano me va a matar, no quiero ofenderlo —digo en voz alta mis mayores miedos antes de ir a por los pañuelos.

—Mi hermano sabe que estamos en una cama haciendo "cosas". Que todavía no quieras perder tu virginidad, lo respeto, pero no me pidas que no te toque ni que no quiera que tú me toques a mí —me dice esta chica que me tiene enganchado y ahora no voy a poder salir de rositas sin darle lo que quiere, que es, exactamente, lo mismo que quiero yo también.

—Tengo miedo —confieso con el corazón encogido—. Tengo miedo de acabar sin que tú lo hayas podido disfrutar. Aún no tengo la experiencia necesaria para darte el placer que te mereces la primera vez. Por eso quiero ir despacio, quiero estar preparado para que para ti también sea maravilloso.

—Y eso es precioso, Rafael, pero ahora ven aquí y bésame por todo el cuerpo, como hiciste hace un momento. Tócame. Si voy a renunciar a ti durante un tiempo, quiero que todo mi cuerpo tenga tu huella.

Me acerco a la minicadena que tengo en la estantería y pongo un CD de Ella Fitzgerald para evitar que los chicos puedan oírnos. Este CD, al igual que la minicadena, es un regalo de la hija de mi jefe en el restaurante. Como ya está pasada de moda, no la quería y me la regaló para que la trajese cuando me mudé.

Laura está decidida a que esta noche pase algo más que solo besarnos y ya no puedo evitarlo, así que me voy a la cama y me desnudo antes de volver a ella. Noto cómo Laura me mira, ciega por el deseo y le quito lo que le queda del pijama.

Entonces la beso, la toco y la disfruto, hasta que no puede más y tiembla al llegar al orgasmo. Yo le tapo la boca con mis besos, porque no quiero que su hermano o Jacobo nos oigan.

Segundos después, me incita a que siga tocándola y me pide que no pare. Yo sigo dándole placer con mis dedos, cada vez más excitado y sin saber si voy a poder aguantar un minuto más. Entonces ella se arquea y vuelve a temblar. Un grito ahogado sale de su boca y yo tengo que apartarme para no estallar yo también.

—¿Por qué te alejas, Rafi? —se extraña, acercándose a mí—. Ha sido increíble, no tienes de qué avergonzarte.

—Tuve que hacerlo, ya sabe que los chicos... —le digo demasiado excitado, como para avergonzarme.

—¿Si no te estaba haciendo nada? —me recuerda, mientras empieza otra vez a besarme en la boca y yo vuelvo a estar igual de excitado que unos segundos antes.

—Pero al verte así, toda sudada, temblando de placer... Laura, ¿qué estás haciendo conmigo? No aguantaré mucho más —le digo mientras ahora era ella quien me da a mi placer con sus manos.

—Tranquilo, es normal, yo también estaba que me derretía. Ya no somos niños.

Cuando habla, toca mi erección, volviéndome loco. ¿Cómo sabe hacer estas cosas? No ha pasado ni dos minutos y yo ya he perdido el control de mi cuerpo, estoy a su merced y en ese momento soy yo quien alcanza el orgasmo.

***

No quiero pensar en cuantas veces me hace llegar al clímax, pero cada vez que acaba ella, me toca a mí y así estamos hasta las cuatro de la mañana. Estoy muerto, esta chica tiene demasiada energía.

—Rafi, ¿estás durmiendo? -—me pregunta cariñosa.

—Si me vas a violar otra vez, sí —bromeo con ella.

—Yo también estoy muerta, no quiero saber nada más de sexo durante un año.

—Eso lo dices para que me vaya tranquilo.

—Sabes que te puedes ir tranquilo —susurra mientras me acaricia el pecho.

—Tú también lo sabes, ¿verdad?

—Te quiero, Rafael.

—Yo también te quiero y ahora ven aquí para que pueda sentirte mientras dormimos un poco, en una hora me tengo que ir —le suplico.

—Te voy a echar de menos.

—Yo más —le contesto, mientras nos dejamos dormir los dos completamente desnudos con ella apoyada sobre mi pecho.

Desde que pasamos el fin de semana en casa de los padres de Jacobo, dormir con Laura a mi lado se ha vuelto mi actividad favorita. Pero el poder hacerlo, sabiendo que puedo ser totalmente sincero con ella y poder sentir su cuerpo desnudo sobre el mío, es algo totalmente diferente. Sé que soñaré con esta noche hasta que pueda regresar a mis brazos.

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