CAPÍTULO CUARENTA Y DOS - JACOBO
Miércoles, 3 de octubre del 2018
Cuando voy a buscar a mis amigos al lugar en el que horas antes me fue a recoger Santiago, me encuentro a Laura con cara de pocos amigos y a mi amigo otra vez hecho polvo.
—¿Lo sabes? —me pregunta Laura, más enfadada de lo que la he visto nunca.
—¿Te refieres a que se va? —le contesto, sabiendo que la contienda no va a tardar mucho.
—¡Claro! ¿Lo vas a permitir? —me vuelve a preguntar, ahora hasta yo seré arrastrado a esta guerra.
—La idea no me gusta nada, pero creo que deberíamos hablar amistosamente los cuatro y ver qué solución le encontramos —le ofrezco como alternativa a su enfado e intentando tranquilizarla.
—Pues os vais a enterar vosotros tres —me amenaza y sigue caminando como si conociese el camino para pararse y esperarme quince segundos más tarde, al percatarse de que no sabe a dónde ir.
Cuando entramos en el centro comercial, llamamos a Santiago para decirle que nos vamos a hacer algunas compras. Primero entramos en una tienda de revistas y libros. Laura compra dos libros y Rafael tres revistas de pasatiempos de lógica extra difícil. Por supuesto que Laura no lo deja pasar y se queja de que los pasatiempos son extra, pero extra fáciles. Se acerca una tormenta y no puedo hacer nada para evitarlo y echarle una mano a mi amigo.
Al pasar por una tienda de comida hindú, Rafael pide permiso y entra a comprar algunas cosas para la cena. También compra té en una tienda que está cerca y Laura compra chocolates con avellanas.
Cuando Laura está pagando los chocolates, nos llama Santiago para que vayamos con él, no ha pasado nada importante, sin embargo, no quiere estar solo mientras nosotros nos divertimos.
Al llegar al apartamento, Santiago nos recibe alterado. Tiene ganas de ver a Laura y a Rafael, aunque sobre todo a Rafael.
—¡Cuñado! ¿Cómo me habías escondido tu habilidad para transformarte en rambo? —le dice con una sonrisa de oreja a oreja.
—Yo prefiero compararme con James Bond —le contesta Rafael con una sonrisa apagada.
—¿Todo bien? —se preocupa Santiago al darse cuenta de que Rafael no está en su estado emocional habitual.
—Me estoy preparando para cuando tu hermana estalle. ¿Cómo ha ido todo? ¿Mi madre y la Yaya? ¿Tu tía y tu abuela? ¿Mi padre? ¿Los gorilas que raptaron a los chicos? ¿Mi tía? —se interesa Rafael, cabizbajo.
—Poco a poco, Rafael. Ya sé que quieres saberlo todo, pero vamos a ir por partes —empieza a explicarle Santiago—. Tu madre, la Yaya, mi tía y mi abuela están a salvo durante quince días, por ahora. A los gorilas que dejaste inconscientes los interrogaron luego los chicos, aun así, ya los tiene la policía. Le di al inspector una copia de las pruebas que tenemos. A tu novio se lo quedó la policía y lo tiene en el programa de protección de testigos. Aún no ha soltado prenda, aunque está dudando.
—Lo he hecho dudar, sin embargo, voy a tener que llamarlo dentro de dos días y darle el último empujón para que cante como un canario —dice Rafael, un poco más tranquilo.
—A tu tía aún no la han arrestado, parece que hay suficientes pruebas para que no salga ni pagando fianza y tu primo está en su misma situación, al igual que un señor alemán que está con ellos ahora mismo y que parece que es una especie de hacker. Pero no quieren actuar hasta mañana por la mañana. No es la primera vez que acaba metida en líos y eso ha facilitado un poco las cosas, además de que tu madre y la Yaya también colaboraron.
—¿Mamá? —dice Rafael, totalmente asombrado.
—Sí, le prometí que tu padre estaría a salvo.
—¿Pero? —pregunta Rafael, que se da cuenta de que algo va mal.
Aun así, agarra las bolsas de lo que ha comprado y se va a la cocina, a donde todos le seguimos.
—A tu padre no he conseguido llegar. Tiene a un montón de matones alrededor y a todos los maneja Cruella de Ville —le explica Santiago.
—¿Cómo lo haremos? —pregunta Rafael sin ninguna emoción en su voz.
—No podemos, no hay forma de llegar a él —dice Santiago en un tono más bajo, se nota que esta situación le molesta y mucho.
—¿Dónde está? —habla Rafael otra vez con tono frío y concentrado.
—En tu casa —le contesta Santiago.
—Lo secuestraremos —ordena Rafael.
—¿Cómo? ¿Quiénes? —pregunta Santiago, que no termina de entender a Rafael.
—¿Puedes hacer que esté en cinco horas en mi casa? —le pide mi hermano.
—Claro, no hay problema, incluso antes —le responde Santi confuso.
—Pues lo haré yo, solo. Necesito un inhibidor de frecuencia, anuladores de grabadores de audio y teléfonos móviles. ¿Dónde dejaste mi bolsa, necesito la ropa negra y la Beretta 92FS? ¿Tienes algún ordenador portátil que pueda utilizar para conectarme a las cámaras de seguridad de mi casa? —dice Rafael con determinación.
—Tengo varios preparados para no ser rastreados. Te daré uno y vendrán a buscarte a la azotea en helicóptero. ¿Cuándo quieres irte? ¿Y qué es la Beretta?
—El arma que te dejé en la caja para que la trajeses. Dame quince minutos para acabar la cena y preparar el desayuno de mañana —le pide antes de empezar a preparar la comida.
—Rafael, no hace falta que nos hagas la cena, no somos niños, ¿sabes? —interviene Laura por primera vez que en la conversación, yo estoy tan alucinado que no he podido mediar palabra alguna.
—Necesito hacer esto, Laura, saber que estáis bien y que comeréis bien —le contesta mirándola sin un ápice de duda, lo que hace que Laura no siga con la discusión.
—¿Algo más? —le pregunta Santiago.
—¿Me puede estar esperando una moto? Prometo no matar a nadie —y esta frase la dice mirando a Laura intensamente.
—Por supuesto, pero deja que haga unas llamadas primero —dice Santiago un poco más animado, pero no convencido del todo.
—Gracias, Friki —Rafael deja lo que estaba haciendo, se agacha y abraza a Santiago—. Sin ti no lo hubiese conseguido.
—También fui yo quien comenzó todo este lío —se emociona Santiago.
—Pero ya sabes que no hay mal, que por bien no venga —le consuela Rafael.
—Sí, sí, eso también —responde Santiago después de separarse.
Mientras charlamos en la cocina, Rafael cocina y nosotros lo observamos. Nos hemos acostumbrado a que él nos haga la comida sin aceptar mucho nuestra ayuda y la verdad es que, posiblemente, si lo que quiere es prepararlo todo lo más rápido posible, el que nosotros le ayudemos, solo le perjudicaría.
—A poner la mesa que ya está la cena —nos indica Rafael, como si toda la conversación anterior no hubiese tenido lugar.
—No hay nada mejor que una película de espías para que se me abra el apetito —digo yo sin pensarlo y, de repente, empezamos todos a reírnos, excepto Rafael que está concentrado, disminuyendo así el estrés de la habitación.
Cuando nos sentamos en la mesa, Rafael nos pide que empecemos sin él y se va a preparar su mochila. Una mochila negra que no le había visto antes de que la llevase con él cuando nos vino a rescatar. Laura aún sigue molesta por algo y Santiago se da cuenta enseguida.
—Laura, controla tu tozudez. Quizás no lo vuelvas a ver en mucho tiempo. ¿Quieres que se vaya así? Que te recuerde como a una niña malcriada o de morros —le reprende Santiago a su hermana.
—Tienes razón, hermano, pero es que a veces me cuesta controlarme. Voy a ir a hablar con él —le contesta a su hermano.
En el fondo, sé que mi amiga está triste y que no sabe lidiar con que Rafael se tenga que ir y no lo volvamos a ver en mucho tiempo.
—Pero no lo entretengas, sale en siete minutos y necesita dos para llegar a la azotea. Si quieres acompáñalo tú con Jacobo, les dejaré un mapa —le ofrece Santiago.
—Vale, ¿pero él no come? —se extraña Laura.
—Se preparó algo para el camino. Este chico, definitivamente, tiene un don para la cocina —dice Santiago en voz alta lo que pensamos todos.
—¿Lo puedo acompañar yo sola? —pregunta Laura.
—Sabes qué, aunque yo te dejase, él no lo permitiría. No lo confundas, hermana, lo tienes hecho polvo.
—Lo siento —dice mientras un torrente de lágrimas brota de sus ojos.
Un minuto después sale Rafael, con su ya habitual mochila en la espalda y todo vestido de negro.
—Nos vemos mañana —se despide de nosotros.
—Espera, Rafael —le suplica Laura —. ¿Podemos acompañarte hasta la azotea Jacobo y yo?
—¿Te portarás bien? —le pregunta Rafael, inseguro.
—Pues claro, me comportaré como una dama —le dice Laura en ese tono mimoso que solo utiliza con él.
—Vale —le autoriza Rafael.
—¡Vamos mosqueteros! —dice después de agarrarnos a cada uno de un brazo.
—¿Cómo estás, hermano? —me pregunta Rafael, cuando salimos del piso.
—Estoy un poco sorprendido. Algún día nos tomaremos un café del rincón de Rafael y prométeme que me lo contarás todo.
—Puede que ese día tarde en llegar —me contesta.
—No digas eso, Rafi —se queja Laura.
—Esta vez quiero poder decir que me voy, Laura, es mejor que desaparecer sin decir nada. Cuidaos el uno al otro. Yo os estaré vigilando y —hace una pausa, como si estuviese escogiendo bien las palabras que va a usar —el día menos pensado, volveré. Laura, eres lo que más quiero en la vida y por eso no quiero que te quedes llorando, esperando por mí. Si te va bien con Carlos, yo estaré contento por ti. No porque quiera entregarte a otro hombre, sino porque yo no estaré aquí para darte lo que necesitas y ya has desperdiciado demasiado tiempo sola.
—¿Y tú? —pregunta Laura gimoteando.
—Yo me conformo con los besos que me has dado, es mucho más de lo que me llevé la última vez. Hermano —dice ahora mirándome a mí—, si algún chico se porta mal con ella, pártele la cara de mi parte. Guarda mis cosas en cajas y déjale mi cuarto a la princesa. Ya está todo planificado para que, en cuanto el edificio esté acabado, se muden los dos allí. En cuanto pueda, yo también lo haré. Os lo prometo.
—Hermano, no quiero que te vayas —me sincero.
—Pero es lo que toca. Volved que ya sigo yo solo. Os quiero mucho a los dos —acaba la frase y echa a correr en dirección al helicóptero sin que Laura y yo podamos decir nada.
—Se va, Jacobo —llora desconsoladamente Laura —y ya no puedo decirle que se cuide ni cuanto lo quiero.
—Creo que tu James Bond siempre se cuida, no te preocupes —intento animarla.
—¿Qué voy a hacer sin él? —me pregunta desolada.
—No te preocupes, en cuanto te des cuenta, estará aquí de vuelta. Además, yo no voy a dejarte sola y Carlos tampoco.
—¿Carlos? ¿Rafael piensa que estoy saliendo con Carlos? —me pregunta confundida.
—Sí. ¿No es así? —le pregunto y entonces empieza a llorar como una descosida.
Cuando regresamos al cuartel general, como lo llama Santiago, Laura sigue llorando y termina de cenar sin dejar de sollozar. Al acabar, Santiago nos sirve un café que ha preparado Rafael antes de irse para mí y una mezcla de hierbas que también ha preparado para que Laura esté más tranquila.
Ella no quiere tomarse su bebida, sin embargo, Santiago la obliga a que se tome dos tazas y se queda más serena. Cuando deja de llorar, se acuesta en un sofá con una manta y se deja dormir.
—¿Cómo acabará esto? —le pregunto a Santiago preocupado.
—Esta vez no lo sé —me responde y suena más preocupado que yo.
—¿Qué quieres decir? —me preocupo, porque esto me gusta cada vez menos.
—Hasta ahora, Rafael lo tenía todo planificado o a lo que se enfrentaba no era complicado, pero su casa es un fuerte y está gobernado por la persona que le quiere hacer daño.
—¿Por qué se arriesga tanto? —inquiero, confuso.
—Su padre está ahí. Se supone que está protegido por una veintena de hombres armados, pero en realidad lo están custodiando para que no se escape o, mejor dicho, para que no podamos acceder a él.
—¿Por qué lo dejaste ir? —le echo en cara.
—Porque iba a ir de todas formas. Prefiero que vaya preparado y ayudarle en todo lo que necesite. Yo empecé esto, desperté a las fieras, y la culpa de que se haya ido a la guarida del león es mía —me cuenta, sintiéndose culpable.
—Santiago, no digas eso, estoy seguro de que Rafael no piensa así —le consuelo.
—Lo sé, él es demasiado bueno y nos quiere también muchísimo. A ti también, Jacobo. Yo siempre pensé que me quería porque soy el hermano de Laura, pero cuando veo lo que te quiere a ti, me doy cuenta de que es capaz de querer a alguien que no sea mi hermana.
—Le dijo a tu hermana que aprobaba su relación con Carlos, a pesar de que sé que se muere de celos. Eso se llama amor, cuando te ves jodido y lo único que te importa es que ella sea feliz y no se sienta culpable.
—¿Qué relación con Carlos? —se extraña Santiago.
—Carlos es el nuevo noviete que tiene Laura en clase —le aclaro yo.
—Tantas neuronas para acabar siento todos tan lelos. Laura no tiene ningún noviete, ella solo tiene ojitos para Rafael desde que era una niña y nunca se ha desviado ni un solo minuto de ese camino —se queja Santiago.
—¿Entonces? —no puedo creer como una situación tan normal pueda complicarse tanto.
—Entonces, estos dos han estado haciendo el idiota. ¡Qué manera de perder el tiempo! Mi hermana convencida de que Rafael tiene novia y el otro en la misma situación.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —le digo yo sin saber qué hacer para resolver el problema de comunicación de mis dos mejores amigos.
—Como tú bien dijiste antes, que se las arreglen, yo no pienso meterme en su relación. Y si Laura lo busca tanto y acaba haciendo cosas que ella no quiere, que se defienda solita. Si es mayor para meterse en estos líos, también lo es para salir de ellos.
—¿Tú crees que ella no quiere? —intento sonsacarle.
—Pues claro que quiere. Tiene casi dieciocho años, ha estado soñando con Rafael desde que era una niña. Si Rafael la dejase, haría todo lo que él está evitando hacerle, porque, según dice, es una princesa, y más. Pero tampoco me voy a meter en eso.
—Tu hermana lo tiene acobardado, me refiero a Rafael. Él nunca se doblega ante nadie ni nada, pero dos minutos con tu hermana y aparece con la cabeza agachada como un cachorrito.
—Se siente culpable —me revela Santiago.
—¿Culpable? ¿Por qué?
—El día que murieron nuestros padres en un accidente desapareció. Desde que se conocieron, Rafael siempre estuvo pendiente de Laura, haciendo que se sintiese bien y defendiéndola como si se le fuese la vida en ello. El día que Laura más necesito a Rafael, él no pudo consolarla. Desapareció y nunca más se vieron hasta que se encontraron en la fiesta hace unas semanas.
—¿Entonces siempre ha sido así?, ¿un rambo —cocinero? —le digo yo incrédulo.
—¡Qué va! Cuando abandonó el pueblo, Rafael no había freído ni un huevo ni hecho la cama en su vida, no sabía nada de limpieza y siempre era el último en llegar si hacíamos una carrera. Era muy dulce, bueno y generoso, en ese sentido sigue siendo igual. No le gustaba tocar a nadie, sino a su Laura, eso tampoco ha cambiado, aunque me sorprendió el abrazo que me dio antes. Era muy bueno en ciencias, idiomas y en música. Era un genio con el piano, pero en deportes no era muy diestro. Recuerdo un día que acompaño a Laura a clases de natación —me cuenta Santiago emocionando, recordando tiempos mejores—, casi se ahoga. Aun así, Laura no tenía ojos, sino para él, y el sentimiento era mutuo. Rafael nunca dudaba a la hora de defender lo que creía justo, nunca pensaba en las consecuencias, él siempre hacía lo correcto. Mi cuñado siempre tuvo una percepción propia de la justicia y Laura lo miraba como si fuese un héroe. Mis padres ya sabían que acabarían casándose jóvenes y que estarían toda la vida juntos.
—No me imagino a mi hermano no siendo bueno en los deportes. Tiene una predisposición increíble.
—Creo que puede que esa predisposición la haya tenido desde siempre, pero al no practicar habitualmente ninguno, no se había desarrollado mucho. Su padre lo sobreprotegía. Pero estos últimos años se ha visto obligado a practicar muchísimo.
—¡A lo que se habrá visto forzado a hacer estos últimos años! Si vivía en una burbuja, como me has contado, el tener que limpiar su casa y hacer su comida de la noche a la mañana, puede ser muy duro —digo apenado por él.
—Pero lo ha preparado para todo. Ahora no depende de nadie y él solo se basta para salvarse a él, a sus familiares y a sus amigos.
—¿Tú crees que es culpable? Me refiero a que si crees que debería de sentirse culpable por abandonar a tu hermana aquel día —me explico.
—Por supuesto que no. En primer lugar, él no sabía lo que había pasado ni fue su culpa nada de lo que pasó y, en segundo lugar, se vio obligado a huir para salvar su vida y la de sus padres. Pero no importa lo que le digas, él siempre tendrá ese sentimiento, siempre se sintió obligado a hacer que Laura estuviese segura y feliz y ese día no pudo hacerlo —de repente entra un SMS en uno de los teléfonos de Santiago.
—¿Qué ha pasado? —pregunto preocupado.
—Rafael ha llegado con la moto a su casa. Va a desconectar la electricidad y el generador y como lleva consigo anuladores y un inhibidor de frecuencia, no podrá contactar con nosotros hasta que termine la operación.
—¿Qué podemos ir haciendo nosotros? —le pregunto, sintiéndome más inútil que nunca.
—Si en cuarenta y cinco no nos envía un mensaje, enviaremos a la caballería pesada a la casa y al lugar donde se encuentra su tía y su primo. Por favor, Jacobo, pon el cronómetro en marcha. Los tenemos a todos vigilados, así que tranquilo, todo va a salir bien —me tranquiliza, aunque yo no sé si esto último me lo dice a mí o a sí mismo.
—Santiago, no te preocupes. He visto a Rafael en acción y es muchísimo más increíble de lo que puedas imaginar. Los machacará —intento tranquilizarlo esta vez yo.
Cuando digo esto, Santiago no puede evitar que le salgan las lágrimas y yo lo abrazo como hace mi madre cuando he tenido un mal día. Sin decir nada, sin prisas, solo lo abrazo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro