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CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO - LAURA

Viernes, 5 de octubre del 2018

Desde el miércoles no veo a Rafael y su ausencia me duele. Que el muy idiota no tuviese novia y me hubiese mentido, me enfadó muchísimo. Pero el enfado ya se me ha pasado y ahora solo quedan dudas. Y si lo de la novia sí era verdad y me lo dijo solo para que estuviese tranquila mientras se solucionan todos sus problemas. Además, saqué el tema una vez en el almuerzo y tanto mi hermano como Jacobo esquivaron el contestarme y hablaron de otras cosas para no tener que mencionar una respuesta a mi pregunta. Por eso lo de la novia me está volviendo loca. A lo mejor solo podía llevarse a una persona y se la llevó a ella. Si fuese así, mi hermano y Jacobo no me lo dirían para no hacerme daño.

No tenía nada de ganas de venir a la fiesta de Carlos, pero me sentía mal por él. Hasta Jacobo quería que viniésemos. Eso de quedarse en casa si se celebra una fiesta, no es una posibilidad para Jacobo. Él también se ha quedado destrozado y echa de menos a Rafael tanto como yo, no obstante, su forma de superarlo es salir a tomar algo y esta fiesta es una gran oportunidad.

Mi hermano no pudo venir, no es solo porque es menor de edad, es que, además, lo aparenta y él es como Rafael, reuniones sí, pero las fiestas, si se pueden evitar, mejor.

Estoy hablando con Manuela cuando Carlos se nos acerca y me invita a bailar. No tengo muchas ganas, pero me da pena, es su cumpleaños.

—Me debes dos bailes —me dice mientras yo asiento con la cabeza mientras suena Dura de Daddy Yankee, una canción que está de moda y que hace que muchos salgan a bailar —y muchas gracias por el regalo.

—Solo fue un detalle. Esto es lo más animado que han puesto en la toda la noche —le respondo sonriéndole.

—Sí, el DJ es bastante meloso —es lo único que me dice, ya que no podemos hablar más, puesto que todos empiezan a saltar y gritar haciendo un poco el tonto.

Cuando acaba la canción y va a empezar la próxima, Carlos le sonríe a alguien que está a mi espalda.

—Carlos, ¿me permites bailar con la princesa? —escucho, ahora hasta oigo alucinaciones, esa es la voz de Rafael.

—Claro, Rafael, si a ella no le importa —y le pasa mi mano.

—Rafael —susurro sorprendida.

—¿Bailas? —me pregunta con esa voz que me es imposible decirle que no.

—¿Tú? —le digo sin todavía dar crédito a que esté en la fiesta.

—¿Acaso lo dudas? ¿Te acuerdas del baile que hacías con tu madre?

—¿Te lo sabes? —le pregunto, porque eso sí que es una sorpresa.

—Claro, lo he practicado mucho —me dice mientras yo solo puedo pensar en cómo ha podido bailar con otra un baile que he bailado yo con mi madre, pero se tuvo que dar cuenta de que ha hablado de más, porque se ruboriza.

Me sé este baile de memoria, lo había bailado tantas veces con mi madre cuando era pequeña y Rafael lo está bailando a la perfección, nunca imaginé que fuera tan buen bailarín.

—La canción la he elegido aposta —me dice picándome el ojo cuando acabamos de bailar.

La canción se llama Ya me enteré de Reik y la verdad es que no sé exactamente a que se refiere con eso.

—¿Qué quieres decir? —le pregunto, aunque no estoy segura si darle una patada en sus partes o un tortazo, ahora se está riendo de mí.

—He estado hablando con tu amigo Carlos —me dice entonando la palabra amigo.

—¿Y? —mientras hablamos me va arrinconando en una esquina del salón.

—No juegues conmigo, Laura —me susurra mientras yo evito mirarle a los ojos para no perderme en ellos, aunque está siendo misión imposible.

—Ahora eres tú quien... —no puedo seguir hablando porque me besa con tanto anhelo que no puedo separarme de él.

Una parte de mí también quiere besarlo, pero otra me dice que, si no quiero sufrir más, me aleje lo antes posible e intente olvidarme de él.

—Rafael, por favor —le suplico.

—Por favor, ¿qué? Ahora que sé que no existe nadie que te detiene, ¿por qué tenemos que parar? —me dice mientras me muerde el lóbulo de la oreja.

Nunca ha hecho algo así y yo estoy que me derrito.

—Rafael —susurro, está consiguiendo que la parte que quiere que me bese gane por paliza a la otra pequeña parte que tiene miedo.

—Laura, me quedan unos minutos y luego me iré —me dice mientras se separaba un poco de mí y esa distancia me duele —si quieres que te bese, dímelo y si quieres que pare, dímelo también. No tengo tiempo para adivinar lo que deseas. Tú sabes que nunca haría nada, que tú no quisieses.

—Quiero que me quieras —le digo a punto de llorar—, que me elijas a mí y que no te vayas.

—Princesa, sabes que no puedo quedarme, prometo volver lo antes posible. No puedes pedirme eso. Te quiero mucho, siempre has sido el centro de mi universo, pero no me pidas eso —cuando oigo esto, es mi universo el que se viene abajo y ahora solo puedo alejarme de él.

Cuando Jacobo me ve con esa cara de que se me ha muerto el gato al pasar junto a él, me sujeta del brazo para que pare y hable con él.

—¿Qué te pasa, Laura? ¿Ha ocurrido algo? ¿Has visto a Rafael? —me pregunta intranquilo.

—No me hagas hablar ahora, Jacobo, no estoy preparada. Lo hablamos esta noche en casa.

—Vale, pero Rafael acaba de salir por la puerta del piso y si no vas a aprovechar esta oportunidad para hablarle, besarle o hacer lo que sea que esté pasando por esa cabecita tuya llena de pensamientos impuros, te vas a arrepentir y mucho.

—No te enteras, Jacobo. Rafael tiene novia y, posiblemente, se la ha llevado con él. Yo solo soy la otra —le digo con los ojos llorosos.

—Pero ¿qué estás diciendo, Laura? —se molesta Jacobo, que más que sorprendido está enfadado.

—Rafael tiene novia, le he pedido que me eligiese a mí y no a ella y me llevase con él, pero ni se lo ha pensado. Ni siquiera tiene dudas por lo que siente —le explico mientras me siento como una estúpida.

Él ha pasado página y yo sigo en el mismo párrafo.

—Laura, Rafael no te va a llevar con él. Pero él no tiene ninguna otra chica.

—Déjame, Jacobo, no intentes defenderlo. Yo me voy a casa —le pido, enfadada, pero, sobre todo, desolada.

—Espera, que aviso a tu hermano y nos vamos.

—¿Vamos a seguir con escolta? —pregunto, incrédula.

—Laura, no es momento de discutir, ¿vale?

—De acuerdo, pero vámonos.

De camino a casa no puedo mediar palabra con Jacobo, solo puedo llorar y llorar. Me siento la persona más desdichada del mundo. Rafael se fue otra vez y para colmo de males, estará con otra y yo aquí muriendo de celos. Jacobo entiende que no quiero hablar, que necesito llorar como si no hubiese un mañana y me deja tranquila hasta que llegamos a casa.

Nada más llegar, me doy una ducha, me pongo el mismo pijama que llevaba cuando nos quedamos los dos en el sofá del salón a dormir y me acuesto en la cama de Rafael.

Entonces me da un ataque de llanto y no puedo parar. Creo que Jacobo se asusta bastante, porque a los diez minutos están él y mi hermano sentados en mi cama, intentando consolarme.

—Laura, no pienses tanto, él volverá antes de lo que te imaginas —empieza a consolarme mi hermano que ya anoche durmió en el sofá del laboratorio y, viendo la hora que es, lo hará esta noche también.

—¿Y a mí qué? —le contesto despechada.

—Y ahora, ¿qué le pasa? —le pregunta mi hermano a Jacobo, que como siempre no entiende nada.

—Supone que Rafael tiene a otra chica y por eso la deja a ella aquí —ironiza Jacobo.

—¿Tú estás loca, hermana? Rafael solo te tiene a ti —se enfada Santiago conmigo, como lo hizo Jacobo hace media hora.

—¿Y estás seguro de eso? —me burlo, ahora soy yo quien utiliza el sarcasmo.

—Más que de la Ley de Gravitación Universal de Newton —me dice con la frase que empleaba siempre mi padre cuando quería cerrar un tema.

—Santiago, no empieces —le amenazo.

—Laura, él ha estado tan solo como tú desde el día que murieron nuestros padres —interviene Jacobo.

—No sabéis nada. Tú nunca lo entenderías, Jacobo —digo sollozando.

—Sí, lo entiendo, Laura, todo —me dice Jacobo, aunque sé que él no podría entenderlo —lo sé todo.

—¿Todo? —le pregunto sorprendida, porque era imposible que supiese que Rafael y yo estábamos unidos desde que éramos unos niños.

—Todo —responde Jacobo—. La mañana que salimos a alquilar los esmóquines antes de la fiesta de mis padres, me lo contó.

—¿Qué te contó? —le exijo que responda, porque ahora soy yo la que está confusa—. Jacobo, ¿qué te dijo?

—Él estaba hecho polvo, no dormía, se mataba a correr y en el gimnasio, y esa mañana, cuando no se había despertado del todo, fue tan dulce, bueno, que me di cuenta de que la razón de sus males eras tú. Así que lo confronté.

—¿Lo confrontaste?

¿Qué está diciendo Jacobo? Rafael no le contaría nada, no lo pondría en peligro innecesariamente. Estoy segura de que es imposible que Jacobo supiese todo.

—Sí, le intenté hacer comprender que tenía una posibilidad contigo y que la aprovechase, que peor de lo que estaba en ese momento no se iba a quedar con muy mal que fuesen las cosas entre vosotros. Yo sabía que lo de la novia era inventado y que se tenía que olvidar de esa chica, la que me había dicho que era su alma gemela cuando eran pequeños.

—¿Y él qué te dijo? —insisto.

Dejo de llorar, pero no puedo evitar estar enfadada, a estar enfadada con él, aunque, principalmente, conmigo.

—Al principio no dijo nada, sin embargo, no se vino abajo y se echó a llorar. Después me dijo que siempre habías sido tú. Yo no lo entendí, pero luego él me lo dejó bien claro: tú siempre habías sido su alma gemela desde que tenía seis años. Me explicó que él antes era otra persona, pero que para no poner en riesgo mi seguridad, no podía contarme nada más, solo que siempre has sido tú.

—¿Y eso es todo? —le digo sin entender nada.

—Bueno, no tengo ni idea si desapareció porque mató a alguien o porque es hijo del presidente de los Estados Unidos de América. No me lo podía contar y yo lo respeté. Pero sí me dijo que en la fiesta, cuando te vio por primera vez después de tanto tiempo, no pudo resistirse y te besó. Luego se sintió culpable por mí y se inventó una novia. Pero en realidad solo hay una chica en la vida de mi hermano. Tú eres su princesa.

—¿Entonces con quién bailaba cuando yo no estaba? —le pregunto mientras empiezo a sollozar otra vez.

—Estos últimos años no lo sé —dice mi hermano en tono burlón —pero cuando éramos pequeños practicaba él solo. Alguna vez me utilizaba a mí para que le dijese si lo hacía bien o no, la verdad es que no lo hacía mal. Lo hacía como tú con mamá.

De repente empiezo a verlo todo borroso y a sentir náuseas durante unos segundos y después todo se vuelve negro. 

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