Siempre intenté encajar. Imitaba los gustos de mis grupos, hablaba de su música, sus chicos, su ropa. Aprendía sus gestos, sus palabras, tratando de pertenecer. Pero, por más que lo intentara, algo en mí se sentía ajeno, como una pieza mal encajada. Pensaba que nunca encontraría a alguien verdaderamente afín. Hasta que la vi.

Ella compartía mis gustos, mis rarezas. Su sola presencia parecía derribar años de aislamiento. Pero había un muro, invisible y pesado, que me impedía acercarme. Sabía que no me juzgaría, que podríamos entendernos. Sin embargo, antes de atreverme a cruzarlo, ella se fue.

Quedaba otra posibilidad: los chicos. Ellos y yo compartíamos tantas cosas, pero su lenguaje parecía un idioma distinto. Los entendía, sí, pero nunca conseguí hablar su lengua de verdad. Me quedaba atrapada en el vacío entre lo que sentía y lo que podía decir.