BIBLIOTECA
Recuerdo aquella biblioteca, refugio constante en cada recreo, un santuario donde el tiempo se detenía y el ruido nunca lograba entrar. Era mi fortaleza de papel y silencio, un espacio sagrado donde las palabras me abrazaban y me protegían de la multitud. Un espacio que solo a veces contaba con un leve susurrar de voces flojas, en el horizonte.
Desde la primaria, fue siempre mi escondite, mi refugio de lo social, un rincón donde podía ser sin ser, estar sin que me miraran. Cada vez que la multitud me ahogaba, me escapaba hacia allá, sintiendo que me liberaba en cada paso, aunque nunca era realmente un escape. Era solo un momento, un intento de despejar el aire y reconstruirme entre historias ajenas.
"Solo es avanzar la tarea", me decía con la esperanza de convencerme, pero las palabras eran solo eso: palabras. No era para cumplir con deberes que me refugiaba allí. Usaba ese espacio como un ritual, una ceremonia personal donde me quitaba la máscara, aunque solo por un instante. Aprendía, leía, me perdía entre mundos y significados, permitiéndome un respiro de libertad, un respiro en el que podía ser otro, o quizás, un poco más yo.
¡Ay, la máscara! Me hacía parecer normal, común, como los demás, aunque nunca fui realmente como los demás. O eso pensaba... La máscara era un escudo, un disfraz bien aprendido para encajar en un mundo que nunca me preguntó si realmente quería pertenecer.
En cada página y en cada silencio de aquella biblioteca, me sentía menos solo, menos atrapado, como si entre los libros pudiera aprender a deshacerme de mis propias sombras, aunque nunca logré hacerlo del todo. La biblioteca fue más que un espacio de estudio: fue mi zona de seguridad, mi refugio, mi espacio sagrado donde el mundo nunca me juzgó.
Y ahí seguía, hoja tras hoja, buscando respuestas, aunque a veces creo que buscaba solo poder estar en paz, aunque solo fuera por un momento.
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