Introducción (Día Trece: Nuestro final - continuación)
Dedicado con mucho cariño, a todos los lectores y lectoras de Disociativo
(Voz narrativa: Yoon Gi)
Me esforcé lo indecible por mantenerme frente al armario y no girarme mientras los sollozos de Mei, cada vez más lejanos, se me clavaban por todas partes, como agujas de fuego, y mi propia angustia me abría un pozo oscuro en medio del pecho.
Me moría por correr tras ella y por abrazarla y por decirle que esa bitácora que había utilizado mordazmente contra mí era errónea. Pero lo era únicamente con respecto al día.
—Once días. —Contemplé el martillo que aún sostenía en la mano como si no supiera lo que era, como si fuera la primera vez que mis ojos veían algo así—. En realidad ya son trece —corregí—. Trece días los que te amo. —Levanté la cabeza y miré de reojo en dirección a la escalera por la que ella acababa de marcharse—. Te amo de verdad.
La visión se me empañó pero no me molesté en retirar las lágrimas. Lo había hecho. Finalmente, la había echado de mi lado y ahora me sentía como si me hubieran arrancado la piel a tiras con un cuchillo.
Todo había sido culpa mía. Por haberla buscado como un desesperado cuando desde el principio ella había tratado de marcar los límites adecuados conmigo. Por haberme metido en su habitación y reclamado su cuerpo cuando tendría que haberlo dejado estar. Por haberme imaginado un futuro que nunca podría ser.
Un pinchazo agudo me taladró el pecho. Cuando tomé la decisión de terminar, sentado en el sofá del salón mientras se presentaban los datos del informe, ya había contado con que me iba a quedar hecho una verdadera mierda. Me había enamorado a un nivel que solo podía catalogar como "locura desorbitada" y sabía que arrancarme ese sentimiento iba a ser imposible. Mei se había convertido en mi anclaje, en mi igual emocional y la personas más especial de mi mediocre existencia y no había nada que deseara más que estar con ella. Pero no podía permitirme tenerla cerca. Después del asunto que había descubierto, era demasiado peligroso.
"Si tu caes, ella caerá detrás de ti", había dicho la voz de mi último flashback.
—No —me dije, en voz alta—. Yo caeré pero lo haré solo. Ella no va a morir.
Mei no. Ella no.
Apreté la suela del zapato contra una de las fotografías y me paseé sobre la alfombra de imágenes de los cadáveres descuartizados que había encontrado en el conducto de ventilación, pisándolas con saña, hasta que, tras cinco vueltas, me dejé caer de rodillas sobre ellas. Joder. ¡Joder! Era una puta pesadilla con el inconveniente de que, por mucho que quisiera, no desaparecería al despertar. ¡Mierda! ¡Qué mierda!
Una cabeza de mujer rubia con los labios morados y los ojos excesivamente abiertos, me observó desde abajo y se me revolvieron las tripas. Atisbé el cuerpo en trozos de una persona de sexo indeterminado picada como si fuera carne de guisar, con su rostro encima a modo de máscara mortuoria, a lado de la de un tipo con pelo canoso que tenía las extremidades pegadas al cuello simulando una araña humana.
Joder. Dios mío, joder.
Me incliné aún más. Cogí la inmortalización de unos intestinos fuera de una cavidad que lucía como un despojo, con un enorme tajo vertical muy similar al de una práctica forense.
Era una enorme mierda y daba asco. ¡Daba asco!
¿En serio todo eso era obra mía? ¿Cómo había sido capaz? ¿Qué clase de calaña era para desmembrar seres humanos al azar y coleccionarlos de esa manera tan salvajemente sádica? Maldita sea, una cosa era haberme defendido de un maltrador como mi padre y otra muy diferente haber troceado por lo menos a cincuenta personas. Hasta hubiera podido asumir la acusación de la muerte Yarek Seong. Pero, ¿esto? ¿Esto? No, no, no. Esto no.
¿Qué demonios era yo? ¿Un monstruo? Sí, ni más ni menos, y sin posibilidad de redención. Daba igual si me metían en un centro de terapia. Daba igual si trataba de anclarme. Daba igual lo que hiciera. Nada podría cambiar que toda esa gente estaba muerta y que lo había hecho yo. ¡Maldita sea! ¡Lo había hecho yo!
Amontoné con los brazos la Colección de Muerte y me fui directo a por la silla. La nauseabunda silla. El principio de mi rotura mental.
—¡Te odio, appa! ¡Te odio! —grité, mientras la arrojaba encima de las imágenes, rabioso—. ¡Tu tienes la culpa de todo lo que me pasa! ¡Tu!
Así el martillo y lo descargué contra la madera. Un pequeño boquete se abrió en la ya de por sí estropeada estructura.
— ¡Que te jodan! ¡Que te jodan! —jadeé—. Te mataría mil veces más si pudiera, te lo aseguro. ¡Te lo aseguro!
No supe cuántos golpes le asesté pero no me detuve hasta que las patas crujieron, se partieron y solo quedó ante mí un conjunto de palos y telas inservible.
A la mierda.
Dejé caer la herramienta y corrí hacia el armario. Allí había metido la garrafa de gasolina que había descubierto horas antes debajo de unas baldosas rotas, escondida, mientras lo ponía todo patas arriba en busca de pistas sobre ese asunto que tanto me había desencajado y sobre el que todavía que no sabía qué pensar. Por supuesto, no había encontrado nada a parte de ese bidón que, pese a no tener ni idea de por qué estaba allí, me había venido extraordinariamente bien.
Lo vacié sobre las fotografías y los restos de la silla, y el fuerte olor me hizo arrugar la nariz en el instante en que dejaba caer una cerilla que había robado de la cocina. Las pequeñas llamas anaranjadas se retorcieron, y una torre de humo invadió el aire a medida que fui echando todo lo que encontré, sin importar lo que fuera, ardiera o no.
¡A la mierda todo! Todo.
Un bote de ambientador caducado, perdido por un rincón de una balda, provocó un estallido al contacto con el fuego y la explosión me tiró de espaldas.
—¡Hyung! —El agudo timbre de Jimin me llegó entonces desde la puerta, complemente fuera de sí—. ¡Hyung! ¡Hyung! —repitió, angustiado—. ¿Qué estás haciendo? ¿Qué es todo esto? ¡Dios mío! ¡Sal de ahí! ¡Sal de ahí!
Jimin....
¿Por qué estaba él ahí? ¿No se suponía que debía de estar todavía en el supermercado?
—Estoy limpiando la mierda —musité, sin apartar la vista de las llamas—. Todo eso es una inmundicia que nunca debió existir.
—¡Pero qué dices! —Estaba claro que no tenía ni idea de lo que ocurría—. ¡Ay, por favor! ¡Por lo que más quieras! ¡Muévete de ahí ya!
Unas chispas tintinearon cuando eché la tapadera de la enorme lata de polvos mata cucarachas, el último objeto que me quedaba por quemar. Cuando lo tirara, explosionaría todo a lo grande y me cargaría ese inmundo sótano que nos había roto la vida a los dos. Esa era la idea.
—¡No lo hagas! —exclamó mi hermano—. ¡Hyung, reacciona! ¡Reacciona!
Un fuerte tirón y el bote desapareció de mi regazo. ¿Qué.. ? Otro tirón, esta vez más fuerte, y me tambaleé hacia los lados. No me moví. Había perdido todas las fuerzas y solo quería llorar.
—¡Yoon Gi! ¡Yoon Gi!
Los tímpanos comenzaron a pitarme. La habitación, llena de aire blanco, empezó a girar a mi alrededor. El pecho me palpitó con violencia.
Sensación de mareo. Aturdimiento. Anestesia. Irrealidad.
Y yo... Yo no era yo.
—¿Y Mei? —La voz de mi hermano me llegó muy lejana, en una fábula onírica—. ¿Dónde está ella? ¡Dónde está ella!
—A salvo.
Ese no era yo. Ya no era yo. No.
—Hyung... Oye, Hyung... Oye...
Silencio. Calma. Un sueño. Y después... Después...
Después nada. Solo oscuridad.
Contador reiniciado.
Cero días desde ingreso.
Mismo caso.
¿Nuevo paciente?
Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te la pierdas.
N/A: Tengo que reconocer que estoy emocionada de volver a abrir este tomo de la historia. En el próximo capítulo estreno una voz narrativa que amé muchísimo crear. Espero que les guste tanto como a mí.
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