Día Siete
Tras cinco horas de descanso, en una noche plagada de sueños vívidos y despertares frecuentes en los que no pude apartar a Yoon Gi de la cabeza, me descubrí de nuevo sentada frente al espejo de observación de su habitación, en penumbra y con la mochila en el regazo, esperando. Llevaba así cerca de diez minutos y la impaciencia me comía pero eran las siete de la mañana y la enfermera, una mujer regordeta de cara afable y pocas palabras, se encontraba dentro colocando las bolsitas de medicación en los pinchos correspondientes y tampoco era cuestión de interrumpir.
Repasé con cara de tonta la silueta de Yoon Gi al coger el pijama limpio de la silla y desaparecer tras la puerta del baño, arrastrando las zapatillas como hacía siempre que tenía sueño, y una sensación agridulce me invadió. Era increíble lo bien que había llegado a conocerle en tan poco tiempo y totalmente injusto que fuéramos a terminar de esa manera, tragándonos todo lo que sentíamos. Aquello era peor que un castigo.
—Buenos días, doctora. —La auxiliar del control asomó la cabeza por la puerta con una humeante taza de café entre las manos—. Como es Domingo, el investigador Kim no va a venir —anunció—. Estaremos aquí Jhon y yo, por si necesita algo.
No conocía a Jhon pero debía ser el policía que estaba en el pasillo atiborrándose a Donuts como si no hubiera un mañana mientras veía la televisión en el móvil y, la verdad, que estuviera tan distraído me parecía perfecto. Así me ahorraba los ojos que me supervisaran.
—Gracias —musité—. Lo único que necesito es que no haya observadores tras el espejo mientras trabajo.
—Como usted diga. —Mi interlocutora, diligente, asintió, con la mejor disposición—. Pensaba que, al ser día festivo, también descansaría hoy —observó.— Debería salir a divertirse.
Debería, sí, pero no tenía ganas. Antes, cuando llegaba el Viernes, solía tomar el puente aéreo a Busan y pasaba el fin semana con mis padres y mis amigos quienes, a pesar de que estaban desperdigados por diferentes puntos de la geografía, hacían lo mismo. Pero, claro, eso había sido antes de que Yoon Gi apareciera en mi vida y pusiera patas arriba todos mis principios, mis prioridades y mis afectos.
—Cuando el caso se cierre a lo mejor me tomo unas vacaciones —reflexioné, con la mente puesta en lo que me iba a suponer adaptarme la nueva situación—. He pensado en dejar Seúl.
—Pues haría muy bien en irse. Le va a venir bien descansar.
Ya. Y huir de lo que me recordara a Yoon Gi también. Uf. Hasta eso lo veía complicado. Estaba demasiado... Cómo decirlo... Demasiado idiotizada, esa era la palabra. Si tan solo fuera capaz de enfadarme con él, no me sentiría tan mal pero ni eso podía. Pese a todo, le comprendía.
El día anterior, tras abrazarme tres veces más y pedirme perdón por las mentiras que me había soltado en el sótano, había aceptado hablar y me había explicado el contenido del flashback. Lo había hecho sentado en medio del colchón, frente a mí, con las piernas cruzadas y los ojos llorosos, y su cercanía al tomarme de la mano y entrelazarla con la suya, me había llenado de esperanza. Sin embargo, debatir con él, teniendo en cuenta que me sacaba veinte puntos en capacidad intelectual y que, encima, seguía empeñado en apartarme, fue duro.
—Yo maté a esa chica, la de la mochila —me había confesado—. Supongo que Jimin trató de impedirlo y le ataqué también a él.
Podría ser. Era una interpretación lógica pero...
—Los flashback espontáneos causan agobio y confunden la mente porque a veces mezclan sucesos —objeté—. Lo que me estás contado es lo crees que ocurrió pero no deja de ser una reconstrucción que has hecho y bien podría no ser así.
—También lo he pensado. —La mirada de Yoon Gi se perdió entre las sábanas blancas—. Pero no puedo quitarme de la cabeza la idea de que si te relacionas conmigo terminarás muerta. He visto... No... No... —buscó corregirse—. Mejor dicho, he recordado a esa estudiante, en mi casa. Estaba sentada en mi cama y me miraba pero luego te vi a ti. No sé por qué eras tu en vez de ella.
—En las disociaciones a veces se pierde la conciencia temporal y el pasado y el presente dejan de diferenciarse. —De eso entendía bastante; yo también lo había experimentado—. Asusta un poco pero no tiene ningún significado en especial.
—¿Ah, no? —No hacía falta ser muy observador para darse cuenta de que no estaba de acuerdo—. ¿Y si te digo que conté nada más y nada menos que cuarenta y tres víctimas en aquellas fotos del sótano? ¿Y si a eso le añadimos que se notaba que mi hermano estaba muy asustado al sospechar de nuestra relación? ¿No significa nada tampoco?
Me mordí el carrillo, con ansiedad. Pero qué... ¿Tantas eran? ¿Y lo enlazaba con la reacción de Jimin para culparse? ¡Demonios!
"Más vale que te adaptes, reina".
—Jimin no está al tanto de esas muertes —busqué hilar ideas sobre las marcha—. He hablado mucho con él en los últimos días y sigue aferrado a tu inocencia.
—Pues yo he concluido que sí que debe saberlo —me contradijo—. Creo que me ha estado mintiendo para que no me viniera abajo, escudado en esa idea de protegerme que seguramente todavía mantiene pese a creer que estoy muerto porque yo le salvé la vida —concluyó—. Por eso tiene tantas depresiones.No puede con el peso de lo que esconde.
Bueno, sí. El caso era que Jimin era así. Cielos.
—Vale, tienes razón —acepté, a regañadientes—. Pero insisto en que no deberías preocuparte por mi seguridad —saqué el último de mis argumentos—. Puedo defenderme muy bien.
—Defenderte —masculló—. Querrás decir disociarte.
Abrí la boca, con la intención de protestar, pero se anticipó y me lo impidió.
—No puedo estar de acuerdo con el hecho de que termines como yo.
—Yo ya tenía esto antes de conocerte.
—Pero tus síntomas estaban dormidos hasta que aparecí yo con mis gloriosos descuartizamientos. No me lo niegues, por favor, que no soy tonto.
Rayos.
"Adáptate, tonta".
— Es verdad pero... —Dios, ¿qué más podía decir?—. Sigo pensado que no puedes sacar conclusiones sin tener la escena completa sobre lo que hiciste y los motivos que te llevaron a ello.
—No me imagino eligiendo una víctima guiado por la moralidad y menos si era una niña de diecisiete años. —Su amarga realidad me cayó como un jarro de agua fría por la cabeza—. ¿O tu si?
No. Tampoco. Ay. Me estaba empezando a desesperar.
—Te propongo una sesión. —La idea me salió de golpe, sin meditar—. De mindfullnes.
Se me quedó mirando, perplejo, y los nervios me hicieron apretarle la mano. No la apartó.
—Es una técnica de meditación, para relajarse —continué—. Pero en personas psicóticas o con síntomas disociativos puede desencadenar un flashback y...
—Tu y yo no vamos a hacer nada juntos.
—Yoon Gi... —No pude evitar el deje de angustia—. Por favor... Escúchame...
No pude terminar. Se inclinó sobre mí hasta que me reflejé en sus pupilas y el corazón me dio un salto tan grande que se me olvidó lo que iba a decir.
—No, Mei. —Negó con la cabeza, muy despacio, cada vez más cerca—. No te vas a arriesgar por mí ni en el sentido físico ni en el emocional.
—Pang Eo dice que no te abandone y, mira por dónde, hasta ahora ha sido el único que ha llevado razón —conseguí arrancarme las sílabas—. No voy a dejarte solo y además... —Rayos; tenía que decirlo; ¿por qué me costaba tanto? —Además... —En qué hora me entraban los estúpidos reparos... —Además mi bitácora sigue en vigor.
—¿Y crees que la mía no? —La contestación me generó una fuerte descarga en el pecho—. Ya he contado veintisiete días y sigo...
El ruido de la puerta le hizo interrumpirse y soltarme la mano, dejándome en la piel el intenso hormigueo de un deseo que me burbujeó desde la cabeza hasta las ingles y que no disminuyó ni cuando la celadora de la cocina dejó la bandeja de comida sobre la mesa y me repasó como si me hiciera una radiografía.
—¡Caramba! —Se dirigió a Yoon Gi; al parecer, habían congeniado en los días que llevaba allí—. ¡No me habías dicho que tenías novia! —Sonrió, complacida—. ¡Cómo me alegro! ¡Hacéis muy buena pareja!
Bajé la vista al suelo, con las mejillas ardiendo.
—No es... —Yoon Gi carraspeó, tan incómodo como yo—. Ella no es mi novia.
La frase eliminó toda mi vergüenza de un plumazo y me revolvió el estómago. Maldita sea, tampoco hacía falta decirlo de esa manera. Me dolía.
—Ya quisiera él —me di el gusto de quedar un poco por encima—. Pero sabe que no estoy interesada en ese tipo de relación. —Le atisbé por el rabillo del ojo y me encontré con una mirada estupefacta que me encantó—. Soy su psicóloga y con eso se tiene que conformar.
—¡Oh, qué lástima! —La celadora mostró una evidente cara de decepción—. Con lo monos que...
—Espera un momento. —La réplica salió como un resorte y dejó a nuestra interlocutora en silencio y con la cara a cuadros—. No eres mi psicóloga. Que yo sepa, nunca accedí a ser tu paciente.
Esbocé una sonrisa interior. Ya sabía yo que el tema le escocería en lo más profundo. El asunto de los roles siempre le había molestado.
—Hiciste la terapia — fingí indiferencia—. Es lo mismo.
—No lo es. Unas cuantas sesiones no me convierten en tu paciente.
—Si no eres mi novio ni tampoco mi paciente, ¿se puede saber entonces qué eres?
La pregunta le ensombreció.
—Nada —murmuró—. No podré ser nunca nada.
"Acéptalo".
No sabía cómo hacerlo. No. No podía. Yo no podía. No.
"Tienes que esperar a que sea él el que vuelva a ti".
¿Y si no lo hacía? ¿Y si realmente era lo que deseaba? ¿Y si... ? ¿Y si... ?
Los ojos se me humedecieron y empecé a hiperventilar, medio ahogada y con la vista nublada, y poco me faltó para caerme al suelo. Menos mal que Kim Wo Kum apareció, aparentemente ajeno a nuestro desencuentro, y, tras una reverencia de formalidad, me comunicó que mi tiempo había terminado y que tenía que abandonar la habitación.
—Me marcho por hoy. —No me atreví ni a mirarle—. No sé cuándo volveré.
—Trata de cuidarte, por favor. —Su susurro me llegó ahogado, reprimido e infinitamente triste—. Mereces estar bien, Mei.
Me derrumbé en cuanto cerré la puerta y me tuve que esconder en el baño para poder recomponerme y encarar al forense aunque, por suerte, cuando regresé a la sala de observación, lo único que me pidió fue que le echara una firma al documento que acababa de preparar, en donde me nombraban Perito Psicológico, mientras él revisaba los informes que le había entregado.
—Parece que el hermano del señor Min tiene mucha información. —La reflexión me llegó lejana, pese a tenerle sentado al lado—. Pero esa tal Sun Shee, dentro de su enfermedad, sabe todavía más. Me parece que voy a ir a hablar yo también con ella y con su hijo, ya que estamos.
Me limité a asentir.
—Debería irse. —Me echó un vistazo por encima de las gafas—. No tiene sentido que se quede aquí mirando por el cristal y martirizándose.
La recomendación me pareció de lo más razonable así que, por una vez, obedecí y me largué a mi apartamento a "descansar" y, de paso, a repasar las notas que había usado para elaborar el VICAP. Ahora, trece horas más tarde, allí estaba de nuevo, tras el espejo.
"Espero no despertarte". Un mensaje me saltó a la pantalla cuando me disponía a mirar la hora y me dejó en ascuas. "Aunque no lo creas, no quiero molestarte".
Me costó un par de repasos darme cuenta de que se trataba de Seok Jin. Después de los últimos acontecimientos, era extraño que me escribiera de forma tan comedida. ¿Estaría enfermo?
"Hoy estoy de guardia pero no me he traído comida y me siento mal". La letras continuaron sucediéndose, en un deje cada vez más impropio de él. "No respondes a mi llamadas ni a mis mensajes y tampoco me abres la puerta de tu casa. ¿Estás molesta por el beso o es por Jimin?"
Ay. Por todos los...
"Por ninguna de las dos cosas". Era consciente de que, si le atendía, no tardaría en volver a las mismas pero me había pillado con el ánimo bajo y tenía la empatía a flor de piel. "Es por tu actitud y tu forma de hablar en general".
"¿Cuál forma de hablar? Tengo derecho a enfadarme si quiero y a dar mi opinión".
"Justo esa". Le hice ver. "Ya lo estás haciendo otra vez".
"Lo que pasa es que no me comprendes". Se quejó. "Mucha terapia y mucha historia pero no haces ningún esfuerzo por entenderme pese a que estoy intentado que sepas la verdad".
"Pues aplícate más porque el esfuerzo no se te nota". Le acusé. "Gritas y ordenas cuando te place y como te place y todos tenemos que hacer lo que dices porque si no entras en cólera y te comportas como un desquiciado. Eres un grandísimo egoísta que solo vela por su venganza particular contra el mundo".
La venganza se trasforma en formas indignas y lo que creemos dulce nos envenena, nos mata. Tenía gracia que palabras de Sun Shee le quedaran tan bien. Pero no podía ser. Entre él y los Jung no había vinculación.
"Lo que yo quiero es protegerte" respondió. "Lo intenté cuando ese Min te absorbió el cerebro y sigo intentándolo, aunque prefieras creer al dulce hermanito que no ha roto un plato en su vida antes que a mí".
Estuve a punto de mandarle a paseo pero, cuando le estaba escribiendo, su llamada se reflejó en la pantalla y bloqueó la aplicación.
—¿Se puede saber qué quieres? —Descolgué y me pegué el altavoz a la boca—. Ya estoy cansada de lidiar contigo.
—Lo siento. —La disculpa me dejó congelada en el sitio—. Es verdad. Todo lo que dices es verdad.
¿Eh? Alto, alto. Aquí estaba pasando algo muy gordo. ¿Se había disculpado? ¿Y había reconocido un error? Diantres. Eso no era normal.
—Por favor, trata de no mandarme a la mierda por una vez aunque me lo merezca. Me encuentro muy mal.
—¿Qué te pasa?
—Me ha llamado Min Sou, la fiscal. —Su tono melancólico me dejó claro que estaba hablado en serio y que realmente se encontraba al borde de las lágrimas—. Dice que creen que han encontrado a mi hermana... No sé... No sé cómo... — Su sollozo taponó la línea—. No sé en qué condiciones ni dónde... Mei... No quiero estar solo...
¡Dios! ¡Ay, Dios! ¡Madre mía!
—Dijo que me llamaría de nuevo por la tarde para darme detalles —añadió—: Y es que... No puedo creerme que... No.. Es...
—Voy a buscarte —me ofrecí sin dudar—. Te llevaré a comer a alguna parte y te haré compañía hasta que te sientas mejor.
—¿Y no sería más fácil que fuera yo a tu casa? —objetó—. ¿Es que acaso no estás allí?
—Estaré ahí en un rato —le corté. Se encontraba mal pero me seguía oliendo a control y no pensaba permitirlo—. No te preocupes, Jin.
—Lo intentaré —se despidió—. Te espero en mi despacho.
Colgué y levanté la vista. Yoon Gi ya estaba de nuevo en la cama, con el cabello húmedo y la mirada clavada en el techo, pero ahora yo no sabía qué hacer. Por una parte no quería marcharme y dejarle ahí, solo y encerrado cuando acababa de encontrarle y saltaba a vista que, pese a su inteligente manera de llevar las cosas, tenía un pie en el abismo de la depresión. Pero, lo por otra, tampoco podía abandonar a Seok Jin.
"Novia de la muerte".
La voz de Sun Shee retumbó de repente en mi cabeza, sin motivo ni razón, en uno de esos ecos típicos de los flashback a los que ya había aprendido a acostumbrarme.
"Murió la que trató de serlo pero no fue... Oh... Hoseok lloró mucho... Mucho... Tu, en cambio, aún respiras. Te salvó. Esta vez no pudo. La justicia se transformó en muerte y la muerte es la verdadera justicia".
El que le hizo daño a Shin Hye, ese famoso "hermano", me quería hacer lo mismo a mí. De ahí procedía el miedo de Yoon Gi, ese que no sabía explicar pero que sentía tan real.
La justicia y la muerte habían intercambiado los papeles y Hoseok tenía algún tipo de función.
Y entre medias estaba ese concepto de muerte justiciera, muy similar al de...
"Acuérdate, Mei, de lo que hicimos".
Acordarme... De lo que... Hice...
Sí. En realidad, nunca lo había olvidado.
Yoon Gi está cerrado en banda y no parece muy dispuesto a colaborar con Mei.
Los contenidos del Flashback ante los cristales rotos y sus deducciones le han hecho creer que es el responsable de todo.
Sin embargo, muchas piezas empiezan a moverse y a evolucionar.
Y, entre medias de todas, Mei tendrá que confesar su verdad.
¿En serio te lo quieres perder?
Te espero en la próxima actualización.
Créditos de este Edit a Akemi_S0910. . Eres sensacional.
He pensado subir un libro con todas las ediciones y vídeos de los lectores. ¿Les gustarías?
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