Día Seis: Reencuentro
—¡Si no colabora puede estar seguro de que recomendaré que le trasladen al centro cerrado de Tokyo por los siguientes diez años!
Cromwell siguió despotricando, en una actitud más que cuestionable. Se notaba a la legua que la apreciación sobre su separación y su falta de profesionalidad le habían pateado la autoestima.
—¡Soy un terapeuta de mucho prestigio y mi opinión es sumamente valorada en los procesos judiciales!
Yoon Gi le observó, con esa profundidad capaz de leer hasta lo más oculto del alma, y ladeó la cabeza.
—¿Me ha entendido? —insistió el analista—. ¿Ha comprendido la situación en la que se encuentra?
—¿Lo has hecho tu?
Ay, Dios. Eché una rápida ojeada a Kim Wo Kum, con los músculos tan tensos como las cuerdas de una guitarra, pero éste se mantuvo inmóvil y con la vista clavada en el cristal. No se había dado cuenta.
—Por supuesto. —Cromwell bajó el tono, ajeno al verdadero significado de aquella pregunta que, al parecer, solo yo había captado—. Mi situación es sencilla. —Se dispuso a explicar—. Represento la ley y usted no puede rechazarme porque soy yo el que tiene la sartén por el mango y no le conviene.
—¡Ah! ¡Pero claro que no! —Pang Eo, porque no me cabía duda que se trataba de él, sonrió con ironía y confirmó mi sospecha—. Yo nunca te despreciaría, mi prepotentillo amigo aficionado a la gomina. —Le revisó de arriba a abajo—. Es más, ya te he encontrado utilidad y todo.
Una punzada de alarma se me clavó en el pecho.
Después del incendio, su presencia como identidad seguramente se habría fortalecido lo suficiente como para tomar el mando con un margen de actuación más amplio que los pocos segundos en los que sntes solía hacerlo y era preocupante. Por una parte, por el tipo de "utilidad" que le habría encontrado a aquel pequeño ser sin gracia pero, sobretodo, porque eso significaba que el trastorno de Yoon Gi estaba empeorando a pasos agigantados. Una defensa en crecimiento era sinónimo de un personalidad cada vez más rota y diluida y yo... Yo... Yo...
Demonios. Yo no pensaba permitir que se perdiera en el dolor, por mucho que todos, empezando por él, trataran de dejarme al margen.
"Las aguas deben volver a su cauce".
Sin duda. No podía estar más de acuerdo.
— Vamos a ver si podemos limar nuestras pequeñitas diferencias.
Pang Eo se paseó a lo largo y ancho de la habitación y revisó con aparente desinterés las desangeladas paredes blancas hasta detenerse frente al espejo.
—Puedo contarte lo que suelo hacer cuando una insulsa amenaza me resulta inoportuna —prosiguió—. ¿Te conformas con la versión resumida, que te deja tiempo para lloriquear tu mala suerte por los rincones, o prefieres la versión extendida, con un plus de vísceras, sangre y demás añadidos?
Cromwell se echó a temblar y retrocedió un par de pasos. Era un pésimo gestor de casos pero no era tan tonto como para no percibir el peligro.
—Mañana trataremos eso —decidió, con la voz vibrante propia del miedo—. Vamos a dejarlo por hoy.
—¿Cómo que mañana? —Su interlocutor esbozó un puchero y acarició la superficie reflectante con suavidad—. Me rompe el alma que quieras irte tan rápido, sin que podamos charlotear, con lo que se nota que te gusta. —Se volvió hacia él, con la mano, en donde todavía tenía la vía intravenosa, sobre el pecho—. Mi corazoncito sufre porque a mí no me has ofrecido uno de tus graciosetes contratos de "terapia para principiantes".
—Como le he dicho... —El psicólogo se estremeció—. Esto... La entrevista terminó y...
—Te he entendido a la primera, caballerete —cortó él—. Pero, por desgracia, no puedo dejar que te vayas.
—¿Por...? — El analista, visiblemente nervioso ante la penetrantes pupilas que inspeccionaban con fascinación su corbata azul, quedó al borde de una crisis de ansiedad—. ¿Por qué?
—Encuentro este tipo de prendas muy prácticas. —Pang Eo pasó por alto la pregunta—. Versátiles.
—Versátiles... No entiend...
Poco más tuvo que entender.
En un abrir y cerrar de ojos, le asió de la misma y tiró, con una calma pasmosa. El terapeuta dejó escapar un graznido ahogado y su tez enrojeció, luchando por zafarse de la presión pero su agresor, que controlaba al milímetro cada movimiento, utilizó el forcejeo para impulsarle contra el espejo.
La superficie vibró con el impacto del cuerpo y se resquebrajó en algunos puntos. Kim Wo Kum tiró la silla al incorporarse y empezó a despotricar improperios. Los dos policías del pasillo desenfundaron sus armas. La secretaria se cubrió el rostro entre las manos. Y, en medio de todo, yo fui la única que no se movió.
Me quedé absorta, extasiada observando cómo sujetaba la cabeza de Cromwell por la nuca y se la estrellaba contra la vidriera como si partiera un coco, y el estallido de los cristales al romperse me resultó aún más hipnotizador.
El psicólogo se desplomó y dejó un surco rosado pegado a la ventana. Los oídos se me embotaron. Puede que gimiera, postrado en medio de los pedazos de loza brillante con una brecha enorme en la frente y aquel rojo que llevaba ya casi quince días sin disfrutar deslizándosele a raudales por las mejillas.
Sangre.
La preciosa y elegante sangre. La marca de estar vivos y, curiosamente, también la de dejar de estarlo. La unión de los contrarios.
La representación de Yoon Gi. Y la mía.
— ¿Sabes? —La voz de Pang Eo me sacó de mi ensimismamiento y me recordó que no era el mejor momento para dejarse llevar—. El asuntillo ese de la televisión me ha causado gracia pero también me ha molestado un poquito.
Levantó un trozo de espejo y escarbó con la punta la arteria del cuello de su víctima que, semi insconsciente por culpa del golpe, apenas se movió.
—Has tratado a Yoon Gi como si fuera un presidiario de tres al cuarto que solo aspira a ver pornografia televisada. Imagínate mi disgusto cuando, te atreves a amenazarle con idioteces. —Una máscara de oscuridad le nubló el rostro—. Mal, nene, muy pero que muy mal.
Maldición.
—Haga algo —le rogué al investigador—. Haga algo ya.
Éste se revolvió y sacó el arma pero entonces Pang Eo volvió a hablar y, con ello, desmontó cualquier posibilidad de intervención policial.
—Amiguito del cancer del pulmón. —Se refirió a él, oteando por el hueco roto de la vidriera—. Como todavía no te has muerto de un ataque de tos, quizás te apetezca apuntarte al juego de los contratitos terapéuticos y echar una mañana divertida.
Cielos. Increíble.
—¿Qué te parece si te devuelvo a este sujeto, un poco jodido pero vivo, que es lo que cuenta, y tu a cambio utilizas una pizquita de perspicacia y me entregas lo que necesito? —El ofrecimiento sonó firme a pesar haber sido formulado como pregunta—. Piénsalo bien, ancianito.
—Joder. —Kim Wo Kum echó un barrido ocular en todas direcciones, sin saber qué hacer—. Menudo hijo de puta que está hecho.
—Si dudas, te aportaré un último dato para despejarte —adivinó el agresor—. La gracia de este juego radica en que si entras aquí con intenciones diferentes o me traes algo que no es lo que quiero, me pondré tan triste que tendré que abrir por la mitad a este amiguito engominado como auto terapia contra la depresión.
Cromwell, que había vuelto en sí, rompió a llorar.
"Espléndido".
—En resumen, viene a ser que no puedo hacer nada más que aceptar. —Me sorprendió que el forense, a pesar del pánico, en vez de lanzarse en una cruzada para reducirle a la fuerza, como otro en su lugar hubiera hecho, se limitara a buscarme con la mirada—. Si no accedo, le mata —concluyó—. ¿No es así, doctora?
—Me temo que sí.
Asistió. Empezábamos a entendernos.
—Entonces entre ahí. —Las sílabas emanaron de sus labios con esfuerzo—. Pese a que nunca en la vida compartiré la locura de relación que se traen entre ustedes, no estoy tan ciego como para no entender que lo que él es desea intercambiar a Cromwell por usted.
—¡Perfecto! —Me faltó tiempo para saltar de la silla y tomar carrerilla hacia mi destino—. ¡No se va a arrepentir!
Por fin.
"No te precipites y marca normas. Usa la ventaja".
Me detuve en seco.
—Una cosa antes. —Me giré de nuevo hacia el forense—. En el momento en el que ponga un pie ahí dentro el caso vuelve a ser mío y nadie más que yo hará intervenciones o interrogatorios —aclaré—. Ni siquiera usted.
—Sí, sí, sí. —aceptó con apremio—. Será como diga pero ahora hágame el favor y vaya a estabilizar a ese chico antes de que me de un paro cardíaco y seamos dos los fallecidos.
Salí del cuarto, henchida de satisfacción y con una medio sonrisa en los labios que aumentó cuando uno de los policías me abrió la puerta de la cuatrocientos catorce y la luz verde de la cámara del techo se apagó. Aunque no lo habíamos hablado, cortar la grabación para evitar el registro de voz era todo un detalle hacia mí.
—Buenos días. —Tomé aire y entré, sin dejar de repetirme que debía moderarme porque me observaban desde el otro lado del cristal—. Veo que los ánimos están un poco revueltos esta mañana.
Un fuerte olor a desinfectantes para heridas me taponó la nariz y la penumbra excesiva, que desde fuera no había apreciado, me obligó a encender los luminosos del techo.
—Te estaba esperando, mi amor. —Pang Eo me dedicó una sonrisa de lo más espléndida que, de no conocer, se me hubiera antojado hasta sincera—. Bienvenida a mi mansión. —Trazó el perímetro con el trozo de espejo—. Me tienen a cuerpo de rey aquí metido, con más comodidades todavía que en la excelente planta de Psiquiatría lo que, sin duda, es de agradecer.
El comentario me hizo gracia pero lo disimulé y me acerqué, muy despacio. Una de las cosas que solía hacer cuando me comían los nervios era actuar de forma opuesta para que no se me fueran de control.
—¿No deberías venir a abrazarme para decirme, entre lágrimas, lo mucho que me has extrañado? —Soltó el espejo y me abrió los brazos de par en par—. ¡Ven, mi dulce amada!
— ¿Ahora te dedicas a romper el mobiliario del hospital? —ignoré la petición; solo se trataba de una ironía de las suyas—. Antes tirabas bandejas de comida y jugueteabas con los tenedores en la pared. —Señalé la vidriera con la cabeza—.Te vas superando.
—Ya sabes, me gusta innovar. —Por fin, apartó a Cromwell de un empujón y caminó hacia mí—. Si no esto no tendría gracia.
—Entiendo que otra de tus "gracias" ha sido enviarme mensajes a diario sin identificarte. —Observé por el rabillo del ojo cómo el analista,se arrastraba hasta desparecer tras la puerta; ya estaba a salvo—. Debería clavarte uno de esos trozos de espejo en la femoral para reírme un rato yo también.
—¡Ay, amor, no seas tan rencorosa! —bromeó—. Tu le diste un martillazo a Yoon Gi y, sin embargo, yo no te guardo resentimiento —me recordó—. Necesitabas un empujoncito para liberar tu esencia del todo y funcionar con cabeza y te lo di.
Cierto pero reconocerlo me daba muchísima rabia.
—Además, si Yoon Gi no hubiera muerto, dudo mucho que mi pobrecito huerfanito de pelo oxigenado te hubiera explicado la función de una piececilla bastante más lista que las demás que se había escondido la mar de bien.
De nuevo tenía razón pero eso no quitaba que hubiera utilizado mi dolor a su conveniencia semanas enteras.
—¿Qué es lo que ata a la ex señora Jung con Yoon Gi? —Como no pensaba otorgarle ni una pizca de agradecimiento pero tampoco quería demostrar mi molestia, preferí dejar los reclamos y fui a lo importante—. Da la impresión de que desea protegerle a toda costa.
—¿Proteger a quién exactamente, vida? — De pronto se inclinó sobre mi y sus ojos se alinearon con los míos, en una distancia de apenas centímetros que me dejó sin respiración—. Esa es la pregunta correcta.
A quién...
A...
Rayos.
A Yoon Gi no. De lo contrario no me estaría reformulando la cuestión.
—Mi amor, este juego tiene que ser nuestro. —Sus brazos me rodearon por la cintura y me atrajeron hacia él—. ¿Me harás caso esta vez?
"Es el momento".
—Claro, querido, pero hagamos de esto una relación equitativa —me dejé llevar—. Mi esfuerzo no es gratis.
La exigencia le hizo esbozar una pícara sonrisa. Le había agradado.
—¿Qué deseas?
A Yoon Gi, por supuesto.
—Lo sabes.
—Me excita tu valiente determinación. —Su susurro me acarició el pabellón de la oreja—. Pero no te lo va a poner nada fácil.
—No me importa.
—Así me gusta, psicóloga. Hay que saber darle el toque relativo a todo porque solo así se puede vencer.
—Sí... — conseguí contestar, apenas sin voz—. Es verdad.
—Todo tuyo entonces.
Me quedé expectante, analizando cada línea de su rostro, mientras su gesto mudaba de la despreocupación a la confusión y sus pupilas, limpias, me revisaban, incrédulo.
"¿A qué esperas?"
A nada, o a todo, o... A saber.
"Ve".
Le eché los brazos al cuello y su contacto generó en mí un intenso estremecimiento que desencadenó que todo el arsenal de emociones que creía haber perdido entre las cuatro paredes de Daegu emergieran de golpe.
—Mei... — Yoon Gi, aturdido, apenas reaccionó—. Qué...
—Por favor, déjame ayudarte. —Escondí el rostro en el azul de su pijama—. Lo entiendo todo. Todo —expliqué, atenazada ante la emoción de tenerle por fin ante mí—. Solo quiero ayudarte.
Su pecho se agitó bajo mi presión, como si le costara respirar, y me aparté en el instante en que las lágrimas le obligaban a cerrar los ojos.
—Comprendo lo que ha sucedido —seguí—. No pasa nada.
—No. —Su negativa llegó congestionada, rota—. Tu no deberías estar aquí. No quiero verte.
"No le creas".
No. Esta vez no. Dolía pero ahí seguiría.
—Pues no pienso irme. —Me puse lo más recta que pude y me inventé el orgullo que no tenía—. Tendrás que hacerte a la idea de que vuelvo a ser la terapeuta al cargo e intentar echarme con uno de tus implacables análisis de conducta, como le hiciste a Cromwell.
—No quiero hacer eso.
—Ni yo alejarme de ti.
Nos quedamos en silencio, mirándonos el uno al otro unos eternos segundos, hasta que me abrazó, en un roce fuerte pero a la vez delicado, sereno y al mismo tiempo desesperado, que me hizo perder de golpe todas las energías y desmoronarme sin remedio.
—Pensaba... —Las lágrimas me obligaron a refugiarme en su pecho—. Pensaba que estabas muerto...
—Lo siento. —El tenue susurro en que me llegaron sus palabras me hizo comprender que él también estaba llorando—. No sabes cuánto lo siento.
—Me gustaría que pudiéramos...
—Y a mí —me cortó—. Pero no se puede, Mei.
Me mordí el labio, impotente, y con los deseos teñidos de pena. ¿Qué más podía hacer?
"Solo adaptarte y esperar".
Pangeo ha vuelto a jugar sus cartas y gracias a él Mei está frente a Yoon Gi.
Pero éste mantiene su decisión de apartarla.
Se acerca la quinta sesión de terapia.
Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas.
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