Día Seis: Miedo
(Voz narrativa: Jung Kook)
Abrí los ojos y me estiré un poco. Me sentía flotar en medio de las nubes, sin poder ver con nitidez a mi alrededor y con la boca como si hubiese estado masticando cemento. Ah, rayos... Hasta notaba los músculos entumecidos y medio aletargados. ¿Cuánto tiempo había estado durmiendo? Porque había estado haciendo eso, ¿no?
Me apoyé sobre los codos y traté de incorporarme pero al hacerlo me golpeé la pierna con una barra de metal que tenía junto a mí y que no había visto, y tuve que volver a tumbarme, con un palpitante dolor en la rodilla que, contra todo pronóstico, me hizo destornillarme de la risa. Era tan genial verme como un personaje de dibujos animados... ¡Sí, sí, sí! ¡De esos que cuando se daban golpes tenían estrellitas alrededor de la cabeza y ponían los ojos en espiral! ¡Así justo estaba yo! ¡Solo me las tenía que pintar en la frente y listo!
Pero para hacerlo necesitaría pinturas para la piel. ¿Había llegado a hacer el pedido? Ay, qué cabeza la mía. ¡Se me había olvidado! Y tampoco había encargado los rollos grandes de papel que necesitaba para diseñar los mapas aéreos que tenía que hacer si quería vender sillas voladoras con las debidas garantías. Uf, vale, tenía mucho trabajo por delante y muy poco tiempo para hacerlo. Y, a todo esto, ¿dónde estaba y qué era lo que me había pasado?
Me esforcé por revisar el lugar, esta vez sin moverme. Me encontraba en una habitación que no parecía grande, una especie de almacén plagado de cajas, cubos y utensilios de limpieza, con dos armarios de latón empotrados y unos cuantos bidones grandes bajo una ventana que apenas permitía el paso de la luz. El cristal tenía mucha sociedad incrustada.
¡Madre mía! ¡Cuánta porquería! Ojalá Tae lo pudiera ver; así dejaría de quejarse de mi desorden ordenado y de mi armario diseño "todo fuera" y sabría lo que era realmente estar rodeado de caos. Aunque, por otro lado, si él estuviera aquí ni se fijaría porque andaría de un lado a otro, poseído, forcejeando con la puerta y arrojando cosas a la ventana para tratar de salir. Ay. Lástima que yo no pudiera hacerlo porque me acababa de dar cuenta de que me encontraba en una camilla y que la barra con la que me había lastimado era en realidad un soporte de goteo con una bolsa de suero conectada a la vena de mi mano.
¡Ah! Si yo... Si yo... Yo había salido huyendo del hospital, ¿verdad?
Sí, empezaba a recordar que le había metido una patada al Doctor Kim en el ascensor, antes de echar a correr avenida abajo, sorteando a las personas y a los vehículos que me salían al paso, como el Correcaminos huyendo del Coyote, y después...
Después creía haberle visto seguirme.
"Marca Hip- Kook, nuevo estilo de baile".
Vaya. ¡Pero qué difícil era hilar los sucesos con el cerebro a mil por hora, amontonando ideas, proyectos y creaciones! Tenía que patentar el Hip-Kook. Y las sillas. Y los impermeables para peces. Y el túnel de Japón. Y las plantaciones de pelo. La manguera de ketchup. Edificaciones de papel. Los sillones dispensadores de palomitas. Ah, cuánto que hacer.
La visión de unos papeles impresos tirados en mitad del suelo me hizo olvidarme por un instante de todos mis asuntos pendientes y me levanté, con cuidado de arrastrar debidamente el goteo, para recogerlos. Ya me acodaba.
"Atiende, pequeño pupilo, la vida te da una única oportunidad y hay que aprovecharla".
El eco de las palabras de Yoon Gi me martilleó la sien y me senté en el suelo. Lo había intentado, Dios sabía que lo había hecho. Había seguido sus indicaciones y habían atravesado a pie el centro de Seúl, sin dinero ni documentación alguna, hasta dar con el bloque de pisos antiguo de color gris que parecía una colmena de espejos.
Me visualicé subiendo de nuevo por las angostas escaleras, que no olían precisamente bien, para llamar a la única puerta que tenía el timbre en forma de campana, en el cuarto piso, y esperar respuesta con los ojos clavados en una de las lámparas del techo, en donde las moscas parecían estar de reunión. Menos mal que no eran avispas. Habría salido despavorido.
—¿Quién eres? —Una voz masculina, de timbre suave, se escuchó al otro lado—. Si pretendes venderme algo, mejor ni lo intentes.
—Yo... — Lo malo de seguir instrucciones a ciegas era que no sabía realmente lo que le tenía que decir, a parte de la frase que Yoon Gi me había dado y que, con los nervios, había olvidado—. ¡Hola! —decidí saludarle con alegría; la simpatía ante todo—. ¿Cómo estás, desconocido?
—Lárgate —respondió.
—Desconocido, ¿puedo saber tu nombre para que así no seas tan "desconocido"? —Me aproximé a la mirilla y pegué el ojo, con una sonrisa de oreja a oreja—. Yo soy Jung Kook, Kookie si lo prefieres, que se parece a galleta en inglés, pero no me importa porque me gustan las galletas.
Un silencio un tanto asfixiante hizo que me entraran unas ganas tremendas de ponerme a saltar. Me reprimí, claro.
—Me gustan mucho las que tienen chispas de chocolate. —Le conté, solo por romper la tensión—. También las de mantequilla, las de muñequitos de los dibujos de Pokemon y los helados, que no tienen nada que ver con el tema, pero les ponen barquillos. Y las golosinas, que, ahora que lo pienso, también se pueden meter en los helados y...
—Vete —me interrumpió—. No estoy interesado en la comida a domicilio.
Ups. ¿Y ahora qué?
—Desconocido, no te enfades.
Era consciente de que no estaba en mi mejor momento. Sonaba demasiado eufórico pero no me sentía capaz de controlarlo tan bien como lo había hecho ante el gran fefe de Psiquiatría.
—Es que no puedo irme porque... —A ver, orden mental y coherencia, vamos—. Porque... Me han dicho que venga aquí a reunirme contigo... Creo... No estoy muy seguro... Pero tengo que hablarte...
— Eso es imposible —me rebatió—. Nadie sabe que vivo aquí.
—¡Oh, es que es impresionante lo listo que es! —Volví a sonreírle a través del minúsculo cristal—. ¡Tu secreto ha sido revelado!
Sentí que algo se movía, como un sonido de retirar cerraduras y cadenas, muchas, y, por fin, la puerta se entornó pero, para mi mala suerte, no resultó como yo había esperado. Un chico rubio no muy alto, con unas facciones dulces embarradas en malas pulgas y las orejas llena de pendientes, salió a toda velocidad y levantó un bate de béisbol sobre mi cabeza.
¡Ay, Dios! Me eché hacia atrás y terminé contra la pared.
—¿Quién te lo ha dicho, eh? ¿Quién lo sabe? —Negué varias veces, ahogado en el susto, pero no me sirvió de nada porque se me puso delante y me dio unos golpecitos con el trasto ese en la sien—. Dímelo o esparzo tus sesos por el portal.
—Que no... —conseguí murmurar, a duras penas; ya hasta dudaba de que hubiera sido buena idea haber ido allí—. Solo... Es... Una manera de hablar...
Torció el gesto, nada convencido, y me visualicé en el suelo molido a palos. ¡Ay, ay!
—Sí... Es que... Es una broma para referirme a que alguien sabe que estás aquí porque yo estoy aquí. —Me reí con torpeza—. Ese es el secreto... Ese es. —El ardor de sus ojos color avellana me traspasó—. No es que sepa nada tuyo, salvo tu dirección.
—No me lo creo.
—No... Yo... No...
Levantó el palo en el aire, con energía, y la clara intención de golpearme pero, al hacerlo, me di cuenta de que estaba temblado como una hoja así que me pareció que existía la posibilidad de que él también tuviera un poco de miedo.
Miedo. ¡Miedo! ¡Eso era! ¡Ya me acordaba!
—Los monstruos se alimentan de miedo —recité las palabras de Yoon Gi, encogido y a punto punto de arrodillarme a suplicar piedad—. Los monstruos se alimentan de miedo —repetí—. He venido a decírtelo.
Me repasó de arriba abajo, con los ojos muy abiertos, y bajó el bate.
—Entra —murmuró.
Obedecí de inmediato, con el corazón encogido y hormigueos por todo el cuerpo, pero al final Woo Young, como se presentó minutos después, no resultó ser una persona tan temible, después de todo. En cuanto tomé asiento en una de las sillas del comedor me ofreció kimchi y un refresco, como si pudiera leerme la mente y supiera que llevaba un montón de horas sin probar bocado. Lo acepté, irradiando gratitud y, mientras daba buena cuenta del plato, observé cómo revisaba con minuciosidad los cerca de diez cerrojos con cadena que tenía en la puerta antes de empujar el mueble del recibidor contra ella y ponerse a inspeccionar por la ventana, a través de unos gruesos barrotes que parecían los de una cárcel.
—Tu casa es como una súper fortaleza anti secuestradores.
Observé la cámara de vigilancia que tenía en la lámpara, que se movía en todas direcciones, alucinado. Me daba que era un poquito paranoico pero, ¿quién era yo para juzgarle cuando era el primero al que se le iba la cabeza?
—¿Tienes miedo de algo?
Me devolvió una mirada extraña y se sentó en frente.
—No creo que estés aquí para que hablemos de mis fobias, J.K.
¿J.K? ¡Pero qué pasada de apelativo! J.K... Sonaba tan policial... Me encantaba. J.K, el brazo fuerte de la ley. Aaaah... Glorioso.
—¿De qué conoces a tu a Yoon Gi? —quiso saber—. ¿Eres su amigo?
—Ayudante —maticé, orgulloso—. Me llama "pupilo".
—Ah, mira tu... —Le sacó una radiografía mental a mi cara—. Debes de estar en medio de algo muy gordo para que te considere así —concluyó, y añadió—: No sé si felicitarte o darte el pésame.
—Pues... —titubeé—. Me salvó de morir.
No pareció sorprenderse. Lo mismo le tenía que dar más detalles para que se ubicara.
—Mira, yo estaba ingresado... —empecé—. Asfixiaron a mi compañero porque era el testigo de un homicidio... Había visto a dos personas en la casa del muerto y uno de ellos saltó por la ventana... Y me dijo que la habitación quince, la de Yoon Gi, era peligrosa... Y una paciente habló de que se había roto el equilibrio... —seguí, con la cabeza burbujeante de unos pensamientos que me apremiaban a expresarme cada vez con más velocidad—. Y ella intentó matarme porque yo vi lo de la bolsa de plástico... Pero entonces él le cortó las muñecas... Se armó una escena impresionante... Y el doctor Kim sospecha mucho y quiere que le cuente...
—Habla más despacio —Marcó un alto con las manos—. Me está costando entenderte.
—Sí, sí —asentí—. Como te decía, mi psiquiatra es súper elegante pero es muy turbio... Me grita, me amenaza y me persigue... —No pude evitar continuar de la misma forma; quería bajar el ritmo pero, sencillamente, no podía—. Y mi amiga en la salud y en la enfermedad está de viaje... Ella se va a casar con Yoon Gi o eso creo... Pero a Jimin no le hace gracia... Él es muy simpático y es todo un héroe porque fue capaz de clavarse una cuchilla en la mano así... — Imité el gesto con el dedo—. ¡Bum!... Pero es amigo del Doctor "Malas pulgas" y de Tae... ¡De Tae!
—J.K, no sé quién es ese médico ni tampoco Tae.
—Y tengo Trastorno Bipolar... ¡Bipolar! ¡Y hago inventos locos! ¡Muy locos! —En ese momento, no supe ni cómo, mi estado de ánimo cambió y rompí a llorar—. Estoy muy mal... —gimoteé—. A veces me da por querer morirme y otras soy optimista en exceso... Y no tengo pastillas... No tengo... ¡No tengo medicación y me voy a tirar por un puente!
Me dejé caer sobre la mesa y escondí la cabeza en el hueco de los brazos. No era la primera vez que me ocurría eso de cambiar de golpe de un estado al otro y era la peor sensación del mundo. Mei lo llamaba Disforia y me había explicado que era el signo de alarma que me avisaba de que estaba a punto de entrar en un "Episodio Mixto", a mi juicio, el peor de los tres posibles porque se mezclaban los síntomas maníacos con los depresivos al mismo tiempo y la sensación de inestabilidad era absoluta.
—J. K. —Woo Young trató de hablarme pero negué con la cabeza; no quería escuchar nada, solo ahogarme en llanto—. Oye, mira que...
—¡No, no, no! ¡No trates de consolarme porque no hay nada que puedas hacer! —La nariz se me taponó y me subió un fuerte dolor de cabeza—. Tengo mucho miedo y estoy cansado, muy cansado. Yoon Gi me dijo que podrías ayudarme pero en realidad no puedes. Nadie puede.
—Eso mismo pensaba yo hace mucho tiempo.
No me esperaba esa clase de respuesta así que levanté la vista, confundido. ¿En serio?
—Tuve la mala suerte de vivir algo muy fuerte que rompió mi mundo y mi estabilidad en trocitos tan pequeños que pensé que nunca podría recomponerlos.
Me erguí a duras penas y concentré mi atención sobre él.
—Yo no soy como Yoon Gi —continuó—. No tengo su facilidad para sacarme de la manga consejos magistrales que darte pero sí puedo decirte lo que él me dijo a mí en ese momento. —Me sonrió y yo asentí, con interés—. Hay que saber escuchar a nuestro miedo y aceptarlo para aprender de él y hacernos más fuertes.
¿Eh?
—No lo entiendo muy bien. —Me rasqué el cogote, con cara de bobo—. Perdón pero, ¿a qué se refiere?
—Yo lo descubrí en su momento así que seguro que tu también lo harás. —Me guiñó el ojo antes de añadir, con una media sonrisa—: No en balde ostentas el cargo de "pupilo", J. K.
—¡Tu también! —De repente lo vi todo claro y me levanté de un salto, revitalizado—. ¡Tu también lo eres! ¿Verdad? ¿Verdad? ? ¿Verdad?
—No sabría decirte. —Se encogió de hombros—. Yoon Gi y yo tenemos una especie de deuda mutua por una cuestión que ocurrió en el instituto.
—¿Y qué fue? —Sabía que era de mala educación preguntarlo pero no pude evitarlo—. ¿Qué pasó?
—No te lo puedo contar. — Se llevó un dedo a los labios y los repasó, como el cierre de una cremallera—. Hablar a veces solo trae problemas, ya lo sabes.
Sí, claro. Por eso mismo yo tampoco lo hacía.
—Y ahora dime, J.K, ¿por qué estás aquí?
—Porque quiero desaparecer e irme a Japón.
—Claro. —Cualquiera se hubiera extrañado o reído ante mi ocurrencia pero él, desde luego, estaba hecho de una pasta muy diferente porque asintió, con suma seriedad, para a continuación levantarse e ir directo al ordenador—. Vamos a ver qué se puede hacer.
Se perdió en el teclado a toda velocidad, entre cientos de códigos y páginas, y yo me quedé extasiado sin entender absolutamente nada hasta que, dos horas y media más tarde, me alargó un billete de avión impreso con destino Tokyo en vuelo nocturno y me enseñó en el monitor lo que parecía ser mi nuevo pasaporte y mi identificación como ciudadano de la República, ambos digitalizados y con nombre falso, que había hecho usando como base... ¡Los míos reales!
—¡Es alucinante! —Simulé una reverencia con un imaginario sombrero en la mano—. ¡Y tu eres un genio! ¡Un genio!
—Solo soy un simple hacker —me corrigió, en voz baja—. Canalicé mi miedo espiando redes para estar preparado y, aunque sé que no suena para nada ético y aún menos honesto, hacerlo fue lo que me permitió desarrollarme como persona y ser más o menos normal. —Sus pupilas me buscaron por el rabillo del ojo—. Ahora solo tienes que asegurarte de llegar al aeropuerto.
—¡Oh, claro! ¡Claro! ¡Te doy mi palabra de que lo haré!
Sin embargo, la suerte no debía de tener muchas ganas de que me mudara a Tokyo porque, al abandonar la casa, sentí una presencia extraña a mi alrededor, pese a que la calle estaba medio desierta y que nadie caminaba cerca de mí.
Al principio le di mucha importancia y me puse a cantar para distraerme; cuando entraba en fases mixtas era habitual que me diera por activar mi modo "desconfianza absoluta" y empezaba a ver cosas donde no las había. Aguanté quince minutos hasta que el sonido continuo de pasos detrás me hicieron echar a correr, aprovechando los últimos instantes de un semáforo en verde, y cruzar al otro lado.
No vi el coche. De hecho, hasta podría jurar que apareció de la nada y que aceleró en vez de frenar pero, fuera como fuera, el caso fue que terminé de bruces contra el asfalto, con un palpitante dolor en la cara, mareado y sin poder ver más allá de esos faros cegadores que se detuvieron. Y después...
Después nada. Ahí estaba, en ese almacén con el billete que me había dado Woo Young en la mano, a punto de estallar en lágrimas y con la idea de morirme de nuevo en la cabeza. Había muchas maneras en las que podía ponerle fin a todo pero, como estaba encerrado, suponía que ahorcarme o tomarme los químicos de limpieza serían las únicas factibles.
No. Calma. ¡Calma! Solo pensaba así porque estaba descompensado, nada más. Yo, en realidad, no quería hacerlo. Stop. Tapón. Topo. Tope. El topo está a tope en el stop. ¡Genial! ¡Qué hermosa era la vida!
Ay...
De verdad, estaba fatal. Necesitaba a Mei con urgencia. O a Yoon Gi.
"Hay que saber escuchar a nuestro miedo y aceptarlo para aprender de él y hacernos más fuertes".
Fácil de hacer y difícil de decir. ¿Eh? No, al revés. Fácil de decir y difícil de hacer. O no. Igual no.
Repasé con la mirada la ventana, los armarios, las cajas, los bidones y el goteo médico y, sin darme ni cuenta, me descubrí con la vía arrancada, subido encima de aquellos botes con el palo de una escoba en la mano y la intención de golpear el cristal.
Un golpe. Dos. Tres. Cuatro. ¡Más fuerte! Cinco. Seis. No cedía. ¿Por qué? No le estaba dando con la suficiente fuerza. Venga. ¡Siete! ¡Ocho! Nada. Ni una muesca. Uf. Cogí más impulso pero al hacerlo perdí el equilibro y terminé cayendo sobre los bidones, haciéndolos rodar. Uno de ellos se abrió y un líquido aceitoso se vertió y me manchó las manos con algo parecido al insecticida.
¡Vaya por Dios!
Los recogí como pude y, cuando levanté el último, localicé algo marrón, mojado y con una pinta nauseabunda. Parecía una especie de piedra llena de moho. Le di con el palo de la escoba para girarla y verla mejor. No era una piedra. Era... Era... ¡Un cráneo! ¡Un cráneo de una persona! Tenía restos de cabello y ese musgo era piel... Y... ¿Eso había salido del recipiente?
Abrí otro de los bidones. Un olor a putrefacción se me coló por la nariz y me obligó a cerrarlo.
¡Ay, mi madre! ¡Auxilio!
Unos pasos sobre mi cabeza me avisaron de que alguien estaba en el piso de arriba. Me eché a temblar. Y, ¿ahora qué?
"Escuchar a nuestro miedo".
Vale. Corrí a uno de los armarios en busca de trapos para limpiar el suelo, coloqué todos los botes, cráneo incluido, en su lugar, dejé la escoba contra la pared y me senté en la camilla para conectarme de nuevo la vía.
En el hospital Yoon Gi me había enseñado la importancia de saber fingir para conseguir que las personas se movieran en la dirección deseada. Solo tenía que seguir haciéndolo y todo iría bien. Iría bien.
Me tumbé y respiré profundo.
La puerta se abrió.
Cerré los ojos.
Yoon Gi dijo en una ocasión que había que escuchar el miedo, aceptarlo y aprender de él para hacernos más fuertes.
Las historias se tienden a repetir.
Años atrás fue el turno de Woo Young.
Ahora es el de Jung Kook.
Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas.
N/A:
- Hay dos tipos de Trastorno Bipolar (Tipo 1 y Tipo 2) y, dentro de éstos, tres tipos de episodios de síntomas (episodio maniaco o hipomaniaco, episodio depresivo y episodios mixtos). hasta le momento habíamos visto a Jung Kook en episodio maniaco todo el tiempo; en este capítulo sus síntomas van cambiando y oscilando, como seguro se han dado cuenta. Como el tema da para mucho, en los próximos voy a subir un anexo en Detrás de Disociativo para explicar a Jung Kook en profundidad.
- Disforia: estado de ánimo que se caracteriza por estar alegre y triste al mismo tiempo, o alegre y enfadado a la vez.
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