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Día Ocho: Duelo

Corrí escaleras abajo, saltándome los peldaños con ayuda de la barandilla, cuidando, eso sí, de examinar con detenimiento el ambiente de los recibidores por los que pasaba. En el tercer piso una mujer con el brazo vendado y cara de malas pulgas observó con desaprobación el salto que di para evitar llevármela por delante. En el segundo me interpuse en medio de una pareja que estaba a punto de darse un abrazo en los escalones y en la primera un par de operarios de mantenimiento, que se encontraban arreglando unos cables del comando de luz, me indicaron que mi compañero se acababa de perder por el pasillo de la entreplanta. Era un área de Medicina Interna cercana a la zona donde estaba ingresada Sun Shee, plagada de habitaciones en desuso que la Dirección del hospital planeaba reformar.

Avancé por entre los goteos apelotonados y las sillas de ruedas, conteniendo el aliento. Abrí una de las habitaciones, con cuidado, y me encontré una cama, sin sábanas y sin cabecero y fui a por la siguiente. Nada; aquello era peor que un cementerio abandonado y, pese a que los luminosos del techo estaban prendidos y no había nada de especial allí, un escalofrío me recorrió por la espalda. Jin... Qué demonios...

Me hice un ovillo con la tela de la bata e imprimí más ritmo a los pasos. Atravesé el control, desierto y con una pila de papeles y etiquetas acumuladas en el mostrador, empujé tres puertas más y, ya estaba por entrar en la cuarta, cuando su desquiciado eco me llegó, por fin, desde en fondo.

—¡Me lo vas a decir! ¡Por tu vida que lo vas a hacer!

Los gemidos ahogados y el golpe sordo que retumbó a continuación me hicieron salir despedida hacia delante, chirriando contra el piso las suelas de goma de las zapatillas. ¡No! ¡No, no, no! ¡Seok Jin, maldita sea!

"Va a ser interesante comprobar las barbaridades de las que presume el amigo".

Llegué a los ascensores, congestionada, y busqué el número de Kim Wo Kum. Un tono. Por Dios, ¡que respondiera! Dos. Las exclamaciones propias de un forcejeo me llegaron, cercanas, y me asomé por el hueco entre los elevadores. Tres. Allí estaba mi compañero, hecho una auténtica furia, con Jimin asido del cuello contra la pared metálica, inmovilizado por la falta de aire. ¡Mierda!

—Jin... —murmuré, despacio—. Jin...

No me respondió. Estaba ido. Completamente ido. Cinco.

—Ocultaste las pruebas, ¿verdad? —Le zarandeó y la estructura de atrás vibró salvajemente—. ¿Lo hiciste? ¿Enterraste tu a mi hermana? —insistió, en una mezcla de amenaza y ansiedad—. ¡Dímelo!

Jimin, que evidentemente no podía contestarle por la presión que debía de tener en la garganta, se replegó y dio un par de bandazos con las piernas pero solo consiguió que su agresor le apretara aún más fuerte.

—¡Responde, maldito! ¡Responde!

Seis tonos y la llamada se cortó. Dios; ¿por qué el forense no me cogía el teléfono?

Revisé a mi alrededor, desesperada por encontrar algo de utilidad para frenar aquella locura pero allí no había nada. Estábamos en una zona aislada sin más mobiliario que las sillas de plástico de una pequeña recepción llena de polvo. Era, desde luego, un lugar perfecto para hacer cualquier cosa.

"Lugar perfecto para que le enseñe a comportarse ".

Me mordí el labio, presa del desasosiego. No. Ahora no podía permitirme algo así.

"Déjame hacerlo. Se lo merece."

Ignoré la petición y volví a mirar en el móvil, esta vez en busca de la conversación del Talk para ver el número que Pang Eo había estado utilizando para comunicarse conmigo. Lo marqué pero me saltó el buzón.

"Soy la Doctora Eun" opté por escribir. Quería creer que la línea estaba ocupada y el que el que fuera que la estuviera usando lo vería al colgar y daría el aviso correspondiente. "Estoy en el entronque de ascensores de la primera planta y necesito ayuda urgente. Es sobre el caso Daegu".

—¡Te dio igual mi infierno! ¡Te dio igual todo! —Los gritos me hicieron levantar la cabeza de la pantalla—. El culo de tu hermano era lo único que tu enferma mente podía ver, ¿no es así, escoria de mierda?

—Oye, Jin... —Volví a llamarle; estaba claro que en su estado hacerle razonar sería materia imposible pero al menos esperaba poder distraerle hasta que alguien apareciera—. Entiendo que estés enfadado y rabioso pero...

—¡No! —me cortó, sin apartar su enfiebrecida mirada de Jimin—. ¡Tu no entiendes ni una mierda, Mei! ¡Nunca lo has hecho! ¡Solo te importan los Min y a los demás que nos jodan! ¡Que nos jodan!

—Eso no es cierto.

No replicó. Se había centrado de nuevo en su víctima y el mundo había vuelto a desaparecer.

—¡Mira esto! —Rebuscó en el bolsillo el teléfono y se lo plantó antes los amarronados ojos que le observaban llorosos y completamente inhibidos—. ¡Míralo bien! —Le soltó para agarrarle de la cabeza y pegársela a la pantalla—. ¿Lo ves, hijo de puta? ¿Sabes lo que es? ¿Lo sabes?

El agredido rompió a llorar y asintió, temeroso, y la repentina confesión me revolvió las tripas. ¡No, cielos, no!

—¡Me has jodido cinco años de vida! —La dureza de Seok Jin se me antojó amarga y cargada de decepción—. Tu hermano le cortó la cabeza a una niña de diecisiete años que no había hecho nada malo y tu todavía tuviste los huevos de borrar las huellas y las pistas para que no la pudiéramos encontrar. —La rabia le rezumó por los cuatro costados—. Cinco años. Maldito seas, Min Jimin. — Éste se cubrió la cara entre las manos—. ¡Cinco putos años de mierda y llanto por tu culpa!

—En ese momento... —La respuesta llegó entre hipos—. No sabía qué hacer... Tenía quince años y no sabía... Yo... Yo... Perdón... Perdón...

Poco faltó para caerme al suelo por el impacto. Entonces...

"No quiero que me defiendas sino que te ciñas a la realidad. No me gustaría ver cómo quemas tu salud emocional esforzándote por algo que no tiene más vuelta de hoja".

No, no podía ser. ¡No podía ser! ¡Lo estaba escuchando de primera mano y aún así no me lo podía creer! No. Mi cabeza se negaba a procesarlo.

—Sé que soy un monstruo por lo que hice. —Jimin se sorbió la nariz, entre hipos, y el sonido de sus lágrimas acompañó mi propio amargor—. No hay día en el que no lo sienta.

—¡No me jodas, Min Jimin! —Seok Jin, desde luego, no parecía tener intención de dejarse convencer—. ¿Te piensas que soy imbécil? ¿Eso te piensas?

El menor guardó silencio y se deslizó por la pared como un peso muerto hasta acabar en el frío y polvoriento suelo, al borde de convulsionar y ajeno a la estrechez del espacio.

—¡Le cortó la cabeza, tu la escondiste y volviste a hacer lo mismo al menos dos veces más! —repitió, con énfasis—. ¡Cinco años mintiéndonos a todos! ¡Cinco! —De repente, se hurgó en el bolsillo del pantalón y se me saltaron todas las alarmas—. ¡Mi mierda empezó por culpa de los putos traumas de tu hermano con las bolsas de los cojones! ¡Y pagó por ello! ¡Oh, sí, pagó muy bien!

—Mi hermano estaba enfermo. —El cabello rubio se agitó en una decidida e insistente negativa—. Tu no sabes lo que tuvimos que pasar de niños. Yoon Gi era una persona maravillosa, inteligente y considerada pero mi padre le destrozó la mente y le convirtió en una sombra de él. Toda la culpa fue de mi padre.

—¡Que su vida fuera una mierda no es excusa! —Seok Jin golpeó la pared de metal con tanta rabia que se lastimó los nudillos y un hilo de sangre quedó en la superficie—. ¡No lo es!

Me agarré al pilar que marcaba el inicio del estrechamiento, preparada para intervenir. Aquello no tenía pinta de terminar muy bien.

—¿Y en tu caso sí puede serlo?

Jimin levantó, por fin, la mirada. Su rostro estaba empapado en lágrimas pero volvía a mostrar esa expresión opaca que tan fuerte le hacía y que tan pocas veces se permitía sacar.

—Para poder vengarte de Yoon Gi a gusto sí que valió todo —continuó, mucho más sereno que segundos antes—. Mi padrastro lo valía. Ese testigo también y...

—¡No te atrevas a...!

—¿A qué? —le interrumpió—. ¿A insistir en lo que sabes que es verdad?

—¡Maldito hijo de puta!

Apenas alcancé a ver el plástico. Cuando me quise dar cuenta, Seok Jin ya se le había echado encima y le había cubierto la cabeza con una bolsa que se había sacado del bolsillo.

—¡Ya estoy harto de todo! —Comenzó a asfixiarle—. ¡Harto!

Corrí hacia ellos y traté de tirar de él agarrándole de la ropa. No me sirvió de modo que me interpuse en medio, como pude, y le así de ambos brazos pero estaba tan rabioso que no solo no logré que lo soltara sino que además me propinó un codazo en el pecho que me cortó hasta la respiración.

La vista se me nubló y me replegué sobre mí misma, presa de unos pinchazos que se multiplicaron hasta el abdomen. Mi voz disociada se carcajeó, irónica, y cuando volví en mí ya me encontraba de pie ante el viejo banco de sillas, desmontado, y tenía entre las manos la barra metálica que servía de apoyo para los asientos.

—¿Qué se siente, eh? —Alcancé a escuchar a mi compañero de fondo; estaba sudando a raudales y su cara era la viva expresión de la locura—. ¿Te gusta el estilo sádico de tu hermanito? Te gusta, ¿verdad?

Jimin trató de romper el plástico, sin éxito, antes de comenzar a dar patadas, codazos y a moverse desenfrenadamente para liberarse, momento que aproveché para acercarme a su agresor y levantar mi improvisada arma sobre su cabeza.

Un par de golpes serían suficientes para dejarle fuera de combate, ¿no? Solo dos. Solo dos.

"Dale cinco. Mátale".

Pero no quería hacerlo.

"Hazlo".

Cogí impulso y descargué la barra pero no alcancé ni a rozarle. Una silueta amarilla apareció por el lado contrario al mío y le empujó contra la pared con una inusitada violencia, obligándole a soltar a su presa y a terminar de bocas contra la pared.

Bajé el hierro. Jimin se arrancó la bolsa y sus mejillas, rojas por el esfuerzo, respiraron exhaustas y aturdidas, mirando en todas las direcciones con cara de angustia.

—¿Qué estás haciendo, estúpido hermanito? —Reconocí al instante el cabello castaño y los ademanes que tanto me habían recordado a Yoon Gi—. ¿Es que quieres meterte en un lío o qué es lo que te pasa?

—Mierda, Hoseok, mierda...

Jin se limpió la nariz con la bata. El golpe había sido tan fuerte que le había producido una abundante hemorragia.

—¡Estoy en mi puto derecho! ¡Quítate del medio y no te atrevas impedírmelo! ¡No te atrevas!

Hoseok no le hizo caso y se dirigió hacia donde estaba Jimin, que le observaba sin moverse del sitio, boquiabierto.

—No lo entiendes pero esta no es la manera —dijo, imperturbable—. Y menos ahora.

—Eres un traidor de mierda. —Seok Jin, con la mano ensangrentada cubriéndose cara, se le aproximó como un pavo en un cortejo—. Mucho discursito sobre justicia y pérdidas mutuas pero a la hora de la verdad te largas con tu amiguito de la infancia —censuró, y añadió—: Debí imaginármelo.

—No seas idiota. —El aludido apretó los puños, tenso a más no poder—. Siempre te he apoyado y lo sabes, pero no voy a secundar que le hagas daño a mi... — Se interrumpió, dubitativo, y buscó aclarase la garganta—. A nadie. — Y completó—: No secundo que le hagas daño a nadie.

"Mi niño... Mi ángel".

Ya lo entendía. Si me quedaba alguna duda, se acaba de disipar.

—¡Vete a la mierda! —Como era de esperar, Jin no se tomó nada bien la explicación—. ¡Traidor!

La respuesta le llegó en forma de puñetazo, uno enorme e inesperado que le hizo desplomarse de rodillas de inmediato, mareado y jadeando de dolor.

—Traidor... Eres un traidor... Hoseok... Traidor...

Dios mío. ¿Todavía le quedaban fuerzas para seguir insistiendo?

—Me las vas a pagar... Te lo juro...

El aludido le observó desde lo alto unos instantes. Jimin se levantó, mudo de espanto. Yo, por mi parte, me arrodillé junto a él, sin tocarle.

—Seok Jin... —susurré—. Te estás comportando así porque estás reviviendo el duelo de tu hermana que nunca has podido cerrar. Estás en la fase de ira, ¿no te das cuenta?

—Mei... Mei... Por qué... —Mi señalamiento le hizo devolverme una expresión llorosa—. Por qué la mató así... Por qué lo hizo... Shin Hye... Shin Hye...

—No siempre tenemos una respuesta a las desgracias que nos ocurren. — Le rocé el brazo, con todo el cariño que pude reunir—. Ojalá todo funcionara por lógica... Sería más fácil...

Jin asintió levemente y escondió la cabeza en mi hombro, repentinamente abatido, y yo aproveché para pasarle la mano por la espalda empapada en sudor y sujetarle hasta que el inconfundible sonido de unos pasos me llevó a alzar la vista hacia el fondo del pasillo. Distinguí la silueta encorvada de Kim Wo Kum con tres hombres detrás de él y liberé, por fin, todo el aire de los pulmones. Ya era hora.

—Esto no se va a quedar así. —Seok Jin echó un vistazo al investigador y a continuación se dirigió a los dos chicos que, de pie frente a nosotros, lucían como si de estatuas se tratara—. No se va a quedar así.

Hoseok le dedicó una gélida e inexpresiva mirada.

—Eso ya lo veremos, hermanito.

Seok Jin ha perdido del todo el control y Hoseok ha dado, por fin, la cara.
Jimin ha confesado su participación.
Y, en medio de todo, Mei se lo sigue sin poder creer.

Te espero en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

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