Día Ocho: Compañeros de vida
"Muestra orgullo".
¿Para qué? Total, daba lo mismo lo que yo...
No, un momento. ¡Un momento! Me había desvivido por él, ¿no? ¡Sí, claro que sí! Le había dado lo mejor de mí tanto a nivel personal como profesional, había aceptado su pasado y sus acciones incondicionalmente y, además, me había preocupado por enseñarle a controlar los síntomas de la mejor forma que había podido. Y, sin embargo, él se aliaba con Kim Wo Kum, al que, por cierto, creía haberle dejado claro que todo lo que se refiriera a Yoon Gi tenía que pasar antes por mí, y organizaban un traslado a mis espaldas para apartarme del todo.
¿Qué significaba eso? ¿Que yo estaba pintada en una pared y mi opinión no contaba o qué?
"La ira te proteger del dolor".
—Has aceptado un ingreso sin hablar primero conmigo. —Mis ojos, medio llorosos, se posaron en los suyos, con un renovado tinte de molestia—. Son los terapeutas los que deciden el destino al alta y no los pacientes ni los forenses.
Como era de esperar, mi alusión le hizo torcer el gesto.
—Yo no soy tu paciente —me remarcó—. No lo soy.
—A lo mejor ese ha sido tu maldito problema todo el tiempo. —No quería hablarle así pero ya no podía reprimir mi enorme frustración; ya no, ¡ya estaba hasta las narices de tantas trabas!—. Nunca has sido capaz de aceptar la línea que tendría que habernos separado porque te crees por encima del bien y del mal y no admites que en esta vida existen roles que nos diferencian y normas que deben seguirse para evitar entrar en situaciones incómodas.
—Espera, espera. —Yoon Gi parpadeó, incrédulo; le había dado donde más le escocía—. ¿Roles? Y, ¿normas? —repitió, ofendido—. ¿Acaso me estás diciendo que estar conmigo fue incómodo?
—Fue raro —continué por la misma línea.
—¿Raro?
—Sí. —No, ni mucho menos, pero el enfado hablaba por mí y no podía pararlo—. Y tu también lo sabes —sentencié—. No entiendo por qué te sorprende ahora que lo diga.
—Es estupendo que menciones la palabra "entender". —Se mordió el carrillo y sus ojos se oscurecieron, enojados—. Porque yo tampoco entiendo algunas de las cosas que haces.
—¿Cómo cuáles? —me atreví a retarle—. A ver, di.
—Como el hecho de que ese compañero tuyo, Seok como se llame, haya estado entrando en tu casa cada vez que le ha dado la gana.
¿Ah? Pero qué...
—¿Y tu cómo sabes eso?
—Me lo ha dicho el investigador.
¡Diablos! Me revolví en el asiento, nerviosa y a la vez furiosa. ¿Es que había alguna maldita cosa que no supiera?
—Y encima de que ha estado metido en tu apartamento, a sus anchas, cuando se pone dramático también tienes que salir corriendo y dedicarle tu tiempo, ¿no? —Movió los brazos en el aire, como si enmarcara un eslogan publicitario y su tono de ironía me irritó a más no poder—. Doctora Eun: Servicio de amistad veinticuatro horas.
—Lo que yo haga no es asunto tuyo —respondí, cortante—. Y mi relación con Jin, por descontado, tampoco lo es.
—Lo mismo va para ti entonces. —Se cruzó de brazos y me observó con un gesto de lo más arisco—. Tampoco es asunto tuyo a dónde decida irme.
Maldita sea. ¡Maldita sea! Era imposible con él. Imposible.
—Perfecto. —Me levanté y me dirigí a grandes zancadas hacia la puerta, atacada de una mezcla de ansiedad y rabia contenida—. Adiós.
—Que te vaya bien.
¿Que me fuera bien? ¡Uf! Tiré del pomo con todas mis fuerzas y él, todo orgulloso, me dio la espalda para a continuación largarse a la bandeja de comida, canturreando una especie de rap que hizo que me entraran ganas de volverme y tirarle el zapato a la cabeza.
—¡Mañana no vengo! —le advertí desde el pasillo.
—Ah, pero si sigues aquí... —Ladeó la cabeza, lo justo para revisarme por el rabillo del ojo, con sorna—. Date prisa. Todavía puedes ir a visitar a tu amigo detenido y así le haces compañía.
Le respondí con el portazo más furioso que pude, tanto que hasta me hice daño en la mano al apretar el agarre pero, por desgracia, la ira me duró demasiado poco. En cuanto me vi sola en medio del vacío y frío corredor, con las escasas esperanzas que me había reservado hechas añicos, el llanto se apoderó de mí.
—¡Oh, Señorita Eun! —Mis sollozos provocaron que la auxiliar percibiera mi presencia y se acercara con el ceño preocupado y una caja de pañuelos entre las manos—. ¿Qué le sucede? —Me ofreció uno pero me apresuré a rechazarlo y rebusqué en los bolsillos de la mochila la llave de la salida—. ¿No se encuentra bien? ¿Necesita alguna cosa?
—No es nada —mentí—. Es solo cansancio acumulado.
—Esas vacaciones se están haciendo cada vez más necesarias —recordó nuestra breve conversación—. Ya le dije que a su edad la vida debe disfrutarse.
—Gracias por el consejo —me forcé a sonreír—. Intentaré seguirlo a partir de ahora.
Abandoné la pose de normalidad cuando salí de infecciosos. Con la visión borrosa y un dolor inmenso, atravesé el sótano y dejé a la izquierda la morgue antes de entrar en las cocinas, perfectamente limpias y oscuras, en busca de la puerta que daba acceso a la calle por el patio de las basuras. Quería evitar pasar por la recepción; la posibilidad de cruzarme con alguien en mi estado no era precisamente lo más deseable.
Descorrí las cortinas pegajosas que cubrían el portón y me asomé por el ventanuco transparente. Tal y como el investigador había predicho, estaba lloviendo a mares pero, aún sin paraguas, no estaba dispuesta a soportar ni un segundo más el ambiente vacío y apagado del hospital. Sin pensármelo, accioné la palanca de apertura y dejé que el implacable viento me azotara en la cara, apartándome las lágrimas de un plumazo mientras las tonalidades amarillas de los relámpagos me obligaban a levantar la vista hacia el cielo. Lucía encapotado, completamente negro, protestando atronador como si el mundo se fuera a acabar.
Tokyo. Maldita sea. Le iban a ingresar en Tokyo. Casi prefería la cárcel. Era menos restrictiva, estaba mucho más cerca y quizás allí yo...
—Te advertí que no sería fácil, amor.
La frase, hueca, retumbó en medio del silencio y me hizo volverme en el instante en el que detecté una sombra recortarse a mi espalda y sentarse sobre una de las encimeras.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —logré preguntar, todavía ahogada por la presión de las lágrimas.
—Me apasiona la devoción con la que este hospital cuida y vela por la seguridad de sus ingresados. —Pang Eo agitó distraídamente el manojo de llaves que le colgaban del cuello y me sonrió—. Es solo comparable al esfuerzo y profesionalidad del eficaz y competente personal, siempre desviviéndose, siempre atentos y siempre preparados.
Ya. Razón no le faltaba. Aquella mujer y su amigo policía debían de seguir a lo suyo y ni cuenta se habían dado de que se les había escapado el único paciente que precisamente debían custodiar.
—Entiendo que si no te fugas es porque no quieres. —La verdad, siempre me había intrigado que una mente como la suya, planificadora y perspicaz, hubiera dejado pasar de largo tantas oportunidades—. Puedes hacerlo y, sin embargo...
—Si lo hiciera no tendría gracia. —Una mueca irónica se le dibujó entonces en los labios—. Además, mi amor, sabes que detesto que me confundan. —Dio un salto y se plantó ante mí—. Es tan molesto que no puedo dejarlo pasar.
Entendía que se refería a su "arte", claro.
—Sobre eso... —Su proximidad me hizo titubear y me di un zape mental; no podía permitirme lucir nerviosa ahora—. Todo está a punto de aclararse. —Mi anuncio le hizo ladear la cabeza, interrogante, y proseguí—. Jimin será procesado por interferir en tus obras y estamos a la espera de que de Seok Jin confiese en lo referente a Yarek Seong.
Su denso silencio, opaco, me hizo comprender al instante que algo faltaba. ¡Diablos!
—¿No es eso lo que querías? —Me lancé en busca de una respuesta, sabedora de que su tendencia juguetona no me lo diría a las claras—. Que los dos pagaran por su torpeza y por inmiscuirse.
—¿Yo quería eso? —me devolvió la pregunta—. ¿En serio, psicóloga?
La apreciación me dejó en suspenso, sin saber qué contestar y con una desagradable sensación de fracaso y de ineptitud personal.
—Llévame ante el amiguito narcisete. —Se inclinó hasta que sus ojos se alienaron con los míos—. Es momento de que me lo dejes a mí.
¿Eh? ¿Cómo? No. No, no, no.
—No encuentro un motivo para hacerlo. —Eché mano de todo mi valor para negarme—. Me pediste ayuda así que las cosas se seguirán haciendo a mi modo.
—Ah, caramba. —Se echó a reír, con ganas—. Eres realmente fascinante, amor. —Me agarró la mano y se la colocó a la altura del pecho—. Es sumamente estimulante encontrarme con alguien como tu, que no teme retarme pese a que sabe lo que hago.
—Todavía me necesitas.
El gesto se le tornó turbio, profundo y oscuro, muy oscuro, y el instinto me hizo intentar retroceder pero me sujetó de los brazos y me lo impidió.
—Haz lo que te pido, psicóloga.
—No sé si pueda. —Aguanté la respiración; mierda; ¿por qué mi disociación se había esfumado cuando más falta me hacía?—. Está en el juzgado, custodiado, y...
—Solo hazlo —me cortó—. Hazlo. —Sentí que la saliva me raspaba en la garganta pero lo disimulé y él siguió hablando, en una amenaza velada—. Por cierto, ¿qué te parecieron mis fotos?
Sus... ¿Sus fotos?
—Tengo debilidad por imprimar cada centímetro de piel y vísceras de mis pequeños muñequitos y acumularlos para la posteridad. —Me guiñó el ojo, con teatralidad—. Me tomo mi trabajo muy en serio.
Qué rayos...
—¿Hablas de las imágenes que se quemaron en el sótano?
—Ah, de veras —susurró, y el poco espacio que quedaba entre nuestros cuerpos se redujo—.mFue una terrible fatalidad que toda mi colección se perdiera de esa manera tan poco épica. —El calor de sus labios me acarició la punta de la nariz—l Ahora tu eres la única persona que sabe lo que hice. Qué cosas...
No me hizo falta mucho más para entender que la conversación no había girado así aleatoriamente. A pesar de su aparente despreocupación y casualidad, algo me estaba queriendo dar a entender.
—¿Todas esas personas? —Me interesé entonces, sin atreverme a completar la frase. Me daba demasiada angustia confirmar la autoría—. ¿Todas?
—Todas.
¡Ay, cielos! Cuarenta y tres víctimas. Cuarenta y tres. ¡Cielos! Eran demasiadas como para considerarlas un acto de defensa y, sin embargo, Pang Eo no era un perfil que se moviera sin una razón.
—¿Cómo las... ? —Me detuve para respirar hondo—. ¿Cómo las elegiste?
Su roce descendió y me rodeó la comisura de la boca pero me forcé a mantenerme rígida. Por mucho que lo deseara, si algo tenía claro era que no podía permitirme flaquear ante él.
—Usa esa brillantez que tanto me excita y dímelo tu.
Cerré los ojos unos minutos para poder abstraerme del contacto y concentrarme en lo importante.
Por qué lo hacía. Por qué mataba. Por qué.
"Los juicios no son finales sino comienzos. El comienzo que otorga la muerte, para que podamos reiniciarnos y comportarnos como las buenas personas que Dios desea que seamos".
—Algo hicieron. —Las palabra emergieron solas, con vida propia, y él asintió, visiblemente satisfecho—. Es una condena hacia malos actos que realizaron psicópatas como tu padre.
—Sabía que tu no me decepcionarías, amor.
De modo que era así. Después de tanto tiempo hablando de arte resultaba que el motivo era mucho más profundo y había estado ante mis narices desde el día de la primera exposición. Desde el día de su nacimiento.
—Emergiste del trauma de Yoon Gi y es su causa es la que te mueve. Te deshaces de los que dañan y asesinan a los...
No alcancé a terminar. De repente me soltó, se tambaleó hacia atrás y buscó el soporte de la encimera. Se estaba mareando.
—No eres nadie —murmuró, en una creciente hiperventilación—. Solo soy yo. Solo yo.
Yoon Gi.
Estaba siendo consciente de nuevo y escucharle de esa forma me estrujó el corazón. No olvidaba que la última vez que le había pasado había terminado con unas tijeras clavadas en el estómago.
—Mi querido Yoon Gi... —Pang Eo le respondió con una carcajada seca—. Ya va siendo hora de que asumas que, te guste o no, yo siempre estaré aquí.
Comenzó a sollozar y se apretó las sienes, como si no pudiera soportar el sonido de su propia voz, y yo me acerqué y le toqué en el hombro, con el máximo de los cuidados. En aquellos delicados momentos un contacto del exterior podía ser la solución pero también podía aturdirle todavía más.
—Yoon Gi —intenté centrarle—. Acéptale. Es lo único que hará que te sientas mejor.
—Tu eres yo. —Por supuesto no me escuchó; estaba demasiado colapsado por los síntomas como para hacerlo—. No tienes nombre, no te diferencias de mí y no existes. —Volvió a temblar y su arrebato racional hizo que su identidad disociada sonara más poderosa y exultante que nunca—. Ay, Yoon Gi... Yoon Gi... Yoon Gi... Mi querido y perdido Yoon Gi... Admite que no puedes hacer nada sin mí y seremos muy amigotes.
—No le rechaces, no lo hagas. — Esta vez le sujeté la cara entre las manos, a la desesperada—. Recuerda que tienes que aceptarlo tal cual, con nombre incluido.
—No puedo. —Sus pupilas se cruzaron por fin con las mías—. Maté a tanta gente, Mei... A tanta...
Me di cuenta de que le había abrazado en el instante en el que sentí sus disimulados sollozos en mi oído y sus brazos rodearme por la espalda.
—Aceptar el peso de las propias acciones es lo más difícil —le dije, con las lágrimas a punto de desbordárseme a mi también—. Yo te necesité a ti para poder hacerlo y me tienes a mí, aunque me quieras lejos.
—Yo no te quiero lejos —contradijo—. Me obligué a intentarlo, que no es lo mismo —corrigió, con voz nasal—. En realidad no quiero apartarte.
—Entonces no lo hagas.
Levantó la cabeza y me dirigió una mirada dubitativa que a duras penas pude sostener.
—Sabes lo que he hecho y el destino que me espera —recalcó, en voz baja—. ¿Vas a poder estar bien con eso? ¿Estarás feliz teniendo una relación con una persona como yo?
—Eres mi compañero de vida, Yoon Gi —respondí sin pensar—. Hagas lo que hagas y vayas donde vayas, te quiero.
La ansiedad me quemó cuando se inclinó sobre mí y, por fin, sus labios acariciaron los míos.
—No pienses que yo a ti no —contestó, pegado a mi boca—. Nunca he dejado de contar. Ya son veintisiete días los que te amo.
Aquella Bitácora fue la gota que desbordó todo el deseo que había acumulado desde Daegu. La piel se me erizó y varios remolinos me recorrieron de arriba a bajo cuando su cuerpo se pegó al mío y nuestras bocas se fundieron en un beso urgente y descontrolado que nos empujó hacia la pared. Sentí la humedad de su lengua, sus manos buscando los cierres de la cremallera de mi vestido y el ardor de su anhelo, como si aquella fuera la primera vez que me tocaba, y yo, completamente perdida en la intensidad de cada sensación, me esforcé por desabrocharle los botones del pijama, a tientas.
No nos separamos ni cuando nos golpeamos con una de las estantería de acero inoxidable, llena de cacerolas y sartenes, ni cuando me sujeté a una de las baldas y varios tarros de contenido desconocido se desperdigaron por el suelo, ni cuando el frío helado de la superficie de la pared me caló en la piel, ya desnuda, al apoyarme sobre ella.
—No me vayas a... —intenté hablar pero las palabras se me trabaron al sentirle recorrer mi cuello con la boca y descender—. Yoon Gi... —Ahogué un gemido—. No vuelvas a...
—No lo haré —le escuché responder, tan agitado como yo—. Te prometo que ya nunca te dejaré.
Mei acaba de entender el verdadero sentido de Pang Eo y Yoon Gi ha terminado por aceptar definitivamente sus sentimientos por Mei.
De nuevo están juntos pero, ¿es tan bueno como parece?
Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
¿Te lo quieres perder?
N/A: Ya he terminado la edición del libro aunque probablemente se me hayas escapado alguna errata o palabras repetidas por las correcciones (tiendo a sobre escribir sobre el texto). Agradezco que si ven alguna palabra patinada me lo digan para que lo pueda corregir.
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