Día Ocho
Abrí el cuaderno y repasé, sin atender a las explicaciones de Dark Ho sobre los cuadrantes de las vacaciones, mis notas sobre la sesión clandestina del día anterior, todavía con un molesto nudo en la garganta que me impedía tragar hasta el agua con normalidad.
Cielos. Todo apuntaba a Yoon Gi. El Modus Operandi en el caso de Shin Hye y los otros cuerpos no parecía el suyo pero el flashback no había dejado mucho margen de duda y el vaivén de emociones que eso me suponía era agotador. Por una parte, me sentía terriblemente mal por Seok Jin y quería brindarle todo mi apoyo pero, por otra, Yoon Gi seguía siendo lo más importante y además... Además, a lo mejor...
—¿Estás aquí? —El jefe golpeó con los nudillos la mesa circular en donde estábamos sentados y me dedicó una mirada cargada de molestia—. ¿Puedes atender a mi explicación, si no te importa?
Me limité a asentir y cerré la solapa. Por nada del mundo quería que me lo arrancara de la mano, como le había hecho a la Doctora Sun la semana pasada cuando, mientras nos contaba una de sus muchas batallitas personales, se había dedicado a preparar una conferencia que tenía que dar sobre Adicción a las Nuevas Tecnologías. Se había pillado tal rebote que le había confiscado todo el material durante dos días, cual profesor de colegio.
—Tu y tus cuadernos de notas. —Seok Jin, con las gafas puestas por culpa de la mala noche que había pasado, se dejó caer ligeramente sobre la mesa— . ¿Apuntas hasta la hora en la que te levantas o qué?
—Hoy no me ha hecho falta —repliqué—. Ya me has despertado tu.
No quería discutir y menos en la delicada situación en la que se encontraba pero, como siempre, no era capaz de hacer las cosas fáciles y eso me ponía enferma.
Después del bombazo que la fiscal le había soltado, le había acogido en mi casa para que no estuviera solo, me había metido en la cocina para prepararle algo de su agrado, aún sin tener ni idea de guisar, y me había quedado hasta las cuatro de la mañana a su lado mientras se ahogaba en llanto en el sofá con la mejor de mis disposiciones y una tetera caliente sobre la mesa. Y, sin embargo, seguía sin relajarse.
—Por favor, no peleéis. —Suni, a mi otro lado, me rozó el hombro, sin apartar la vista de Dark Ho—. Atiéndele para que se sienta importante y querido y se vaya, que tengo muchas cosas que hacer.
—Lo cierto es que...
—¡Lo cierto es que si no nos ponemos las pilas y hacemos las cosas bien nos cierran la planta durante las Navidades! —resopló el aludido—. ¡Y a ver qué hacemos con los pacientes entonces! ¡Necesito altas! —Recorrió el dedo índice a lo largo de la mesa para cerciorarse que ninguno nos escapábamos de su acusación—. ¡Os recuerdo que esto no es un hotel de vacaciones! ¡Estoy es Psiquiatría! ¡Psiquiatría!
Todos aguantamos la respiración, al unísono, sin atrevernos ni a mirarnos. No nos convenía protestar porque nos sentenciaría a una bronca de horas de duración de modo que, por mi parte, hice lo indecible por sonreír y prestarle la atención que demandaba. Sin embargo, en cuanto empezó a mencionar las Leyes de Garantías Sanitarias, no pude evitar que la cabeza se me fuera de nuevo a la habitación de infecciosos y a los esqueletos de Daegu.
Junto a la hermana de Seok Jin habían identificado a otros dos de los desaparecidos. Solo faltaba el entrenador de fútbol, cuyos restos buscaban por los espacios anexos a la fosa. Y luego estaba lo de ese perro, en el sótano de la casa, sin ojos y sin descuartizar, y el importante dato de que Hoseok, precisamente el otro implicado en el secreto del asesinato del señor Min, conociera a Shin Hye y la hubiera puesto al tanto de todo.
¿Significaba eso que el móvil de las cuatro muertes había sido borrar potenciales testigos? Si era así, ¿por qué Hoseok seguía vivo?
"Nada es lo que parece, cielo".
Sí. Precisamente por eso me estaba costando tanto asumir la información. Por eso y porque estaba convencida de que Jimin era, una vez más, el único que podría ayudarme a esclarecer los hechos. El problema era motivarle para que lo hiciera.
—No te va a decir la verdad. —La rotundidad con la que Yoon Gi me había hablado al compartirle la idea me había abierto los ojos sobre lo complicado de entrevistarle al respecto—. Es muy evitativo y asumir lo que pasó va a resultarle un suplicio.
Bueno... Sí... Cierto...
—Se ha de sentir terriblemente culpable por el tema de la máquina de vapor. —Se llevó la mano al hombro; allí, bajo la tela del pijama, seguían las terribles marcas de las quemaduras—. Incluso me atrevería a decir que se considera el responsable de la muerte de esa chica por no haberme podido detener.
Ya... Pero... ¿Entonces?
—Yo preferiría no sacar conclusiones sin escucharle. —Aquello sonaba a aferramiento, lo sabía, pero si algo había aprendido en los últimos días era a no precipitarme y a no confiar ni en mis propias intuiciones—. Por lo menos lo voy a intentar.
—Mei, no te preocupes, que no voy a venirme abajo —me leyó la mente—. Entiendo mejor mi trastorno y soy capaz de asumir lo que hice de forma menos destructiva. Pero eso no quita que las cosas son como son y ya está.
—No. —Estaba conforme con todo salvo con lo último—. No está.
—Negarlo no es la mejor forma de afrontarlo.
—No lo niego. —La respuesta me salió como un resorte—. Solo busco alternativas diferentes.
—Pues a mí me parece que tratas de justificarme, igual que lo hizo mi hermano.
La apreciación me dejó tan bloqueada que no pude ni contraatacar. Rayos, ¿de verdad me estaba cegando a ese extremo?
—No quiero que me defiendas sino que te ciñas a la realidad —me aclaró, por si me quedaba alguna duda sobre a dónde quería llegar—. No me gustaría ver cómo quemas tu salud emocional esforzándote por algo que no tiene más vuelta de hoja.
—A ti no te gustaría verlo pero resulta que yo quiero hacerlo.
—¿Por qué? —De repente retiró la vista y la posó en las líneas negras del suelo. —. No me lo merezco en absoluto, Mei.
¿Eh? No, ¿cómo que no?
—No estoy de acuerdo.
—Y me parece que nunca vas a estarlo, ¿no? — dedujo, sin levantar la mirada—. Deseo que tengas una vida tranquila y tu te empeñas en no tenerla. —Me pareció detectar cierto tono de melancolía y unas increíbles ganas de abrazarle me obligaron a apretar los puños para contenerme—. Eres muy terca.
—Tu tampoco te quedas atrás. —Se la devolví—. También eres de ideas fijas, por si no te habías dado cuenta.
Mi comentario consiguió arrancarle una mueca simpática.
—¡Qué va! —Sus ojos regresaron a los míos—. Yo lo hago deliberadamente para ponerte nerviosa —bromeó—. ¿A que funciona?
Ya lo creo. Todo en él me desencadenaba un sin fin de emociones y deseos, y estaba a punto de decírselo cuando el estridente timbre de mi teléfono rompió el aire con una insistencia tan grande que no me dejó más opción que contestar.
—Le cortó la cabeza... ¡Le cortó la cabeza! —Las sílabas alteradas de Seok Jin me llegaron, llorosas, desde el otro lado de la línea—. ¡Lo hizo! ¡A mi pequeña hermana! ¡A mi dulce hermana, joder! —exclamó, angustiado—. Joder... Joder... Mei... No me esperaba esto... Te juro que no me lo esperaba...
—¿De qué estás hablando?
—¡Hablo de esas putas fotos de esqueletos! —bramó y la garganta se me contrajo—. ¡De la maldita investigación que te traes con el vejestorio ese del juzgado a mis espaldas en el hospital!
Demonios.
—Oye Jin...
—¡Oye nada! —siguió gritando—. ¡Conocías la existencia de esos cuerpos y no me lo dijiste! —me censuró, dejándose la garganta en cada palabra—. ¿Por qué no lo hiciste, sabiendo que mi hermana podía estar ahí?
No fui capaz de responder. Un pinchazo intenso en el abdomen, seguramente fruto de la ansiedad que me estaba invadiendo, me impidió articular nada y me doblé sobre mí misma, con la mano en el costado.
—No... —conseguí musitar—. Yo no... Yo lo sien...
Las manos de Yoon Gi me sujetaron por los hombros y evitaron que la impresión me desplomara hacia atrás.
—¿Dices que lo sientes? —continuó mi compañero—. ¿Tanto como para dejar de defender la inocencia de tu idolatrado paciente muerto y del masoquista de su hermano? —me atacó pero, antes de que pudiera recomponerme y responder, cambió el registro, cual montaña rusa en descenso, y la voz se le quebró—. Le cortó la cabeza, Mei... Joder... Mei... —Ahogó un sollozo—. Dónde estás... Con quién estás... Por favor, ven... Perdóname y ven... Ven...
Escucharle en ese tono tan inestable y cambiante me llenó de culpabilidad. Posiblemente aquella fuera la primera vez que realmente me necesitaba y yo no estaba.
—Dame dos minutos. Subo enseguida.
Yoon Gi me soltó para que pudiera colgar, recoger la mochila y levantarme del suelo, sin atender a los cristales que todavía nos rodeaban.
—Tengo que irme. —Volé hacia la puerta—. Me están esperando y es muy importante.
—¿Crees que luego podrías volver?
—No lo sé.
Me di la vuelta, con la mano en el pomo y la intención de darle una respuesta de frente, y el corazón me bombardeó al percatarme de que me había seguido y se encontraba prácticamente pegado a mí.
— Es... —Diablos; se me acababa de olvidar lo que iba a decir—. Es... Importante...
—Lo sé —asintió—. Lo que pasa es que se siente un tanto deprimente estar solo aquí, sin nada mejor que hacer que contar las grietas del techo y, bueno... —Su titubeo me recordó al momento en el que me había preguntado si mi casa era solo para una persona—. La verdad es que mientras te lo estoy diciendo me estoy dando cuenta de es una tontería de argumento. —Esbozó una mueca resignada—. Olvídalo.
Los ojos se me humedecieron. Dios; ¿por qué tenía que llegarme una oportunidad tan buena en un momento tan malo?
—No —respondí—. Vendré en cuanto pueda.
—Claro, descuida. —Retrocedió sobre sus pasos, con la intención de regresar a la cama, y un vacío de lo más molesto se me pegó a la piel—. Hasta otra, Mei.
Hasta otra.
¿Y eso cuándo iba a ser? Porque, siendo sincera, habían pasado solo veinticuatro horas desde esa frase y la espera se me estaba haciendo eterna a pesar de que, entre las tres evaluaciones que había tenido que hacer y la reunión con Dark Ho, no había tenido ni un maldito segundo para descansar. Pero, claro, que estuviera ocupada no significaba que fuera fácil reprimir la ansiedad de escabullirme y bajar al sótano, no.
Necesitaba verle.
Quería saber cómo había dormido, cómo se encontraba y si el desayuno había estado decente. Quería sentarme un rato a su lado, escuchar alguna de sus bromas y debatir sobre algún tema irrelevante aunque entendía que eso no era lo que debía de ser.
"¿Y por qué no debe ser, tonta?"
Porque nunca estaría conmigo y me convenía aceptarlo cuando antes.
"¡Ay, no seas boba! Te pidió que volvieras porque ni él mismo acepta su propia decisión".
—Al hombre de la cama trece hay que darle de alta.
Dark Ho agitó el dossier ante mi cara y el aire que me llegó a las mejillas me hizo regresar a la conversación.
—Yo me encargo de pautarle el tratamiento pero como el Doctor Kim no está en su mejor momento y la Doctora Sun está saliente de guardia, necesito que regreses a la tierra y te ocupes de la derivación al Hospital de Día.
Maldición; se había vuelto a dar cuenta de mi desconexión.
— ¿Se puede saber qué es lo que te pasa, Mei Te? —se interesó de repente—. Pareces enamorada o algo así.
¿Que qué? Un intenso calor me abrasó la cara y le arranqué la carpeta de las manos. Sentí los ojos de Suni, alucinados, la molestia de Jin y la curiosidad de los dos estudiantes de último año de carrera que acababan de llegar para ver el funcionamiento de la Unidad. Ay.
—Me voy a realizar la entrevista. —Fue todo lo que logré decir, antes de verme, por fin, en el pasillo.
Madre mía. Lo mío era grave. Ya ni disimular podía.
—Te ayudo.
La voz de Seok Jin retumbó en el vacío. Había salido detrás de mí y me observaba recargado en la pared de enfrente.
—Si terminamos pronto podemos ir a comer para evitar ensuciar la cocina. —Me ofreció, como si no hubiera escuchado el molesto señalamiento que Dark Ho me acaba de hacer—. ¿Te gusta la comida japonesa?
—No creo que estés en condiciones de hacer nada —rechacé su ofrecimiento de la forma más sutil que se me ocurrió—. Tómatelo con calma.
—Por si no lo sabías, yo puedo hacer cualquier cosa que me proponga. — Frunció el ceño, pomposo—. Que esté triste no me convierte en un inválido mental.
¿Inválido mental? Desde luego... Pero qué orgullo más tonto.
—Lo que tienes que hacer es ir a tu despacho y actualizar la base de datos, que es lo que Dark Ho te ha encargado —le recordé—. Yo me ocupo de lo demás.
—¿Y lo de comer? —insistió.
Me rasqué el lóbulo de la oreja, con una inseguridad que se me debía de notar a leguas pero que él, tan centrado en sí mismo, ni percibió.
"No me agradan los compromisos morales. No lo hagas".
—Quedamos cuando acabe —No atendí a mi pensamiento—. En la recepc...
—¡Noona!
El inconfundible tono de Jimin me interrumpió y me hizo rebuscar por detrás de mi compañero, en dirección a la puerta de cristal, hasta que localicé su cabello rubio delante de la salida, con una camiseta deportiva azul eléctrico y una felpa blanca atada a la frente, junto a la enfermera Min, que rebuscaba en el enorme manojo la llave correspondiente para abrirle.
—¿Cómo estás, noona? —Agitó la mano en el aire con la mejor de sus sonrisas—. ¿Has pasado un buen fin de semana?
—Sí, muchas gracias. —Imité el gesto—. ¿Y tu cómo estas?
—A punto de salir a hacer ejercicio. —Señaló a la puerta, ya abierta—. No quiero molestarte pero, ¿crees que hoy puedas sacar unos minutos que dedicarme? — Quiso saber, tan educado como siempre—. He escrito una redacción y me gustaría enseñártela.
Seok Jin contrajo el cuerpo y apretó los puños y ya me disponía a sujetarle, para evitar uno de sus despóticos arranques, cuando, para mi sorpresa, se hizo a un lado, con las pupilas oscurecidas, en silencio.
—¿Una redacción? —traté de seguir la conversación a pesar de la nada habitual conducta de mi compañero, al que ya no podía controlar porque había salido de mi campo visual—. ¿Y de qué trata?
—De verme con los ojos con los que Yoon Gi me veía, tal y como me dijiste.
Vaya. Lo mismo había pasado con el tema de la salida. Seguía al pie de la letra todo lo que le decía.
—Es que he sacado unas cuantas conclusiones del ejercicio —añadió, a modo de explicación, en un tímido hilo de voz—. No sé si sean correctas.
—¿Y por qué no van a serlo? —rebatí sin darme ni cuenta; se había esforzado y era importante que tuviera claro cuanto antes lo genial que era atreverse a comenzar un proceso de cambio, aunque hubiera sido incitado por mí—. Que te hayas lanzado a hacer un análisis es valiente y valioso. Además, en esta vida no hay conclusiones buenas ni malas sino solo conclusiones, a secas.
—Bueno... No sé... —Suss dedos hurgaron entre las costuras de los bajos de la camiseta—. He descubierto que me da mucho miedo que me conozcan... Y... Ni el mismo Yoon Gi me conocía así que... No creo que eso sea muy bueno.
La respuesta me dejó helada. ¿Cómo que no le conocía?
—Él no sabía algunas cosas... —prosiguió, con la vista perdida en las escalera ante sí—. Nunca las supo... Yo me aseguré de que no lo hiciera... Soy un gran desastre...
Me entraron unas ganas increíbles de sentarme con él y reestructurarle esa idea pero, como no podía hacerlo en medio de un pasillo y con Seok Jin y la enfermera Min de espectadores, me tuve que conformar con remitirle a la consulta.
—Cuando vuelvas, ven a mi despacho y hablamos.
—Muchas gracias, noona.
No me dio tiempo a trasmitirle mi "no hay de qué". En cuanto me quise dar cuenta, ya había desaparecido.
Jimin...
Era curioso. Estaba empezando a verle como el ángel de la guarda de Yoon Gi, uno cegado por el cariño y arrastrado a hacer locuras en favor de una causa que le superaba emocionalmente y que, por lo mismo, le había hecho terminar en los infiernos.
"El comienzo que otorga la muerte, para que podamos reiniciarnos y comportarnos como las buenas personas que Dios desea que seamos. Como mi ángel... Mi ángel..."
Recordé uno de los fragmentos de mi última conversación con Sun Shee. Su ángel... Uno que había nacido en la muerte...
¿Jimin?
—¡Se acabó! —escuché a mis espaldas—. ¡A la mierda todo!
Atisbé por el rabillo del ojo la bata blanca adelantarme y echar a correr escaleras abajo.
—Seok Jin...
Fui detrás y me asomé por la barandilla. No había nadie en el corredor y tampoco alcancé a ver nada más que el puñado de escalones de piedra gris del piso de abajo, pero el eco de sus precipitados pasos y más de un murmullo me llenó de intranquilidad.
—¡Jin! —grité—. ¡Jin!
Las paredes me devolvieron mi propia voz.
"Tienes que cuidar de mi niño. Ayúdale... Ayúdale... No, hermano, no lo hagas..."
Su niño. Su ángel.
Jimin. Seok Jin.
¡Maldición!
Yoon Gi parece resignado a aceptar su realidad.
Mei acaba de comprender algo importante.
Seok Jin está invadido por la rabia.
Todo esto y mucho más en la próxima actualización .
¿Te lo quieres perder?
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