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Día Nueve: Hermano

Unos brazos me sujetaron por detrás y me impidieron caer, y la sensación disociativa comenzó a diluirse.

—¡Mei!

Era... ¿Yoon Gi?

—Mei, ¿estás bien? ¿Estás mareada?

Sí, sí, era él. ¡Era él! ¿Cómo era posible que estuviera ahí?

—Agárrate a mí.

Su abrazo fuerte me dirigió escaleras arriba mientras yo, aturdida, intentaba contactar con mis sentidos y rebuscaba por el hall con inevitable aprehensión. No vi a nadie, claro. Simplemente había sufrido una desrealización que había distorsionado el entorno y lo confirmé al darme cuenta de que lo que había creído ser una persona observándome era solo la máquina de las citas automáticas, clavada al lado de la escalera.

Dios. Era una tonta. Había estado a punto de despeñarme por nada.

—Estás... —Mis pies, flojos, se movieron al compás de los de él y me aferré a su cuerpo—. Has salido. ¿Cómo has... ? No tendrías que haber... ¡Con todas esas cámaras!

—No ha sido difícil —le quitó importancia—. Solo he tenido que esperar a que nuestro par de enamorados empezara con sus arrumacos correspondientes para apagar el circuito y largarme por la puerta de emergencia. —Su timbre me llegó cada vez más nítido, real—. No podía quedarme ahí, como un tonto, mientras tu estabas fuera diciendo que me echabas de menos.

—Vaya. —Mi mente, pese al mareo, se sonrió—. Si hubiera sabido que reaccionarías así te lo hubiera dicho muchas más veces.

Me dejé caer sobre una banqueta, en la zona de espera frente a los ascensores a la que algún espabilado con ganas de siesta le había dado forma de salón, uniendo los taburetes para hacer un sofá y aprovechando los muebles de los folletos como mesa. Desde luego, jugar con el mobiliario del hospital no era adecuado pero había que reconocer que el autor había sido de lo más práctico y, además, me venía estupendamente.

Me deslicé sobre el plástico, cansada, y me refugié en la oscuridad de los párpados cerrados. El mundo me estaba empezado a dar vueltas otra vez.

—Seguro que has comido poco y has venido corriendo. —Un frescor húmedo en las mejillas me alivió las náuseas y me hizo espabilar—. Le añadimos preocupación y ya tenemos el pack para un síncope.

Abrí los ojos. Yoon Gi se encontraba arrodillado a mi lado, acariciándome la frente y las mejillas con las manos mojadas, con una botella entre las piernas que a saber de dónde había sacado.

—Te has dado una siesta de unos minutos —explicó, antes de depositarme un cariñoso beso en la cabeza. Rayos, ¿en serio me había desmayado?—. ¿Quieres agua? —Un pinchazo en el cuello me obligó a intentar incorporarme y él, solícito, me ayudó a ponerme recta—. ¿Te busco algo de comer?

—No, no —negué, forzándome a parpadear varias veces para centrarme—. Ya estoy bien.

"No te involucres de más. Te lo digo porque de verdad te aprecio".

Otra vez. Pero qué demonios me estaba pasando. Eso me lo había dicho Jimin tiempo atrás. ¿Por qué tenía que venirme justo ahora a la cabeza?

"No le dejes, no le abandones".

La imagen de Yarek Seong, sobre la mesa, sin ojos, se me atravesó como un relámpago, seguida de la de varios animales descuartizados, entre ellos, el ya famoso perro de Yoon Gi, Dan. Vi los retratos de los desaparecidos, la fosa de los esqueletos y el ruido de la trituradora de piedras de la fábrica de cementos en donde yo había impartido tiempo atrás mi justicia particular.

"Una defensa es lo que nos cuida y nos protege de la adversidad".

Un compás calvándose en el cuello. Las manos ensangrentadas de Ho Rae. Dae.

La cabeza quemada de Dae rodando por el suelo.

"Tu pérdida no era asumible para él".

—Yoon Gi... —Le agarré del brazo, a tientas y con la tensión a flor de piel—. Yoon Gi... Yoon Gi...

"Me gusta tu mediocridad respiratoria lo suficiente como para cuidar de ti".

—Estoy aquí. —Le sentí atraerme hacia él y abrazarme y yo, dentro de mi creciente anestesia, intenté pegarme a su cuerpo lo más que pude, a la desesperada—. Mei, estoy aquí. —Su susurro me reconfortó—. Dime lo que te pasa.

La idea me pareció genial. El problema era que ni yo lo sabía.

—No lo sé. —Me refugié en la curvatura de su cuello—. Solo no me dejes sola. —le pedí—. Quédate conmigo.

—Mei, el tema de nuestra separación obligada era uno de los motivos por lo que no quería...

Busqué sus labios con los míos y le silencié. Entendía lo que trataba de decirme, por supuesto que sí, y tenía claro lo injusto que era hacerle lidiar ahora con lo que precisamente había temido que me ocurriera si se implicaba conmigo, pero el irracional miedo no quería detenerse.

—No importa —me apresuré a desdecirme—. Si no me hubieras seguido a las cocinas, estaría todavía mucho peor.

—Yo... —Pegó su frente a la mía, a punto de fundirse nuestros alientos de nuevo—. Yo quería correr detrás de ti pero no fui el que...

—Sí que fuiste tu —corté, y aproveché para recordarle—. Pang Eo sigues siendo tu.

Su beso, cálido, me acarició, y enredé las manos en su cabello oscuro al notar la humedad de su lengua entrelazarse con la mía, lentamente, hasta que el ruido de las puertas del ascensor nos hizo entrar en alerta y separarnos. Un par de celadores, vestidos con el azul de los quirófanos, atravesó entonces el hall, empujando una camilla, y no pude disimular la curiosidad de detener la vista sobre el bulto tendido, envuelto en sábanas, que transportaban. Era una persona. Un fallecido.

—Pobre hombre... —Decía el más bajito, que guiaba las ruedas delanteras—. No ha podido despedirse ni de su familia.

—Es que la vida es un puto asco —respondió su compañero—. Te mueres cuando menos te lo esperas, te dejas un montón de cosas a medias y nunca llegas a saber a quién le importas.

—Eso suponiendo —debatió a su vez el primero, mientras su eco se perdía en la lejanía—. Hay quien ni siquiera tiene.

Las pupilas de Yoon Gi se dilataron y se clavaron en el elevador, que acababa de cerrarse.

—¿Cómo está mi hermano? —preguntó en un hilo de voz—. ¿Lo están atendiendo bien?

—No lo sé. —Mi falta de información sonó de lo más desalentadora—. No he estado en la planta.

—Al escuchar a esos hombres hablar me ha venido a la cabeza algo a lo que hasta ahora no le había dado mucha importancia. —Su mirada, fija en la estructura de metal, se tornó melancólica—. No sé si Jimin ha tenido en cuenta que yo siempre le he querido. Se ha centrado tanto en salvarme, a cualquier precio, que a lo mejor ni lo ha pensado.

—Entonces vamos.

Me puse en pie, bajo su gesto de desconcierto, y llamé de nuevo al ascensor. El suelo había dejado de moverse de modo que no tuve problemas en introducirme en la cabina y apretar el botón que mantenía las puertas abiertas.

—Te llevaré con él.

La expresión de Yoon Gi se iluminó al seguir mis pasos pero, como no podía meterle en la Planta con pijama, detuve el elevador el segundo piso y le llevé al almacén de ropa y costura, una zona apartada que gozaba de excelente iluminación gracias a las amplísimas ventanas de acceso a la calle. No había nadie. Solo tenía personal por las mañana de modo que no tuvimos que dar explicaciones a la hora de buscar un conjunto de médico de guardia y hacernos con un par de cubrebocas de una caja de quirófano, escondida entre los innumerables percheros y armarios, antes de seguir camino a Psiquiatría.

Como entramos a través del ascensor, introduciendo la llave en el número del piso, nos ahorramos caminar por los despachos y acabamos directamente en el área de ingresos, respirando el mismo ambiente a inercia de siempre. Los auxiliares estaban a lo suyo en el Control, unos cuantos pacientes deambulaban sin rumbo por las inmediaciones, otros estaban sentados en las sillas mirando puntos muertos y un último grupo contemplaba la vista de las ventanas.

—Todo sigue tan deprimente como lo dejé. —Yoon Gi meneó la cabeza a ambos lados, con desaprobación, y se pegó a mi oído—. Salir de una vida de problemas para instalarte en un rol de enfermo que no te permite hacer nada más que pensar en tu propia mierda no es una buena idea para recuperar la Salud Mental.

—Haría falta cambiar la mentalidad de los trabajadores y reorganizar la planta al completo. —Abrí los brazos y simulé abarcar el espacio ante mí—. Sería una tarea de esfuerzo ímprobo, dura y compleja, llena de obstáculos.

—Pues yo estoy seguro de que tu podrías hacerlo. —Se aventuró a decir, con una medio sonrisa melancólica—. Me encantaría poder quedarme aquí contigo y ayudarte pero, como parece que eso no podrá ser, aprovecho el momento para pedirte que no te rindas. —Sus pupilas oscuras se movieron en una súplica—. Protege la dignidad de los enfermos que ingresen en el futuro.

Tragué saliva. Ya veía por dónde iba. Quería asegurarse de que no me dejaba caer por su ausencia.

—Tu hermano está en la zona restringida. —Preferí cambiar de tema—. Pasa corriendo en cuanto pida la llave.

—¿Acaso quieres que utilice el pasillo como pista de atletismo?

Su cómica sonrisa me obligó a entrecerrar los ojos. ¡Pero bueno! Cómo podía tener ganas de tomarme el pelo con la situación que se nos venía.

—Creo que es mejor si vamos despacio y saludamos como si nada. —Me propuso entonces y la mandíbula prácticamente se me descolgó; ¿qué?—. La normalidad es el mejor escudo de la mentira.

No me dio tiempo a replicar. En cuanto me quise dar cuenta, había echado a andar hasta el mostrador, destilando seguridad, y había pedido el libro de incidencias a una auxiliar que, por descontado, se lo entregó sin pestañear.

—No hay nada reseñable. —Se dirigió a mí, después de haberse repasado el cuaderno de arriba a bajo—. ¿Qué usuario es el que tenemos que ver, doctora? —Su tono de deliberado despiste me dejó aún más boquiabierta, si eso era posible—. Estoy muy avergonzado de preguntarle pero es que soy muy malo recordando nombres.

¿Ah? Rayos. ¿En serio, Yoon Gi?

—Habitación once. —Me costó horrores mantener el pulso bajo control al intervenir—. Min Jimin.

La mujer asistió, sin objeciones, y se levantó para descolgar del casillero la llave correspondiente.

—El tratamiento del señor Min es asunto del jefe de la Unidad.

La voz de la enfermera Min apareció de la nada y me agitó por dentro. Demonios, ¿por qué tenía que estar de turno?

—Ya nos regañó cuando le entrevistaste sin que él lo autorizara.

Yoon Gi ladeó la cabeza y se subió el cubrebocas como pudo, en silencio. Ella lo conocía. Un paso el falso y estaríamos perdidos.

—Ese chico necesita una atención intensiva. —Me recargué sobre el mueble para disimular la inquietud que me acaba de entrar—. Necesita una intervención psicológica y no solo pastillas.

—Lo siento, Mei, pero verte aquí por la tarde, pidiendo cosas, me produce ansiedad —respondió ella, apartando a su compañera para cerrar el cajetín de llaves de un manotazo—. No deseo que me reprendan de nuevo.

Fue entonces cuando, de casualidad, me acordé del papel doblado que me había metido de cualquier manera en la solapa de la mochila que llevaba en el hombro. ¿Cómo se me había podido olvidar algo así?

—Dark Ho no puede objetar nada. — Saqué el documento y lo agité en el aire; era la acreditación que la secretaria de Kim Wo Kum me había dado por la mañana en donde se me nombraba perito—. Es el juzgado el que nos envía para hacer una valoración forense de la agresión.

Mi interlocutora se quedó de piedra, muda de asombro, y, por suerte, quince minutos después ya estábamos frente a la habitación que habíamos pedido, sin objeciones y con el auxiliar Swan sosteniéndonos la puerta como si fuéramos importantes personalidades del Gobierno.

—Estoy maravillado. —Yoon Gi me guiñó el ojo con complicidad—. La ha dejado en shock, Doctora Eun.

—Usted no es el único aquí que analiza mentes, Doctor Min.

Encontramos la estancia excesivamente oscura, con las persianas completamente bajadas y la bandeja la comida sobre el pequeño mueble de ruedas, intacta, junto a una caja de bombones precintada y un ramo de flores colocado en una de las jarras de agua con una tarjeta enorme en la que se leía: "Perder un hermano es doloroso. El equipo de grabación de Mi Primer Amor siente tu tristeza. Recupérate pronto y sigue luchando".

Vaya; sus compañeros de trabajo habían tenido un lindo detalle. Se notaba que lo apreciaban mucho.

—Jimin... —Yoon Gi atravesó el pequeño recibidor que daba al baño, y fue hacia la cama, en donde se encontraba—. Hermano... —le llamó—. Hermano, soy yo.

No hubo respuesta así que yo también me acerqué. El ambiente se notaba extraño y me inquietaba sobremanera el hecho de ver que lo habían desatado y también su posición, semitumbado, con los ojos cerrados y la almohada sobre la espalda. Parecía una estatua conmemorativa para una tumba.

—¿Jimin?

Me senté en el colchón y le rocé el brazo. Su piel se sentía caliente pero estaba flácido. Rayos; ¿pero cuánta medicación le habían metido?

—Jimin, trata de espabilarte. —Le volví a tocar—. No es bueno que duermas a estas horas. —Le zarandeé—. Además, te he traído a alguien.

La ausencia de reacción me hizo buscar los ojos de mi acompañante, con desasosiego, y él me los devolvió de la misma manera. Pero qué... Intenté incorporarle. Los brazos se le deslizaron sin control, cual marioneta rota, a lo lados.

Yoon Gi dio un brinco y tiró al suelo toda la ropa de cama, almohada incluida, con una evidente angustia, para rebuscar bajo el colchón. Dos blister vacíos de Loracepam, la bezodiacepina que se solía administrar para las crisis ansiedad, cayeron al suelo.

—¿Qué... ? — Dios; aquello era muchísimo—. ¿Qué...? ¿Qué... ? —No, no podía ser verdad; ¡otra vez no!—. Jimin... No...

—¡Joder! —Yoon Gi reaccionó más rápido que yo y le echó a su hermano el vaso de agua de la bandeja por la cabeza—. ¡Si se lo ha tomado hace poco podemos reanimarle! —Le movió, con energías—. ¿¡Me oyes!? ¿¡Me oyes, Jimin?!

Me pareció que su cabeza se ladeaba ligeramente y arrugaba la nariz. ¡Ay!

Corrí a por el aparato de las constantes, delegado al rincón, y le enrollé lo más deprisa que pude la cinta de la tensión en el brazo mientras Yoon Gi, aguantándose las lágrimas como podía, le pinzaba el dedo para medir la frecuencia cardíaca. El monitor comenzó a parpadear.

—Nueve y cinco. —Pronuncié los números en voz alta, para asegurarme de que los ojos no me engañaban—. Cincuenta y siete latidos por... —Me interrumpí; no recordaba cuándo había empezado a contener el aliento pero me estaba empezando a ahogar—. Cincuenta y siete...

"Noona, yo soy un desastre y provoco desastres".

—Cincuenta y siete latidos por minuto. —Yoon Gi terminó la frase y pulsó el timbre de emergencias de la pared—. Eso significa Bradicardia.

Bradicardia. Un ritmo anormalmente lento sugestivo de coma o de muerte. De muerte.

"La muerte está en todas partes".

No. ¡No!

—Hermano... —Yoon Gi se arrodilló junto a la cama y apoyó la frente en el brazo de Jimin—. Perdóname... Tendría que haber venido antes.. ¡Tendría que haberlo hecho! —Su cuerpo tembló y la respiración se le hizo más dificultosa—. Siempre me cuidaste y yo no he podido... —Las lágrimas le obligaron a interrumpirse—. Yo no he podido cuidarte aunque sea por una vez a ti... Maldito Pang Eo... Es culpa tuya... Es culpa tuya... Es... —Ahogó un gemido; se acababa de dar cuenta—. No, es culpa mía —sollozó—. Yo mentí... Yo lo hice...

El regusto salado de mis propias lágrimas me hizo darme cuenta de que yo también estaba llorando. Era la primera vez que realmente le sentía tan derrotado.

—Joder, Jimin... —prosiguió, nasal—. ¿Por qué buscas soluciones de mierda? —Se encogió—. Joder... No te vayas...

La puerta se abrió y la enfermera Min arrampló en la habitación como una exhalación, cargada con el boquitín de primeros auxilios, seguida de dos auxiliares que portaban el desfibrilador de parada cardiorrespiratoria pero, en cuanto echó un vistazo al monitor de las constantes, en descenso y con pitidos irregulares, el maletín se le deslizó de las manos y se estrelló contra el suelo. Había comprendido inmediatamente la gravedad de la situación.

—Como es posible... —Se quedó paralizada—. No... Por qué no le hemos visto... Cómo...

—Ya hablaremos de eso después. —La centré—. Llama a Medicina Interna. Es una intoxicación aguda y no sabemos cuánto tiempo ha pasado desde la ingesta.

—El suficiente para que ya no se despierte, Mei. —La apreciación de Yoon Gi, entre lágrimas y cargada de esa cruda realidad tan certera y dolorosa, se me clavó como un cuchillo en la piel—. Cuando esos médicos decidan subir, ya estará muerto.

Nadie se atrevió a decir nada. Ni siquiera yo pude objetar.

—Se suponía que estaríamos bien —continuó, sosteniendo la mano de su hermano y buscando con la otra su desordenado cabello rubio—. Los dos estamos bien, ¿verdad? Estamos bien.

Las palabras me resultaron extraordinariamente familiares. Eran las que el mismo Jimin había usado cuando había regresado de su primera disociación, en su dormitorio, frente al libro de Matemáticas. En ese entonces, con ocho años, aquel niño cariñoso había sido capaz de ocultar el primero de los crímenes y disimular con un afectuoso abrazo que nada anormal había pasado.

Ese había sido el inicio de su mentira, de su calvario o, como él lo había llamado, de su monstruo.

Un ángel rodeado de muerte. Querido, a pesar de ignorarlo. Humano, pese a no creerlo.

Alguien que lo había dado todo a cambio de poder permanecer al lado de la persona que más había querido.

"Los dos estamos bien y estaremos bien. Te lo prometo".

"Los dos estamos bien y estaremos bien. Te lo prometo."
...
Disociativo: Sociópático
Te espero en la próxima actualización.

N/A:

Avisé que no tendría piedad.

Me imagino que cuando lo dije todo el mundo se quedó pensando en Mei pero, ¿alguien se esperaba esto?

Cuídense mucho. Las quiero.

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