Día Diez: "Te rompes"
Ocho y media de la mañana y la cafetería del hospital, en la planta baja, ya estaba completamente atestada. Entre el personal que encargaba cafés y desayunos para llevar, los repartidores de pan y refrescos y los pacientes que acababan de salir de los análisis de sangre, que no eran pocos, no había ni una sola mesa vacía y en la barra tampoco cabía un alfiler.
Me mordí el labio y recorrí la vista a lo largo y ancho del lugar, sin saber qué hacer. Por una parte, tenía unas increíbles ganas de largarme y conformarme con los snacks de la máquina de arriba pero, por otra, le había prometido a Yoon Gi que desayunaría en condiciones y no quería que se preocupara más por mi estado de salud.
—Voy a buscar un camarero. —Suni, que había llegado más temprano de lo habitual y se había pegado a mí como una lapa, me dio una palmadita en la espalda para captar mi atención—. Si nos lo preparan para llevar, en un santiamén estamos en medicina interna —anunció antes de proponer, casi suplicante—. Me gustaría poder quedarme contigo allí y acompañarte.
—Ojalá se pudiera. —No se me ocurrió nada mejor para rechazarla sin ofenderla. Sabía que estaba decepcionada por haber descubierto el asunto de mi nuevo trabajo a través de terceros y que esperaba una explicación que, muy a mi pesar, no le podía dar—. La investigación está bajo secreto de sumario.
—¿No me puedes contar nada, aunque sea por encima?
Negué, despacio, y su respuesta al darse la vuelta y perderse zigzagueando entre la multitud me dejó inmersa en un sentimiento de "mala amiga" que me esforcé por disipar de la única forma que se ocurrió: revisando el Talk por enésima vez en lo que iba de mañana.
No tenía mensajes nuevos pero, aún así, inspeccioné las conversaciones y me pasé por el buzón del correo electrónico para hacer lo mismo. Borré dos anuncios de publicidad de ropa, uno sobre ordenadores y otro a cerca de una conferencia sobre Psicoanálisis a la que de por sí no pensaba asistir y terminé con los ojos puestos en el contenido almacenado en la nube, rebuscando en los documentos que Yoon Gi había descargado en mi portátil. Me acababa de acordar de que, a parte de lo de Jimin, había dejado otra carpeta bajo el nombre de "casos" y no había tenido tiempo de verla.
"Abandonan la búsqueda de Shin Min Lee, la menor de quince años desparecida en extrañas circunstancias mientras se dirigía a clases de violín en el conservatorio".
El titular de la noticia que abrí provocó que se me revolvieran las tripas y que el corazón me saltara a la garganta. ¡Cielos!
"Tras tres meses sin datos sobre su posible paradero, familiares y amigos se muestran desolados pero no pierden la esperanza en encontrarla".
El apunte, datado en mil novecientos noventa y ocho, un año después de la terrible desaparición de la hermana de Seok Jin, se completaba con una foto de la chica sosteniendo un globo en una feria mientras hacía el gesto de la victoria y era... Era...
Dios. Era muy parecida a Shin Hye.
"Archivado el caso de la joven de diecisiete años que desapareció en su fiesta de graduación". Continué con el siguiente reporte, datado en el noventa y nueve. "Fuentes policiales señalan la fuga voluntaria como hipótesis más probable ya que la menor había expresado en numerosas ocasiones el deseo da abandonar su casa y empezar una nueva vida".
No pude evitar pegarme la pantalla a los ojos. Rayos.
"¿Me amarías un poco si te confesara que yo también he hecho unas cuantas barbaridades?"
No. Imposible. No. Alguien que había sufrido lo indecible por una pérdida no podía dedicarse a hacer lo mismo a menos que fuera un sociópata y su daño le obligara a reproducir el dolor para que todos sintieran lo que él había sentido, claro.
—¿No puedes estar sin trastear el teléfono ni un rato?
El tono de reproche de Suni me obligó a levantar la cabeza. Había regresado y me observaba con cara de desaprobación y dos tazas humeantes entre las manos.
—Cielo, no quiero regañarte pero si sigues así te vas a enfermar —me hizo ver, suavizando la voz—. Se te nota nerviosa, ausente y rara. —Y repitió—. Muy rara.
Ya. Me hacía cargo.
—¡Qué va! —Agité la mano para quitarle importancia, le arrebaté uno de los cafés y eché a andar con aire despreocupado hacia fuera—. ¡Me encuentro estupendamente!
Puse el pie en las escaleras y el color gris del granito se me antojó de repente tan extraño e irreal que tuve que quemarme los labios deliberadamente con la bebida para eliminar la sensación.
—Vete a la planta, anda —le pedí, gesticulando por culpa del ardor del líquido—. Te tendré informada de mi día.
—Eso espero —aceptó, nada convencida—. ¿Te parece bien si comemos juntas?
"Las cosas muertas son demasiado bellas para resistirse a ellas".
Ay. Otra vez.
—Estaría genial. —El familiar olor a quemado se me metió por las fosas nasales y busqué a tientas la barandilla—. Te llamaré cuando se acerque la hora.
—¡Estupendo! —Mi compañera me sonrió, por fin, y llamó al ascensor—. Pero hazlo, ¿eh? —insistió en cuanto las puertas se abrieron—. Llámame.
"No le dejes, no le abandones".
—Descuida. —Disimulé la sensación de percibirla ajena, como si estuviera viendo una película y solo se tratara de un personaje, y le devolví mi gesto más simpático—. Lo haré.
La verdad, seguía sin comprender por qué mi cabeza se empeñaba en obligarme a pensar en aquellas frases como si algo estuviera mal cuando lo que tenía que intentar era dejar de sentirme culpable por todo y sacarle el lado positivo a las cosas.
Pese a lo mal que lo habíamos pasado, ahora Yoon Gi estaba en el juzgado, a salvo, tratando de conseguir la reducción de condena que nos permitiría soñar con un futuro común no tan lejano y Jimin había conseguido superar las doce horas críticas. La sustancia estaría ya desapareciendo de su organismo y pronto despertaría, si aún no lo había hecho. Todo iba a salir bien.
Con eso en mente, conseguí entrar en medicina interna en un estado de aceptable normalidad. Atravesé el hall, en donde unas cuantas personas esperaban a ser llamadas con los ojos pegados a una televisión que habían colgado del pilar, y me encaminé hacia el área de ingresos pero, al llegar a la máquina de refrescos, la misma que días atrás había escupido sin parar latas de naranja, me detuve en seco.
El pasillo de las habitaciones estaba demasiado oscuro y el silencio que se respiraba no era para nada habitual. No había ni rastro de los celadores, el control del fondo parecía cerrado y los plafones del techo todavía estaban en iluminación nocturna. Rayos; ¿dónde se había metido todo el mundo?
—No ocurre nada, no te alarmes.
Me giré sobe mis talones, sobresaltada ante mi inesperado interlocutor, y mis ojos terminaron en los de Hoseok. Estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la máquina expendedora, el rostro ausente y un enorme ramo de rosas blancas en el regazo.
—Ayer hubo un cortocircuito y se han fundido varias placas del techo —continuó, en un deje cansado imposible de disimular—. Pero tu hospital es un antro de mala muerte y no tienen dinero ni para bombillas. —Sus labios se ensancharon en algo parecido a una sonrisa—. Los de mantenimiento han fijado las luces nocturnas y se han quedado tan felices, como si fueran unos electricistas de élite reparando poco más o menos que un transbordador espacial.
—¿Por qué te estás escondiendo aquí? —obvié su especie de broma porque todavía me sentía demasiado aturdida y me centré en las flores—. ¿Es un regalo?
—Algo así. —Suspiró y torció la boca, como si no le convenciera su propia respuesta—. No lo sé ni yo. A veces se me pasan por la cabeza cosas contradictorias que me hacen perder el rumbo de lo que tengo que hacer.
Me estiré la bata y me acomodé a su lado, sin pedir permiso, cuidando de depositar la taza en un rincón. Parecía buen momento para retomar nuestra conversación.
—Yo últimamente no he dejado de escuchar cosas contradictorias también —empecé y sus ojos avellana se volvieron hacia mí—. Por ejemplo, he sabido de alguien que aunque estaba en contra del que fuera su mejor amigo terminó defendiéndole, a pesar de saber que había tomado parte activa en la desaparición de la chica que amaba.
—Habíamos quedado en hablar al mediodía y todavía no es mediodía.
—Estamos hablando ahora, que es lo que cuenta.
—Solo quería evitar que Seok Jin hiciera una barbaridad —respondió con reticencia—. ¿Por qué te empeñas en teorizar cosas raras sobre mí?
—Porque para la investigación es muy importante confirmar que tu madre se llevó los restos del señor Min — recalqué, antes de añadir—: Y que lo hizo para proteger a Jimin de las consecuencias.
Suspiré y me preparé para una objeción que no llegó. En lugar de eso, se limitó a contemplarme con las pupilas secas, áridas, así que decidí continuar. Si no le confrontaba, no le sacaría nada.
—Tu madre habla de Jimin como si fuera su hijo. —Mis palabras le hicieron carraspear pero no tradujo emoción alguna—. Ha mencionado varias veces, en su delirio, que le quitaron a su ángel, a su niño, y que había que protegerle. — Cogí aire; soltar todo aquello sin haber contrastado la información con el archivo de historias antiguas no era tarea sencilla—. No sé qué ocurrió pero creo que el señor Min pudo tener parte importante que ver en todo eso.
—Te agradecería que dejaras de darle vueltas a los discursos incoherentes de una mujer esquizofrénica que no sabe ni con quién está hablando. Tendrías que estar pensando en cómo paliar sus síntomas, como la psicóloga que eres, en vez de divagar.
Vaya. Y ahí estaba otra vez. Lo único que parecía escocerle era lo que tenía que ver con Sun Shee.
—Debe de haber sido muy difícil para ti descubrir que tu vecino es tu hermano pequeño. —Hice oídos sordos a lo que acababa de pedir. Si me echaba a atrás regresaría a la casilla de salida—. ¿Lo descubriste el día de la muerte del Señor Min? ¿Tu madre te lo contó para frenar tu disputa con Jimin y evitar que os lastimarais?
Hoseok rompió a reír y se incorporó, y aquel sonido, casi amargo, me incomodó tanto que yo también me levanté.
—Le tuvo escondido en casa de los Young porque sabía qué clase de calaña era su padre, el señor Min, y quería evitar que le destrozara la existencia como, de hecho, hizo años después —traté de sonar categórica—. Eso por no hablar de las consecuencias que podría haber tenido para ella el hecho de que Yarek Seong se enterara.
—Ah, por Dios. —Mi interlocutor se rascó la nuca, aún medio divertido, y me revisó de arriba a abajo—. De verdad, qué lástima, psicóloga... Qué lástima...
—¿Lástima por qué? —La apreciación, aparte de confundirme, me bañó en desconfianza—. ¿Te parece ridículo o es que te asusta que haya descubierto el gran secreto familiar?
—Ni una cosa ni la otra. —Una sonrisa simpática se le dibujó entonces en los labios y, para mi sorpresa, me tendió el ramo— . Toma —me ofreció—. Te lo mereces por tener una entereza maravillosa y por ser espléndida de verdad.
Pero qué...
—Se lo podré a tu hermano en la habitación. —Lo tomé con ambas manos, con firmeza pese a la ansiedad que me estaba subiendo—. Al fin y al cabo, lo compraste para él.
Volvió a reírse y, ya me disponía a saltarle con otra pregunta, cuando su teléfono comenzó a sonar y su gesto al sacárselo del bolsillo me dio a entender que la conversación había terminado.
—Si me disculpas, tengo algo que atender con urgencia —murmuró—. Regreso en un rato.
Le observé alejarse rumbo a los aseos, hablando de no sé cuántas cosas en torno a la pintura de un coche, hasta que el inquietante silencio me obligó a adentrarme en el oscuro pasillo donde solo encontré el carrito de las sábanas, aparcado frente a la habitación en la que habían ingresado a Jimin.
¿Por qué lo habían dejado allí? ¿Y la encargada? Rayos; aquello distaba mucho de ser normal.
"La muerte está en todas partes".
Aguanté la respiración y el sonido de la goma de mis zapatillas arañó el suelo cuando entré. Pasé de largo por el baño abierto, con todo perfectamente colocado y las toallas dobladas sobre el lavabo, y, por no mirar hacia delante, terminé dándome de bruces con el medidor de las contantes, que estaba atravesado en medio.
Tiré del aparato y de los electrodos caídos, que chocaron contra el suelo. Estaban sueltos.
—La novia de la muerte hace acto de presencia.
¿Qué?
Sun Shee, con el cabello perfectamente alisado y un camisón rosa que parecía nuevo, me dirigió una mirada abstraída. Mis ojos se movieron, por inercia y a toda velocidad, hacia la cama.
Estaba vacía.
—¿Dónde... ? —Las palabras se me atoraron en la garganta—. ¿Dónde está Jimin?
—Mi ángel necesita ayuda. —Ella se llevó las manos al pecho, como si representara una obra de teatro—. La necesita.
¡Ay, no!
Corrí hacia la ventana. Los cristales estaban intactos y bien cerrados pero aún así revisé la acera de la calle con una increíble aprehensión. Nada. Me di la vuelta y miré debajo de la cama. Tampoco. ¡Dios!
—¿Dónde está? —volví a insistir y esta vez levanté la voz para que se oyera imperiosa—. ¿¡Dónde!?
—Tu entiendes de amor. —Por supuesto, ella no fue capaz de conectar con mi pregunta y siguió inmersa en su lenguaje desorganizado—. La justicia se ciñe ahora sobre ti, implacable, porque entiendes. —Se llevó el dedo a los labios y me susurró—. Porque la muerte te quiere, niña.
"Tu pérdida no era asumirle para él".
Todo se hizo irreal y un zumbido me colapsó los oídos. Escuché gritos, pasos desesperados corriendo, huyendo, a mi alrededor. El empujón de una mujer, que gemía desesperada, me lastimó el hombro y me llevé las manos al estómago, esforzándome por controlar la hiperventilación.
Mierda, no. Ahora no. ¡Ahora no!
—Hermano... — En medio de mi caos mental, la imagen de Sun Shee se recortó, emborronada, y me señaló. — A ella no...
"Una defensa es algo que nos cuida y nos protege de la adversidad".
Apreté los ojos y mi yo infantil, con la cabeza de Dae entre las manos, inundó todo mi campo visual mientras depositaba un beso sobre la frente quemada, con una sonrisa de fascinación en los labios. Ay... Ay, no...
Retrocedí un par de pasos, hacia la puerta, a ciegas. Tenía que calmarme y salir del flashback antes de que me viera inmersa en él. Tenía que hacerlo. ¡Tenía que hacerlo!
—¿Te enseñó el gran Dios? —Una voz que no reconocí pero que debía de pertenecer a la misma Sun Shee, me llegó en eco, lejana—. ¿Te mostró el camino de la salvación?
Yoon Gi... Yoon Gi...
¡Yoon Gi!
Conseguí conectar levemente con la realidad en el pasillo, todavía hiperventilando, con la espalda pegada la mueble de la recepción y la vista sobre el ramo de flores que, por culpa de mi estado, había terminado en el suelo. Observé con atención los bordes y pliegues de los pétalos y hojas que se habían desprendido y que ahora adornaban la losa y, al agacharme para imprimarme de la realidad de su tacto, el magistral rojo, brillante y puro, apareció de la nada y me tatuó el dorso de la mano.
Sangre.
La grandiosa, espléndida, sangre.
Me incliné para ver por detrás del recibidor. El cuerpo de una enfermera estaba sentado contra la pared, con las cuencas de los ojos huecas alzadas hacia el techo y la garganta abierta en dos, y la energía de la vida se derramaba silenciosamente sobre su cuerpo.
Pude ahogar una exclamación, temblar, gritar, huir. Pude haber llorado y llamado a alguien. Pero no lo hice. No hice nada.
"Abandona toda emoción, todo sentimiento".
Mi propia voz se me metió dentro de la cabeza. Mi yo disociado.
"La humanidad es un caos que solo aporta debilidad".
Sentí pasos detrás y me levanté, sin volverme.
—No puedo creer que el tiempo realmente ponga a cada uno en su lugar.
Aquel familiar timbre sonó glacial en medio del silencio. De modo que se trataba de él.
—¿Sabes? —continuó—. En Daegu me sentí muy frustrado porque Yoon Gi interfirió y no pude hacer nada.
Recorrí la vista por la pila de folios, el rollo de papel celo, la grapadora y los zapatos planos de las enfermera muerta hasta que reparar en la urna del extintor, a mi derecha.
"Recuerda lo que eres".
Corrí hacia mi objetivo y le di un codazo al cristal justo en el instante en el que un fuerte empujón me tiró de bruces contra la pared.
—No puedes hacer nada. —Mi agresor se pegó para inmovilizarme—. No te esfuerces.
Mi respuesta fue forcejear hacia atrás y morderle en el brazo, con toda la fuerza que pude. No gritó ni se quejó. Por contra, me zarandeó con ímpetu para que le soltara y terminé en el suelo, arrastrándome en medio de los cristales. Cogí un trozo, me corté y la sangre tiñó el vidrio pero aún así lo empuñé hasta que un repentino pinchazo en el cuello me arrebató las energías y mi defensa desapareció.
Me mareé y me vi obligada apoyar las manos en las baldosas para evitar caer. Los ojos comenzaron a pesarme y el mundo comenzó a oscurecerse, a desaparecer, en el momento en el que mi agresor dejaba caer lo que parecía una jeringa vacía.
No me hizo falta mucho para reconocerla. Solo una dosis alta de Olanzapina producía unos efectos sedantes tan inmediatos.
No. No podía dormirme. No debía dormirme. ¡No! ¡No, no, no!
"Si te rompes, se rompes".
El sabor salado de las lágrimas se me metió por la comisura de los labios.
Yoon Gi... Yoon Gi...
"No le dejes".
Yoon Gi, perdón.
Mei ha caído.
Yoon Gi se ha quedado solo.
Ahora sí que es la hora de conocer la verdad.
Te espero en la próxima a actualización.
No te lo pierdas.
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