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Día Diez

Un pasillo desierto. La pesadez del silencio asfixiante sobre mis oídos. Lágrimas saladas en la comisura de los labios. Un embotamiento enmarcado en la noche en vela. Y, en medio de todo, solo yo y mi conciencia vigilante. La misma que tanto me atormentaba y que no pocas veces había deseado arrancarme, pues aquella culpa irracional, que me sobrevenía cada vez que ocurría una desgracia, me había vuelto a recordar que no impedí que mi amiga Dae subiera las escaleras del apartamento de la piscina en busca de una pelota con la que yo ni siquiera había tenido la intención de jugar.

No la detuve. No hice nada. Nada.

Y tampoco había hecho nada por Nam Joon, a pesar de saber que algo le asustaba, ni por Jung Kook ni...

"Gracias por recoger lo que queda de mí y tratar de recomponerlo. Muchas gracias".

No, Jimin. No hacía falta dar las gracias por tan poco.

Ocho horas atrás, en la Planta, Yoon Gi se había echado toda la culpa pero yo estaba segura que, de entre los dos, la única que realmente podía haber hecho más había sido yo. Al fin y al cabo él había estado encerrado, recuperándose de las heridas e incomunicado, pero yo no tenía ninguna excusa.

Podría haberme molestado en vigilarle un poco más, en preguntarle y en darle más pautas para que no se rindiera. Podría haber intentado reestructurarle con más empeño, sin miedo y con menos reticencias. Podría haberme olvidado de los retorcidos planes de Pang Eo que, al parecer, me habían absorbido todo mi sentido moral, y simplemente haberle dicho la verdad. ¿Por qué no lo había hecho?

"Tienes que reconstruirte, integrarte, y no permitir que te arrastre ninguna de las torpes y lastimosas personas que te rodean, mi estimada psicóloga".

La verdad, empezaba a dudar que eso fuera cierto. Jimin no era lastimoso y acompañarle no hubiera significado arrastrarme. Había tenido que verle agonizar para darme cuenta.

El sonido de una puerta me sacó de mis divagaciones y me hizo levantarme de la silla y asomarme al pasillo. Era la investigadora, la misma que me había echado de infecciosos y cuyo nombre no conseguía recordar, que acababa de salir del despacho médico con el abrigo puesto y cara de muy pocos amigos.

—El señor Kim le llamará dentro de poco —me informó, inexpresiva—. Regrese a su asiento.

—¿Para qué? —quise saber, sin rodeos—. ¿Qué está tratando con Yoon Gi? ¿No se dan cuenta de que...?

—Nos damos cuenta —zanjó ella—. No lo complique y solo siéntese.

Resoplé, me tragué las ganas de darle un empellón por engreída y regresé a mi lugar, revolviéndome en una pataleta interior con la que solo conseguí empeorar el dolor de cabeza que me atenazaba las sienes desde hacía rato. Cerré los ojos y me recosté en la fría pared, haciendo esfuerzos por relajarme pero, como mi mente seguía evocando sin parar todos los desastres de mi vida, terminé repasando otra vez los acontecimientos de la tarde anterior.

Volví a ver al auxiliar Swan colocando de lado a un demacrado Jimin mientras mis propias manos le abrían la boca y luchaban por apartarle los dientes para que Yoon Gi pudiera introducirle la boquilla de una botella de agua rota, que había convertido en una especie de embudo con la intención de improvisar una sonda casera. Recordaba el pitido extremadamente lento de las constantes del monitor, el sonido de la bomba de oxígeno que la enfermera Min había encontrado en uno de los almacenes, el color trasparente del líquido la vía intravenosa y el palpitar acelerado de mi corazón al ver pasar los segundos.

—Sujeta con fuerza el plástico —me indicó Yoon Gi, con el rostro oculto tras la mascarilla y unos ojos que habían pasado de las lágrimas a una fría concentración—. El líquido se debe administrar despacio. —Señaló las dos jeringuillas cargadas de la solución negra de carbón activado que habíamos encontrado entre las cajas de antipsicóticos—. Si entra mucho, se asfixiará.

—Sin problema.

Hasta ese momento nunca me había visto en la necesidad de intervenir en una emergencia médica y tampoco tenía demasiados conocimientos sobre el tema pero me sentía capaz de hacer lo que fuera que me pidiera.

—Sondar con un instrumental que no es el indicado, sin esterilizar, es una barbaridad. —La protesta de la enfermera Min vibró con fuerza en medio de la habitación; era una persona muy recta y estaba escandalizada por nuestro irregular proceder—. Esto es de locos.

Yoon Gi no respondió. Había comenzado a introducirle a su hermano un tubo de los de administrar oxígeno por la garganta, con toda la precisión de la que era capaz teniendo en cuenta que lo estaba haciendo sin cámaras que lo guiaran, y se había abstraído pero yo, mucho más pendiente del entorno, la taladré con la mirada.

—Lo que es de locos es esta planta y su funcionamiento —escupí—. No solo le ha retirado la contención a un paciente de alto riesgo sino que encima se ha tomado lo que ha querido sin que nadie se diera cuenta. —La mujer me contempló con cara de fallo pero no me detuve—. ¿Te parece normal?

—No —reconoció.

—¿Y que una paciente tratara de asfixiar a otro sin ningún control te lo parece? —proseguí, implacable—. ¿Que esa misma paciente se cortara las venas? ¿Que un chico desestabilizado consiguiera el alta? —Mi compañera agachó la cabeza, cabizbaja—. Me censuras por saltarme los protocolos pero te aseguro que si no lo hubiera hecho seguirías en el control leyendo revistas y chismeado tonterías mientras un paciente se muere ante tus narices.

—Yo no miro revistas —replicó con la vista sobre el suelo—. Siempre me he tomado muy en serio mi trabajo.

Ya.

—Inyecta el carbón. —La instrucción de Yoon Gi interrumpió nuestro desencuentro y, aunque me hubiera gustado seguir soltando todo lo que opinaba de Psiquiatría, no me quedó más remedio que dejarlo estar—. Vamos a ir poco a poco, ¿de acuerdo?

Asentí y puse mis cinco sentidos en tratar de controlar la cantidad que caía por el conducto, contando mentalmente para no excederme entre las administraciones, hasta que vacié todo el preparado y Yoon Gi retiró la sonda, con los ojos clavados en el reloj de la pared. No transcurrió mucho para que los pitidos de las constantes ascendieran y buscamos el monitor, con ansiedad.

—¿Tiene que ser así? —Quise saber en cuanto vi los números bailar como locos, subiendo y bajando como en una máquina de juegos—. Esto... —El corazón me subió la la garganta—. Esto no es normal.

—No —confirmó Yoon Gi—. No lo es.

El cuerpo de Jimin dio entonces una brusca sacudida hacia delante y la exclamación de angustia de la enfermera Min me taponó los oídos.

—¡Se está asfixiando! —exclamó, angustiada—. ¡Se estás asfixiando!

Ay, Dios.

Era culpa mí. No había tenido el suficiente cuidado con el líquido y ahora... No... Por favor... No...

—Señorita Eun. —La llamada de investigador retumbó en medio del pasillo y volví a la realidad de la sala de espera, de golpe—. Entre.

Aguanté la respiración y pasé al interior de la consulta, cegada por el exceso de luz de la estancia, que tenía todos los plafones del techo prendidos. Vi a dos hombres de traje, frescos y en alerta pese a ser las dos de la madrugada, de pie detrás de Yoon Gi quien, vestido de calle con una sudadera blanca, permanecía sentado frente al escritorio, dándole golpecitos al tablero con las muñecas esposadas. ¡Cielos! ¡No me lo podía creer! ¿Lo habían atado? ¿Por qué?

—Tome asiento. —Kim Wo Kum se dirigió a la silla del médico y se acomodó sacando chepa—. Tengo algo que consultarle.

Pese a mi confusión, obedecí sin rechistar y me acomodé en la más próxima al detenido.

—¿Por qué te han esposado? —Le acaricié en el brazo con suavidad; debía de estar muy cansado y desanimado y, desde luego, que le ataran no ayudaba—. ¿Cómo estás?

No me respondió y eso me inquietó aún más. La última vez que se había comportado así había sido en Daegu y las cosas no habían acabado precisamente bien.

—Yoon Gi —insistí—. Me prometiste que esta vez no te ibas a rendir, pasara lo que pasase.

—Lo sé. —Sus pupilas negras se posaron, de soslayo, en las mías—. No te preocupes.

—Seguro que ahora nada tiene mucho sentido para ti pero sigo contigo. No estás solo.

—Eso también lo sé.

El investigador dio un golpe en la mesa y cogió las riendas de la conversación.

—A ver... —desvió el tema—. Soy consciente de que es un mal momento y lo lamento mucho pero los juzgados no entienden de emociones y yo tengo demasiados agujeros en mi proceso como para poder hacer una propuesta adecuada de veredicto.

Me vi obligada a retirar mi gesto desasosegado de Yoon Gi para posarlo sobre él.

—Me han dado dos días para dictaminar y llevar los casos a vista preliminar pero el señor Min me sigue teniendo demasiado perdido —reconoció—. Hasta ahora me había movido considerándole simplemente como alguien enfermo capaz de cargarse a martillazos a cualquiera pero resulta que también salva vidas con botellas de plástico y vías rotas.

Ya. Visto así era lógico que se sintiera desubicado.

—Quiero saber cómo debo entender estas contradicciones. —Me dedicó una mueca interrogante—. ¿Es parte de ese trastorno disometido que tiene?

—Disociativo —corrigió el aludido—. Si su mente no puede soportarlo, a lo mejor le ayuda quedarse con la idea de que soy una persona bastante dual.

—Dual. —Kim Wo Kim frunció el ceño y se cruzó de brazos— Dual, dice.

—Yo lo expliqué en el primer informe —intervine—. Si recuerda...

—¡Ya, ya! —me cortó—. ¡Lo recuerdo perfectamente! —Se aflojó el nudo de la corbata y un ataque de tos le obligó a bajar la intensidad—. La teoría la he leído varias veces y la entiendo pero no es tan fácil asumir que la diferenciación dentro de una sola persona pueda ser tan llamativa.

Volvió a echarse hacia delante. Estaba, desde luego, nervioso a más no poder.

—Si no fuera porque evitó que Min Jimin falleciera antes de que llegara la asistencia especializada no me estaría replanteado las cosas.

Escuchar aquel nombre me empañó los ojos. Aquella "asistencia", como la había llamado, había sido horriblemente desgastante y dura.

En cuanto había comenzado a asfixiarse, la culpa ante la posibilidad de haber hecho las cosas mal se me había disparado pero, con todo y con eso, la presencia de Yoon Gi me mantuvo lo suficientemente firme como para aguantar y ayudarle a incorporarle, eso sí, con la inestimable colaboración del auxiliar Swan que, a pesar de su talla baja, tenía fuerza bruta para dar y tomar.

Entre los tres conseguimos sentarle. Conté hasta cuatro sacudidas, con sus correspondientes arcadas y, a la quinta, por fin, vomitó. El suelo, la sábana bajera y parte de nuestras ropas se tiñeron de ese particular líquido oscuro, tan similar al petróleo, y sus pupilas amarronadas se abrieron.

—Ey, tranquilo... —Yoon Gi abandonó al instante su improvisado rol de médico y le abrazó—. Tranquilo... Estoy aquí... —susurró, con un cariño inmenso que empapaba cada palabra—. Estoy aquí contigo y vamos a estar bien.

—Te pareces... —El tono ahogado de Jimin se escuchó pastoso y aletargado— A... Mi Hyung... Mi... Hyung...

—Es que soy yo —Éste le soltó y se bajó el cubrebocas—. ¿Ves que soy yo?

Los labios de su hermano se movieron en un amago de sonrisa. Le había reconocido.

—Hyung... —Los párpados se le volvieron a caer, pesados—. Estás... Vi...

—¡No te duermas! —Yoon Gi le sacudió con fuerza, con la intención de mantenerle reactivo—. ¡Por favor, no te duermas! ¡Háblame! —Volvió a abrazarle—. Hermano... Háblame...

Pero él ya no regresó. Volvió a desparecer tras aquel estado comatoso tan cercano a la muerte y el dolor me resultó tan abrumador que mi mente se apagó y todo se sumió en la más completa oscuridad.

No supe cuánto tiempo permanecí disociada, moviéndome en automático sin conciencia de mis palabras ni de mis acciones, hasta que me descubrí en la recepción de Medicina Interna junto a uno de los hombres del equipo de Kim Wo Kum, contemplando desde lejos cómo un equipo médico transportaba a Jimin en una camilla, entubado y asistido con un respirador, hacia una de las habitaciones.

—A ver si lo entiendo. —El investigador apoyó ambos brazos sobre la mesa y su mirada pensativa se clavó de nuevo sobre la mía—. ¿Es por esta dualidad que usted me propuso el encuentro entre el señor Min y el señor Kim?

Sentí que se me estrujaban todas las tripas. Ah. Rayos.

—Yoon Gi tiene una gran cabeza y es capaz de acertar allí donde los demás fallamos —respondí, de carrerilla y sin respirar—. Lo ha visto usted mismo.

—¿De verdad cree que está capacitado para afrontar esa situación?

Pues no. No podría. En cuanto lo viera, Pang Eo aparecería y...

"Llévame ante el amiguito narcisete".

¡Ay!

—Sí, claro que sí —Obvié, una vez más, mi conciencia moral—. Si no lo creyera no se lo habría propuesto.

El investigador emitió una gesto de asentimiento. Genial; ya estaba. No había sido tan difícil.

—No voy a hacerlo. —La voz de Yoon Gi, con una contundencia abrumadora, se hizo eco entonces en la conversación y descabaló todos mis esfuerzos—. No lo haré.

Demonios.

—Entiendo que ahora no tengas ganas de nada —le devolví—. Es normal que quieras descansar un poco y estar pendiente del estado de tu hermano pero...

—No, Mei.

Uf. Estupendo. A ver ahora qué hacía yo con semejante terquedad.

—Yo tampoco lo entiendo. —El forense leyó mi expresión confusa y se encogió de hombros, descorazonado—. Hasta le he hecho una oferta para motivarle bastante interesante.

—¿Una oferta? — Traté de buscar una asociación lógica entre la explicación que estaba recibiendo y la clara oposición de Yoon Gi a colaborar—. Después de lo del psicólogo americano pensaba que tendría en cuenta lo inadecuado de negociar intercambios.

—Este no es un intercambio cualquiera.

Sacó un formulario de una de sus carpetas y lo plantó, ceremonioso, encima de la mesa.

—Es la solicitud de reducción de cargos penales.

¿Que era qué? Mis ojos se volvieron hacia Yoon Gi, atónitos, pero él esquivó mi intento de contacto y desvió la vista al reloj de la pared. Pero qué...

—La solemos rellenar cuando un acusado se convierte en colaborador de otro proceso legal —prosiguió Kim Wo Kum—. Le he ofrecido tramitarla a cambio de que le sonsaque a Kim Seok Jin lo que necesito saber pero al parecer su... —Buscó la palabra correcta—. Su... —titubeó—. Su novio... —decidió, por fin— . Su novio no tiene ganas de quedarse en casa con usted y desea pasar muchos pero muchos años ingresado en Tokyo.

—Yoon Gi... —Barrí las líneas escritas del papel, sin terminar de creerme la excelente oportunidad que se estaba presentando—. Esto... —Dios, ¿acaso no quería porque se había arrepentido de estar conmigo?—. ¿Por qué no lo piensas? — Ay, ¿y si, después de todo, me dejaba otra vez?—. ¿No quieres?

—Mei, no es lo que crees.

Sus palabras me llegaron lejanas, vacías, huecas, y el mundo empezó a moverse a mi alrededor. ¿Cómo que no lo era? ¡Claro que lo era! ¡Lo era! El delicado estado de su hermano le había hecho cambiar de opinión con respecto a mí.

"Si te rompes, se rompes".

Un zumbido me taponó los oídos. Iba a marcharse porque quería alejarse. Otra vez. Todo se repetía. Otra vez.

—No quiero hacerlo porque no te quiero dejar sola. —Un tacto frío me erizó la piel de las manos y me las miré. Las tenía entre las suyas y el metal de las esposas me estaba rozando las muñecas—. Los colaboradores de los casos no pueden acompañar a los acusados al juzgado y me niego a dejarte aquí sabiendo cómo estás.

¿Así que todo era porque estaba preocupado por mí?

"No le dejes, no le abandones".

—A mí no me pasa nada —objeté—. Me encuentro perfectamente.

—No es verdad.

"La muerte está en todas partes".

—Pero lo puedo sobrellevar —insistí—. De hecho, aprovecharé que estás en el juzgado para avanzar en otros aspectos de la investigación. —Hilé, a la desesperada—.Tengo que terminar la entrevista con Jung Hoseok, visitar el archivo de historias en busca de los documentos de Sun Shee y cuidar del estado de Jimin cuando despierte —enumeré—. Y, además, acabo de ordenar el armario y te he dejado el lado derecho, como pediste.

Yoon Gi se mordió el carrillo y me apretó la mano.

—¿Estás segura?

"Las cosas muertas son demasiado hermosas para resistirse a ellas".

Por supuesto que lo estaba. No había nada que quisiera más que poder hacer realidad la idea de compartir mi futuro con él.

"No le dejes".

Solo medio día o, a lo sumo, uno.

—No te preocupes —finalicé—. Solo sácale a Jin la verdad.

Con Jimin en los momentos más críticos, Yoon Gi y Mei deben separarse.
Es la única oportunidad que les queda para intentar acortar la condena y no la pueden desaprovechar.
Llega el momento de encarar a Seok Jin.

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
Cambiamos de narrador.
¿En serio te lo vas a perder?

N/A:

Voy a dejar unas breves notas sobre la asistencia sanitaria en intoxicaciones medicamentosas.

La ingestión de medicamentos es actualmente una de las causas más frecuentes de suicidio, si no la que más. Cuando se produce, las primeras horas son críticas para la supervivencia del paciente. Si la persona está todavía consciente se intenta que vomite bebiendo voluntariamente carbón activado. En estado más grave, como es el caso de Jimin, se hace necesario sondar e introducir directamente el líquido en el estómago (esto es lo que hace Yoon Gi). La reacción suele ser rápida pero se suelen requerir varias administraciones para hacer un lavado completo.
Tras esto el paciente pasa a la Unidad de Observación en la planta correspondiente donde debe permanecer al menos 12 horas y, si todo está bien, se le traslada a Psiquiatría para valoración. En esa primera toma de contacto, se le pedirá:

- que narre lo que hizo de forma detallada
- se indaga en los motivos
- nunca se debe cuestionar. En ese momento, lo adecuado es escucharle y preguntarle más bien cosas tipo "¿Qué te parece ahora lo que hiciste?" "¿Volverías a hacerlo?"
- se realiza ingreso en Planta o se le cita para consulta ambulatoria, depende del riesgo que se valore.

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