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Día Cuatro: Juego de fragmentos

Me dejé caer pesadamente sobre la silla del despacho y me masajeé las sienes, en un intento de frenar el intenso dolor de cabeza que amenazaba con agarrotar mis ya de por sí confusas ideas.

Así que Yarek Seong había sido vecino de los Min...

Madre Mía.

¡Madre Mía!

Creía recordar que Yoon Gi me había comentado en algún momento que su madre había intimado con aquel tipo mientras trabajaba de camarera en un casino por las noches, cuando él estaba a punto de entrar en la Universidad, y Hoseok había dicho que el susodicho había tenido al menos cuatro relaciones antes. Eso significaba que existía una nada despreciable posibilidad de que el asesinato del sótano hubiera concurrido con la época en la que ese "embaucador de mujeres", como había decidido bautizarle, había convivido con Sun Shee, quien, por otro lado, había presenciado algo importante. ¿Y si él también lo había hecho? ¿Y si los cadáveres en estado de esqueleto habían pertenecido a personas vinculadas de forma similar y el paso del tiempo impedía reconocer que el Modus Operandi era el mismo? ¿Podía ser?

Parecía de locos y al mismo tiempo era de lo más lógico pero, ¿cómo arreglármelas para poner a prueba todo eso a través del análisis psicológico de un chico que podía ser solo una víctima más? ¿Por dónde empezar?

—¿Por qué te has metido en el proceso terapéutico de Min Jimin sin mi autorización?

La severa voz del jefe me sacó de mi cavilaciones. No me había dado cuenta de que había entrado y me observaba desde el otro lado de la mesa, taladrando el suelo con el talón en unos rítmicos golpes de impaciencia que hicieron que se me secara la boca.

—No me has pedido permiso para entrevistarle y, sin embargo, lo has hecho. —Me agitó en las narices lo que parecía la historia clínica impresa antes de dejarla caer con destemplanzas en la mesa—. Y, por si no fuera suficiente, le has bajado la medicación.
Agaché la cabeza con docilidad. Aunque ya había previsto esta reacción, la visión de un Dark Ho enfadado no era lo más deseable para aderezar una jornada laboral que prometía ser difícil.

—Perdón. —Sonreí como buenamente pude—. He tenido la mente un poco obstruida y no me acordé de ya había alguien llevando el caso.

—¿Me estás diciendo que no te has dado cuenta de que te has columpiado sobre el protocolo de la Unidad? —exclamó, airado y sin dar crédito—. ¿Pero tu en que estás pensando? ¿Te has ido a abrir un historial sin leer el previo o qué rayos has hecho?

En realidad, no. Lo había revisado todo con meticulosidad y no me arrepentía de nada porque, después de todo, las normativas y las reglas habían pasado a importarme un comino. Tenía que sacar la verdad de cualquier forma, y luego...

Y luego...

"¿Me dejarás hacer lo que quiera con el responsable?"

Quizás. Dependía de unas cuantas cosas.

—Esto es inaceptable. —La voz de Dark Ho resonó lejana—. Inaceptable.

—Lo lamento. —Volví a disculparme—. Ha sido un error.

—¿Un error, dices? —Me preparé mentalmente para el chaparrón—. ¿Cómo demonios se te va a olvidar mantener un orden y un respeto a los códigos de tu lugar de trabajo? —exclamó—. ¡Tienes que espabilar! ¡Esto no es una consulta de resfriados! ¡Esto es Psiquiatría! —Sí, esa frase me la sabía—. Si tu no estás en lo que hay que estar, ¿qué le vas a pedir a un paciente? ¿Eh? ¿Qué?

Suspiré, sin atreverme a rechistar. No me quedaba más remedio que aguantar y esperar a que se aplacara o a que me echara de allí.

—Dime por qué le has bajado el tratamiento porque si no lo haces te aseguro un cero en la calificación de esta semana.

Lo había hecho para evaluarle mejor de cara al posible perfil criminológico que Kim Wo Kum estaba buscando pero, claro, mi recién adquirido compromiso con él me impedía decírselo.

—No sé. —Me hice la tonta—. Le vi demasiado dormido y confuso, con todos los botones del pijama mal abrochados, y pensé que...

—Le viste somnoliento y con la camisa mal puesta. —Dark Ho me cortó y masticó mis palabras acariciándose el mentón con la mano—. Todo de lo más lógico para un cambio, sí.

Rayos. Tendría que haberme preparado alguna excusa pero la sesión con Jimin me había dejado tan exhausta y afectada que ni lo había valorado.

"Yoon Gi no se suicidó, noona. Creo que lo mataron".

No. No. No.

¡No!

"La venganza se trasforma en formas indignas y lo que creemos dulce nos envenena, nos mata".

Fueron por él.

La visión se me emborronó y la habitación entera se oscureció como si fuera de noche, al tiempo que el hilo de mi mente se soltaba sin que pudiera evitarlo. Cientos de imágenes de días pasados se agolparon a toda velocidad, y me ahorraron en una sucesión incesante que parecía injertada por alguien del exterior, a cámara rápida.

"No le dejes. No lo abandones. No lo hagas."

El recuerdo de aquellas palabras, en medio de las escenas de las sesiones de exposición, de los cuerpos descuatizados y de esa colcha azul en donde me había sentido más viva que nunca, me obligó a llevarme ambas manos a la tripa tratando de respirar, con el corazón disparado y los tímpanos a punto de explotar debido al conocido pitido, rodeada de polvo y de trozos de cemento. De nada sirvió. Esta vez la crisis se había presentado de golpe y, en cuanto el cuerpo se me anestesió, me di cuenta de que no podría frenarla sin un anclaje.

—¡Mei Te! —Una voz me llamó pero ni siquiera pude determinar de quién se trataba—. ¡Mei Te! ¡Presta atención a mis palabras!

¿Prestarle atención? No. Ese no era el tono que yo quería, el que necesitaba, el que extrañaba. No era él.

—¡Voy al Botiquín! —continuó, con agobio—. ¡Vuelvo en un segundo!

En un segundo...

En un segundo había sido la explosión que había desmembrado a mi amiga. En un segundo Nam Joon había sufrido una anoxia cerebral por estrangulamiento y ahora se encontraba en un centro para enfermos crónicos. En un segundo Jung Kook había desaparecido de Seúl, dejando unos padres desconsolados y ni un solo rastro que seguir. En un segundo había perdido a Yoon Gi.

Qué caprichoso era el tiempo. Me había quitado algo tan importante con el miserable movimiento de la aguja de un reloj.

Un segundo. Solo uno.

Un asqueroso segundo y todo había dejado de ser real.

Flashback (Mei)

La mata de cabello pegajoso se me enredó entre los dedos. Estaba en la piscina, sola tras la huida en estampida de los bañistas, sentada junto al borde de la alberca, y acababa de depositar la cabeza de Dae en el suelo para recolectar algunos trozos chamuscados de lo que intuía que debía de ser su cuerpo.

Tenía la ropa cubierta de polvo y restos de sangre y, al fondo, las sirenas me indicaron que quedaba muy poco tiempo para que aparecieran los de Emergencias y me apartaran de la excitante diversión que había encontrado. Lo había bautizado como "el juego de los fragmentos de la muerte" y me estaba encantado.

Introduje los restos de su mano mugrienta en el agua y agité el líquido con ella, haciendo remolinos, divertida. Era curioso controlar un miembro que había sido separado del propietario.

Fascinante.

—¿Estás disfrutando de tus recuerdos, mi amor?

Di un bote, repentinamente acelerada y con toda mi atención sobre la verja exterior. Yoon Gi, exactamente como lo recordaba, ataviado con el pijama del hospital, me contemplaba con una medio sonrisa en los labios y una expresión oscura increíblemente profunda mientras giraba despreocupadamente un enorme manojo de llaves que se había colgado al cuello.

¿Cómo era posible que estuviera allí?

Algo raro debía de estar ocurriendo en mi cabeza y, sin embargo, estaba más que agradecida de que así fuera.

—Comparto tu anhelo por la belleza de lo inerte y tus deseos de crear una obra a la altura de tu exquisitez pero no es momento de que te pierdas en la memoria —me indicó, y añadió, con esa suavidad helada que acariciaba y estremecía a la vez—. Ahora no, nena.

—Pang Eo... —Su inconfundible carisma me hizo reconocerle al instante—. ¿Por qué no me advertiste más claramente? Si lo hubiera previsto, jamás hubiera dejado a Yoon Gi solo.

—Lamentarse por lo que uno pudo hacer y no hizo es una pérdida de recursos, vida.

No me dio tiempo a responder. En un instante había desaparecido y yo me encontraba en el rellano de la tercera planta del instituto, con el uniforme de la secundaria, observando cómo uno de mis compañeros de clase, un idiota de esos que se creían intocables por tener una familia adinerada, discutía acaloradamente con la que parecía ser su novia.

—¡Te vi! —bramaba—. ¡Yo te vi cómo le mirabas! ¡Te vi!

Debía de llevar ahí mucho tiempo pues era consciente de lo que estaba ocurriendo. Se veía a la legua que ese muchacho era ser inseguro que paliaba sus déficits destilando posesividad por los cuatro costados.

—Te juro que no es lo que piensas. —La joven luchó por zafarse del agarre de su pareja, que le había cogido de una de las muñecas y le zarandeaba del brazo con una violencia increíble—. Me estas haciendo mucho daño... Me duele... Suéltame... Te prometo que no hablaré con nadie... Te lo prometo... Ya no volveré a saludar...

—¡No hables de lo que no puedes cumplir! —Por supuesto no solo no accedió a liberarla sino que no tuvo el más mínimo problema en abofetearla por protestar—. ¿Te crees que puedes engañarme? ¿Eso te crees?

—No... —sollozó la agredida, temblando de arriba a abajo—. No... No... Perdón... Perdón... No me golpees más... Perdón...

¿Perdón? Rayos.

Eche un rápido vistazo a mi alrededor. No había ni un alma. Acababa de salir de la asignatura extraescolar de Dibujo Técnico, donde apenas éramos cuatro alumnos, y el resto de clases habían terminado hacía ya un buen rato. ¿Quedaría algún profesor por allí cerca o tendría que ir a la Conserjería para alertar de lo que estaba pasando?

—Disculpa —intervine; quizás hubiera sido mejor marcharme limitarme a dejar un aviso en el departamento a la salida, pero eso me hubiera hecho sentir muy mal conmigo misma después—. No es correcto lo que estás haciendo, por muy frustrado que estés.

—¿Te estás metiendo en mis asuntos? —Se volvió hacia mí, con cara de asco y el puño amenazadoramente en alto pero no me moví; de querulantes estaba el mundo lleno y ninguno me daba miedo—. Lárgate.

—Deberías disculparte y marcharte. Voy a llamar a Dirección y a la policía.

—¿Disculparme? —se mofó—. ¿Crees en serio que le voy a pedir perdón a ella? —La señaló y la joven, asustada, retrocedió hacia atrás—. Una paliza es lo que se merece y tu también, por inmiscuirte dónde no te llaman.

Ya. Eso habría que verlo.

Abrí la mochila y saqué el teléfono, decidida a cumplir con mi amenaza, pero su reacción fue muy rápida. En un segundo me había arrebatado las cosas y las había estrellado contra la pared, antes de propinarme un fuerte rodillazo en el estómago que me hizo doblarme de dolor, con la vista fija en mi juego de reglas e instrumentos para dibujar, que se habían salido y estaban desperdigados por el suelo.

La chica gritó y huyó escaleras abajo.

—¿Dónde crees que vas? —le escuché bramar, detrás de ella—. ¡Ven aquí! ¡Vas a saber lo que te espera!

"No, tu no sabes lo que te espera a ti, ternurita".

Recogí mis cosas y, con el cúter de las cartulinas y el compás en la mano, les seguí sin dilación, más serena y segura que nunca.

No tuve que buscar mucho. Le encontré en la zona de los baños del primer piso, aporreando la puerta del aseo femenino en donde la tonta de su novia se había encerrado, y una increíble sensación de satisfacción me embargó.

Me acerqué, despacio. No notó mi presencia y, antes de que pudiera hacer nada, ya le había clavado en los huecos de ambas clavículas los dos objetos y se los retorcía con énfasis en la piel para profundizar lo más posible en la herida.

—¡Aah! —Fue lo único que consiguió emitir antes de caer de rodillas al suelo—. ¡Aah! ¡Aah!

—"Aah" no es la disculpa que me esperaba. —Le arranqué el compás y a continuación el cúter, y la sangre comenzó a emanar en un hilo no muy caudaloso pero igualmente hermoso—. No sabes cuánto detesto a la gente que no sabe comportarse como debe ser cuando se le pide de buenas maneras. —Le tiré del cabello hacia atrás y le obligué a mirarme con los ojos empapados en miedo—. Siempre que veo alguien como tu me entran ganas de hacer el " juego de los fragmentos de la muerte".

Ahogó una exclamación, se llevó las manos al cuello para cubrirse las heridas y su visión pusilánime me hizo reír.

—Las reglas son muy facilitas, no te preocupes. Hasta tu las puede seguir.

—Suelta... Suéltame... Por... Por favor...

—Tu papel es llorar, chillar e implorar piedad, justo como acabas de hacer —continué, emocionada de tener por fin la posibilidad de hacer realidad uno de mis sueños más recurrentes—. El mío es irte cortando en pedacitos, poco a poco.

Algo dijo, ininteligible, y cuando me disponía a arrancarle un trozo de la piel anexa a la herida como ilustración a mi explicación, su voz reapareció y me envolvió por completo.

Todo desapareció de golpe.

¿Qué estaba pasando?

—Esa eres, nena. Así eres.

¿Un anclaje? Mi anclaje.

—Te has esforzado tanto en ocultar lo que no cuadraba en la imagen de lo que deseabas ser que no pensaste que el olvido solo disimula lo que tenderá a volver a salir, una y otra vez, incansablemente, hasta que lo aceptes como una parte indivisible de ti misma.

Unas manos calientes me sujetaron ambas mejillas y abrí los ojos. Estaba sentada en el suelo, con mi edad actual, la bata del hospital y el rostro de Pang Eo tan pegado al mío que un latigazo me recorrió por la espada y me obligó a contener la respiración.

—Somos nuestros actos, mi amor.

—Sí —reconocí, buscando unir unas sílabas que se me resistían—. Eso lo sé.

Luché por moverme. Me moría por abrazarle, sin importar la identidad que fuera porque, a fin de cuentas, solo se trataba de una parte más de la persona a la que yo quería sin condiciones, pero me encontraba tan anestesiada que me resultó imposible y me tuve que conformar con agarrarle torpemente de la manga del pijama.

—Tienes que reconstruirte y no permitir que te arrastre ninguna de las torpes y lastimosas personas que te rodean, amor.

Sentí el leve toque de sus labios sobre los míos y la sangre comenzó a correrme por las venas.

—¿Has visto cómo un giro inesperado, una muerte que nadie se esperaba, ha obligado a reescribir las condiciones del juego y a reubicar las posiciones de las piezas?

—Sí. —Mi voz, ronca, emergió en mi garganta ya con la certeza de que era la mía—. Es confuso y mágico a la vez...

—Eso es porque el ser humano es un recipiente de emociones dicotómicas que les hace volubles y cambiantes. —Esbozó una sonrisa maliciosa, sin apartarse, y su roce me bailó por todas las terminaciones nerviosas del rostro—. Los que te odiaron hasta extremos insospechados ahora son los que te ayudarán — me señaló—. Es una paradoja de lo más interesante.

La imagen de Jimin me vino a la cabeza. Sí, lo entendía.

—Sin embargo, los estados son efímeros, así que deben ser aprovechado en su momento —me susurró al oído—. Hagamos que todo caiga y se retuerza. —Su aliento arrasó en mi piel, como si fuera de fuego—. Veamos hundirse a los que han pretendido joderte a ti y a Yoon Gi y jugar a un juego que no les es propio, sin saber que las reglas las marcamos nosotros.

Él realmente no debía de estar allí. Solo se trataba de un diálogo interno que estaba manteniendo conmigo misma pero parecía tan real...

—Tu sociopatía encubierta es la única que te hará ver las cosas como realmente son, sin esos filtros emocionales tan molestos e innecesarios. Libérate por completo y usa tu capacidad.

Su recomendación me sonó categórica y cuando me soltó y dejé de percibir su contacto, mis sentidos semi inconscientes protestaron con un burbujeo de necesidad que me hizo espabilarme de inmediato.

—Pero ahora soy una parte incompleta. — Me dejé caer—. Ya no tengo a Yoon Gi.

—¿Eso es lo que crees?

Apenas le alcancé a escuchar. ¿Acaso la visión se estaba diluyendo? No, no podía desaparecer ahora. No quería. ¡No quería! ¡No podía irse!

—Tu pérdida no era asumible para él —volví a escucharle—. Se hizo necesario un giro radical para mantener esa mediocridad respiratoria tuya, tan simple pero a la vez tan fascinante.

¿Qué?

Tardé un tiempo en recuperar la visión y, cuando lo hice, me topé con la mesa de mi despacho y las paredes blancas. Vi las sillas de la terapia. Los bordes de mi bata. A Dark Ho tomándome la tensión y a Seok Jin observándome con la cara lívida de preocupación.

—Pang Eo... —Revisé cada rincón— Yoon Gi... ¡Yoon Gi! ¡Yoon Gi! —sollocé—. Yoon Gi...

—Tranquilízate. —Mi jefe me colocó con celeridad un paño de agua fría en la frente y varias gotas cayeron en un desordenado dibujo sobre la pila de folios en blanco—. Has tenido una recaída disociativa y ya sabes que en ese tipo de situaciones es normal sentirse confuso.

—He visto a Yoon Gi —insistí—. Lo he visto. —Me giré hacia mi compañero, que, completamente enajenado, me dedicó una mirada en la que percibí una angustia increíbl —. Jin, lo he visto.

—Mei, tu paciente lleva muerto casi dos semanas —respondió, contenido—. Tienes que asimilarlo o terminarás muy mal.

¿Asimilarlo? ¿Cómo qué asimilarlo?

"Tienes que reconstruirte y no permitir que te arrastre ninguna de las torpes y lastimosas personas que te rodean, amor".

No. No había nada que quisiera asimilar. Nada.

La tensión de los acontecimientos ha provocado en Mei una evocación de la época más descontrolada de su pasado.
Sin embargo, la sociopatía parece ser la única manera de armar las piezas de un puzzle que se complicada cada vez más.
"Somos nuestros actos" y detrás de cada uno de ellos siempre se encuentra una razón.

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
¿Te lo quieres perder?

N/A:

Hoy paro por aquí a decirles que tengo un montón de proyectos en mente sacar en estos meses. No podré escribirlos todos a un ritmo rápido porque en Abril estaré seguramente trabajando bastante pero voy a aprovechar Marzo para subirlos, buscar portadas y publicar los primeros capítulos. Y después ya veremos cómo los sigo Jajaja.

Me despido con un video de Akemi_S0910 que ilustra una parte de este capítulo.

[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para visualizarlo.]

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