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Día Cuatro: Delirio de Muerte

Miré al desconocido, sin comprender. ¿Loca? ¿Quién?

—Allí.

Señaló al fondo, hacia una de las máquinas expendedoras, que había perdido el control y escupía todas las latas de refresco de naranja que tenía y que rodaban al suelo sin control.

—¡Madre mía! —exclamé.

— Te prometo que lo único que he hecho ha sido echar una moneda. —Se justificó—. Estoy acostumbrado a que se traguen el dinero, no a que me regalen litros interminables de bebida.

Su apreciación me arrancó una tenue sonrisa.

—No te preocupes, no tienes que explicarme nada—le tranquilicé—. Las máquinas las repone una empresa privada que viene sin orden ni disciplina así que aprovecha el fallo y llévatelas. Es un privilegio que no ocurre todos los días.

Me respondió con una carcajada de lo más simpática, se agachó para cazar los botes que se habían deslizado por las baldosas y empezó a colocar en una hilera perfecta. Sus movimientos me recordaban a Yoon Gi, a pesar de que sus facciones alargadas, su cabello castaño y su expresión desenfadada no tenían nada que ver con él. Cosas de la ansiedad, suponía.

—¿Quieres una? —Me extendió una mientras sostenía otra para sí—. Invita el "señor reponedor".

—No, muchas gracias. —A pesar del humor, la rechacé—. No me gustan las bebidas de naranja.

—Yo antes también les tenía mucha manía —me contó entonces, mientras se entretenía en situar la que me había ofrecido junto a las demás—. Sé que suena ridículo pero me daban una fobia tremenda que me costó años superar.

Era la primera vez que escuchaba de un miedo semejante pero, como estaba más que acostumbrada a que me contaran relatos de lo más inverosímiles, lo tomé con normalidad.

—Enhorabuena por conseguirlo. —le reforcé con la mejor de mis sonrisas—. Una fobia se elimina con trabajo y mucho esfuerzo.

—Así es. —De pronto se quedó extremadamente quieto, como si buscara estudiar el trasfondo de mis pensamientos—. Así es, psicóloga...

¿Qué? Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo y mi cara se trasformó en la viva imagen de la estupefacción. Pang Eo solía llamarme así.

—¡Ay, perdona el descaro! —Me señaló el bolsillo de la bata, en donde solía llevar los bolígrafos—. Es lo que pone en tu chapa —explicó, y leyó—: Doctora Eun Mei Te. Psicóloga Clínica.

Ah. Mi identificación, claro. Claro. Qué tonta.

—En teoría aún soy solo una estudiante —aclaré—. En la práctica hago lo mismo que los que llevan veinte años trabajando.

—Entiendo. —Torció el gesto, pensativo, y no supe por qué pero eso me revolvió en inquietud. — En tal caso, ¿te importaría, por favor, echarle un vistazo a mi madre, aunque sea un minuto?

—¿Está ingresada aquí?

—Sí —confirmó—. Tiene un trastorno mental grave pero no puede estar en Psiquiatría por un asunto de un protocolo de seguridad o algo así, de modo que está aquí a la espera de ser trasladada a una residencia de esas para enfermos crónicos.

Ay, Dios. Que yo supiera, solo había una paciente que permaneciera en esas condiciones porque a Kim Nam Joon se lo habían llevado ya hacía un par de días a una Unidad especializada en Daño Cerebral fuera de nuestras competencias.

—Sé que tendrás mucho que hacer. — Se justificó en cuanto me vio revisar de reojo la hora en el reloj del fondo del pasillo—. No te lo pediría si no fuera importante. Se pasa el día muy nerviosa y me está volviendo loco. No sé qué hacer ni cómo tengo que actuar con ella y necesito alguna orientación profesional.

La propuesta sonaba interesante pero ni siquiera había avisado a Dark Ho de mi ausencia y, si me entretenía, me vería soportando una bronca mayor de la que ya de por sí me esperaba cuando se diera cuenta de que le había cambiado la pauta de tratamiento a Jimin. Además, tenía demasiados frentes abiertos en los que trabajar y mi paupérrimo estado mental, con la mitad de mis capacidades disociadas y la otra mitad hundidas en la depresión, no daba a basto para más.

"Restáuralo. Se te está dando una valiosa oportunidad para que lo hagas".

Era de verdad increíble. En un abrir y cerrar de ojos, se me habían habiendo de par en par todas las puertas de investigación que antes me habían bloqueado.

"Bitácora de Yoon Gi: nada es lo que parece".

—Está bien. —El recuerdo de aquellas palabras me hizo desterrar toda duda y movilizarme—. ¿Cuál es su habitación?

—La cuatrocientos cuatro.

¡La cuatrocientos cuatro! Dios... Dios... Pero, ¿Cómo? Cuatrocientos cuatro... Entonces.... ¿Entonces los mensajes de quién eran? ¿De ese chico?

Le miré de arriba a abajo, sin querer creérmelo. No lo había visto en mi vida pero podía tener cierto sentido porque necesitaba ayuda para su madre y su tono se asemejaba al de...

Mierda.

No pude evitar que los ojos se me empañaran y , mientras recorría el pasillo inmaculado de azulejos blancos, volví a sumirme en esa vacuidad y anestesia corporal tan conocida, con un fuerte nudo de dolor en la garganta y el sabor salado de las lágrimas en la comisura de los labios.

"Querida, la sensiblería es una debilidad".

Me quedé clavada delante de la puerta abierta, contemplando el famoso número pintado sobre una chapa azul.

"Reponte y busca al culpable".

Era mi voz interna. La escuchaba lejana, perdida en algún punto de mi mente y aletargada por la química de los antipsicóticos, pero ahí estaba. Ahí estaba de nuevo y, por patológico que fuera, me reconfortaba volver a escucharla.

"¿Vas a ver a la paciente del amago de crimen sin gracia? ¡Qué pereza!"

Me centré en lo que tenía que hacer e ignoré el comentario. Cuando llegara el momento de usarla, lo haría. Antes no.

—Omma. —El joven entró el primero—. Omma, ha venido una doctora a hablar contigo.

La encontré sentada en la cama, contenida en manos y pies, con un pijama azul de esos que se trenzaban por detrás, el cabello largo desmelenado como si se acabara de levantar y los ojos grises clavados en los anuncios de una televisión colgada de la pared. No se inmutó ante nuestra presencia.

—Hoseok... —murmuró, como si hablara para ella misma—. Todos seremos juzgados. Y tu... Y tu...

—Le dice eso a todos lo que se le acercan —me explicó el tal Hoseok, consternado—. Siempre ha tenido delirios místicos pero ahora está más obsesionada que nunca con el Juicio Final.

—Final... No... Final no... —Ella permaneció inexpresiva—. Los juicios no son finales sino comienzos. El comienzo que otorga la muerte, para que podamos reiniciarnos y comportarnos como las buenas personas que Dios desea que seamos. Como mi ángel... Mi dulce ángel...

—Por Dios, omma, ya te he dicho que no hay ángeles entre nosotros. Además, cuando uno se muere no puede empezar a comportarse de ninguna manera porque deja de existir.

La verdad, no me extrañaba que el chico estuviera tan agobiado. Habría intentado hacerla razonar miles de veces sin saber que la lógica de nada servía en un cuadro delirante. La confrontación tenía que hacerse desde dentro del propio discurso, sin cuestionamientos, lo que requería un manejo clínico avanzado que alguien no especializado no podía plantearse.

—Buenos días, Sun Shee —intervine.

No me hizo ni caso de modo que me acerqué, con cuidado. Las personas con esquizofrenia eran muy volubles. Su tendencia paranoide les podía llevar a malinterpretar fácilmente hasta el gesto más inocente.

—¿Cómo estás? ¿Sabes quién soy?

—Eres la novia de la muerte. —Por fin, fijó la vista sobre mí y sus pupilas me dieron a entender que seguía exactamente igual de descompensada que la última vez que la había visto—. Hay que inclinarse ante ti y respetarte pues él nunca perdona.

—¿Él? —repetí—. ¿Te refieres a Yoon Gi?

Hoseok, desde su posición en la ventana, frunció el ceño, en algo parecido al disgusto, y me dedicó una mirada cargada de extrañeza que no me pasó desapercibida. Por supuesto, le tenía que conocer. Habían sido vecinos de finca. De hecho, creía recordar que su jardín terminaba justo en donde empezaba esa especie de granja ecológica que había montado la señora Min, el lugar donde Jimin solía esconderse de su padre. Se habrían visto muchas veces.

—El equilibro se rompió... La Justicia se invistió en Muerte y la Muerte ahora es la verdadera Justicia... —Sun Shee siguió hablado, sin atender a mi pregunta, embebida por completo en el curso de su pensamiento—. Y los ojos que saben demasiado no debieron hablar y se silenciaron... Todos callados... Ssssss... La venganza se trasforma en formas indignas y lo que creemos dulce nos envenena, nos mata. Ellos quieren ser... Todos quieren...

—Pero no lo son, ¿verdad? —intenté seguir el hilo, como pude—. Quieren ser pero no lo son.

—No lo son... No lo son... —Agitó la cabeza ambos lados—. Burdos intentos de clamar al Apocalipsis, de robar al Dios su trono de sangre, pero solo él sabe... Solo él...

—Porque la muerte genuina es una —reflexioné—. La autenticidad y la belleza no es propia más que de lo verdadero.

No me contestó. Simplemente cerró los ojos y una medio sonrisa inmotivada se abrió en sus blanquecinos labios.

—¿Has presenciado ese trono de sangre? —Parecía de locos pero empezaba a creer que mi tendencia disociada era la mejor opción para afrontar una entrevista como aquella—. ¿Has visto ese esplendor luminoso que purifica todo acto alguna vez?

Asintió, despacio. Bien. Íbamos bien.

—¿Lo crees hermoso o prefieres la falta de oxígeno porque no mancha la ropa? —continúe, jugando a enlazarlo con el intento de homicidio que ella misma había protagonizado—. ¿Por qué eliminar a los que han presenciado el juicio que nos convertirá en seres correctos?

Me miró, enturbiada, y su hijo se inclinó hacia delante, fuera de jaque ante mis palabras. Sabía que estaba quedando como una perturbada. Pero me daba lo mismo.

—La novia entiende de lealtad y de amor —bajó el tono—. ¡Oh, sí! Ella lo comprende y por eso mis ojos tampoco deben hablar.

—¿Temes por tu vida?

—Temo... —murmuró, jadeando cada vez más fuerte—. Temo por la suya.

De repente, el pecho se le agitó en un vaivén incontrolado.

—¡Dónde está mi pequeño! —vociferó— ¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde? ¡Cuídalo! ¡Cuídamelo! Mi bebé... Es mío... Es mío... Es mío.... ¡Mío! ¡No lo dañes!

Hubiera dado lo que fuera por seguir indagando en esa fuga de ideas pero la hiperventilación le hizo ponerse a chillar y tirarse del cabello, en un abrupto cuadro de agitación que me obligó a salir al pasillo y llamar a los responsables del control de aquella planta.

—¡Si no, mueres! —siguió, a pleno pulmón, mientras el personal entraba corriendo—. ¡No, no, hermano! ¡A ella no! ¡Hermano, a ella no! ¡No toques a su novia! ¡Mi hijo! ¡Mi pequeño!

Se llevó las manos al rostro y se arañó. Unos tajos rosados se tatuaron en su pálida piel. Hoseok se abalanzó sobre ella con la intención de frenarla pero solo consiguió llevarse un mordisco en el brazo y no me quedó más remedio que aprisinarla por los hombros para inmovilizarla y que uno de los auxiliares pudiera inyectarle el tranquilizante con seguridad.

—¡Auxilio!

El pinchazo le hizo retorcerse pero no la solté hasta que se deslizó hacia atrás, como muerta, y se tumbó en la cama.

—Mei... Mei... Mei...

Era extraño que recordara mi nombre pero lo era aún más que lo usara en una forma tan coloquial, como si me conociera cuando, en realidad, nunca hasta ese momento habíamos mantenido una conversación.

—¡Mi casa! —Trató de subir las manos atadas y de morderse las correas pero se lo impedí—. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! —intentó sujetarme, en vano—. ¡Cuídalo! ¡Cuídalo! No puede ser ajusticiado... Tu puedes... Solo tu puedes... Cuídamelo...

—Veré lo que puedo hacer, Sun Shee —respondí lo primero que se me ocurrió—. Mientras tanto céntrate en respirar y luego hablaremos de lo que quieras.

—No.. No... Ayúdale... Porque los ojos que saben demasiado fueron acallados... ¡Hermano! ¡Hermano, no lo hagas! ¡Hermano, no lo hagas!

No me quedó más remedio que abandonar la habitación. Mientras estuviera ahí, no cesaría en su relato y tampoco podía decirle nada más sin analizar antes la conversación.

"La pieza más rara, la que no encaja en ningún lado, la menos coherente, es la elegida".

¿Se refería a ella?

Sun Shee admiraba a Pang Eo. Lo hacía al punto de considerarle un Dios que corregía las malas conductas a través de la muerte y, al parecer, conocía alguna de sus obras. Sin embargo, había intentado asfixiar al único testigo que hubiera podido confirmar su inocencia en el crimen por el que se le había acusado, aspecto del cual había culpado a Seok Jin y, a juzgar por lo que había dicho, ese hecho tenía mucho que ver con la lealtad y el amor. ¿Lealtad hacia quién? ¿Hacia el homicida?

—Disculpa.

Me detuve. Hoseok había salido detrás de mí, con evidente ansiedad.

—¿Has visto como está? —Señaló a la habitación, desde donde todavía salían gritos y lamentos—. Toma muchísima medicación como para estar así.

Lo sabía. A ver qué le decía yo ahora.

—En cuanto pueda, volveré para seguir evaluándola y trataré de darte algunos consejos sobre cómo hablarle — Me abracé el cuerpo; de repente me había entrado un frío tremendo y el desayuno me estaba empezando a bailar por el esófago—. Puedo buscar alguna guía de familiares para este trastornos.

—Te lo agradecería mucho. Me ha encantado la manera en la que la has entrevistado. Ha sido impresionante.

Pues era raro que se lo pareciera. Mi conversación había sido de lo más disociativa.

—Es solo mi trabajo.

—¿Te puedo confesar algo? —Su tenue susurro me llegó como un viento helado en medio de mi tormenta mental de ideas pero asentí y él prosiguió—. A veces pienso que lo que dice no es un delirio. Si lo fueran, las pastillas se lo habrían quitado.

"Qué chico más sagaz. Toma nota del muchachito nuevo".

—En la mayoría de los casos es así, pero no siempre —expuse—. Un veinte por ciento de las personas con esquizofrenia no responden al tratamiento y no mejoran. Es lo que se conoce como Esquizofrenia Refractaria.

—Sí, eso lo sé —asumió—. Pero aún así creo que algo más le sucede y me preocupa no ser capaz de dar con ello lo que es para solucionarlo.

Parpadeé. Vaya...

—¿Tienes hermanos? —inquirí entonces, recordando las declamaciones al respecto.

Se limitó a negar con la cabeza.

—¿Hermano político? —Repitió el gesto—. ¿Hermanastro? ¿Hijos?

—No.

—¿Y tu padre? —Era lo último que me quedaba por explorar aunque me parecía recordar que Suni había escrito por algún lado que Sun She había sido madre soltera—. ¿Dónde está tu padre?

—Muerto. —Se acercó a la cristalera y su mirada se perdió entre los transeúntes de la calle, en un ademán sereno que, de nuevo, me recordó demasiado a Yoon Gi—. Asesinado, para ser más exactos.

—¿Cómo dices? —El corazón se me subió a la garganta.

—Mi "señor padre", si es que se le puede llamar así, era un vividor que se dedicaba a seducir mujeres, casarse con ellas y arruinarlas —me explicó, muy despacio—. Nunca se comprometió con mi madre porque ella no tenía solvencia económica y, en cuanto pudo, se marchó. Desde entonces, le conté cuatro relaciones y estaba a punto de culminar con la quinta cuando le encontraron muerto en su casa en unas condiciones que ni te imaginas.

Me miró de reojo con demasiada inexpresividad y no pude evitar toser al sentir mi propia saliva espesarse. ¿Podría ser...?

—¿Cómo se llamaba tu padre? —me atreví a preguntar, atenazada por la impaciencia.

—Yarek Seong —confirmó—. Jung Yarek Seong.

Demonios.

La pieza más rara, la que no encaja en ningún lado, la menos coherente.
El sagaz muchachito nuevo.
Y la bitácora de Yoon Gi "Nada es lo que lo parece".

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
¿Te lo va a perder?


N/A:

Como ven, estoy editando rápido. Quiero subir la historia pronto así que probablemente reciban actualizaciones mías con frecuencia.

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