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Día Cuatro

La noticia me desestabilizó por completo. No supe ni cómo fui capaz de despedir a Jimin, escribir mis notas y modificar en el Control la pauta de medicación que tenía pero el caso fue que lo hice. Si se iba a someter a una terapia, era importante que no hubiera química de por medio que alterara la evaluación y edulcorara las vivencias que tendría que contarme, comenzando por la forma en la que se había deshecho del cuerpo de su padre y terminando por el día del incendio y lo que...

No.

No, no, ¡no!

Dios mío ... Yoon Gi... No podía ser verdad... Y, sin embargo... Sin embargo...

Llegué a casa como un autómata, fui directa a la habitación y abrí de par en par el armario, en donde me sobraba la mitad del espacio, para darme a la absurda tarea de dispersar por los cajones las prendas de ropa para que pareciera más ocupado. El resultado fue un asco pero persistí y terminé tirando todas las perchas sobre las baldas antes de arrastrar las camas, quitarles los cabeceros y juntarlas. Era una idiotez, lo sabía. No porque cambiara la distribución iba a desaparecer la soledad que me producía haber fantaseado un futuro junto a Yoon Gi. Un futuro que ahora entendía que podría haber sido real si no hubiera cometido la estupidez de creerme su mentira a cerca del "asesino múltiple en busca de la exculpación" y no le hubiera dejado solo.

Hasta en eso había sido más listo que yo.

Desde que lo había conocido me había obligado a exprimirme las ideas y el último día no había sido la excepción. ¡Maldita sea! ¡Tenía que haber dudado un poco! ¡Un poco! ¿Qué demonios había pretendido haciéndome creer que Pang Eo no existía? ¿Qué, si tenía la absolución en la mano? ¿Por qué apartarme así? Y, ¿quién le había...? ¡Demonios!

Moví toda la habitación y media hora después, la rabia dio paso a la pena y me descubrí sentada en la bañera, abrazándome por las rodillas y con el agua cayéndome a borbotones sobre la cabeza, sin ser capaz de distinguir si estaba llorando o solo se trataba de la sensación del chorro en la cara. Sin sentido, sin realidad, sin anclaje. Sin nada. Solo dolor, culpa y una intensa tristeza.

No estaba muerto. Con su brillantez era imposible que lo hubieran matado. Imposible. No. Por favor. ¡Por favor! Con algo así ya no podría seguir adelante. Yoon Gi había sido mi espejo, mi equilibrio y mi igual, y no tenía lógica que se hubiera evaporado en las torpes manos de un ser ajeno.

No. No. No.

Pasé el resto de la noche en un estado emocional que caía en picado según iban pasando los minutos pero a la vez con la conciencia de que no podía permitirme auto destruirme, por lo menos hasta que encontrara al responsable. Por eso, a eso de las doce y media, tras desordenar todos mis libros, revisar las fotos de los animales de Pang Eo mil veces y dar cerca de cien vueltas en la cama, me harté y tiré toda la medicación a la basura. Si no podía controlarme, utilizaría mi defensa para que lo hiciera por mí.

No tardó mucho en aparecer. Lo primero que regresó fue la extrañeza de mis manos y mi sentido de lo ajeno, de verlo todo desde fuera, y esa reconfortante despersonalización se fortaleció a la mañana siguiente, en cuanto puse los pies de nuevo en el hospital donde Jimin me esperaba para la primera sesión.

"¿Cuáles son tus monstruo, amor?"

Fácil. Mis dudas entre los deseos de muerte de mi verdadera esencia y mi concepto moral, que me gritaba que esas ideas no eran normales ni, por supuesto, aceptables.

"Haces grandes esfuerzos para parecer normal y te construyes cada día en lo correcto de la estúpida sociedad que nos rodea pero, por mucho que lo intentes, por mucho que luches, no puedes cambiar el hecho de que eres su compañera de vida y también su compañera de muerte".

Exactamente. Y cada vez me costaba menos relativizar la importancia de exponerme ante los ojos de los demás.

—¿Has desayunado? —Nada más atravesar el recibidor, Seok Jin me salió al encuentro y me agitó una caja roja rectangular en las narices—. He comprado galletas —anunció, solemne—. No es necesario que me des las gracias.

Analicé su rostro como si fuera la primera vez que lo veía, medio enajenada pero a la vez procesando el detalle. ¿Él comprando algo para alguien? Debía de ser el fin del mundo. O algo malo había hecho. Una de dos.

—¿A qué se debe el honor? —murmuré, en un eco vacuo—. ¿Ha pasado algo?

—¡Qué va a pasar! —Movió la mano en el aire para quitarle importancia— . Solo he pensado que después de la reunión podríamos desayunar en alguno de los patios en vez de ir a la cafetería a agobiarnos con la gente y con ese olor a pollo tan asqueroso que se pega a la bata. —Arrugó la nariz en una mueca de desagrado—. Es repulsivo.

Abrió la caja y el aroma de la harina recién horneada se me metió por la nariz pero no sentí nada. Absolutamente nada.

— Como no te gusta el chocolate, las escogí de almendras.

No tenía hambre y ni mucho menos ganas de conversar pero me obligué a esbozar una sonrisa agradecida que le hizo henchirse de satisfacción.

—¿Cómo sabías que no me gusta el chocolate? —No recordaba habérselo comentado aunque, conociéndome, igual lo había hecho y no me acordaba—. No te lo he dicho, ¿o sí?

—Estoy perfectamente enterado de todo lo que te concierne. —Me alargó la caja en ese gesto tan suyo de "mira cuánto sé de todo"—. Por saber, me sé hasta la marca de champú que usas.

¿En serio?

—Eso suena inquietante. —Tomé el paquete. Me temblaban las manos de modo que las apreté con fuerza contra el cartón; no estaba dispuesta a exponerme ante nadie esta vez—. Debes de aburrirte mucho en tu tiempo libre como para ponerte a curiosear en la vida de los demás.

—Me trae sin cuidado la vida de nadie —replicó—. Solo me importas tu, ya te lo he dicho mil veces, aunque parece que no te quieres dar por enterada.

"A mí solo me importas tu".

—No. —Desvié la vista al fondo del pasillo, hacia el ascensor; maldición, ya estaba a punto de llorar otra vez—. No es que... Es solo que... —No, lo mejor era dar pocas explicaciones—. Gracias.

—Gracias no. —De repente noté que me agarraba por los hombros y, cuando regresé la vista hacia él, le tenía mucho más cerca de lo deseado—. Acepta estar un rato conmigo —insistió—. Te juro que estoy intentando suavizar mi carácter.

Eso lo sabía pero aún así...

—Dame una oportunidad, Mei.

"Bitácora de Yoon Gi: Once días y te amo".

—No puedo —respondí, con los ojos pegados a uno de los bolsillos de su bata, que lucía más hinchado de lo normal—. Tengo mucha tarea pendiente para hoy.

—¿Y qué se supone que tienes que hacer? —Me soltó, repentinamente contrariado—. ¿Lanzarte al vacío en una Psicoterapia destructiva con el masoquista de Jimin?

Ya estábamos. Cuando todo parecía ir bien, tenía que salir con una de sus sobreprotectoras conductas. ¿Había revisado mi clave en el ordenador? Increíble. Increíble e inaceptable.

—No voy a consentir que me espíes ni que me sigas los pasos como un enfermo obsesivo —zanjé—. Haré lo que yo crea conveniente, digas lo que digas, y sobre eso no tienes opinión. Ya está.

—¡Pues ya está! — Repitió, a voces; al parecer era imposible que controlara sus arrebatos ante las negativas—. ¡Tu harás lo que te parece pero entonces yo también! ¡Quieras o no estar conmigo me voy a meter todos los días en tu despacho! ¡Quieras o no voy a estar pendiente de lo que haces! ¡Quieras o no te cuidaré! ¡Quieras o no!

—Voy a hablar con Dark Ho sobre esto —le amenacé—. Una cosa es que te preocupes por mí, algo que te agradezco, y otra muy diferente que me robes las contraseña y te metas a husmear en mi perfil profesional.

Se movió con desaire y por fin lo distinguí. Llevaba una caja de inyecciones con los bordes... ¿Marrones? Entrecerré los ojos. No, rojos. Olanzapina. Era Olanzapina, la misma sustancia que le había pautado a Yoon Gi días atrás. ¿Por qué la tenía?

—¿Qué haces con eso escondido ahí? —Le señalé el bolsillo—. ¿Cómo puedes pasearte por el hospital con semejante tratamiento?

Dio un respingo y la sombra de la desconfianza se cernió sobre mí. Las medicaciones nunca se sacaban de los botiquines de las plantas por razones de seguridad y, cuando algo se terminaba, el personal de Farmacia era el que se encargaba de reponerlo, transportando lo necesario en unos cubos rectangulares perfectamente sellados que había visto miles de veces.

—Con eso puedes matar a alguien —observé, y añadí, sin poder evitarlo—: De forma poco elegante pero moriría, que es lo que cuenta.

Mi comentario provocó que se le salieran los ojos de las órbitas.

—¿Cómo que matar? ¿Cómo que poco elegante? —Parpadeó—. ¿Pero qué tipo de conclusión es esa? Está claro que la forma de pensar de ese loco psicópata todavía te afecta pero tu me increpas y te indignas solo porque trato de que no termines como él.

—No se te ocurra volver a llamarle así —salté—. Y terminaré como yo elija terminar.

— Que sepas que si hablas con Dark Ho de mí yo haré lo mismo. —Se estiró, pomposo, como un pavo en un cortejo y de repente me entraron unas locas ganas de clavarle todas esas inyecciones en el cuello—. Le contaré detalladamente cómo te saliste de tu rol laboral y te implicaste personalmente con Min Yoon Gi, a ver qué opina de que te acuestes con tus pacientes.

—No lo harás.

—¿Apostamos algo?

Uf.

Lástima que la Olanzapina no me permitiera exprimirle la sangre y disfrutar del cuadro adecuado de lo que sería su muerte. Era una pena que resultara tan sucio y triste terminar con alguien a través de una sustancia, sin ese rojo espléndido y puro que tanta alegría daba a lo inerte pero, por otro lado, había que saber aprovechar las oportunidades y...

El sonido de la mensajería del móvil atrajo mi atención y la fábula mortuoria se esfumó.

Control, Mei. Control.

"Imagínate un rompecabezas". Revisé el texto que acaba de recibir, casi como si me fuera la vida en ello. "¿Qué pieza elegirías para empezar a montarlo sin tener instrucciones?"

Era ese individuo de nuevo. Ya iban tres días y no solo seguía sin bloquearle sino que, para colmo, incluso había estado esperando que me escribiera.

"Escogería uno de los bordes exteriore de la parte inferior para ir hacia arriba" contesté, sin dilación. "Desde los cimientos".

"Una respuesta sin duda digna de ti. Sin embargo, la pieza más rara, la que no encaje en ningún lado, la menos coherente, es la elegida".

"¿Por qué?"

"¡Vamos! ¡Despierta tu brillante inteligencia! Lo sabes".

Una pieza rara y nada coherente...

Seok Jin estiró el cuello y buscó la pantalla con los ojos pero le di un empellón y lo aparté.

—Conmigo no hablas por mensajería —bufó—. Me dejas en leído y allá que me las vea.

Iba a responderle pero cuando levanté la vista, ya me había arrebatado las galletas y se alejaba con la bata ondeando como una bandera por detrás, rezumando indignación.

—¡Me subo a la planta! —gritó, sin volverse—. ¡Es un desastre que me distraigas y retrases mis ocupaciones!

—Jin...

—¡Yo solo quería hacerte el favor de que me acompañaras! —Fue lo último que escuché antes de que torciera hacia el ascensor y desapareciera de mi campo visual—. ¡Mucho peor para ti si no quieres! ¡Peor!

Me quedé sola, parada en medio del pasillo hasta que decidir que no podía perder tiempo en darle vueltas a un narcisismo que no tenía pintar de mejorar y pulsé el botón de llamada de aquel teléfono. Quería saber quién era. Esos textos me recordaban a Pang Eo.

Un tono. Dos. Tres. Cuatro.

—Unidad de Medicina Interna. —Una voz femenina me saludó al otro lado—. ¿En qué puedo ayudarle?

Casi se me cae el aparato de la mano. ¡Era un móvil del propio hospital!

—Buenos días —modulé el tono a fin de que no sonara desesperado—. Soy la Doctora Eun.

— Me temo que se ha confundido. —Se apresuró a explicarme mi interlocutora, con una exquisita educación nada parecida a la que tenía el personal de mi Unidad—. Este número está destinado al uso de familiares y pacientes. Si desea hablar con algún médico debe llamar a otra extensión que le puedo facilitar ahora mismo.

—Es que... — La noticia me pilló de sorpresa y me dejó medio bloqueada—.¿Sabe quién ha sido el último usuario en utilizar la línea?

—El chico de la cuatrocientos cuatro. —Su timbre de extrañeza no me pasó desapercibido—. ¿Por qué? —se interesó—. ¿Necesita algo en concreto? ¿Quién ha dicho que era?

No supe si llegué a despedirme porque el corazón se me desbocó de tan manera que salí corriendo a las taquillas, tiré de cualquier manera la mochila y me puse la bata mientras corría por las escaleras hasta la cuarta planta, con un millón de ideas y de sentimientos encontrados. ¿Y si era él? ¿Y si realmente era él? ¿Podía ser posible o no era más que otra de mis estúpidas negaciones? ¡Podía ser! ¡Podía! ¿Yoon Gi? ¡Ay, Dios! ¡Por favor!

Atravesé las tres salas de espera atestadas de personas acomodadas en bancas de plástico que esperaban a que su número de consulta apareciera en las pantallas de televisión, crucé el directorio sin saludar a los dos médicos de formación de Ginecología que me topé y me desvié por el pasillo de Rayos X, en donde había una bronca formada entre algunos que habían intentado colarse en la fila de entrega de la documentación.

Avisté las puertas que separaban las zonas de las consultas ambulatorias de los ingresos y me detuve ante el panel de información de las habitaciones, sin aire y con los nervios tan a flor de piel que no detecté a la persona que me salió al encuentro.

—Eres de personal, ¿verdad? —La pregunta sonó agobiada—. Por favor, ayúdame. Se ha vuelto loca y no sé qué hacer.

La noticia del asesinato de Yoon Gi ha provocado que Mei abandone los tratamientos seguido y busque de forma consciente de nuevo su disociación.
Sin embargo, es posible que no esté todo perdido.
En la planta de Medicina Interna parece encontrarse la luz que necesita para seguir.

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
¿Te lo vas a perder?


N/A:

Hoy les dejo un Edit que hizo RocioPelozo5 y que quiero compartirles porque me encantó. Pertenece a la primera parte de la historia. ¿Se acuerdan?

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