Día Cinco: Monstruo
(Voz narrativa: Jimin)
Suspiré con fuerza y me preparé mentalmente.
Hasta ese momento, no había valorado la posibilidad de contarle nada por propia voluntad. Me había cerrado en banda porque no me fiaba y el miedo de perder a Yoon Gi había sido más fuerte que cualquier principio o concepto moral que se me hubiera atravesado por la conciencia. Sin embargo, su muerte había cambiado el escenario por completo y había convertido a Mei, el objeto de mis antipatías y de mis pérdidas de control más recientes, en la única persona que ahora me importaba y también en la única capaz de ayudarme.
Tenía que hablar. Por mucho que me costara, tenía que hacerlo. Si no, nunca podría destapar la vía de investigación que me interesaba y perdería la última oportunidad que probablemente se me brindaría de demostrar que era capaz de hacer algo bien, para variar.
—Organiza las ideas como creas más conveniente. —La voz de Mei me sonó tan cariñosa que me entraron unas ganas tremendas de abrazarla y esconderme bajo su fuerte determinación, tan parecida a la Yoon Gi—. Si dejas que fluya, será más fácil de contar.
—Sí, noona —respondí—. De todas formas, no creo que me resulte difícil porque lo que voy a explicarte es algo que siempre llevo conmigo, día a día, como una losa.
Sí, olvidarse de algo así era del todo imposible, y más cuando se trataba del origen de mi depresión, de mis autolesiones, de mi desvalorización. El origen del cuestionamiento del sentido de mi vida y de mi valía como ser humano. El origen de mi monstruo.
—Después de que mi hermano se fuera del sótano con la cabeza y me dejara allí con los restos del cadáver, yo... —titubeé pero ella asintió, con un brillo comprensivo, y me dio un poco de seguridad—. Cuando terminé de limpiar también salí...
Lo tenía tan vívido que parecía haber ocurrido hacía tan solo un par de horas, como si el tiempo se hubiera detenido en el momento en el que subía las escaleras del sótano y descolgaba el auricular del viejo teléfono del salón, frenético, buscando en el directorio el número de mis vecinos.
—¡Hoseok! ¡Hoseok! —exclamé en cuanto contestó, al tercer tono—. ¡Ay, Hoseok! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame, por favor!
—Vaya, por fin apareces. —El timbre infantil de mi amigo resonó, molesto, al otro lado de la línea—. Ya te daba por muerto.
Era una broma, claro, pero el comentario me hizo recordar la sensación de la soga al cuello y la visión de los implacables hachazos de Yoon Gi sobre el cuerpo, aún vivo y tembloroso de mi padre, en medio del enorme charco de sangre. Evoqué su tenue quejido final, la textura pegajosa del sudor mezclado con el calor escurridizo de los intestinos al trocearlos y el olor intenso a óxido, y no pude evitar vomitar de nuevo, esta vez sobre la alfombra.
—Oye... —Mi interlocutor se alarmó al escuchar mis arcadas—. ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?
—No... N... Hose... Ho... —Una nueva bocanada de jugos gástricos y bilis me impidió continuar—. Perdón.
—¿Tan mal te sientes por haberme dejado plantado otra vez en las pistas de baloncesto?
Aquel sutil reclamo me hizo romper a llorar.
Habíamos adquirido la costumbre de quedar después de la cena para echar una canastas en la vieja cancha abandonada de la entrada del bosque porque ambos queríamos entrar en el equipo del colegio y nuestra puntería era nefasta pero, como siempre que mi padre llegaba borracho y con ganas de golpes, mi cabeza se había quedado en blanco y lo había olvidado por completo.
—Tampoco te pongas así, que no es tan grave —trató de consolarme— . Tranquilo.
—Lo siento. —Fue lo único que fui capaz de decir—. Es que tengo... Tengo... Tengo... Un... —Estaba tan mal que ni siquiera era capaz de hilar una frase completa—. Tengo un...
—Un problema, sí, me lo imagino —concluyó—. No pasa nada.
Ya había perdido la cuenta de las veces en las que le había justificado así mis ausencias pero él, como siempre, se mantuvo respetuoso y no intentó indagar. Tampoco hacía falta; sabía que estaba enterado de lo que ocurría detrás de las cortinas atornilladas de mi casa. Lo había visto con sus propios ojos meses atrás, el Viernes en el que habían entregado las evaluaciones del primer trimestre de la escuela, cuando todo el contacto que había entre nosotros todavía se limitaba a un par de escuetos saludos de cortesía.
Hobi, como le llamaban los que le conocían, estaba un curso por debajo de Yoon Gi y era una persona estudiosa a la que le apasionaban los libros, con una cabeza llena de inquietudes que le gustaba canalizar a través de la música, la pintura y la escritura. Y, como la mente destacada que era, se pasaba las horas muertas observando a mi hermano desde la distancia, con los ojos cargados de una admiración y un respeto que no se esforzaba por disimular. Así fue como se dio cuenta de que le habían concedido la Excelencia Académica y, con la excusa de felicitarle, y, de paso, conseguir ese acercamiento que era evidente que ansiaba, se presentó en la puerta de nuestra casa.
No tuvo mucha suerte. Llegó justo cuando mi estupendo padre acababa de terminar de moler a palos a mi madre y a mí también, por dejar caer un vaso cuando uno de sus empujones me habían hecho perder el equilibrio.
—Muchas gracias por haberte tomado la molestia de haber venido en persona, Hoseok.
Recuerdo que Yoon Gi, que, de momento, se había librado de la tunda, le recibió en el rellano, con los ojos llorosos y la puerta entornada para que no pudiera verme sentado en el suelo del recibidor limpiarme la sangre de la nariz con un trapo mientras mi madre, dentro de la cocina, lloraba en silencio con la cabeza bajo el grifo del fregadero.
—No podía perder la ocasión de decirte que te admiro muchísimo y te considero mi modelo a seguir. —Nuestro vecino detectó que algo pasaba y se esforzó por ver en el interior del chalet—. Ojalá algún día tengas tiempo de darme una opinión sobre unas cosas que estoy pintando.
—No creo que merezca que me tomes como ejemplo. —Mi hermano le sonrió, como buenamente pudo—l Pero aún así te lo agradezco y estaré encantado de...
—¡Yoon Gi! —El rugido de mi padre interrumpió la conversación desde el fondo del pasillo—. ¿Qué mierdas estás haciendo, maldito mocoso? ¡Deshazte de él de una puta vez y entra!
Hoseok dio un respingo.
—¿Ese es tu padre? —señaló, espantado—. Se ve peor que el mío, que ya es decir.
—No lo sabes tu bien.
Pero, lamentablemente, sí que lo supo. Lo supo en cuanto nuestro agresor doméstico, impaciente ante su exigencia no satisfecha al segundo de ser emitida, apareció con ese aspecto desaseado tan asqueroso y agarró a mi hermano del pelo para arrastrarlo con toda su ira al interior.
—Lárgate con la loca de tu madre, miercedilla —le dijo a nuestro visitante, antes de darle un portazo en las narices.
Después de eso creí que Hobi se asustaría, que nos retiraría el saludo y que evitaría poner los pies en nuestra propiedad por el resto de sus días. Por eso mi cara no pudo reprimir la sorpresa cuando, al día siguiente, mientras disfrutaba de mi pequeño momento de seguridad escondido en el granero, se asomó por la ventana y empezó a hablarme.
—¿Te gustan los deportes? —preguntó, con despreocupación.
—Eh... —Su aparición me pilló tan desprevenido que tardé unos instantes en procesar que se estaba dirigiendo a mí—. Sí... Sí, me gustan... Supongo... — medité—. Tampoco lo sé muy bien porque no tengo a nadie con quien jugarlos.
—Ahora sí. —Me mostró un balón de fútbol, sonriente, y lo agitó en el aire—. Te espero abajo a las ocho.
Fue un encuentro de lo más extraño pero a raíz de ahí empezamos a reunirnos cada vez más y, antes de que terminara el mes, aquel niño tan simpático y avispado se había ganado mi confianza y un enorme lugar en mi corazón.
Quizás me apresurara en considerarle así. O quizás no y me mereciera la forma en la que terminamos. Después de todo, el día en que la enfermedad de mi hermano emergió, el miedo me cegó y me convertí en un ser egoísta y despreciable capaz de todo con tal de borrar lo que había ocurrido.
—¿Necesitas ayuda? —me preguntó cuando ya no me quedaba en el estómago nada más que sacar—. Tu madre está aquí, limpiando la cocina. ¿Quieres que le diga algo?
—¡No! —La exclamación me salió demasiado aprehensiva—. No es necesario. Solo me ha sentado mal lo que he comido y... Y...
—¿Y?
—¿Podrías prestarme la carretilla que tenéis para transportar la leña de la chimenea? —le pedí, con mi timbre más inocente—. Mi padre me ha dejado encargado de una tarea un poco complicada y, si no la hago, se pondrá como un loco —mentí—. Por favor.
—Ahora mismo te la llevo.
Cinco minutos después estaba con el susodicho carro de hojalata en el sótano y me ayudaba a subirlo por las escaleras, cargado con las bolsas de carne, pese a mis súplicas de que se fuera y me dejara hacerlo a mí.
—No me extraña que se te hayan revuelto las tripas y andes con esas pintas tan nefastas. —Me señaló las ropas, donde la suciedad se había mezclado con los fluidos corporales, el vómito y la sangre seca—. ¿Cómo puede tu padre obligarte a trocear los cerdos de la granja aquí y a transportarlos tu solo, con lo que pesan, si solo tienes ocho años?
—Eso mismo me pregunto yo. —Me encogí de hombros, luchando por no llorar; no me sentía capaz de darle detalles sobre la mentira que me había visto obligado a echarle—. Los últimos escalones están más empinados así que ten cuidado de no tropezar.
—¿Por quién me tomas, Jiminie? —fingió hacerse el ofendido—. ¿Tan torpe crees que soy?
Llegamos arriba y atravesamos el salón en penumbra, con ayuda de las ruedas y un alivio enorme en los brazos, hasta el recibidor. Mi intención era transportar los restos al granero y esconderlos en algún hueco, entre la paja, hasta que se me ocurriera cómo hacerlos desaparecer del todo pero, al abrir la puerta, la exclamación de mi amigo, ahogada, hizo que me detuviera en seco y revisara el pasillo con urgencia.
Se había quedado rezagado. ¡No estaba! ¿Dónde estaba? ¿Por qué no estaba?
—¿Hoseok? —Le llamé tímidamente y, ante la ausencia de respuesta, repetí— : ¿Hoseok?
—Anda, ¡pero si ha venido el vecinito envidioso! —El mundo entero se me vino abajo en cuanto el inconfundible tono de Yoon Gi se me coló, lejano, en los tímpanos—.m¿Dónde te has dejado los prismáticos de "vouyer" con los que tanto te gusta espiar a Yoon Gi cuando sale de casa?
—Yoon Gi... —La respuesta me llegó entrecortada—. Yoon Gi... ¿Estás...?
¡Ay, no! ¡No, no, no! ¡No!
Eché a correr, envuelto en pánico, hacia la cocina pero, cuando llegué, la silueta de Hoseok ya se recortaba frente a la puerta abierta y contemplaba con mudo estupor la cabeza de mi padre sobre la mesa de madera.
—Hermanito, es de buena educación avisar antes de invitar a nadie a casa. —Mi hermano esbozó una sonrisa socarrona en cuanto me vio aparecer y destapó una lata de refresco de naranja, tan tranquilo, sentado junto a los restos y con la cámara de fotos al cuello—. Si lo llego a saber le hubiera puesto algo más sugestivo a papaíto. —Me guiñó un ojo—. Por ejemplo, una corona de intestinos que refleje bien la ironía del que se creía el rey del destino de Yoon Gi cuando en realidad solo era una lamentable mente desquiciada incapaz de reinar ni sobre sus propios instintos.
Esa mención fue suficiente para percatarme de que seguía ido, como si le importara un comino todo y hasta él mismo, y la ansiedad volvió a azotarme con fuerza.
—Hyung, ¡por lo que más quieras! ¡Para ya! —La exclamación sonó más parecida a un lamento que a una orden—. ¡Vuelve en ti!
—¿Qué has hecho con el resto del cuerpo? —Quiso saber entonces, con dureza—. Si lo has limpiado, como creo, me acabas de joder la idea.
—Por favor, deja de hablar de esa manera.
—¡Oh, vamos, chiquitín! —Se echó hacia atrás en la silla y sus dedos juguetearon con los mechones del cabello, con una fascinación que me alarmó aún más—. Tienes que aprender a tomarte la vida con la simpleza que tiene, sin melodramas, o no sobrevivirás a la inmundicia que nos rodea.
Dejó la lata en una esquina y se dirigió a Hoseok, que estaba tan bloqueado que no parecía escucharnos.
— ¿Tu no lo crees, vecinito?
—Yo... —La alusión a su persona le hizo dedicarle una mirada de lo más extraña—. Yo... Yo no lo sé... Yo... No lo sé... A lo mejor.
¿A lo mejor? ¿Había dicho "a lo mejor"?
—¡Hobi! —Le tomé del brazo y se lo zarandeé—. ¡Hobi, no, céntrate!
—Tu hermano es muy listo, Jiminnie. —El aludido me miró, vacuo, y su ausencia de expresividad me hizo comprender que estaba en shock y que el aturdimiento le impedía tener conciencia de lo que decía—. Si lo dice, será porque es verdad.
—¡No, no, no! —Le abracé, con lágrimas en los ojos y los primeros signos de esa pesada culpa que ya nunca me abandonaría—. No sabes cuánto lo siento... Yo no lo imaginaba... Perdón... —Le apreté pero permaneció como un maniquí ante mi contacto—. No tenías que verlo... No tenías...
No me respondió.
—Hobi... —sollocé—. Hobi... Hobi...
—Me temo que nuestro "vouyer" particular está demasiado impactado pero no sufras, chiquitín. —Yoon Gi me dedicó una mueca burlona y se dispuso a revisar las fotos que había tomado a través del objetivo—. Pronto reaccionará, se meará en los pantalones y montará el gran escándalo.
Me quedé boquiabierto, sin tener ni idea de cómo replicar.
—Es una lástima que ni tu ni él seáis capaces de valorar que el Arte de lo inerte nos enseña muchas cosas —siguió—. Por ejemplo, hoy hemos aprendido que siempre se recibe lo mismo que se da.
Estuve a punto de volver a suplicarle que parara. Sonaba demasiado crudo, amargo y real como para pretender asumirlo como si nada y ser feliz con ello. No pude hacerlo porque Hoseok reaccionó, por fin, ante el contacto de la orina en sus pantalones y me empujó para lanzarse en una carrera frenética a través del pasillo.
—¿Ves? — Mi hermano me señaló la puerta, como si su acierto hubiera sido de lo más evidente—. Empieza lo divertido.
Corrí detrás, atenazado por el miedo.
—Qué habéis hecho... —Se detuvo, rojo, frente a la carretilla, y rompió los plásticos de las bolsas a tirones—. ¡¿Qué es lo que habéis hecho?! —La carne se desparramó por el suelo junto con trozos de órganos, de huesos y de montones de grasa amarillenta—. ¡Dios mío! ¿Qué es todo esto?
—Por favor, tienes que escucharme —le supliqué, desde una distancia prudencial—. Ya sabes cómo era mi padre y lo que nos hacía, y hoy fue peor. Mucho peor porque trató de asfixiar a... —Dios; era tan horrible que ni las palabras me salían—. Le puso una bolsa en la cabeza a Yoon...
No pude continuar. Metió la mano entre medias de aquel desaguisado de restos y extrajo los dedos de una de las manos.
—Hoseok...
El descubrimiento le hizo dar un grito y retomar la huida, y no me quedó más remedio que empujarle y tirarle de bruces sobre el césped.
—¡Mamá! —Empezó a patalear, mientras yo, sobre él, trataba de sujetarle para que me escuchara, inútilmente—. ¡No me toques! ¡No te atrevas a tocarme! ¡Tu hermano está loco! ¡Está loco y, si le cubres, tu también lo estás! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Auxilio! ¡Mamá!
—Hobi... Hobi... Déjame que te lo explique.
—¡Que me sueltes!
Me estrelló una piedra en la frente. Nunca me hubiera imaginado que me haría algo así pero cuando la sangre me cayó sobre los ojos y el mareo me hizo tambalearme, caí en cuenta de que no solo no podría razonar con él sino que además iría contra Yoon Gi.
Me propinó tres patadas y me apartó pero le volví a empujar. Y entonces me amenazó con una roca aún más grande entre las manos.
—No te acerques más o juro que te descalabro.
La verdad, me estaba costando entenderle. Había visto lo que pasaba en mi casa, lo que habíamos sufrido, y había creído que nos apoyaba, que nos entendía. Era evidente que me había equivocado.
—Ha sido en defensa propia —expliqué—. Yoon Gi lo ha hecho en defensa propia.
—¡Lo ha despedazado, maldita sea! —siguió, en la misma línea—. ¡Una cosa es matarlo y otra muy diferente ensañarse con él!
Traté de aproximarme y me arrojó el enorme guijarro a la cabeza. No me dio pero yo a él sí. En cuanto la roca cayó al suelo, le golpeé en plena cara con el rastrillo de recoger las hojas secas, que estaba apoyado en la pared y le hice sangrar por la boca.
—Tu hermano está muy mal, ¿es que no te das cuenta?
A pesar del mamporro, no soltó una sola lágrima. Parecía más enfadado que otra cosa.
—¿No ves lo que ha hecho? —continuó—. Necesita que le ayuden. Tiene que ir a un centro de menores sanitario, ingresar y...
—No.
Levanté la improvisada arma, esta vez con los hierros apuntando hacia su cuerpo. Nadie iba a llevarse a mi hermano mientras yo viviera. Nadie.
—Tu no vas a decir nada.
—Claro que lo voy a hacer.
—No creo. No vas a poder.
Aquella fue la primera vez que me salió esa forma opaca, fría y sin emociones que tanto me he esforzado por eliminar desde entonces y que, sin duda, me hubiera llevado a matarlo. No lo hice solo porque su madre, Sun Shee, apareció en escena y me arrebató el rastrillo.
—¿Qué ocurre? —preguntó, a viva voz—. ¿Qué pasa aquí?
Caí de rodillas al suelo, sin poder parar de llorar.
Aquello era un desastre. Yoon Gi había enfermado por salvarme la vida y yo había descubierto que hubiera sido mejor que no lo hubiera hecho.
Porque me acaba de convertir en un monstruo.
Un despreciable y loco monstruo.
Las piezas del rompecabezas empiezan a encajar unas o con otras.
Todos están relacionados de alguna manera con el nacimiento de Pang Eo.
Y Mei por fin tiene algo firme que investigar.
Te espero en la próxima actualización con todo esto y mucho más.
No te lo pierdas.
N/A:
Me encanta narrar como Jimin, lo disfruto mucho y realmente me lo pasé sensacional escribiendo este capítulo.
— ¿Cómo se les ha quedado el cuerpo?
— ¿Se esperaban que los personajes iban a estar relacionados de esta manera?
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