Día Cinco
El olor a pollo cocido me hizo incorporarme de la cama y buscar las zapatillas a tientas, acompañada de la desagradable alarma del despertador, que me recordó que ya eran las siete de la mañana y que tenía que ir a trabajar pero, en cuanto me puse en pie, la habitación comenzó a darme vueltas y me tuve que sentar.
Sabía que mi mareo no era más que un efecto secundario de ese anti psicótico del infierno que me habían vuelto a inyectar, en contra de mi voluntad y a pesar de que había sido capaz de regresar del flashback por mis propios medios, pero Dark Ho me había dejado bien claro que no me permitiría trabajar ni con Jimin ni con nadie en lo que le quedaba de vida si no accedía a ponérmelo y, claro, no podía permitirme eso.
Después de la crisis que me había dado por acumulación de noticias, entre lo de Yoon Gi, lo de Sun Shee y de lo Hoseok, mi mente empezaba, por fin, a funcionar con serenidad y era más consciente que nunca de la importancia que tenía para Kim Wo Kum el perfil psicológico que tenía que obtener. Sí, ya iba siendo hora de que dejara de llorar por los rincones y me pusiera en serio a trabajar.
"Los que te odiaron hasta extremos insospechados ahora son los que te ayudarán".
Pang Eo...
Ahora que lo analizaba desde la tranquilidad de la medicación, entendía que bien podría había haberse tratado de una simple alucinación visual de esas que, pese a no ser habituales, a veces se daban en los procesos de duelo para ayudar a elaborar pérdidas complicadas.
"Veamos hundirse a los que han pretendido joderte a ti y a Yoon Gi y jugar a un juego que no les es propio, sin saber que las reglas las marcamos nosotros".
Cielos. Debía de estar mucho más loca de lo que creía, hablándome yo sola en presente en vez de en pasado, como era lo normal en ese tipo de síntomas, con un "nosotros" de por medio que, bien mirado, sonaba a absoluta negación.
Pero, ¿lo era?
"Tu pérdida no era asumible para él. Se hizo necesario un giro radical para mantener esa mediocridad respiratoria."
Un giro radical...
Sonaba a planificación, a deliberación, a estrategia. Una estrategia para evitar mi muerte. ¿Y si estaba vivo, en alguna parte del hospital, esperando a que las piezas del rompecabezas se colocaran donde él quería? Le había visto en pijama y con unas llaves, y me constaba que no se le daba nada mal eso de sustraer lo que le pareciera.
—¿Vas a levantarte a desayunar?
El rostro de Seok Jin se asomó por el marco, taciturno, con una camiseta amarilla y los pantalones grises del pijama, y su aspecto se me hizo de lo más extraño. Ni siquiera la semana que había pasado entera ayudándome lo había visto tan desarreglado.
—¿Te encuentras bien?
—Ya he puesto la mesa —evadió mi pregunta, con mal tono, y volvió a desaparecer—. Yo voy a comer. Si no quieres estar conmigo, dímelo y te lo llevo en una bandeja.
Seguía enfadado, era más que evidente, y, sin embargo, se había empecinado en hacerme compañía y había vuelto a pasar la noche en mi sofá. No había quien le entendiera.
—¿Has estado cocinando? —Entré en el salón, más despacio de lo normal pero con un equilibro aceptable, y aspiré el aroma procedente de los platos, perfectamente colocados, que me esperaban—. No tenías que haberte molestado.
—Ya lo sé. —Revolvió su comida con demasiada energía—. Ahórrate el decirme que no me necesitas para nada cuando es evidente que es lo contrario.—Dio un golpe al dejar caer los palillos para apoderarse del bote de salsa y le apretó como si lo estuviera estrangulando—. De todas formas, come o no lo hagas, me da igual, porque lo he hecho para mí.
—Huele bien. —Tomé asiento junto a él—. Gracias por tu esfuerzo.
No me respondió y, como tenía más que comprobado que dialogar con él era como darse cabezazos con una pared, decidí no darle más vueltas y centrarme en comer, en silencio y al ritmo que me permitía mi enlentecimiento, hasta que terminé todo lo que me había servido.
—Estaba muy bueno —le agradecí.
—Pues claro que estaba bueno. —Era curioso que no se hubiera movido de mi lado, teniendo en cuenta los humos que se cargaba y a pesar de había terminado mucho antes que yo—. Es una receta de mi madre.
—Debe ser una excelente cocinera. —Apoyé los codos, con la barbilla sobre las manos cruzadas y traté de mantenerme relajada—. Te ha enseñado muy bien.
El rostro se le apagó.
—El caso es que aprendí yo solo. —Posó la vista sobre la lámina de Monet que tenía colgada en la cabecera del comedor, en donde se apreciaba un alegre paisaje de rojos y verdes—. Busqué sus notas por la casa de Daegu y me puse a practicar por mi cuenta porque a ella nunca la veo. Hace tiempo que dejó su trabajo y se pasa la vida en la iglesia católica, con un grupo al que denomina "verdadera familia" que, por lo visto, son los únicos que la entienden en su tristeza desde que dieron a mi hermana por perdida.
Vaya. Sabía que su familia se había quedado muy tocada pero era la primera vez que lo mencionaba de forma directa.
—Y no creas que mi padre se quedó atrás— continuó, sin dejar de observar cuadro. —Cuando la fiscal Lee Min Sou dijo que iban a suspender la investigación por falta de pruebas, se refugió en la jornada laboral más extensa que pudo para no tener que poner un pie en casa —explicó—. Hace dos años que las únicas noticias que tengo de él son los correos electrónicos que manda por Navidad.
—Cada uno ha sobrevivido como ha podido al dolor de perder a Shin Hye. —La validación emocional me salió sin darme cuenta—. Entiendo que sientas que te dieron de lado pero tampoco debe ser fácil seguir adelante tras la desaparición de una hija.
—No, no lo es, pero por eso deberían estar un poco más pendiente del que les queda.
Dejó a Monet en paz y se pasó las manos por el rostro, abatido, antes de clavarme una mirada cargada de una decepción muy diferente de la altanería solía reflejar.
—Todas las veces que he dicho que me iba de crucero con de ellos en realidad me iba solo —confesó—. Del mismo modo que paso mi cumpleaños solo y no celebro las fiestas. Vivo en un apartamento también solo, lleno de lujos en una urbanización privada de Seúl, y no salgo si no es para ir al hospital o a la escuela de tenis. Esa es mi realidad.
Arrimó la silla, buscando proximidad.
— Mei, quiero que entiendas que aunque te parezca que me he vuelto loco y te controle los pasos, solo lo hago porque he visto derrumbarse todo a mi alrededor y me supera la idea de que pueda volver a pasar. —Posó la mano sobre la mía—. Y también quiero que sepas que mi odio hacia ese... Ese... — titubeó, sin saber qué palabra escoger—. Ese paciente... —eligió—. Tenía motivos.
—Está bien, Jin. —Aquello era lo más cerca que podía estar de una disculpa así que se la acepté—. No te preocupes, lo comprendo.
Suspiró con fuerza.
—¿Qué quería ese investigador? —El cambio de tema me sorprendió pero me mantuve en la misma posición—. ¿Por qué tanto empeño en llevar el caso de Jimin? ¿Qué estás buscado ahora?
—Intento ayudarle en su trastorno porque él pidió mi ayuda, sin más ni más —mentí—. Y Kim Wo Kum solo quería hacerme unas cuantas preguntas sobre la identidad disociativa que Yoon Gi se inventó.
Me soltó y se rascó la nuca, meditabundo.
—En tal caso te suplico, como ya lo hice en la otra ocasión, que me dejes trabajar contigo en la terapia, por favor —rogó, en un hilo de voz demasiado bajo—. Estoy muy preocupado por ti.
"Obsesionado dirás, mi queridísimo y humilde Doctor".
Mi otro yo. A pesar de la inyección ahí seguía.
—Ese tarado de los muertos ha jugado tanto con tu mente que te ha desquiciado —decidió—. No es normal que confundas una caja de caramelos con medicación y hables de matar personas con sobredosis químicas.
Parpadeé, confusa. ¿Caramelos? ¿Cómo que caramelos? No. Estaba segura de haber visto la Olanzapina en su bolsillo . ¿Acaso pretendía hacerme creer loca?
—Eso por no mencionar el asunto de las alucinaciones y la credibilidad que les diste —añadió, muy serio—. ¿Cómo es eso de que viste a Yoon Gi? ¿Qué había en él que te hiciera incapaz de distinguirlo de la realidad?
"Cuidado".
—Estaba aturdida. —La cara comenzó a arderme—. Es todo.
—Sufriste un episodio como los que se tienen en el Trastorno de Estrés Postraumático —prosiguió con su retahíla de médico—. Tienes una voz en tu cabeza de forma continua, ¿verdad? ¿Qué es? ¿Un pensamiento sonoro que te dice cosas psicopáticas?
Busqué el vaso y me llené la boca de zumo. Se me estaba empezado a secar la garganta.
—¿No vas a contármelo? —insistió—. ¿Acabo de ponerte al tanto de lo que pasa en mi vida y tu no me cuentas nada de la tuya? ¿No te parece injusto?
Desde luego que no.
—No lo entenderías.
—No me ofendas —replicó—. ¿Cómo no voy a entenderlo si soy el único que está capacitado para ayudarte?
—Gracias por tu interés pero ahora no me encuentro mal. —Me levanté y le di la espalda—. Y tengo que ir a darme una ducha, que se hace tarde.
Me metí en la habitación pero no me dio tiempo a entrar en el baño. El sonido de un golpe en la mesa me lo impidió. Rayos, ¿acababa de darle una patada a uno de mis muebles?
—¿Así que yo no puedo enterarme pero él sí podía? —Su fuerte agarre me atenazó de los brazos y me empujó de bruces contra el armario ropero—. ¿Por eso te gustaba? —Me arrinconó, con la mandíbula apretada—. ¿Porque creías que era igual que tu y que os podíais apoyar el uno en el otro?
"Déjamelo a mí. Me muero por jugar al juego de los fragmentos".
—Apártate ahora mismo.
—¡No puedo creer que no te dieras cuenta de que si te relacionabas con alguien así te pondrías enferma! —No me escuchó—. ¡Es de locos! ¡Precisamente él era el menos indicado! ¡Estaba muy perturbado y no era en absoluto como tu, que te enteres!
—¿Es lo que piensas, Jin? —siseé, otorgándole una parte del control a mi síntoma, con toda la intención—. ¿Quieres que te arranque un trozo de piel para que lo compruebes?
Le faltó tiempo para soltarme y retrocedió un par de pasos, con los ojos muy abiertos y la mandíbula desencajada.
—Mei...
—Todos tendemos a ocultar nuestras partes más oscuras porque la desaprobación no se hace esperar. —Le sonreí—. Tu también lo haces, por cierto.
Se quedó muy quieto, con el pecho bamboleante en ansiedad.
—Cuídate de no hiperventilar, querido.
—Mei... —repitió— Tu... ¿Le has hecho daño a alguien alguna vez?
—Hace tiempo —retomé mi yo controlado. Podría haber seguido pero tampoco era cuestión de montar una escena mortuoria a la primera de cambio—. Antes no me daba cuenta de lo que me pasaba y no podía frenarlo ni manejarlo como ahora.
—Entonces... —Me llamó la atención que su expresión se hiciera más segura y que volviera a aproximarse—. ¿Me amarías un poco si te confesara que yo también he hecho unas cuantas barbaridades?
Me quedé sin aire, con todos mis sistemas en alerta, y mi desconcierto aumentó cuando me sujetó el rostro entre las manos y unió sus labios con los míos. Percibí su aliento, caliente y agradable, su llamativa delicadeza y hasta los latidos de su corazón, mientras buscaba una respuesta en mí que no encontró.
—Lo siento mucho —dije, en cuanto pude hablar—. No puedo quererte como deseas.
—No lo sabes si no lo intentas —murmuró, pegado a mí—. Yoon Gi ya no está contigo ni lo estará nunca pero, en cambio, a mí me tienes aquí y me seguirás teniendo.
—Que haya fallecido no cambia nada.
—Sí que lo hace. Yo siempre estaré para ti y él no.
Intentó repetir la operación pero esta vez lo vi venir y retiré la cabeza. La cara se le enrojeció.
—¡Ya te darás cuenta! ¡Ya! —Se apartó, hecho un basilisco, y se encerró en la cocina de un portazo—. ¡Tu no sabes quien soy yo! ¡No lo sabes! ¿Rechazarme a mí? —siguió, entre medias de un gran estruendo de cacerolas—. ¡Já! ¡A mí nadie me rechaza! ¡Nadie!
Después de aquello, el trayecto al hospital, pese a que la distancia era tan ridícula que se podía ir caminando, fue un infierno de mucho cuidado, con un Jin desenfrenado conduciendo como si le fuera la vida en ello, pitando a todos los autos que se le atravesaban o que no conseguían llevar su ritmo, mientras la radio, a toda pastilla, evitaba cualquier conversación, y la cosa no mejoró al llegar. En cuanto pusimos el pie en la recepción salió embalado al ascensor, aporreó el botón con el puño cerrado y por poco parte la llave de seguridad del acceso a Psiquiatría por la hosquedad con que la introdujo en la abertura, lo que provocó en las puertas un bloqueo que duró varios minutos.
—Joder —se quejó—. ¡Qué puto sistema de mierda!
Opté por trastear el móvil, en silencio, para no responderle. Acababa de recibir un nuevo mensaje del número de Medicina Interna.
"Lo que marca el éxito es la capacidad de priorizar nuestros objetivos sobre nuestros deseos porque lo segundo se logrará, más tarde o más temprano, pero lo primero es lo que imprime la diferencia".
"¿Hoseok?" Me atreví a preguntar. "¿Eres tu?"
"¿Ya tienes algo que ofrecerle al investigador del cáncer de pulmón?" me contestó mientras las puertas metálicas se abrían en el pasillo de los despachos. "Si no tienes nada, nada sabrás".
"¿Ofrecerle?" Creí intuir a lo que se refería pero no estaba segura. "¿Quieres decir que negocie un intercambio de información con él?"
"El anciano estaría dispuesto si el descubrimiento es jugoso".
—¡Mira! ¡Ahí están! — La alegre voz de Suni me sacó de la conversación—.¡Vaya par de impuntuales! —Nos reprendió, con el dedo puesto en la esfera de su reloj de pulsera—. ¿Qué horas son estas de llegar al trabajo, chicos?
—Nos hemos dormido. —Jin se adelantó, con la cara rígida como la de un muerto—. ¿Ha habido algún ingreso nuevo?
Mi compañera negó con la cabeza y una figura rubia, con una ropa blanca de deporte inmaculada y una cinta para limpiarse el sudor de la frente anudada al brazo, se asomó por detrás de ella.
¿Pero qué... ?
—Buenos días, noona. —Jimin me dedicó su sonrisa más amable—. Perdona que me presente así, tan temprano y sin preguntar, pero ayer me extrañó mucho que no me llamaras y quería asegurarme de que te encontrabas bien.
Le revisé de arriba a abajo, sin poder creérmelo. Antes de ayer estaba hecho un asco y hoy lucía como un modelo de anuncio de cosmética. ¿Cómo era posible?
—Céntrate en mejorar tu cabeza, que es lo que te tiene aquí, y deja de preguntar por la de los demás. —La respuesta de Seok Jin sonó cortante como un cuchillo—. Mei es parte del personal y al personal no se le pregunta ni se le habla si no te lo pide primero, entérate.
Suni se revolvió, inquieta, y sus grandes ojos me buscaron. Debía de temer que el encuentro entre ambos generara un caos similar al de la última ocasión. Yo también lo temía.
—Buenos días a ti también, Jinnie- ssi. —El aludido no modificó sus buenas formas—. Es una sorpresa verte fuera de los juzgados —remarcó, con un tono cariñoso—. Espero que estés bien.
—Déjate de falsedades, que te tengo muy pero que muy calado y ya sé de qué pasta estás hecho.
—¿Cómo puedes pensar así? —Jimin emitió un gesto de dolor y Suni se arrimó a él en ademán protector; al parecer, la tenía ganada—. Pisoteaste mi afecto con tu irracional venganza y aún así fui a visitarte al interrogatorio para hacerte reflexionar.
—Resulta que "acusar" se llama ahora "reflexionar".
—Te pusiste como un loco sin motivos y me hiciste pensar en lo que la paciente, Sun Shee, dijo de ti.
—¿Sin motivos? —Por supuesto, Seok Jin fue incapaz de mantenerse en el papel profesional que debía tener y no tardó ni en segundo en encararle, alzándole el dedo en las narices—. ¡Sin motivos no! ¡No se te ocurra decir jamás que hago las cosas sin motivos!
—¿Y qué es exactamente lo que haces? —Me sorprendió la entereza de la contestación—. La parte enferma de mi hermano dijo varias veces que eras un chapucero. Me pregunto a qué se refería.
—Lo mismo dijo de ti. —Le contestó mi compañero, con las pupilas echando humo, antes de darse la vuelta en redondo y dirigirse a uno de los despachos del fondo—. Pero, de todas formas, no deberías tomarte tan en serio los devaneos de un perturbado al que le apasionaban las vísceras. —Su voz resonó en un eco a través de la soledad del pasillo—. Ya sabes cómo terminó. Ten cuidado, no vayas a acabar como él.
—¡Jin! —No pude evitar intervenir; ese tipo de comentarios eran intolerables—. ¡Te estás pasando!
—Eso, tu defiéndelo y échame a mí la culpa, como siempre. ¡Como siempre! —Me devolvió un mohín desagradable—. ¡Que no se noten tus preferencias, "noona"!
Se hubiera merecido una buena bofetada pero no me dio tiempo ni a moverme. El portazo que nos dedicó retumbó como un trueno en medio de la tormenta.
Seok Jin ha puesto claramente todas las cartas sobre la mesa en lo que a Mei se refiere pero parece tener todavía mucho que esconder.
Jimin, sin embargo, ha tomado el rumbo contrario y su vínculo con Mei está mejorando.
Y Yoon Gi...
¿Será que realmente todo fue una estrategia para desarmar el juego?
Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas, que viene una sesión de terapia.
N/A:
Creo que todo el mundo más o menos está al tanto de cómo funcionan los procesos de duelo. Hay muchos modelos, con etapas diferentes, pero uno de los más conocidos es el de las cuatro fases:
1. Negación. O lo que es lo mismo, las lectoras aquí presentes desde que publiqué el último capítulo del volumen uno. 🤣🤣🤣
2. Ira. Es la parte en la que Mei se pone a destrozar y cambiar su casa, si lo recuerdan.
3. Depresión. La fase en la que se pasa Jimin la mayor parte del tiempo.
4. Aceptación.
Las fases de Ira y Depresión no son lineales sino que se van alternando a lo largo del tiempo (generalmente durante unos seis meses). En medio de todo esto, hay personas que experimentan fenómenos sensoperceptivos. Es común ver la sombra del difunto por la casa, sentirle los pasos o su presencia, e incluso escuchar murmullos de su voz. Sin embargo, si se dan cuenta, la percepción que Mei tiene de Yoon Gi es mucho más compleja que todo eso, ¿verdad?
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