Día Uno
Eché un vistazo resignado a la entrada de la UHB, la Unidad de Hospitalización Breve de Psiquiatría, antes de darme a la tarea de probar, una por una, las llaves del enorme juego que me había dado la Jefa de Servicio.
Me tocaba empezar ahí. Eso me había dicho, con la expresión impenetrable que siempre ponía, y a punto había estado de entrar en pánico. La psicóloga titular llevaba meses de baja y no habían contratado a nadie. No era lógico que una residente en formación como yo tuviera que trabajar con personas ingresadas sin supervisión pero, al parecer, a la Dirección eso le traía sin cuidado.
—Tienes que ir. —La Jefa se había mostrado inflexible—. Si no lo haces no vas a tener la formación completa y entonces habrá que verlo.
"Habrá que verlo". Ya me conocía esa frase. Era lo que solía decir cuando te daba a entender que, si no hacías lo que te mandaba, te bajaría la nota final. No tenía opción: me tocaría que pasar los siguientes tres meses en esa Unidad con olor a esterilización, sola y rodeada de Psiquiatras que seguramente pasarían de mí.
Al séptimo intento, di con la dichosa llave y entré. Lo primero que me llamó la atención fue el sepulcral silencio, casi tétrico, del larguísimo pasillo de los despachos médicos, que lucía desierto. Todas las puertas y ventanas estaban bajo llave, la luz del techo era más brillante que en el resto del hospital y, al fondo, una puerta de cristal irrompible mostraba las estancias comunes de los pacientes. Alcancé a ver a varios, con sus pijamas verdes, deambulando sin rumbo mientras otros, sentados en butacas dispuestas en hilera, veían la televisión que tenían colgada del techo. Seguro que se aburrían mucho; me habían dicho que allí no se podía hacer nada aparte de mirar al vacío y esperar a que las horas pasaran.
—¿Mei Te?
Me volví al escuchar mi nombre. Suni, la jovial trabajadora social, que conocía de los desayunos en la cafetería, corrió hacia mi y me dedicó una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Ay, no sabes lo que me alegro de verte! —exclamó—. ¡Estábamos esperándote como no te haces idea!
—¿A mi? —Arrugué la nariz, confusa—. ¿Por qué?
—¿No te has enterado? —Mi interlocutora me agarró del brazo y se inclinó sobre mi oído—. El hospital ha salido en los medios y hay un revuelo tremendo.
La miré, sin comprender.
—Chica, ¿es que no ves la televisión?
La verdad, no. Cuando llegaba a casa solía dedicarme a estudiar, leer o escuchar música y llevaba meses sin poner las noticias. Pero, claro, quedaba muy mal confesarle algo así a una compañera de trabajo.
—He tenido muchas cosas que hacer —me excusé—. Aún tengo ropa en casa de mis padres y cajas sin desempacar.
—Sí, las mudanzas son duras —reconoció—. No te preocupes, que ya te pongo yo al día. —Carraspeó levemente antes de proseguir. —Ayer ingresó un Psicópata de manual, de los auténticos. Todo el mundo está esperando a que el Psicodiagnóstico lo confirme.
—¿Y quién se lo hará? —Me dio la risa solo con imaginar a alguno de los psiquiatras tratando de administrar esas pruebas. Evaluar era una tarea específica de la Psicología. No sabrían interpretar el perfil.
—Tu, ¿no? —Me señaló como si fuera lo más evidente—. Eres la única psicóloga que tenemos.
Vaya por Dios. Acababa de llegar y ya me tocaba lo que menos me gustaba.
—No sé yo —me mordí el labio.
—Pero el Juzgado ha pedido la evaluación psicológica.
Sí, lo imaginaba pero no entendía la manía que tenían por empeñarse en intentar exculpar los delitos que les llegaban con valoraciones psicológicas. Les encantaba eso de usar la enfermedad mental para justificar actos con diagnósticos como, con ejemplo, la Cleptomanía, el Trastorno Explosivo Intermitente o la Celotipia, y a eso se agarraban con uñas y dientes hasta que el estudio concluía el individuo en cuestión estaba perfecto y al Juez no le quedaba más que mandarle a prisión.
—Bueno —me resigné, claro. Qué remedio—. ¿Y dónde está nuestro querido delincuente? —Cuanto antes tomara contacto con él antes me lo quitaría de en medio—. Si voy a evaluarle, primero me tendré que presentar.
—Está en la Unidad de Observación. —Suni giró la llave que abría las estancias de los pacientes y me hizo un gesto con la mano para que la siguiera—. Ven, te llevo.
La UHB se dividía en dos áreas bien diferenciadas. En la más grande, la de la izquierda, se encontraban los ingresos que no requerían supervisión. Este grupo, según me iba explicando mi compañera, podía recibir visitas e incluso salir con alguien a pasear por las inmediaciones del hospital. Los otros casos, los que debían permanecer bajo vigilancia por su gravedad o por riesgo, estaban en el ala derecha, conocida como Unidad de Observación, una zona limitada a un solo pasillo con cinco habitaciones y cámaras en todas las esquinas.
—¡Mei Te! ¡Mei Te! —Un chico de unos dieciocho años, con el cabello castaño y la expresión radiante, me salió al paso como una exhalación—. ¡Mei!
Le observé, atónita.
—¿Jung Kook? —Parpadeé—. ¡No me digas que has ingresado otra vez!
El joven sonrió, claramente encantado, y se dio una vuelta completa para que admirara su pijama.
—No me lo muestres —le reprendí—. No es motivo de orgullo.
—Lo sé, lo sé. ¡Lo sé pero no me importa!
Me devolvió una mirada ilusionada, demasiado feliz, y lo comprendí al instante.
—Has dejado la medicación.
—Sí pero no te enfades —contestó—. Es que esas pastillas no me dejaban pensar bien. En cambio, ahora... —Dio un salto—. ¡Ahora tengo muchas ideas! —exclamó—. ¿Sabes que he diseñado las vías del tren que conectarán Corea con Japón por debajo del agua? ¡Yo, yo, yo! ¡Yo he hecho yo!
Me crucé de brazos. Ya estaba otra vez con el delirio de grandeza. Mal asunto.
—Seguro que has dejado de dormir y también de comer —desvié el tema—. Ya sabes que hacer eso te lleva de cabeza a la recaída.
—¡Pero es que no necesito dormir! —objetó—. Tengo mucho que preparar y el sueño es sólo una pérdida de tiempo. —Se echó a reír, eufórico, con las pupilas rebosantes de energía—. ¡Y también he hecho un teatro de cine de tres pantallas simultáneas con asientos reclinables que dan masaje y te abastecen de palomitas! Tengo muchos dibujos, ¿quieres verlos? ¡Te los enseño!
La mente se me fue al momento en el que le había conocido, hacía ya casi un año, en las Consultas Externas, tan estable y normal que me había resultado increíble asumir que realmente tuviera Trastorno Bipolar Tipo I. Hasta lo había llegado a dudar pero, viéndolo ahora, el diagnóstico era más que evidente. Estaba en una clara fase maniaca.
—¡Tienes que venir a mi habitación! —Tiró de mi—. ¡Sólo tu vas a comprender la importancia de mis ideas! ¡Y quiero que digas lo que te parecen porque he trabajado mucho! ¡Muchísimo con el ísimo!
—Jung Kook, me encantaría pero resulta que ahora no puedo.
Apoyé la mano en su hombro. Las personas en brote solían ponerse agresivas ante las negativas pero había aprendido que un gesto amable a veces bastaba para que no reaccionaran mal.
—Tengo que ir a ver a otro paciente pero mañana prometo buscarte. —Pareció dudar de modo que le sonreí—. ¿Estás de acuerdo?
Era importante pedirle opinión. Era una de las bases de la famosa alianza terapéutica.
—¿Entonces mañana vienes?
Asentí.
—¡Mañana! ¡Vale! ¡Mañana! —accedió sin problema—. ¡Qué bien que vayas a ser otra vez mi psicóloga! ¡Otra vez juntos, como en las consultas! ¡Como en las bodas!
No pude evitar reírme. Menuda asociación libre acababa de hacer.
—¡Juntos en la salud y en la enfermedad! —continuó relatando—. Pero yo no estoy tan mal, ¿eh? ¡No estoy mal!
—No he dicho que lo estés —contesté—. Nos vemos mañana.
Retomé el camino a la Unidad de Observación bajo el sonido de sus gritos exaltados.
—¡Tengo la cabeza mejor que nunca, Mei! ¡Clara, clara! Claridad, clarita... ¡Ay! ¡Qué buen nombre es el de Clara! ¡Tenía una amiga de México que se llamaba Clara!
No solo tenía delirios de grandeza sino también fuga de ideas. Su cerebro era un colador de pensamientos. Debía ponerme a trabajar con él cuanto antes.
—Venimos a echarle un vistazo al nuevo. —Suni se adelantó al control de Enfermería—. ¿Está despierto y en condiciones?
—Ajá. —La auxiliar abrió el cuaderno de incidencias y echó una ojeada a las anotaciones—. Está sin medicación —leyó—. Ha estado tranquilo y no ha precisado contención química. —Levantó la vista y se acomodó las gafas de pasta—. ¿Veis dónde está el policía?
Nos señaló la puerta del fondo, en donde un oficial sentado en una banqueta trasteaba con gesto de aburrimiento mortal su teléfono. ¿Pero qué rayos hacía un policía en la planta? Nuestro amigo debía de ser conflictivo.
—¿Qué es lo que ha hecho?
Dirigí una mueca interrogante a Suni, que me ignoró y asomó las nariz por la ventana de la puerta.
— Mira, Mei, ahí le tenemos —murmuró—. Se ve de lo más inofensivo. Si no supiera lo que sé hasta me gustaría pero lo pienso y se me revuelven las tripas. Quien lo diría. Semejante atrocidad...
La empujé para que me hiciera sitio. El sujeto en cuestión era un chico no mucho mayor que yo, con la tez muy blanca y un cabello oscuro como el azabache que le caía desordenadamente sobre la frente. Estaba sentado en la cama, con la más pura expresión de la desolación, y tenía las muñecas y los tobillos atados con correas. ¡Con correas! Rayos; si la contención física ya nunca se usaba, ¿por qué se la habían puesto a él? Me pegué al cristal y su mirada se cruzó con la mía. Se incorporó. Me aparté bruscamente.
—No... No te vayas... Por favor... No te vayas... —le escuché—. ¡Por favor! ¡Sácame de aquí! —Su súplica me marcó lo suficiente como para volver a acercarme—. ¿Por qué? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué es lo que he hecho? ¿Qué?
¿No sabía lo que había pasado? ¡Qué raro! No recordaba ningún trastorno mental que cursara con amnesia y menos aún la Psicopatía.
—Oye, oye. —Agitó el pomo de la puerta—. Dime qué es lo que he hecho. Dime por qué han pedido una evaluación forense. Dime por qué tengo que estar atado. ¡Dímelo! ¡Dímelo!
—Pero qué cara más dura tienes, Yoon Gi. —El policía, a mi espalda, le dirigió una mirada de profunda repulsión—. Te atreves a seguir con el numerito de loco y a fingir que no recuerdas nada.
—¡Pero es que no me acuerdo!
—Sí, ya, ya. —El hombre siguió escupiendo disconformidad—. No te preocupes, que dentro de nada saldrás de aquí, irás a prisión y, con suerte, los otros condenados se ocuparán de ti como mereces.
El aludido pegó un golpe al cristal que no vi venir. Di un bote de la impresión.
—¿Qué mierda estás insinuando? —siseó.
—Que no eres más que un hijo de puta y que mereces morir.
Aquellas desafortunadas palabras provocaron que el chico, tras unos segundo en aparente shock, se lanzara como un loco rabioso contra la puerta, con la intención de derribarla.
—Suni... —Retrocedí, intimidada, y busqué a mi compañera, que observaba la escena con tanto miedo como yo—. ¿Por qué está atado y en esas condiciones?
—Te dije que era un Psicópata —me respondió sin apartar los ojos de la puerta.
—¿Por qué? —insistí—. ¿Qué ha hecho?
Los golpes se siguieron sucediendo, cada vez más fuertes. Tres enfermeros se apresuraron a abrir y, sin saber muy bien cómo, la curiosidad me pudo y me aproximé. Vi cómo le sujetaban a la fuerza entre dos mientras el tercero le obligaba a estirar el brazo para buscarle la vena y pincharle una inyección de Risperidona.
—Así lo arregláis todo —murmuró él, aún forcejeando—. Sois vosotros los que merecéis morir. ¡Lo merecéis, malditos hijos de perra! ¡Lo merecéis!
Dios. Lo habían puesto nervioso.
—¡Cabrones! —siguió vociferando—. ¡Yo me ocuparé de vosotros! ¡Yo! ¡De todos!
No pude seguir mirando porque el policía me apartó y me obligó a abandonar el lugar con destemplanzas. Desde luego, vaya tipejo. Él tenía la culpa. El paciente podía ser lo que fuera pero a mi me parecía que solo estaba agobiado y, en mi opinión, tenía derecho a que se le explicaran las cosas.
—No te vayas a poner justiciera. —Mi compañera me leyó el pensamiento—. Cuando sepas lo que ha hecho entenderás la reacción del oficial y te tomarás la amenaza que nos ha soltado mucho más en serio de lo que ahora lo haces.
La miré, impaciente.
— Escucha... —La explicación me llegó en un hilo de voz—. Ese chico se metió en la casa de su padrastro en la madrugada de ayer y... —Cogió aire; al parecer, le costaba decirlo—. Le descuartizó.
El corazón se me detuvo. ¿Qué?
—Le asfixió mientras dormía, arrastró el cuerpo al pasillo y lo hizo pedazos con un hacha. —Volvió a interrumpirse, profundamente afectada—. Le sacó los intestinos y todo lo demás —y añadió—: Le vació entero.
(*) N/A:
Aquí les dejo los conceptos del capítulo.
• UHB : Unidad de Hospitalización Breve. Es la Unidad donde ingresan las personas en descompensación psicopatológica.
•Trastorno Bipolar: un tipo de trastorno de la esfera psicótica, caracterizado por alternar episodios depresivos con episodios de euforia (manía) o estado de alergia excesiva hipomanía). En función de éstos, si hay Manía es Tipo 1 y si hay Hipomanía es tipo 2. Estos episodios cursas con delirios, alucionaciones, y trastornos formales del pensamiento (como la fuga de ideas).
•Alianza terapéutica: es uno de lo elementos más importantes de la Psicoterapia, se le atribuye hasta un 90% del éxito. Se refiere a creer una relación de confianza máxima, un vínculo fuerte, entre un paciente y su terapeuta. Tiene unos componentes de los que hablaré más adelante.
•Risperidona: medicación antipsicótica. Se puede inyectar pero también la hay en pastillas.
¿Qué les pareció? Espero que se note la mejora en la narración y en el diálogo.
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