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Día Seis: Cena


(Voz narrativa: Jung Kook)

Contemplé la lámina, con la resignación pintada en la cara. Llevaba horas sentado en el comedor intentando dibujar el prototipo de las plantaciones de pelo, a fin de presumirlo ante el más mínimo signo de sospecha, y en su lugar lo que había hecho había sido un jarrón, que no me había quedado mal pero que desentonaba completamente con la idea de desequilibrio mental que quería dar.

Suspiré y dejé caer el lápiz. La medicación estaba haciendo tan bien su trabajo que cada vez me resultaba más difícil disimular que seguía estando maníaco. Me quedaban pequeños arranques y me esforzaba por amplificarlos pero mi cabeza estaba frenando y las cosas que ahora se me ocurrían tenían más que ver con retomar los estudios de Bellas Artes, apuntarme a clases de baile o aprender algún deporte. Seguro que Tae se pondría contentísimo; lástima que no se lo pudiera contar. La lógica era justamente de lo que tenía que huir.

—¡Oh, pero qué bonito! —Una de las señoras de la cocina, la que solía traer los carros de acero inoxidable con las bandejas de la cena, apoyó su mano sobre mi hombro y admiró mi creación—. ¡Dibujas muy bien! ¡Eres un artista!

—Gracias. —Me sonrojé; no me consideraba malo pero tampoco especialmente bueno.

—¿Qué le vas poner ahí? —Señaló la boca del jarrón, vacía. —¿Rosas? ¿Margaritas? ¿Flores silvestres?

Dos enfermeros, de pie frente a la puerta, me distrajeron de la conversación. Supervisaban las idas y venidas de los ingresados, que se iban acercando con cuentagotas a recoger sus respectivas bandejas para después dispersarse en las enormes mesas rectangulares. Me pareció ver el cabello castaño del Doctor Kim en la silla del control de fuera. La garganta se me secó. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser precisamente él el que estuviera de guardia durante el fin de semana? Su presencia me producía demasiado estrés.

—Creo que le quedaría muy bien que hicieras un ramo mixto. —La empleada siguió hablándome—. ¿Quieres que pida que te traigan ceras de colores?

—Voy a ponerle pelo.

Se quedó muda, con los ojos muy abiertos.

—El pelo de la plantación —expliqué, y amplié—: El que sobre después de cultivarlo para hacer plantas peludas que uno pueda ponerse en la cabeza. —Poco me faltó para echarme a reír al ver cómo tragaba saliva, espantada—. Es que ya deseché la idea de las sillas voladoras —añadí—. Era muy caro así que mejor me voy a dedicar a la agricultura innovadora. —Le sonreí de la forma más inocente que pude—. ¿Qué opinas?

—Tesoro, tengo que llevarme los carros — me evadió; la había impresionado demasiado—. ¿Has cogido ya tu bandeja?

Negué con la cabeza y me levanté de un salto, como acostumbraba a hacer cuando me sentía rebosante de energía.

—¡Corro raudo y veloz! —exclamé—. ¡Como el correcaminos! ¡Y Tom y Jerry! Ah, no que esos no corren... ¡O sí lo hacen porque son ratones!

"Ratones. Gatos. Experimentos para mezclar gatos con ratones. Gatorato".

Gatorato sonaba chistoso. Sí, señor.

La presencia de Sun Shee me frenó en seco. No había dejado observarme en todo el día y parecía vigilar cada uno de mis movimientos pero yo me había cuidado muy bien y había permanecido en todo momento cerca de los enfermeros o, en su defecto, de otros pacientes y no se me había podido volver a acercar.

—Ha llegado. —La escuché decir, con la expresión extasiada y absorta, prendida de admiración en la puerta—. El Dios de Fin, el que imparte justicia, el que dirigirá el mundo.

Seguí su mirada. Un chico no muy alto que no parecía mucho mayor que yo, delgado, de cabello oscuro alborotado, ojos de un pronunciado rasgado y piel inmaculada, entró en el comedor, mirando en todas direcciones. Se le veía bastante perdido y caminaba despacio, cargando bajo el brazo unos puñado de documentos que parecían cuestionarios del hospital.

—Es Min Yoon Gi, el de la quince — murmuró la mujer de avanzada edad de la mesa que me quedaba al lado—. Se rumorea que es el autor del descuartizamento que salió el otro día en las noticias.

Mastiqué la idea. El descuartizamiento... Daegu... Él descuartizamiento de Daegu. ¡Nam Joon!

—Él es el que decide quién vive y quién muere.

El comentario de Sun Shee me produjo una intensa ansiedad que disimulé sentándome torpemente en el primer lugar vacío que pillé, junto al carrito de las bandejas.

"Él dio la orden de matarlo. Cuidado. No. No ha sido él, lo viste. ¿Seguro que no? No sé".

Ay. Me froté la nunca. Ay, ay.

—Dicen que mató a toda su familia —señaló otra mujer—. Los emparedó en su casa para ocultar los cuerpos.

—¡Qué horror! —comentó otro—. No deberían permitir que alguien así estuviera suelto.

—Yo no... No.... —Otra paciente, esta vez una chica de mi misma edad, se levantó de su lugar y, dejando la comida intacta, voló a refugiarse en la esquina más apartada—. Necesito salir de aquí... Quiero el alta... Quiero irme...

Aquello generó una reacción en cadena. Algunos imitaron a la joven. Otros se pegaron a las mesas, cohibidos y sin atreverse ni a mirar, y no faltaron los que protestaron ni los que trataron de irse sin comer. El alboroto estaba servido.

—¡Esto es tener muy poca vergüenza! —Un hombre de cabello canoso tiró con muy malas formas los palillos sobre el plato—. ¡Este hospital no tiene decencia! —Se dirigió al recién llegado—. ¡Eh, tu! ¿Cómo te atreves a venir aquí?

El aludido ni siquiera le miró. Se limitó a acercarse a las bandejas de comida y a examinar su contenido.

—¡Te estoy hablando! ¡Tu! ¡Qué osadía! ¡Eres es el responsable de lo que le pasó a Kim Nam Joon!

Otra cosa no pero aquel señor era de armas tomar. No lo conocía mucho pero sabía que había ingresado hacía poco por problemas con la bebida y que desde que había entrado no había parado de señalarnos lo que, a su juicio, debíamos mejorar, sin reparo ni tacto de ningún tipo. Incluso había hecho llorar a su compañero de habitación y estaba claro que el nuevo, con sus terribles antecedentes, no sería, ni mucho menos, la excepción.

—¿Sabes lo que le hacen a los asesinos en serie los propios presos de la cárcel? —continuó—. ¿Lo sabes?

—Claro. —La respuesta sonó tan suave como el terciopelo—. Los matan.

La palabra generó un denso silencio en el que el tal Yoon Gi se dedicó a dar una vuelta completa al carrito hasta que, por fin, se detuvo y se giró hacia su interlocutor. Le tenía tan cerca que con solo estirar un poco el brazo le podía tocar y, por eso mismo, me sorprendió que el corazón no se me alborotara ni la mitad de lo que lo había hecho antes con Sun Shee. Parecía agradable y curiosamente me transmitía seguridad.

—¿Quién es Kim Nam Joon? —se interesó entonces.

—El pobre chico al que intentaste asfixiar en el baño el otro día.

—Vaya... —Yoon Gi no mudó su gesto de tranquilidad—. Tu teoría es muy interesante, de veras que sí. La idea de darme rebombo como "asesino múltiple serial" es realmente magnífica. Es una lástima que no tenga ni pies ni cabeza porque si yo tuviera que hacer algo así te aseguro que no lo hubiera "intentado" —remarcó—: Lo hubiera "hecho", sin fallos.

Me estremecí. Madre mía. Y a mi que me había parecido simpático...

"Aléjate. Protégete. No, no, tienes que acercarte a él. Puede ayudarte. Huye. No, pégate a Yoon Gi".

—Te mereces que te apedreemos. —La respuesta del hombre no se hizo de rogar—. Eres un monstruo.

—Eso es tan evidente como lo es lo escaso de tu educación y tu falta de sentido común.

—¿Qué has dicho?

—Que encuentro estúpido por tu parte que me increpes de esa forma tan burda. —Yoon Gi suspiró y, como si le importara todo tres pepinos, regresó su atención a los platos—. Teniendo en cuenta que soy un psicópata terriblemente perturbado, podría sacarte las tripas en cualquier momento, ¿verdad?

El hombre se levantó, echando humo por las orejas.

—¡Me estás amenazando! —exclamó—. ¡Maldito asesino! ¡Mataste a tu familia y estrangulaste a nuestro compañero! ¡Mereces la peor de las muertes!

—¿Qué eres tu? —El aludido mantuvo la vista fija en la comida—. ¿Un héroe frustrado que quiere eliminar escorias como yo de la sociedad? —Cogió una bandeja—. Yo diría que hablas mucho pero luego no haces nada porque en realidad lo único que buscas es ser reconocido en este lugar. Quieres ser algo así como el "defensor del pueblo" de la planta de Psiquiatría.

—¡Nada de eso! —El hombre dio un golpe en la mesa y yo di un bote de la impresión —. ¡Yo solo busco justicia!

—No, lo que buscas es aprecio. —Le corrigió—. Desde que has ingresado nadie te valorar una mierda, algo por otro lado lógico teniendo en cuenta tu manera déspota de hablar, así que crees que si te encaras conmigo los demás te premiarán con su admiración. —Chasqueó los labios, con desaprobación—. Has olvidado que para ganar respeto tienes que tratar bien primero a los que te rodean.

—Yoon Gi tiene razón. —La misma chica que minutos antes había huido presa del pánico intervino con una renovada determinación—. Desde que has llegado no has parado de meterte conmigo como si fueras un experto en Salud Mental cuando tú también estás aquí por algo, como todos.

El aludido la miró con la boca abierta.

—¿Te estás poniendo del lado del criminal?

—No eres mejor que nosotros —dijo otra voz—. Y tampoco puedes hablar así del nuevo.

—¡Eso! ¡Eso! ¡Déjale en paz, que sólo quiere cenar tranquilo!

Nuestro compañero, blanco como la cal ante la repentina desaprobación, regresó al asiento y bajó la vista al plato. La situación había virado en ciento ochenta grados y se le había vuelto en contra.

Era impresionante. Yoon Gi era impresionante. ¿Cómo lo había hecho? De verdad, qué persona tan genial. Le revisé de arriba a abajo, con una punzada de admiración, pero entonces reparó en mi y me apresuré a retirar la vista.

—Toma. —Me tendió un bandeja—. No has cogido nada de comer y solo quedan dos completas.

Me quedé en suspenso, alucinado. ¿Se había dado cuenta de eso?

—Alguien se ha llevado el pan y la fruta de las otras para darse un festín nocturno —continuó—. Por cierto, lamento haberte asustado. Lo que dije sobre "sacarle las tripas" no iba en serio.

—Gra... Gracias... —La acepté, tembloroso—. Y... No... Me ha gustado lo que le has dicho.

Me respondió con una sonrisa e instantes después se había acomodado en el rincón con su cena y la atención volcada en responder los formularios. Sun Shee corrió tras él y se sentó a su lado pero no pareció darse cuenta. Siguió a lo suyo, absorto en los papeles, mientras ella, inclinada sobre su oído, no dejaba de susurrarle cosas a fin de captar un interés que parecía no llegar. ¿Qué tramaba? Tenía que enterarme.

La chica que había salido en defensa de Yoon Gi se colocó justo en la mesa de delante.

—¡Milly! —Volé hacia ella—. ¡Milly! ¡Hola! ¿Qué tal? ¿Te importa que te acompañe?

Asintió y se retorció el cabello con el dedo. Era el tic nervioso que solía hacer cuando algo le agradaba.

—¡Genial, gracias!

—De nada. —Posó la vista en su regazo, sonrojada—. Me gusta que te sientes conmigo y... Oye... —titubeó—. A lo mejor esto te suena raro pero... Verás... ¿Tu tienes novia?

Me recliné en la silla y la balanceé hacia atrás, buscando la proximidad deseada con mi objetivo.

—¡Qué va! ¡Es que estoy muy loco! —respondí—. Todas las chicas que conozco se asustan porque soy demasiado intenso con las cosas así que siempre termino solo.

—Ah, qué tontas. —Milly torció el gesto—. Yo no te dejaría.

—Se hizo como estaba planeado. —La voz de Sun Shee me llegó en un murmullo—. Pero surgió el imprevisto.

¿Imprevisto? Empujé la silla un poco más mientras mi acompañante, ajena a todo, se enfrascaba en narrarme el turbulento romance que había tenido con un magnate que la había abandonado en cuanto se había enterado de que padecía un Trastorno Delirante crónico relacionado con su trabajo.

—El niño lo sabe.

Hablaba de mi, claro. ¿Por qué demonios no había sido capaz de fingir mejor? Estaba muerto. Muerto. Muerto y acabado. Muy acabado.

—Ay. —Me abracé el cuerpo, en un intento de controlar el temblor que me subió por los brazos—. Qué se supone que voy a hacer ahora...

—¿Estás bien? —Milly me miró con preocupación—. ¿Tienes frío?

—¡Sí, sí, estoy muy bien! ¡No pasa nada! —Rectifiqué en seguida—. Solo acabo de recordar algo que tenía que haber apuntado en la libreta.

La silla frente a mi se deslizó entonces hacia atrás. Las patas chirriaron contra el suelo.

—¿Qué tal, Jung Kook? —El rostro del Doctor Kim me terminó de acobardar del todo—. ¿Cómo te vas encontrando?

Me sonrió y yo, hecho un manejo de nervios, le imité.

Ay. Qué pesadilla.

Siguiendo las indicaciones de Mei, Yoon Gi ha sido liberado de la contención , se le han puesto las medidas ordinarias de un paciente normal y ha conocido a Jung Kook. La difícil situación de éste hace complicado decidir si debe guardar silencio y seguir fingiendo o confiar en alguien, y la presencia de Seok Jin sólo parece complicarle aún más las cosas.
¿Conseguirá salir airoso otra vez?

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