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Día Once: Cuarta Exposición (Segunda parte)


—¿Cómo era tu padre, Jimin? —Empecé con la pregunta acordada; entendía su papel de defensa pero no iba a consentir que desbaratara de esa manera las noches que me había pasado en vela devanándome los sesos en busca de ideas—. Tengo entendido que tenía unos principios algo particulares sobre vuestra educación.

—Nunca tendrás las respuestas que quieres, amor, a menos que yo te las facilite, y ten en cuenta que solo te lo ofreceré en esta ocasión. — La voz de Pang Eo irrumpió de nuevo—. Piénsalo bien. Puedes tener la verdad sobre los desaparecidos de Daegu en tus manos si haces lo que te digo.

Desde luego, tentador era un rato. Una de las peticiones de la fiscal para acceder al alta había sido precisamente que lograra obtener algo útil sobre ese aspecto. Pang Eo lo sabía y por eso me lo estaba poniendo en bandeja.

"Acepta. Lo necesitas".

Sí, sabía que la información me vendría muy bien. Igual podría aplazar la terapia unos días. Quizás así consiguiera ayudar a Seok Jin en el mal trago que estaba pasando, hacer que se clarificara un poco su difícil situación y luego... Luego...

¡No! Un momento. ¿Y Yoon Gi? ¡Demonios!

"¿Vas a renunciar a esas valiosas revelaciones solo por recuperar al chico? Tu sentimentalismo es un poco decepcionante".

Me daba lo mismo. Yo elegía y Yoon Gi era lo primero, lo más importante y lo que yo quería.

"Qué bonito. Eres enternecedora".

Ajá.

"Me encanta tu afán y el tipo es un bombón de pies a cabeza. Si me dejas a mí, te lo entregaré".

—Jimin. —Me volví hacia mi acompañante y le agarré con firmeza de la camisa de rayas—. Responde a mi pregunta, por favor.

Éste se sorbió la nariz, medio enturbiado, y le moví con más fuerza.

—¡Jimin, venga! ¡Por tu hermano! ¡Vamos!

—No puedo —musitó—. No puedo.

—Claro que no puede, psicóloga. —El sarcasmo de Pang Eo se hizo eco entre las paredes. Se estaba relamiendo ante el éxito de su manipulación—. Ya te dije que el nene llorón no te ayudaría.

Traté de no presentarle demasiada atención, aunque era inevitable que no observara su expresión jocosa por el rabillo del ojo. Se consideraba invencible.

—Por favor, Jimin, no me dejes con esto sola. —Le tomé el rostro entre las manos y le obligué a mirarme—. Sé que puedes mucho más de lo que sueles mostrar. — Hubiera preferido no confrontarle de esa forma con las ideas que había cultivado con respecto a él pero la situación era crítica y mi disociación hablaba a sus anchas—. Das la impresión de ser desvalido, frágil y débil, pero no lo eres en absoluto —le solté, áspera—. Abandona esa máscara de pasividad lamentable y muéstrate como verdaderamente eres o te clavaré un cuchillo en la mano que te queda sana para que reacciones como lo hiciste en la planta.

Le solté. Lo hice con malas formas y él me contempló, atónito.

—¿Cómo era tu padre? —repetí la pregunta—. Dímelo.

—Papá... —titubeó—. Papá...

Vamos. Podía. Yo sabía que podía.

—Papá decía que sus hijos tenían que ser capaces de elegir qué sentir y cómo sentir.

Sus palabras resonaron tan serenas como había esperado. Me había obedecido. Se había quitado el disfraz y lo estaba viendo de nuevo. A esa persona indiferente que había pasado por tanto que ya todo le daba igual.

—No podíamos llorar ni cometer los errores normales que cometían el resto de las personas y, ni mucho menos, quejarnos —prosiguió—. Teníamos la obligación de ser superiores a todos, de forma clara y arrolladora, y uno de nuestros deberes era aprender a burlarnos incluso de la muerte.

Suspiró pesadamente. Le animé a seguir con la cabeza.

—Decía que éramos muy malos hijos porque, por supuesto, nos resultaba imposible satisfacer tales exigencias y por eso nos castigaba continuamente.

Se sacó un destornillador pequeño y fino del cinturón, y me lo entregó.

—Así que por eso te convertiste en esto. — Dejé que la punta me acariciara la piel del cuello, recorriéndola con la presión necesaria para que me arañara sin causarme heridas, con la mirada clavada en Pang Eo—. Has cumplido bien los deseos de papá.

—Este rollo terapéutico no os va a servir de nada. —Fue toda su contestación—. Estáis perdiendo el tiempo y poniendo a prueba los límites de mi paciencia.

"¿En serio? Mi estimado, solo espera un poco".

—¿Tu padre te clavaba destornilladores, Jimin? —continué—. ¿Dónde lo hacía?

Se quitó la camisa, despacio, y nos mostró dos marcas con forma de estrella a la altura de las costillas, otras tantas en la cintura, en el hombro y hasta en el abdomen, entre medias de las múltiples líneas que le recorrían por los brazos y la espalda. Pero la que más me llamó la atención fue la enorme cicatriz rosada que le atravesaba el estómago y que debía proceder de una herida que tenía que haber sido bastante profunda.

—Destornilladores. —Una lágrima silenciosa se deslizó por su mejilla, conteniendo en ella todo el dolor del recuerdo—. También utilizaba clavos, chinchetas, cinturones... — Se acomodó de nuevo la prenda y se dirigió a su hermano—. Solía ir primero a por mí. Me odiaba porque no era de su línea genética y quería que tu siguieras sus pasos y me torturaras. Sin embargo, en vez de complacerle, hacías lo contrario —explicó—. Te interponías continuamente para protegerme y por eso terminabas llevándote la peor parte, hasta el día de la sopa, que te cansaste y te rebelaste del todo y papá te intentó asfixiar.

Entonces no había un trauma aislado. Sus infancias en sí mismas lo habían sido por completo.

—Pang Eo, ¿qué opinas de las cicatrices que tienes en el cuerpo? —Me levanté y rodeé el asiento hasta apoyarme en el respaldo, dejando a Jimin delante—.¿Son parte de tu nacimiento?

—Son fortaleza —dictaminó éste—. Dignidad.

"Yoon Gi es el único punto débil de Pang Eo. Es el momento de usarlo".

Sí, esa era mi ventaja.

—Yo también debería tener marcas de dignidad entonces —observé—. ¿Me harías el honor de crearlas para mí?

Tal y como esperaba, no vaciló en negar.

—No, psicóloga.

—¿Y por qué no? —escarbé en la ruta de la asociación. Quería arrancarle alguna emoción parecida a la que había despertado por breves instantes a Yoon Gi la última vez—. ¿No te sientes orgulloso de tenerlas? —cuestioné—. ¿No las acabas de denominar "fortaleza"? —Me incliné sobre su oído—. Todos tenemos derecho a ser fuertes y dignos, y si el dolor es la ruta a seguir para alcanzar dicha majestuosidad, quiero probarlo.

—No. —Pang Eo se mostró rotundo. El respeto hacia los sentimientos de la identidad primaria era evidente—. Yoon Gi no desearía eso.

—Entonces, ¿estás de acuerdo en mantener mi "mediocridad respiratoria" solo porque Yoon Gi lo dice?

Soltó una par de risillas.

—Amor, veo tus intenciones a diez kilómetros por lo menos. —Se volvió hacia mí—. ¿Qué es lo que buscas? —Sus brazos se encajaron entre los míos—. ¿Una declaración de intenciones criminales o algo así? —Volvió a reírse—. Ya sabes que yo te quiero viva.

Me mantuve rígida ante el contacto hasta que lo aflojó y pude ampliar distancia y sacar la bolsa de plástico.

—Entiendo que te hace falta mi informe para tu exculpación —argumenté—. Y, además, mi apoyo te viene muy bien para señalar a la persona que te involucró en el único crimen que no has cometido y que, precisamente, es por el que estás acusado. —Esbocé una mueca maliciosa—. Eso de que te confundan con otro tiene que doler mucho.

—Ni te lo imaginas —confirmó—. Y por eso, amor, no sabes las ganas que tengo de comprobar la exactitud de tu análisis.

Jimin ahogó una exclamación de asombro y yo me retorcí el plástico entre las manos. Maldita sea. Si tenía sospechas sobre el autor, ¿por qué rayos no podía decirlo y ayudarme?

"Porque ama ponerte a prueba".

Dios, ya. Aquel diálogo socrático estaba siendo el más complicado de mi vida.

—Entiendo la importancia que me otorgas como "instrumento útil". —Me aguanté las ganas de hablarle de las peculiaridades de la muerte de Yarek Seong y continué la sesión—. Pero eso no es incompatible con crear "dignidad" y "fuerza" en mi piel.

—Nena, no me importa en absoluto lo que hagas y, si decides coger el destornillador y hacerte una sangría, créeme que lo disfrutaré adecuadamente, pero olvídate de la idea de que sea yo el que lo haga. —Su cuerpo regresó a las imágenes del suelo—. No me apetece hacerlo.

Era un psicópata, por descontado que lo era, pero no del todo. No. Había algo de Yoon Gi en él.

—Eso me recuerda al día en que le dije a tu identidad principal que se podía matar lo que se amaba —llegué a la asociación final—. Él me respondió que quizás termináramos matándonos el uno al otro, aunque más tarde rectificó y me confesó que no lo haría.

—Tengo oídos, amor. Yo también lo escuché.

—¿Sabes por qué dije eso de "matar lo que se ama" aquella vez?

Dejó caer las manos y me dejó apreciar cómo su perfil meditaba la respuesta.

—No iba por Yoon Gi —dedujo—. Aunque él, en el estado en el que estaba, creyó que sí.

—Efectivamente, no iba por él — admití, y añadí, categórica—: Iba por mí.

"Mi turno, Mei".

Pang Eo soltó una carcajada seca que se ahogó de inmediato en el plástico con el que le cubrí la cabeza y que luego apreté, con toda la intención. No tardó en resolverse, primero con más cautela y, después, al sentir presión, con más énfasis. Y, como era mucho más fuerte que yo, hubiera podido zafarse sin demasiados problemas de no ser porque Jimin reaccionó rápido, se le tiró encima y le ató el torso con la cuerda que habíamos preparado a las patas de la silla. Le teníamos.

—Rubito... —Su voz se escuchó en un murmullo lejano—. Ahora sí que me la vas a pagar...

Éste reprimió un sollozo.

—No te dejes llevar por sus chantajes —le indiqué—. No puede hacer nada.

—Mei, es que...

—Manténte firme —reiteré—. Solo es una defensa psicológica pataleando para no dejarse romper.

Y vaya que lo fue porque, en cuanto lo mencioné, se bamboleó con tanta violencia que a Jimin no le quedó más remedio que forcejear con él para que no se tirara al suelo.

—"Déjame a mi, Yoon Gi. Yo te protegeré". —Mi disociación se levantó, pletórica, y recitó las palabras que habían convertido a Pang Eo en identidad propia años atrás—. Todo eso es mentira, Yoon Gi, mentira.

Sus brazos se convulsionaron y le sentí jadear. Se estaba quedando sin aire así que aflojé un poco la presión, con la intención de que recibiese mínimo de oxígeno antes de repetir la operación, y mi mente me llevó al día en que yo también había estado a punto de morir atenazada por la sábana. Era gracioso que me hubiera sentido tan desvalida en ese momento cuando bien podría haber hecho que aquel paciente se hubiera tragado su propia lengua sin pestañear pero había reprimido tantos años mi potencial que hasta había llegado a olvidarme de que lo tenía.

— "Déjame a mi. Yo te protegeré, Yoon Gi" —repetí—. ¿Crees que tu solo te bastas y sobras para protegerte? —me burlé—. Mírate ahora. Estas cayendo ante mí y no puedes hacer nada.

La imagen de Ho Rae, con las manos agujereadas llenas de sangre, como si la hubiera crucificado, me miró de reojo desde la ventana de mis recuerdos.

—Yoon Gi. —Jimin, que seguía sentado a horcajadas sobre él, tomó la palabra, con esa decisión que solo parecía ser capaz de mostrar cuando se trataba de hacer algo por él—. Hyung, no puedes huir toda la vida. —dijo, visiblemente emocionado—. Por favor, te lo suplico, pídeme ayuda a mí. Juntos lo resolveremos, como siempre. —La voz se le quebró y tuvo que detenerse un segundo antes de continuar—: "Los dos estamos bien y estaremos bien" — recitó, evocando la conversación tras la muerte de su padre—. "Te lo prometo".

No hubo respuesta.

"Hay que apretar más".

"Hay que matarlo".

"Mátale".

No. No. ¡Maldita Disociación! ¡No! Lo que yo quería era recuperarle, abrazarle y decirle sin miedo que me había enamorado estúpidamente de él. Jamás lo dañaría. Nunca.

"Mátale".

—Yoon Gi, por favor. —Jimin volvió a intervenir—. No puedes contra esto tu solo, ¿no lo ves? Estamos contigo para apoyarte.

—Amor... —El susurro ahogado de Pang Eo me hundió en lo más profundo del subsuelo pero mi "otro yo" estaba exultante y evitó que rompiera a llorar— . No... No te conviene hacer esto... Tengo que estar yo... Por ti...

Aflojé de nuevo la bolsa.

—Yoon Gi... Solo me tiene a mí... Y tu... También tu... Si me rompo os rompéis... Lo dos... Los dos...

—¡No es verdad!

Me obligué a apretarle de nuevo, esta vez con más decisión, ignorando el hecho de que me hubiera incluido como elemento a proteger. No era cierto. No era más que otro intento de manipulación. No pensaba caer.

—¡Pide ayuda a las personas de tu alrededor! ¡Pide ayuda, Yoon Gi!

"Mátale".

—No.

¿No? ¿Por qué no demonios no funcionaba? ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Qué?

—¡Pide ayuda! —insistí, en un último intento, ya desesperado—. ¡Pide ayuda, maldita sea, Yoon Gi! ¡Pídeme ayuda! ¡Yo te sostendré! ¡Yo estaré contigo! ¡Yo quiero estar contigo!

Fue entonces cuando su cuerpo convulsionó y Jimin emitió una exclamación de alarma.

—¡Mei, para! —me alertó—. ¡Basta! —Le soltó y se apresuró a desatarle, envuelto en pánico—. ¡Le estamos matando! ¡Le estamos matando!

Le arranqué la bolsa de un tirón, con la vista emborronada, y mi "otro yo" ni siquiera tuvo tiempo de relamerse del éxito porque el dolor que me invadió al ver el cuerpo de Yoon Gi deslizarse hacia atrás en la silla, con la tez enrojecida y la mirada vacía clavada en el techo, lo hizo desparecer al instante.

No.

No. No. No.

¿Qué había hecho?

—Yo... —Me dejé caer de rodillas—. No quería lastimarte... Te quiero... Te quiero... Te quiero...

Voces a mi alrededor, frenéticas, luchando por salir del reciento. Olor a muerte, a polvo, a tierra. La risa de Dae, estridente, en mis tímpanos. Un vacío intenso y desolador. Mis manos manchadas de sangre. Ahogo. La angustia de la irrealidad.

¿Estaba en un sueño? ¿Quién era yo? ¿Cuál era mi nombre?

No lo sabía. Ya no lo sabía. No sabía nada y...

—Eres Mei. —El tacto de una frente caliente sobre la mía y el aliento agitado y palpitante en las mejillas evitó que me perdiera del todo y me ancló de nuevo a la realidad—. No desaparezcas como yo. No lo hagas.

Yoon Gi, con la voz ronca por la asfixia, se hizo paso entre mis miedos y mis síntomas y sostuvo mi identidad y las pequeñas partes que aún quedaban de mi ser con firmeza.

—Por favor, perdóname —le escuché decir—. Te prometí que haría cualquier cosa con tal de resolver las cosas pero no lo hice. Me vi con el martillo en la mano, en medio de toda aquella sangre, y simplemente quise desaparecer para siempre.

Las lágrimas se me desbordaron como el caudal de un río en medio de una tormenta. Le palpé el rostro, húmedo, con ansiedad, y él trató de tomarme las manos entre las suyas, pero la contención se lo impidió y eso me ayudó a abrir los ojos y a buscarle. Se había tirado al suelo y estaba frente a mí.

—¿Cómo es posible que tenga ese chisme otra vez puesto? — Levantó las muñecas a la altura de la nariz y su tono me recordó al día en el que habían puesto la cámara de vigilancia en la biblioteca—. Te aviso que tu sinceridad, confianza y respeto no ganan puntos si te empeñas en hacerme terapia en estas condiciones.

Esbocé una sonrisa. Yoon Gi... Ay, Yoon Gi...

—No te rías —me afeó, a pesar de que él también hizo lo mismo—. Ya sabes que me gusta hacer "voto de silencio" si las cosas no me convencen y tu eso lo llevas muy mal.

Era él. Era realmente él.

—Yoon Gi...

Me sorprendió mi propio sollozo, incontenible, pero aún más que no dudara en echarle los brazos al cuello, con todo mi anhelo acumulado, que no era poco.

—¡Yoon Gi, eres tu! —Hundí mi rostro lloroso en su hombro—. Lo siento... Te he hecho algo horrible... No tengo suficiente experiencia en terapias de exposición y no me di cuenta de lo que te exigía... Y...

—No, Mei. —Su susurro me acarició como terciopelo entre los dedos—. Hiciste lo que debías. Fui yo el que se escondió.

—Pero...

—Pero nada —me cortó—. Huí de mi realidad porque no la quería aceptar y aún así tu me seguiste buscando y tiraste de mí, a riesgo de perderte a ti misma. —Su cabello me cosquilleó en el cuello—. Déjame que, para variar, ahora sea yo el que te sostenga a ti.

No pude responder. La intensidad del momento me había dejado tan extenuada que lo único que me salió fue abrazarle y permitirme quedarme así hasta que la llave de la puerta giró y nos obligó a separarnos.

Lo había logrado.

Yoon Gi había vuelto.

Por fin había vuelto.

Mei y Jimin lo han conseguido aunque que se han visto obligados a renunciar a una valiosa información por el camino.
Yoon Gi ha regresado.
Pero Pang Eo ha avisado.

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te la pierdas.

(N/A: tal y como informé en el muro, ya terminé la edición así entre esta semana y la se viene estaré subiendo todos los capítulos que faltan)

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