Día Once: Cuarta Exposición (Primera parte)
—Hyung... —La voz de Jimin se dulcificó el triple de lo habitual y, por el temblor de su espalda, supe que estaba al borde de las lágrimas—. Hyung... — repitió—. Estoy muy feliz de que estés fuera del hospital.
Me detuve en el último peldaño de las escaleras y observé la escena desde la distancia. A pesar de que mi "yo disociado", completamente despierto por primera vez desde hacía cuatro años, se moría por encarar a Pang Eo también sentía una enorme curiosidad por analizar el primer encuentro entre los hermanos Min desde la muerte de Yarek Seong.
—¿Hermano? —Ante la ausencia de respuesta, Jimin volvió a insistir—. ¿Yoon Gi?
Le distinguí de espaldas, tratando de levantar el lateral del estor para curiosear por la ventana, algo complicado teniendo en cuenta que le habían vuelto a sujetar las muñecas con la contención del hospital y que apenas las podía mover.
—¿Dónde está la psicóloga? —Se limitó a preguntar—. ¿Está aquí?
—No te preocupes, Yoon Gi. —Jimin se acercó con cautela, no sin antes buscar apoyo visual en los policías apostados en el recibidor—. Todo está bien.
—No te he preguntado tu opinión, rubito. —La dureza de la contestación fue similar a la sensación de un cubo de agua helada por la cabeza—. Solo quiero que me digas dónde está ella y que después desaparezcas de mi vista.
Vaya. Sin duda debía de tenerme en un lugar privilegiado dentro de su lista de "instrumentos útiles" para mostrar tanto interés, pero, a decir verdad, el hecho de que preguntara así me gustó. Me sentí como si me alzaran a hombros y me dejaran por encima del resto del mundo, en una posición especial a la que nadie más podría aspirar y la euforia fue tan grande que hasta me permití quedarme embobada como una colegiala enamorada ante su sudadera de color rojo, su cabello oscuro alborotado y su respiración acompasada. Era la primera vez que le veía sin el pijama del hospital y su presencia se me antojaba más atrayente que nunca.
Desde luego, estaba tonta, loca o, seguramente, ambas, y la palabra hibristofilia empezaba a quedarse muy corta para justificarme.
"Buen ojo, Mei. Me gusta tu elección".
Lógico. "Ella", cuya voz me retumbaba en los tímpanos como si procediera del exterior, seguía siendo yo.
—Yoon Gi, hermano. —Jimin se acercó unos pasos más—. Ya verás que ahora que has salido las cosas van a empezar a mejorar.
—¿Mejorar? —El tono seco se llevó de un plumazo todo mi embelesamiento y la vibración que me trasmitió me hizo replantearme si realmente había hecho bien en quedarme al margen—. Si eso ocurre no será gracias a ti y tus chapuzas, precisamente.
—¿Mis chapuzas? —Jimin se detuvo—. ¿Qué chapuzas? —Parpadeó—. No te entiendo.
—Lo raro sería que lo hicieras. —Pang Eo, imperturbable, ni se molestó en apartar la vista de la ventana—. Ya decía yo que estabas tardando mucho en aparecer y hasta había pensado que te habrías hecho pipí encima otra vez o que andarías escondido por algún armario, fiel a tu estilo.
El aludido tragó saliva, con dificultad.
—¿Has estado sembrando tus semillitas de lastimera depresión entre mis estimados cuidadores? —continuó su interlocutor—. ¿Querías el trofeo al "hermano del año" antes de atreverte a presentarte ante Yoon Gi por si las moscas? —Negó con la cabeza, con desaprobación—. Ay, nene, de verdad, qué predecible eres.
—Por... Por... Por favor... —El aludido se echó a temblar como una hoja—. Yo... No sé... Cómo puedes decir... Eso de mí... Porque... —Los nervios no le permitieron hacer la frase completa—. Yo estoy en un sin vivir... Yo... Trato... De encontrar... La manera de ayudarte... Solo quiero ayudarte.
La estruendosa carcajada multiplicó al menos por diez su ansiedad.
—¡Oh, rubito, qué tiernecito y graciosete! —Se mofó—. Y también qué desdichado, mi pobre huerfanito sufridor que solo tiene a Yoon Gi en la vida. — Dejó caer el estor, que se bamboleó y chocó contra el cristal, antes de mirarle por fin, con su sonrisa de medio lado—. Siempre he dicho que tienes muy poco estilo, demasiado poco, y cuanto más te veo, más me lo pareces.
—¿Te has dado cuenta de que estás hablando en tercera persona? — Jimin sonó ahogado, casi desesperado—. Este no eres tu. No eres tu. ¡No eres tu!—repitió, en bucle—. No me hagas esto otra vez. No otra vez. ¡No otra vez!
Buscó a tientas el sofá y se dejó caer en él, presa de un agobio que le convulsionó hasta las piernas, y entonces entendí que esa situación se había producido ya en incontables ocasiones.
—"Este no eres tu". —Pang Eo le imitó, burlón—. "No me hagas esto". — Se recargó contra la ventana y se frotó las muñecas atadas. —Tus discursitos peliculeros siguen siendo igual de pasionales y dramáticos. —Le clavó una gélida mirada—. Actor y, a parte, declamador de tragedias de vida... Muy polifacético, sí, señor.
El aludido se cubrió el rostro con la mano que aún tenía vendada, gimoteando sin control.
—¿Y ahora te vas a poner a llorar? —Las pupilas de Pang Eo le devoraron a desprecio—. Yoon Gi también hubiera llorado mucho de no ser por mí.
—¡Ya no sigas con esto! —exclamó entonces Jimin, completamente desbordado—. ¡No lo aguanto más! ¡Me estás abrasando la cabeza! —se quejó —. Ya sé que merezco morir... Lo sé, lo sé... Lo sé y lo asumo... Y... Y... Solo estoy esperando...
Autodestrucción. ¿Por qué? No, algo no encajaba.
"Parece que el niño bonito lastimó de alguna forma a Yoon Gi".
Probablemente. Eso explicaría la antipatía que le tenía la defensa.
—No te preocupes, hermanito inocente. —Las frías palabras de Pang Eo cortaron el aire como cuchillos—. Ten un poco de paciencia, que todo llegará.
—Hyung... — Jimin, incapaz de sostenerle la mirada, se retorció la venda, la camiseta y hasta la tela del tresillo mientras sollozaba—. No te olvides de que te quiero mucho... —susurró, apenas sin voz—. Nadie te adora más que yo... Nadie... Nadie... Y no lo habrá, verás que no lo habrá.
Pang Eo se aproximó al sofá, como si fuera un depredador al acecho de su presa, y "ella" estalló en miles de risillas acompasadas que a punto estuve a punto de reproducir en voz alta. Menos mal que mi autocontrol era bueno.
—Me temo que has perdido la exclusividad —siseó—. Has pasado al segundo plano, nene. Yoon Gi ya no está solo.
—No... No... —El cabello rubio se agitó en el aire—. Nunca... Nunca...
—Rubito, te lo voy a preguntar una última vez antes de plantearme seriamente cortarte el cuello, cosa que sabes que puedo hacer en un "pis pas" con cualquier coseja que haya por aquí.
La amenaza hizo que uno de los policías se adelantara, con la mano en el arma y los ojos alarmados sobre el detenido, pero éste no se inmutó y yo aproveché para indicarle con un gesto que no se moviera más. Era mi momento de empezar.
—¿Dónde está la psicóloga? —insistió Pang Eo—. ¿Dónde?
—Estoy aquí.
Me descubrí en medio del salón, delante de un encogido Jimin que, nada más verme, dio un salto del sofá y, con una angustia fuera de lo normal, voló a refugiarse en el recibidor, tras la policía. La risa socarrona que provocó en su hermano me inundó los tímpanos.
—¿Por qué me llamas? —Me crucé de brazos—. ¿Acaso estás aburrido y te apetece dedicarme una de tus dosis de "imitemos a Yoon Gi"? —le solté—. ¿O prefieres que te traiga una cubertería con doce tenedores para ti solito?
La intención burlona de mis palabras le hicieron guiñarme el ojo.
—Amor, yo también me alegro mucho de verte —contestó, irónico, antes de señalar el espacio circundante—. Con que me traes a la casa de papaíto, ¿eh? Esto sí que no me lo esperaba. Has conseguido que den a Yoon Gi de alta mucho más rápido de lo que creí. —Levantó las muñecas atadas—. Tu increíble hazaña merece, como mínimo, un aplauso pero por desgracia no puedo dártelo porque tus amiguitos me tienen mucho miedo y no se atreven a dejarme a mi aire, no les vaya a morder.
—No lo he hecho por ti, querido. —Me dejé llevar por la disociación—. Y, en cuanto a las correas, creo que en concreto a ti te favorecen mucho. Te dan un aire a mortífera sensualidad.
El detenido bajó las manos, que cayeron en su regazo, y sus pupilas relampaguearon en algo parecido al júbilo.
—Ya has liberado tus monstruos. —Por supuesto, mi nuevo estado no le pasó percibido. Era un verdadero experto en conducta humana—. Digna compañera de muerte, no esperaba menos de ti.
—Pero los compañeros se ayudan, ¿sabes? —Me le acerqué y, alzándome de puntillas, busqué la confidencialidad de su oído—. Es un buen momento para que me muestres el agradecimiento que me merezco por haberte sacado del hospital.
—¿En qué forma, mi amor?
—Dame algo a cambio. —Estaba segura de que, como la buena mente racional que era, los intercambios irían perfectos dentro de su lógica—. Es lo justo, ¿no te parece?
Su expresión emitió una sonrisa que, de no conocer, se me hubiera antojado hasta genuina.
—¿Te parece bien corresponderme o te comportarás sin elegancia alguna y me negarás lo que me debes, después de todo lo que he hecho por Yoon Gi? —proseguí, pegada a su piel—. ¿Qué es lo que puedo esperar de ti?
—A mi compañera lo que pida. —Se inclinó y quedó cerca. Muy cerca—. Solo dime lo que quieres.
De no tenerla a "ella", con las emociones anestesiadas y su indiferencia maquiavélica al mando, hubiera saltado de euforia ante la contestación. Era la primera vez que sentía que era yo la que dirigía la conversación y que él lo aceptaba. Era la primera vez que le tenía, al menos, por el momento.
—Sígueme, querido.
Me dirigí al sótano, sin volverme a mirarle tras ni una sola vez, sabedora de que los zapatos que escuchaba detrás eran los suyos. Bajé las escaleras, abrí la puerta y me acomodé en el suelo frente a la silla, mientras él se dedicaba a deambular por la estancia, analizando cada rincón y cada grieta de la pared, antes de abrir el armario y examinar las herramientas de su interior. Acarició el martillo y trató de coger el hacha pero la contención se lo impidió. Precisamente por eso no se la había quitado.
—¿Por qué me has traído a aquí? —Inquirió, curioso—. ¿Qué deseas con esto, amor?
—Quiero que te reencuentres el que fue tu bello y acogedor hogar —me escuché responderle—. ¿Está todo como lo recordabas?
—Este no es el lugar que Yoon Gi llamaría "hogar".
—Él no pero tu sí porque naciste aquí.
Sentí las voces de los policías en las escaleras y la puerta chirriar y cerrarse con llave. Jimin, receloso, siguió las instrucciones que habíamos acordado, y se sentó a mi lado.
—¿De verdad esto es necesario? —musitó, todavía temblando—. Ya has visto cómo me trata. No creo que yo sea el más indicado para ayudarte.
—Tu presencia es fundamental —respondí, ente dientes, sin apartar la vista de Pang Eo, que seguía absorto en sus herramientas—. Tienes que estar.
—Pero ni siquiera sé si voy a ser capaz de hablar sin tartamudear.
—Entonces solo inténtalo. —Apoyé mi mano en su brazo, en un esfuerzo sobrehumano por hacer resurgir mi empatía anestesiada—. Manténte a mi lado hasta el final y que salga lo que tenga que salir. —Le dirigí una media sonrisa—. Lo que cuenta aquí es que luchemos por tu hermano, ¿verdad?
—Supongo —admitió—. Pero la idea es una locura muy peligrosa.
—Nunca dije que no lo fuera.
Lo que quería intentar era combinar el diálogo socrático, que más o menos me había funcionado en el pasado, con la "inundación", una técnica que consistía en realizar una exposición masiva al objeto de miedo, extremadamente potente pero desaconsejada en la práctica habitual precisamente por su elevada intensidad. Sin embargo, estaba convencida de que era lo único que podría permitirme llegar hasta Yoon Gi y haría lo que fuera para lograrlo. No por nada me había inducido voluntariamente la disociación.
—¡Mira tu por dónde! —Pang Eo se separó del armario y entonces reparó en Jimin, que se encogió como una tortuga—. ¡Hasta te has atrevido a traer al mierdecilla este y todo! —Sacudió la cabeza—. Ay, no, no, no. Qué show me estoy imaginando.
—He venido porque... —Jimin se cubrió la boca con la mano para tratar no hiperventilar de más. Era consciente de que no podía permitirse entrar en crisis en ese momento—. Como te he dicho arriba, te quiero ayudar, Yoon Gi.
—Seguro, rubito, seguro.
Su atención se dirigió a la alfombra de imágenes frente a la silla.
—Uy. —Se inclinó sobre ellas, con el rictus propio del que tenía en mente realizar una inspección—. Esto es sumamente interesante.
Sus pupilas vagaron por las disecciones, los órganos fotografiados y las decapitaciones de los animales, encantado, hasta que detectó la "alteración" y su expresión mudó de inmediato a una mueca contrariada.
—¿Por qué has metido a mediocres personitas vivas entre mi arte, amor? —Señaló uno de los retratos de los desaparecidos—. Estás estropeando el Collage.
—No poseo las imágenes de su muerte.
Se dejó caer en la silla y analizó una de ellas, en concreto, la del entrenador de fútbol.
—Woo Min Ho... —le identificó—. Ese diminuto hombrecillo se creía muy simpaticón. —Mi "otro yo" estuvo a punto de soltar una carcajada pero lo contuve—. Metió a Yoon Gi en el equipo del instituto porque quería ofrecerle una beca para que se fuera a estudiar a USA y todos sabemos que la puerta de entrada a esas Universidades son los deportes —explicó—. Pero de él aprendimos que nadie regala oportunidades sin pedir algo a cambio.
—¿Le pidió algo a Yoon Gi?
—¿Quieres que te lo cuente? —Su oscuridad se clavó sobre mí—. Puedo hacerlo siempre y cuando tu desistas primero de hacer la escena sobre papaíto que tienes en mente hacer.
¿Qué? No podía ser verdad. ¿De nuevo se me adelantaba? Maldición.
"Acepta".
—Te intriga lo que ocurrió, ¿cierto? —Ladeó la cabeza y sus mejillas se ensancharon—. Puedo satisfacer tu curiosidad sobre el entrenador y también sobre todos los demás. —Las palabras se deslizaron por mis oídos como miel en un panal—. Incluso, si me lo pides de forma apropiada, podría contarte muchas cosas interesantes sobre la hermana del psiquiatra.
Rayos. Me estaba dando a elegir entre luchar por recuperar a Yoon Gi o dejarle a él al mando y quedarme con aquella jugosa información.
"Acepta, Mei".
—Pero tu no tuviste nada que ver con esas desapariciones, ¿verdad? —Jimin intervino con un llamativo respingo y me miró, con palpable aprehensión—. Mei, dime que lo he escuchado mal. Yoon Gi no puede estar al tanto de ese asunto.
—No pierdas la calma —le indiqué—. Mantente firme en nuestro plan.
—¿En el plan? —La exclamación retumbó entre las paredes—. ¡No, no, no! ¡Estamos hablando de la muerte de varias personas inocentes! —Se mesó el cabello, con las manos en una especie de parkinsonismo—. Nunca lo creí, me decía que no podía ser, que era imposible, que Seok Jin estaba loco y... —Se llevó las manos al pecho—. ¿Era cierto? ¿Era verdad? ¿Lo hiciste tu?
Pang Eo se estiró cómodamente en la silla, como si viera una entretenida película.
—Me encanta el énfasis dramático que le pones a todo, nene, aunque, para ser sincero, me asquea un pelín que te empeñes en repetir el mismo parámetro. —Se encogió de hombros—. Deberías ensayar algunos cambios de discurso delante espejo. Lo digo solo para que lo perfecciones, tu ya me entiendes.
—Hyung por favor, te lo ruego, dime que tu no lo hiciste. No lo hiciste. No lo hiciste. ¡No lo hiciste!
—¿No lo hice? —Ni se inmutó—. No sé... Tu sabrás.
El comentario le revolvió de arriba a abajo. Lo noté porque se vio obligado a apoyar las manos en el suelo para evitar caerse y me imaginé que la ansiedad le había nublado la vista. Tenía que cortar aquello: Pang Eo buscaba desestabilizarnos a fin de que no pudiéramos hacer la sesión y con su hermano lo estaba consiguiendo. Sin embargo, yo no pensaba claudicar.
No.
Nunca.
La cuarta sesión ha comenzado.
Jimin y Mei pretenden eliminar la represión que bloquea a Yoon Gi.
Sin embargo, suprimir a Pang Eo no será tarea sencilla.
En la próxima actualización sigue la cuarta sesión.
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