Día Once
—¡Cielos!
Solté la maleta y dejé que mis ojos se pasearan por las paredes empapeladas en color caramelo, presa de una extraña mezcla entre el asombro y la curiosidad.
—La había imaginado más humilde — observé—. Es inmensa.
Y poco acogedora. Eso también.
Acabábamos de llegar a Daegu, una ciudad que había visitado una única vez en mi vida, en un excursión de Preparatoria muy poco interesante y que, por lo mismo, no recordaba demasiado bien, y me daba ligero aire a Busan en cuanto a la disposición de los barrios, con la excepción de que, en vez de playa, la urbe estaba bordeada de montañas. Además, sus gentes parecían tener un mayor arraigo a las tradiciones que los de la zona costera, a juzgar por la gran cantidad de esculturas budistas que había contado en el trayecto en taxi desde el aeropuerto a la antigua casa de los Min, a las afueras.
El edificio era una especie de mansión, aunque el aspecto oxidado de la reja, el amasijo de cemento mal construido y la apariencia abandonada de la explanada, paredes y ventanas no daban margen a dudar sobre el peso inexorable del paso del tiempo. Por eso mi sorpresa había sido mayúscula al comprobar que su interior se mantenía en buenas condiciones y era perfectamente habitable. Había atravesado con la boca abierta el recibidor rectangular, con un solitario perchero vacío, y la cocina, antigua pero limpia y con todos los electrodomésticos en buen estado, antes de llegar al desangelado salón donde ahora nos encontrábamos, presidido por un descomunal reloj de cuerda detenido en las cinco y veinte de la tarde, y todavía no podía creer lo que veían mis ojos. ¡Qué pedazo de casa! Era impresionante.
—Siento mucho que las estancias se vean tan mal. —Jimin se apresuró a destapar un sofá marrón envuelto en plástico que se encontraba junto a unos enormes ventanales cubiertos por gruesos estores—. Todo ha sido tan rápido que no me ha dado tiempo a organizar casi nada.
—No pasa nada. —Traté de subir esas extrañas cortinas pero en cuanto tiré de la cuerda ésta vibró como si se fuera a romper, y entonces me percaté de que estaban atornilladas a los marcos para que no se movieran. Cielos, qué... Inquietante—. Yo lo veo bastante bien —añadí, disimulando mi desazón.
Desde luego, no era el sitio más indicado para pasar unas vacaciones pero no me quedaba más remedio que resignarme. Estábamos a Jueves y hasta el Lunes no estaba planeado el regreso a Seúl. Y, hablando de Seúl, ¡el hospital! ¡Ay, madre! ¡Que había quedado en avisarles!
Busqué el móvil en el bolsillo del pantalón y abrí la aplicación de mensajería.
"Suni". Tecleé a toda velocidad. "Ya he llegado. Todo bien".
"Ten cuidado, por favor" contestó. "Jung Kook ha preguntado por ti varias veces pero no me he atrevido a decirle que te has ido de la ciudad para hacer una terapia loca que de repente se te ha ocurrido".
"Mañana te llamo y me pasas con él".
—No, no están todo lo bien que deberían. —El comentario ansioso de Jimin me hizo levantar la vista del teléfono y cerrar la aplicación, sin esperar la contestación de mi compañera—. En cualquier caso, si necesitas algo, lo que sea, dímelo.
—Seguro que estoy fenomenal. —Le sonreí—. Descuida.
Me devolvió una mirada insegura. Se notaba que el pobre estaba pasando un mal trago porque, desde que habíamos puesto los pies en aquella finca, no había dejado de temblar, de moverse de un lado a otro como una animal enjaulado y de mirar y remirar en todas direcciones. Debía sentir un inmenso dolor al encontrarse de nuevo entre esas cuatro paredes cargadas de recuerdos traumáticos.
—Es que con todo lo que me... —Se interrumpió en cuanto las siluetas de los investigadores se recortaron en el quicio de la puerta—. Mei, perdona otra vez.
—Insisto en que está bien. —Me froté los brazos. La calefacción estaba puesta pero, así y todo, el ambiente se sentía tan frío que no paraban de entrarme escalofríos—. Te has esforzado mucho. Gracias.
—Te recomendaría que te pusieras un jersey grueso —me indicó entonces—. La caldera llevaba años apagada y pueden pasar horas hasta que caliente bien.
—Te aseguró que lo haré. Me siento en serio riesgo de congelación ahora mismo.
El sonido de unos tacones a mi espalda interrumpió nuestra breve conversación.
—¿Por qué aquí? —La fiscal Lee Min Sou, envuelta en una gruesa chaqueta, se enrolló la bufanda del cuello hasta cubrirse la nariz y se acomodó las gafas con cuidado—. Creía que lo que quería era ir al actual domicilio. —Oteó el ambiente con meticulosidad, como si lo olfateara, en busca de algo que la orientara—. ¿Hay alguna razón específica para realizar la terapia aquí, doctora?
Claro que la había. Era el lugar del trauma, el punto del origen del trastorno, pero, por supuesto, no se lo podía contar. Implicaba demasiadas cosas.
—Confidencialidad — me limité a contestar—. Espero que sepa esperar a leer el informe VICAP sobre el caso.
Me abroché el abrigo hasta la boca y me dediqué a repasar los recovecos cuarteados de la pared y las líneas de los pocos muebles de aquel lugar medio fantasmagórico hasta terminar frente a la vitrina que había junto a una puerta, llena de copas y platos con preciosas filigranas doradas en los bordes. Si el señor Min era un alcohólico lleno de deudas y la señora Min trabajaba limpiado casas, ¿de dónde habían sacado esos carísimos enseres? ¿Eran de una herencia?
—Su confidencialidad durará lo que el juzgado estime oportuno.
La ronquera de Kim Woo Kum retumbó detrás de la fiscal, con ese timbre al que empezaba coger cada vez más manía, y su envejecida mano agitó en el aire una esfera redonda parecida a un reloj de pulsera.
—Dispositivo de seguridad obligatorio. —Lo dejó encima de la mesa de comedor y me clavó una mirada severa—. ¿Me ha entendido, Doctora Eun?
No pude evitar una mueca de fastidio. Ponerme algo así a esas alturas implicaba retroceder gran parte del camino que tanto trabajo me había costado recorrer.
—Eso no es apropiado para mi trabajo.
—La idoneidad de su atmósfera es algo que me da completamente igual — dictaminó, exhibiendo antipatía por los cuatro costados—. Hemos accedido a hacer esta barbaridad porque tenemos otro posible acusado y demasiadas dudas que resolver pero eso no significa que usted pueda organizar las cosas como le parezca y saltarse alegremente el protocolo con nuestro detenido. —Frunció el ceño—. Ya no estamos en el hospital y, por lo tanto, ahora se hace lo que yo diga.
Ya. No supe ni cómo conseguí tomarme aquellas malas formas con tanta diplomacia porque, de hecho, ni me molesté en responder. Seguramente influyó que mi cabeza se quedara con una sola parte de todo lo que su boca había soltado: el hecho de que estuvieran valorando acusar a Seok Jin.
—¿Significa eso que han considerado mi testimonio?
La voz de Jimin se levantó en un hilo de esperanza pero sonó tan terriblemente triste que no pude evitar buscar apoyarle con la mirada. A pesar de sus reticencias iniciales en torno a Yoon Gi y a mí, al final habíamos congeniado bastante bien, tanto que hasta me había contado su encuentro en los juzgados con mi compañero y la dura declaración que había hecho después en contra suya. Me lo había confesado entre lágrimas en el avión, ahogado en culpa y decepción, y yo no había podido hacer nada más que tragarme mi propio amargor y consolarle mientras escondía la cabeza en mi hombro. Todo era tan irreal... Tan duro...
—Lo único que significa es que el informe VICAP de la doctora ahora será el doble de valioso. —Lee Min Sou apoyó la mano sobre el hombro de su compañero, conteniéndole para que no volviera a hablar, algo que, sin duda, agradecí—. Espero que ese análisis determine el veredicto final.
Jimin asintió, cogió aire y se frotó las palmas de las manos, aún más alterado que antes, si eso era posible.
—Habrá que hacerlo bien entonces —murmuró, mientras se toqueteaba la venda—. Más nos vale... Más nos vale... —Me miró con aprehensión—. Mei, vamos a sacar la verdad, ¿cierto?
—Claro que sí.
El estridente sonido del teléfono de la fiscal nos enmudeció. Eran los de la oficina de la capital. Al parece la policía había sacado ya a Yoon Gi del hospital.
—A la Cinco... Ajá... En el aeropuerto de Daegu... Sí, ya tenemos ahí al equipo.
Miré el reloj. Acaban de dar las ocho. Si había salido de Seúl a las cinco, quedaba muy poco para que llegara y nos encontráramos por fin en un lugar en donde los códigos éticos no importaban. Lástima que Pang Eo no lo fuera a poner fácil.
— ¿Qué has dicho? —Lee Min Sou ahogó una exclamación, impropia en una persona tan calmada como ella, y se pegó el auricular a la boca—. ¡Vamos en seguida! —decidió, colgando sin miramientos, para a continuación dirigirse a mí—. Confío en su criterio, doctora —dijo—. Tiene toda mi confianza y le dejo dejo un equipo policial de apoyo. Nosotros volveremos mañana por la tarde.
Arqueé una ceja, confundida. Había contado con que iba a tener al forense pegado como una lapa, protestando y censurando mis acciones sin parar. No había contemplado la idea de que me fueran a dejar a mi aire. ¿Qué había pasado?
—Woo Kum, vamos. —Tiró de su compañero y sus tacones se me antojaron dos ráfagas huracanadas en medio de la quietud de la casa, bamboleándose hacia la salida—. Tenemos que visitar al testigo.
Di un bote. ¿Algo nuevo con Sun Shee?
La respuesta me llegó en forma de mensaje de texto, esta vez, de Dark Ho.
"Nam Joon está despierto y responde a estímulos visuales. Reconoce caras".
¿Qué? ¿Había recuperado la memoria visual? ¡La rehabilitación estaba dando sus frutos! Y no solo eso. También había posibilidades de que pudiera reconocer los rostros que había visto el día del homicidio, tanto en el ascensor como en el interior de la casa. ¡Rayos! ¡Rayos! Me alegraba mucho que estuviera avanzando pero también esperaba que el equipo médico tuviera buen criterio y no permitiera que los investigadores le interrogaran. Al menos no hasta que hubiera afianzado un poco su recuperación. No hasta que yo hubiera terminado mi informe. No hasta haber demostrado la inocencia de Yoon Gi por mi cuenta.
—¡Dispositivo de seguridad ahora, Doctora Eun! —La advertencia de Kim Woo Kum me llegó a gritos desde la ventana, justo antes de escuchar el motor del taxi que esperaba fuera, y me hizo arrugar la nariz—. ¡La estaré vigilando!
Dios. Ese tipo era peor que un dolor de muelas.
—Puedo llevarlo yo. —Jimin trasteó los botones de la alarma, antes de probarse la correa en la muñeca y estudiar cómo ajustárselo—. Entiendo que no es adecuado que te lo pongas tu pero ese investigador no es de los que dialogan. Está activado y, si lo dejamos aquí, se dará cuenta.
—Me parece lo mejor. —El cielo se me abrió ante su ofrecimiento—. Gracias.
En cuento se lo enganchó, me puse manos a la obra. Descolgué la mochila del asa de la maleta, me la eché al hombro y abrí la puerta que había junto a la vitrina. Unas escaleras de hormigón bastante desgastadas, que descendían hacia la oscuridad, me saludaron con un escalofrío por la espalda.
—¿Por qué se han ido tan de repente? —Jimin accionó todos los interruptores del pequeño cuadro de luces que había junto al primer peldaño y el camino se iluminó como el escaparate de una tienda—. ¿Ha ocurrido algo?
—No lo sé —mentí; por mucho que nos lleváramos bien había aspectos que no pensaba confiarle y la integridad de Nam Joon era una de ellas—. Voy a bajar.
—Mei... —titubeó—. Yo... Verás... Mei... Es que... Ha sido muy estresante antes...
Lo sabía. Había viajado por la noche para prepararlo todo, en soledad con sus monstruosos recuerdos, y había vuelto a Seúl sin dormir porque al juzgado se les había metido en la cabeza que tenía que declarar la dirección donde estaría Yoon Gi bajo juramento. Estaría agotado.
—No es necesario que bajes conmigo ahora, descuida. —Me agarré a la barandilla y empecé a descender—. Ya has tenido bastante. Reserva el coraje para cuando llegue Yoon Gi.
—Te lo agradezco.
Su respuesta me sonó lejana. Acababa de abrir una segunda puerta y mis pies pisaron, por fin, el suelo del aquel maldito sótano, vacío y tan limpio que se notaba a simple vista que había estado acondicionando a conciencia. Distinguí una manguera de agua goteando, enroscada en un manillar de la pared, junto a un armario enorme de latón que, por supuesto, no dudé en abrir. Allí estaba las herramientas: alicates, destornilladores de diferentes tamaños, una sierra, dos martillos, una maza colgada de un gancho, un hacha... Y otras tantas que no supe denominar. Perfecto.
—¿¡Son las originales o réplicas!? —pregunté, a voz en grito.
—¡Las originales! —contestó Jimin desde arriba—. ¡Y la silla también es la misma!
¡La silla! Estaba en el centro, con el cojín medio raído pendiente aún de tapizar y una cuerda atada al respaldo, y al mirarla mi mente visualizó la imagen de un pequeño niño sentado en ella, gimoteando y luchando por liberarse de una asfixia a manos de su propio padre. Un nudo se me hizo en la garganta. Uf; cómo me alegraba de que ese monstruo estuviera muerto.
Me senté en el suelo y vacié la mochila. Las fotografías de la colección de muerte cayeron desordenadamente como una macabra lluvia, incluidos los retratos de las personas desaparecidas que me había facilitado la fiscal, junto con la ya famosa bolsa de plástico que cog y me guardé en el bolsillo. Listo, ya solo faltaba yo.
Cerré los ojos, me acomodé lo mejor que pude y me centré en los vaivenes de mi respiración. Conté tres para inspirar y tres para expirar, procurando hinchar el abdomen y liberar la presión del pecho, y hurgué hacia los recuerdos más escondidos y bloqueados de mi memoria.
Estaba segura de que, si meses atrás me hubieran dicho que terminaría haciéndome Mindfullness a mí misma para realizar una terapia, me habría reído a carcajadas. Detestaba la meditación porque, las pocas veces que la había intentado, había terminado más nerviosa que otra cosa. Mi cabeza siempre terminaba en Dae y en el resto de vivencias relacionadas que tanto me había esforzado en echar fuera de mi vida y entonces me empezaba a disociar. Pero ahora era lo que buscaba.
Tres para inspirar. Tres para expirar... Otra vez. Tres para inspirar. Tres para expirar... Dae... Tres para inspirar. Tres para expirar.... Dae... Tres para inspirar,. Tres para expirar.... Dae....
Su sangre manchaba mis manos. ¿Cómo era? Caliente. Oscura. Agradable.
Tres para inspirar. Tres para expirar... Dae...
¿Fuiste a por la pelota? Yo no quería que lo hicieras. Pero tu no me escuchaste, y yo tampoco hablé como debería haberlo hecho. Tu muerte fue mi culpa. Tres para inspirar. Tres para expirar... Dae...
Recogí una parte de tu brazo del borde de la piscina y una señora gritó, asustada. Eso me hizo reír. La situación en sí me hizo reír. Tu muerte me hizo reír. Tres para inspirar. Tres para expirar... Dae...
Te besé la frente muerta. Lo hice porque me apetecía jugar con tus restos. Lo hice porque te vi hermosa. Lo hice y nunca me arrepentí. Tres para inspirar. Tres para expirar.... Dae...
La muerte es lo único que no discrimina entre buenas y malas personas y por eso es limpia, pura. Sentía culpa por haberte perdido pero cuando vi tu cabeza la emoción fue de plenitud y satisfacción. Tres para inspirar. Tres para expirar...
Ho Rae... Ho Rae...
Ho Rae.
Flashback (Mei)
—¿Has sacado otra matrícula de honor, maldita perra?
Me encuentro en el baño de la Universidad, el que está al lado del aula, y un fuerte empujón por detrás me hace trastabillar y caer de rodillas hacia delante, en medio un piso sucio lleno de gotas de agua de los lavabos.
—Me estás dejando fuera del acceso a la beca, puta.
Me tira del pelo hacia atrás y, aunque no puedo ver nada, sé perfectamente de quien se trata. Es Ho Rae, una alumna del otro segundo. Si tuviera que definirla diría que es una persona inteligente, muy popular y con unas notas brillantes. Y también diría que nos conocemos porque, desde que empezamos la carrera, siempre ha estado en competición conmigo por conseguir la única beca anual que el rectorado entrega a la calificación más destacada. El año pasado me la dieron a mí por unas décimas y eso me costó un curso plagado de insultos y desprecios por su parte a los que nunca respondí. Ahora acaban de publicarse las notas de segundo y la he vuelto a ganar.
—No es culpa mía. —Me llevo la mano al cabello y forcejeo para que me suelte pero no lo consigo.
—¡Claro que lo es! —brama—. ¡Mis padres no pueden pagar tanto dinero por la matrícula y por tu asquerosa presencia voy a tener que ponerme a trabajar! —Un latigazo cervical me atenaza el cuello cuando me obliga a levantar la cara hacia ella—. Tu no deberías estar aquí. Desaparece. Renuncia. ¡Renuncia o te mato!
Los tímpanos me estallan y todo se vuelve un sueño. Ya sé lo que va a pasar. Me lleva ocurriendo desde que Dae, mi mejor amiga, falleció hace algunos años despedazada por una explosión de gas, y aún no he conseguido encontrar la manera de detenerlo. Es como si una presencia extraña y monstruosa me dominara y todo perdiera lógica, imponiéndome la calma propia de un vacío abrumador que me anestesia y me impide sentir nada.
Esa es la razón de que haya entrado a estudiar Psicología. Quiero controlarlo. Quiero ser normal.
Un golpe en las costillas me hace replegarme sobre mí misma. No está sola. Lisa, la estudiante americana de intercambio, está con ella. Ambas me patean varias veces, hasta que la alarma avisa del inicio de las clases y entonces se detienen y me permiten coger un aire que me llega envuelto en un insoportable dolor.
—Voy yendo, Rae. —La voz de Lisa se me figura demasiado lejana. Debe estar hablando desde el pasillo—. Dale una buena lección.
Una buena lección. Es decir, una paliza.
—Renuncia a la beca —me instiga de nuevo Ho Rae—. Renuncia o te mando al hospital y el resto del año haré que tu vida sea un infierno.
Mi yo infantil se ríe a mi lado, con la cabeza de mi amiga entre las manos y le da un beso en la frente que me arranca una sonrisa maliciosa. Pobre infeliz. Está tan histérica que no controla sus impulsos. No controla nada. Pero yo sí.
—No sabes lo que es el infierno. —Hablo pero ya no soy yo. Es otra persona, con mi rostro, con mi voz y mi presencia pero mucho más fuerte, fría y decidida—. ¿Te lo enseño para que puedas hablar con conocimiento de causa?
La cabeza de Dae rueda y termina junto a su bota.
—¿De qué estás hablando?
La agarro de la pierna y tiro de ella, sin pensarlo, hasta que cae y chilla al darse de espaldas contra el pavimento. Me siento a horcajadas sobre ella y observo su cara desfigurada, con el maquillaje corrido por el sudor y las lágrimas que se escapan, cuando le clavo el tacón de su propia bota en la mano hasta que la hago sangrar, con saña. Grita. Grita mucho. Y escucharla me encanta.
—No.. No... Oye... —implora—. Perdón... Perdón...
Hago lo propio con la otra mano y esta vez ahoga un desgarro desde lo más profundo de sus entrañas. Eso es, eso es. Llevo el tacón ensangrentado a su garganta. La siento temblar. Tiene miedo y ese hecho me resulta de lo más gracioso.
—Si me levanto ahora y piso este zapato tan bonito justo donde está es posible que el efecto sea como el de un martillo sobre un clavo y te atravesaré la garganta —la informo—. ¿Te lo imaginas? Te ahogarías en tu propia sangre.
—No... Te mereces la beca... —Ho Rae me mira con los ojos rojos desesperados enturbiados de terror—. Perdón... Perdón... Mei... Perdón... No me hagas nada... Lo dejaré estar... Te lo prometo... Mei.. Mei...
—Claro que lo dejarás estar.
Me muero por presenciar de nuevo un espectáculo como el de Dae. Tener esa cabeza pelirroja entre las manos y jugar con ella ha de ser maravilloso pero no puedo hacerlo o, mejor dicho, puedo pero no quiero.
No. Debo ser normal. Creo saber todavía quién soy y, a pesar de lo gratificante de la sensación que me embarga, a pesar de que este "yo" es liberador y fascinante, no deseo olvidarlo. Me disocio pero soy consciente de que soy Mei.
Los ruidos sobre mi cabeza me sacaron de la meditación. Abrí los ojos y una sonrisa de satisfacción, mía y al mismo tiempo ajena, ensanchó mis labios. Estaba lista.
Pang Eo, ya era hora de vernos de verdad las caras.
Todo está listo.
Es hora de la cuarta sesión.
N/A:
— MindFullness: He aquí una de las terapias que más de moda se han puesto en los últimos años. Procede de la meditación y se utiliza como técnica de relajación prácticamente para todo, excepto para los cuadros psicóticos y disociativos. Se sabe que este tipo de síntomas que son más graves e implican una ruptura con la realidad, se pueden empeorar con ella, y tiene su lógica. Estas personas necesitan estar en contacto con la realidad porque sus mentes son muy productivas de modo que "encerrarse en sus pensamientos" es algo completamente desaconsejado.
P.D: Hace poco volví a subir el Anexo de Psicología de la historia, en donde amplió un poco más las terapias, he colgado algunos cuestionarios del informe VICAP y el desarrollo de los perfiles de los personajes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro