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Día Ocho: Segunda exposición


—No sé qué decir ante lo que estoy viendo. —La voz se le descompuso—. Es Mussy... Mussy...

Ya había identificado el estímulo. Ahora tocaba empezar con la narración que debía formular en base a los recuerdos surgidos en la sesión anterior.

—Ese gato merecía morir —Me centré en reproducir las palabras de su padre—. Era un mal gato y los malos gatos merecen morir.

—¿Cómo va a ser un animal malo? —Yoon Gi cogió la imagen y trató de darle la vuelta, con la intención de quitarla de su vista, pero le sujeté la mano y se lo impedí—. Es una crueldad... —Su fuerte presión entre mis dedos me dio a entender que mi intención de impactarle iba por buen camino—. Solo era una pobre mascota... Y... Joder; ¿eso lo he hecho yo?

—Es importante que te dejes llevar. Tu tendencia a analizarlo todo es una barrera que tienes que suprimir como la vez pasada —me permití recordarle, antes de volver a la premisa—: El gato merecía morir y por eso lo cortamos. ¿Lo cortamos con unas tijeras?

Se removió, nervioso, como si por las piernas le recorriera electricidad.

—USA seis —informó—. Mei, creo que no puedo hacer esto.

—Sí puedes. —Me mantuve firme—. Sé que puedes. Eres muy fuerte. Solo sigue mi conversación.

Respiró varias veces seguidas, primero de forma compulsiva y, poco a poco, cada vez más lenta. Sabía utilizar bien las herramientas de relajación. Podía. Estaba convencida.

—Ese gato... — La voz le sonó temblorosa, casi titubeante—. Ese gato era lo peor —consiguió decir—. Arañaba a todo el mundo y mi abuela le tenía que dejar encerrado en el sótano porque cuando le daba un pronto se tiraba a la cara de las personas. —Se detuvo unos instantes. Le estaba costando mucho más que la asociación anterior—. Pero yo no lo cortaría con tijeras sino con los cuchillos de cocina.

—Los cuchillos de cocina son excelentes para descuartizar pequeños seres como estos. —Destapé la foto del loro Krass—. Este ser también merecía el final que obtuvo, ¿cierto? Era un mal pájaro.

—No.

—Era un animal sin gracia. —Fingí no escucharle—. Desagradable.

—Krass era el loro de Jimin. —Me apretó más la mano—. Quería enseñarle a hablar pero nunca aprendió y, aunque le compraba pipas y todo tipo de chucherías de esas para incentivarle, siempre me picaba. —Me dirigió un gesto inseguro—. Puede que sí fuera una mala mascota.

—Eso es, era un mal animal, y los malos animales merecen morir. —Le mostré la foto del perro, la misma que le había alterado tanto días atrás—. El problema de los cuchillos es que con ellos no se puede arrancar cabezas limpiamente. —Señalé la zona del cuello y rodeé con un dedo el espacio vacío sobre él—. Para eso se necesita algo similar a un hacha. ¿Te gusta las hachas?

—USA de 8.

Lo imaginaba. Ya estábamos llegando. Solo un poco más.

—Un hacha pesa mucho y es difícil de levantar, ¿verdad? —Mi pregunta le hizo encogerse un poco. Estaba haciendo un enorme esfuerzo para evitar perder el control y se notaba—. Realmente tu perro debía merecer morir de forma más fehaciente que los otros. Se hizo con él una bella obra de arte.

—Él era mi fiel amigo, era cariñoso, era bueno, era el mejor. No merecía eso, no. Él no.

Esa era justo la respuesta que esperaba. Me acababa de poner en bandeja la posibilidad de asociarlo en la construcción narrativa con el recuerdo de su padre.

—¿Le querías? —pregunté.

—Le adoraba —contestó, con las pupilas acuosas perdidas en la fotografía—. Nunca he vuelto a tener perro. Fue muy duro para mí pensar que se había perdido. Imagina cómo me siento ahora que sé que lo maté yo.

Le solté la mano y me levanté despacio, con la bolsa entre las manos y el corazón en un puño. Deseaba abrazarle, consolarle y decirle que no se preocupara, que todo iría bien y que podríamos superarlo juntos, como diría cualquier persona enamorada, pero no podía. Como terapeuta, mi papel era mantener la distancia y provocarle más dolor, y la sola idea de lo que le supondría el siguiente paso, de lo que tenía que hacerle, me destrozaba.

—Yo te quiero. —Me situé a su espalda y apoyé ambos manos sobre sus hombros—. Se puede matar también lo que se ama.

No se movió. Se limitó a asentir, con las lágrimas resbalándosele a raudales por rostro, y a punto estuve de romper a llorar yo también.

—Yo también te quiero —susurró—. Y tienes razón. Nos podríamos matar el uno al otro.

Abrí la bolsa. La levanté sobre su cabeza. Busqué la frase exacta de su padre.

—Yo te quería, Yoon Gi, te quería... —pronuncié, despacio—. Pero eres un mal hijo y los malos hijos no merecen vivir.

Le cubrí la cabeza con el plástico y él dio un brinco.

(Flasback) Yoon Gi.

—Yo te quería Yoon Gi, te quería... —El hijo de puta de papá parecer sollozar mientras me ahoga—. Pero eres un mal hijo y lo malos hijos no merecen vivir.

"Yoon Gi".

—Este debería ser Jimin y no tu, ¿lo ves, hijo? —continúa su retahíla enloquecida—. ¿Ves a dónde te llevan los sentimientos? ¿Ves lo que lo único que generan es dolor?

"Yoon Gi".

Cierro los ojos. Mi cuerpo pierde fuerza. Se me caen los brazos. Me siento anestesiado.

"Déjame a mi". "Yo soy más fuerte". "Yo puedo hacerlo".

¿Tu? ¿Y quién eres tu?

"Pang Eo".

¿Pang Eo? ¿Eso no significa "defensa" o algo así? Me parece curioso y al mismo tiempo absurdo. Creo que de nada me sirve defenderme ya. He perdido la sensibilidad, veo el mundo negro y lo único que aún tengo presente es la angustia. Una enorme angustia en el pecho.

"Nunca es tarde. Yo te defenderé".

Como si fuera cosa de magia, la presión desaparece. Caigo de bruces hacia delante y creo que me estrello contra el suelo pero sigo sin ver nada. Me retuerzo y, a duras penas, tiro del plástico que me aprisiona la cara y, cuando por fin lo rompo, boca arriba y con un increíble dolor en los pulmones, busco a mi salvador por la habitación pero no lo encuentro. ¿Acaso ha sido solo una imaginación mía producto de la asfixia?

No, no lo ha sido. Los gritos ahogados de mi padre me alertan de que está cerca de mí y, por fin, lo veo. Está de pie, doblado sobre mí mismo y con las manos en la garganta, luchando por librarse de las gruesas cuerdas de tender la ropa que le atenazan la garganta. Sigo la improvisada soga. Es mi hermano el que está al otro lado y tira de ella con todas sus fuerzas. Suda a raudales y sus ojos se han teñido de un rojo intenso empañado en lágrimas.

—¡Jimin! —Por fin me sale la voz—. ¡Jimin!

—Márchate —me suplica, ahogado por el esfuerzo—. No podré con él mucho tiempo más... Vete... ¡Corre!

No. Si lo hago y le abandono allí, papá le matará en cuanto se suelte, y lo hará pronto porque abulta el triple que nosotros dos juntos. Pero, si me quedo, nos matará a los dos. Hay que hacer algo. Hay que avisar a alguien para que nos ayude. ¡Mamá!

—¡Mamá! ¡Llama a la policía! —Me doy la vuelta, hacia las escaleras suben al salón—. ¡Mamá!

A pesar de que sigo anestesiado y el cuerpo me hormiguea, me las arreglo para ascender por los peldaños y abrir pero entonces un golpe sordo me detiene en seco. Papá se ha liberado, ha golpeado con el codo en la cara a Jimin y le ha provocado una hemorragia nasal. Veo con profundo terror cómo se le acerca con las cuerdas en la mano, riéndose como un loco, mientras mi hermano, tendido en el suelo, está tan mareado que apenas puede moverse. No, no es posible. No está pasando. Esto no está pasando.

—Mocoso del infierno. —Le agarra sin miramientos de la ropa y le iza en el aire—. Te voy a matar por desagradecido. No valoras esta casa ni a mi.

"Yoon Gi".

Me quedo clavado en el sitio unos instantes mientras papá prepara una soga improvisada. Jimin solloza pero no se mueve. Sigue afectado por el golpe que le ha dado y no debe ver bien, y ni mucho menos creo que se está dando cuenta de lo que le espera. Tengo que ayudarle.

Mi mirada busca por la habitación, desesperada, algo que pueda servirme. Veo polvo a montones, sillas viejas, un colchón raído apoyado en la pared, una cómoda que mamá quería pintar, libros apilados en el suelo, las bolsas de ropa del cambio de estación y el armario de las herramientas de campo. ¡Las herramientas! Ahí papá guarda muchas cosas que hacen daño y él está tan concentrado en buscar un enganche en el techo en donde ahorcar a mi hermano que ni si quiera repara en que lo abro. Descuelgo el hacha de cortar leña.

El instrumento pesa demasiado así que necesito utilizar las dos manos para levantarla pero apenas la puedo mover de modo que terminó dejándola en el suelo. Cojo el martillo, que es mucho más manejable y, para cuando me aproximo a papá, él ya ha atado un extremo de la cuerda en la lámpara y está midiendo obtener el largo óptimo para realizar su crimen. Maldito hijo de puta. Maldito sea una y mil veces más.

"Déjame a mi". "Yo te defenderé, yo lo haré".

Me coloco detrás de él, en silencio. Jimin, que parece haberse recobrado, ha roto a llorar y me mira con angustia cuando le muestro el martillo. Solo tengo que dejarlo caer sobre él. Sé que no le matará pero al menos le haré daño y si lo hago bien es posible que incluso se caiga al suelo. Una vez allí, mientras grita sus amenazas de siempre, será más fácil rematarle con un golpe en la cabeza y, si no es suficiente, puedo aplicarle los hachazos que sean necesarios para que ya no pueda jodernos más.

Eso haré...

Eso haré.

Jimin se acerca a papá. ¿Qué va a hacer? No, no, tiene que mantenerse al margen. Esto lo tengo que hacer yo solo.

—Appa —murmura, con su dulce voz— Appa, perdónanos. A partir de ahora seremos lo que esperas y te haremos caso en todo.

Papá le mira, boquiabierto.

—¿Qué estás diciendo?

—Yoon Gi te obedecerá y me clavará el destornillador en la mano, o en el ojo si es lo que quieres —prosigue—. Manché el mantel y me lo merezco. Me lo merezco porque appa siempre tiene razón. Siempre.

No, Jimin, no. No.

—¡Y he aquí la voz de la cordura por fin! —Papá deja caer la soga y aplaude, marcando cada palmada con insistencia, henchido de orgullo y relamiéndose por lo que cree que es un nuevo triunfo—. ¡Un maravilloso acto de contrición, muchachito, sin duda!

Mi hermano agacha la cabeza y asiente, tembloroso, pero yo me niego a aceptar lo que ha dicho. Me niego. Ya no quiero seguir viviendo así. No lo soporto.

Papá rebusca en el cinturón uno de sus destornilladores y elige uno mediano. Se lo tiende.

—Clávatelo tu mismo, mierdecilla. —Le indica—. Si lo haces, quizás te perdone por ahora.

Jimin agarra la herramienta con la mano derecha, convulsionando ante su brillante y enfiebrecida mirada, y extiende la izquierda.

—No... — musito—. No, no lo hagas...

—Yoon Gi. —Me mira, con los ojos vidriosos— Yoon Gi... —Su voz apenas se escucha—. Corre.

¿Qué?

Apenas me da tiempo a procesar nada porque papá lanza un alarido tan intenso que el techo parece retumbar sobre nuestras cabezas. Jimin le acaba de clavar el destornillador en la pierna y se lo retuerce, escarbando un agujero en la piel cada vez más profundo.

—¡Enano! —bufa—. ¡Esta vez sí que vas a morir!

"Yo te defenderé".

Aprieto el mango de la herramienta con las dos manos. Jimin se aparta y le lanza a papá, que sigue afanado en intentar arrancarse el destornillador, una silla, con tanta rabia que consigue hacerle tambalear. Le veo caer al suelo de espaldas. Escucho miles de improperios hacia nosotros. Me descubro sobre él, con el martillo en lo alto, justo sobre su cráneo y...

Y nada más.

Solo percibo oscuridad. Algo rojo que me mancha las manos, caliente, agradable. El olor de la carne recién cortada. El regusto de saberse ganador.

Parpadeo tres veces y me descubro sentado en el escritorio, con el libro de Matemáticas en la mano y varias ecuaciones sin terminar en el cuaderno que tengo junto a mi. ¿Qué rayos ha pasado? ¿Estoy en mi habitación? ¿Y papá? ¿Y Jimin? ¿Mamá? Dejo caer el libro y me llevo instintivamente las manos a la cabeza. Una venda me cubre la frente. ¿Por qué? ¿Me he hecho una herida? ¿Cómo?

Me levanto de un salto y, al volverme, encuentro a mi hermano tumbado en mi cama, leyendo un libro de los que se guardan en el sótano, con aparente interés.

—Ji... —Casi no me sale la voz—. Oye...

El aludido levanta la cabeza de su tarea y me sonríe con su acostumbrada tranquilidad.

—Fíjate que pensaba que me aburriría pero le estoy cogiendo el gusto a esto de leer. —Sus ojos se convierten en dos simpáticas rayitas—. La historia es muy interesante.

—Jimin. —No entiendo una palabra de lo que dice, me duele la cabeza y me siento muy perdido. La casa se percibe ajena, diferente, como si no fuera la mía pese a que todo está igual—. ¿Qué ha pasado?

—¿Cuándo? —Me mira, sin comprender—. No sé qué quieres decir.

—Es extraño —le confieso—. Me encuentro mal.

—Claro que te encuentras mal. —Cierra el libro y me contempla, con una mueca de obviedad. Está claro que me he perdido algo—. Te caíste por las escaleras del sótano y te diste un golpe tremendo. —Arqueó las cejas— ¿No te acuerdas?

Así que simplemente he perdido el conocimiento por una caída. No recuerdo nada. Lo último que me viene a la cabeza es la sopa de la cena encima de la mesa y a Jimin alargándome una cuchara de madera.

—¿Y mamá?

—Ha ido al domicilio de los Jung —explica—. Al parecer le han contratado para que limpie la casa.

—¿Y papá? —Casi no me atrevo ni a preguntarlo. Cuanto más tarde en regresar, mejor.

—No lo sé. —Se encoge de hombros—. Estará bebiendo en algún rincón de los suyos. Ayer no vino.

—¿Estás bien? —No sé por qué de repente siento una intensa ansiedad y necesito que me diga que todo marcha con normalidad—. ¿Tu estás bien?

—¿Y por qué no habría de estarlo? —Se levanta y me abraza, con ese cariño ten especial que solo me dedica a mi. —Estamos bien, ¿verdad? —Apoya la barbilla en mi hombro—. Los dos estamos bien y estaremos bien. Te lo prometo.

—¡Yoon Gi!

Me planté frente a él, con la intención de reconducirle a la realidad. Seguía ausente, perdido en el flashback que me había relatado en voz alta, y llevaba un buen tiempo en silencio e hiperventilando, sin responder a mis indicaciones.

Puse las manos sobre su tripa y presioné para ayudarle a colocar el aire en el diafragma pero de nada me sirvió. ¡Mierda! Corrí al baño, con mi rebeca de punto en la mano, la empapé en agua fría y se la pasé por el rostro congestionado por la ansiedad. La diferencia de temperatura le hizo parpadear.

—Le maté... Le maté... —balbuceó, aún medio en trance—. Maté a papá... Maté a Yarek Seong... Maté a mis animales... Y Jimin me protege... Él sufre porque tapa lo que hago... Y le estoy matando a él también en vida... — gimió, angustiado como nunca antes le había visto—. ¡No! ¡Yo no quiero ser así! ¡No lo acepto! ¡No lo acepto! ¡No quiero ser así!

Podría haberle dicho que su padre era un ser asqueroso que se merecía hasta el último de los martillazos. Que él solo era un pobre niño asustado que trató de proteger a su hermano y que tuvo que crearse una identidad cruel para poder sobrellevar su propio dolor. Que, a pesar de todo, yo confiaba en él más que nunca y que le quería. Que tendría que aprender a vivir con su trastorno igual que yo porque ese tipo de traumas no tenían "cura". Pero nada de eso le ayudaría en ese momento. Estaba demasiado impactado como para razonar así que simplemente me incliné y le abracé la cabeza.

—Lo hice yo... Yo lo hice todo.... Todo... —Le escuché llorar, con amargura —.No puedo pararlo. ¡Haz que se vaya! ¡Arráncamelo! ¡Mátalo!

—Yoon Gi —susurré—. Sé que es difícil pero tienes que aislar tu cabeza de todo lo que sientes ahora mismo. Usa un punto de referencia para centrarte en él. Puede ser una luz, un sonido, el tacto...

Hundió la cabeza en mi bata.

—No quiero Mei... No quiero... No puedo... Yo no quiero tener esto dentro. No quiero vivir así. —Sollozó—. Mátalo... Mátalo... ¡Mátalo!

—No se puede —le hice ver, con toda la dulzura que pude—. Tienes que aprender a controlarlo.

—¡No!

De repente, me empujó, con tanta fuerza que me caí hacia atrás y me choqué contra el borde de la mesa.

—¡No! ¡No! ¡No lo acepto! ¡No quiero!

Se levantó de un tumbo, tiró la silla y corrió hacia la mesa. Me interpuse y traté de sujetarle del brazo cuando abrió el armario pero estaba completamente fuera de sí y me llevé otro empellón. No supe ni cómo logré mantenerme firme.

—¡Yoon Gi! ¡Yoon Gi! ¡No te dejes arrastrar! ¡Yo he pasado por eso y se le puede ganar!

—Aparta, psicóloga. —Se llevó las manos a la cabeza— . ¡Fuera! ¡Fuera! ¡No te quiero aquí!

Dios mío. El ejercicio había abierto las compuertas de la disociación. Estaba siendo consciente de la presencia del "otro" y quería impedir que tomara el control. No pensaba que algo así pudiera ocurrir.

—Yoon Gi, tu eres demasiado blando, amiguete. Tengo que ser yo —dictaminó, apretándose las sienes—. ¡No! ¡Vete! ¡Fuera! ¡Yo soy yo, no tu, y nunca lo vas a ser! —Rompió a reír, a carcajada limpia—. Ay, Yoon Gi, por favor, usa tu brillante cabeza y no digas incoherencias. Sin mi no eres nada, absolutamente nada. Si me rompes, te rompes. Yo soy tu estabilidad. Soy tu salvación.

No me di cuenta de cómo se las arregló para coger las tijeras. Ni siquiera sabía que los auxiliares habían cometido la imprudencia de meter el bote del escritorio en el armario en vez de sacarlo de la habitación, como debían de haber hecho.

—Te romperé. De eso puedes estar bien seguro.

¡Cielos, no!

—¡Traedme la contención! —Me faltó tiempo para abrir la puerta y gritarle a los dos enfermeros que custodiaban fuera, equipados con el botiquín y demás utensilios de emergencia—. ¡Necesito unas correas!

Mi indicación llegó demasiado tarde. Cuando entraron ya se había clavado las tijeras en el estómago y sus ojos, entre aliviados y confusos, me buscaron.

—Mei...

El mundo comenzó a girar vertiginosamente a mi alrededor.

—No, por favor... — Alcancé a decir—. Tu no...

"Tu no. No te vayas. No te mueras. ¡Tu no!"

Olor a quemado. Gritos. Desesperación. El humo nublándome la vista. Dae muerta. Nam Joon muerto.

"Yoon Gi, tu no".

Ha sido por mi culpa. Por mi culpa.

La sesión ha liberado por fin el trauma reprimido. Yoon Gi en un estado disociativo que adopta el nombre de Pang Eo asesinó a su padre biológico para proteger a su hermano.
Sin embargo la exigencia de la terapia ha abierto las compuertas en la conciencia de ambas personalidades a la vez , provocando en él la conciencia de la existencia del "otro" y una terrible reacción.
¿Podrá Mei controlar la situación en su estado de disociación o terminará siendo arrastrada también por unos síntomas que son cada vez más frecuentes?

N/A:

- Lo que ven en este capítulo es una integración entre la terapia de exposición y la terapia narrativa. La primera es de corte conductual (exponerse a lo temido). Pero esta vez no se queda ahí. Lo que Mei hace con las fotos es obligar a Yoon Gi a reconstruir una narración (terapia narrativa) y lo combina con Asociaciones libres (como en primera sesión). Esto se conoce por TERAPIA INTEGRATIVA.

- Recuerden que USA son Unidades de Ansiedad. Es la medida del malestar en las terapias de exposición.

Y ya vieron... Cambio importante en cuanto a la escritura del nombre de la identidad disociada. En la primera versión junté la palabra y lo denominé Pangeo. Sin embargo, los comentarios que recibí inicialmente sobre el nombre me dieron pie a pensar que los lectores no se hacían una idea real de su pronunciación. Pang Eo sería algo como "ban- yo" y sí, separado se lee mucho mejor.

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